Narrativa

Las circunvalaciones

Ricardo Baixeras reseña la aclamada novela 'Los errantes', de la Premio Nobel de Literatura polaca Olga Tokarczuk.

Las circunvalaciones

/por Ricardo Baixeras/

Contonéate, muévete, no dejes de moverte. Solo así lo despistarás. Quien rige los destinos del mundo no tiene poder sobre el movimiento y sabe que nuestro cuerpo al moverse es sagrado, solo escaparás de él mientras te estés moviendo. Ejerce su poder sobre lo inmóvil y petrificado, sobre lo inerte y quieto. Así que muévete, contonéate, balancéate, camina, corre, huye, en cuanto te despistes y pares te atraparán sus enormes manos, te convertirán en un monigote, te envolverá en su fétido aliento que apesta a humo y a gas de tubo de escape y a gran vertedero como esos que hay a las afuera de la ciudad. Achatará y empequeñecerá tu alma que perderá todo su colorido, apenas quedará en un recorte de periódico, y te amenazará con fuego, guerra y enfermedad, te atemorizará hasta hacerte perder toda paz y no puedas dormir.

Con estas palabras la recientísima y casi desconocida en España Olga Tokarczuk (Sulechów, Polonia, 1962), Premio Nobel de Literatura 2018, ofrece una poética que contiene una miríada de sensaciones espacio-temporales. Una poética que es un viaje histórico, filosófico, científico, antropológico, anatómico forense y vaya uno a saber cuántas disciplinas más. Un viajar que obtiene del movimiento perpetuo su condición nuclear. Este libro no puede ni debe parar porque declara a los cuatro vientos que sin movimiento no hay vida. Y que no hay vida sin movimiento: «No me nutro de la savia de la tierra, soy lo contrario de Anteo. Mi energía es generada por el movimiento: el vaivén de los autobuses, el traqueteo de los trenes, el rugido de los motores de avión, el balanceo de los ferrys». Y por eso Tokarczuk parece oponerse en bloque al libro de Xavier de Maistre Viaje alrededor de mi habitación y acercarse en cambio a un texto como El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson de Lawrence Weschler. El orbe es concebido aquí como un objeto maravilloso, el santo grial a descubrir y sobre el que volcar toda la curiosidad del mundo, el aleph que contiene todos los caminos posibles e imposibles —pero narrables— por los que los errantes se bifurcan en un sinfín de búsquedas. Y por eso mismo una referencia capital para la narradora es el texto de Melville Moby Dick, siempre en busca de la ballena blanca, siempre en busca de un imposible.

En este libro panóptico y extrañísimo —y que se alzó con el Premio Man Booker Internacional 2018—, el movimiento conforma una mirada sobre la realidad que para Tokarczuk «significa saber». Un libro sin verdad totalitaria que declarar, un libro cuya «verdad es terrible» porque «describir significa destruir». En las antípodas de los errantes están los tiranos,

servidores del infierno, [que ] llevan en su sangre el odio a los nómadas… por eso obligan a toda persona libre a asentarse, la marcan con una dirección que es para nosotros una condena. Lo que persiguen es construir un orden inamovible, convertir el paso del tiempo en mera apariencia. Que los días sean repetibles e indistinguibles, persiguen construir una descomunal máquina en la que cada ser tendrá que ocupar su sitio y hacer movimientos aparentes… Clavar el mundo mediante códigos de barras, marcar cada cosa con una etiqueta, que se sepa qué mercancía es esta y cuánto cuesta… Muévete, no pares de moverte. Bienaventurado es quien camina.

Unos tiranos gubernamentales que pretenden a toda costa que aquellos errantes respeten un orden, hagan «planes» y esperen «resultados». El antídoto se reza así: «Quien se detenga quedará petrificado, quien se pare será disecado como un insecto, su corazón atravesado por una aguja de madera, sus pies y manos, agujereados y clavados al umbral y al cielo raso».

Un libro, entonces, en movimiento donde «la trama cae» porque el vacío del mundo ha de ser contado como si existiese. Esos errantes van en pos de una verdad última y sagrada que no existe («Radiografiar el mundo como con rayos X y ver ante sí el esqueleto de la Nada») y saben que desde que el mundo es mundo el viaje conforma una expedición hacia la tierra de Nunca Jamás. Herodóto, Marco Polo, Cristóbal Colón, Tomás Moro, Charles Lindbergh, Paul Theroux, Bruce Chatwin o Cees Nooteboom viajan para recomponer un pasado hecho añicos y configurarse desde un presente equívoco y dudoso. Como ellos Tokarczuk sabe que el «meridiano no existe» y que la línea recta es «humillante. Cómo destroza la mente». Tokarczuk sabe que para contar la totalidad del mundo, que no es tal («Se puede pensar incluso que no existe ningún todo, que nunca ha existido») debe cantar la desmembración del mapa que recorre y sabe también de la amputación de los miembros que aquí y allá están unidos en su incompletud. Por ello salvaguarda las pequeñas narraciones cercenadas de la gran historia de la humanidad porque «vida contada, vida salvada»: los episodios vitales del doctor Blau, obsesionado en la conservación de los cadáveres a través de la plastinación, la fabulosa historia del cirujano flamenco del siglo XVII Philip Verheyen, obsesionado por conservar como sea su pierna amputada y capaz de decir: «¿Es Dios mi dolor?», la increíble narración del corazón de Chopin viviendo un peregrinaje increíble en manos de su hermana, las cartas que Joséphine Soliman escribe a Francisco I, emperador de Austria, reclamándole el cuerpo disecado de su padre, el angustiante peregrinaje por una isla croata de Kunicki cuando pierde de un solo golpe a mujer e hijo o, al final del libro, el extraordinario relato, de una belleza absoluta, de Karen cuando ya sabe que a su compañero de viaje se le ha teñido de rojo el hemisferio izquierdo:

El océano rojo instalado en la cabeza del profesor, alimentado por ríos sanguíneos, no paraba de crecer y poco a poco inundaba más y más territorio, primero las llanuras europeas donde nació y creció. Desaparecieron bajo las aguas ciudades, puentes, y presas que con tanto esfuerzo habían construido generaciones enteras de sus antepasados… La corriente engullía estaciones de ferrocarril, raíles, aeropuertos y pistas de despegue… Finalmente, ese océano lento e infinito llegó hasta el hospital e inundó de sangre toda Atenas, sus templos, sus caminos sagrados y bosques, el ágora, vacía a esta hora, la blanca estatua de la diosa y su olivo.

Para todo ello Tokarczuk reclama la máxima de Baruch Spinoza («ver en cada individuo líneas, superficies y poliedros») y la visión poliédrica y mitológica que circunda a la palabra que abre de par en par todas las puertas de este libro: kairós. Una palabra que «lo explicará todo» porque ése es el modo en que mira Tokarczuk, no sólo percibiendo que en el mundo objetual cabe lo concreto e inofensivo, sino reclamando para el hombre una mirada «panorámica, generalizadora, gracias a la cual se descubren vínculos entre los objetos, su red de reflejos. Las cosas dejan de ser cosas… Se convierten en señales… Hay que concentrarse mucho para mantener esa mirada, que en esencia es un don, un estado de gracia».

El libro juega hasta la extenuación con la variada extensión y taxonomía de todos y cada uno de los recorridos geográficos, mentales, culturales, científicos y topográficos. Hay epígrafes brevísimos, casi aforísticos, y otros de una extensión enorme. Hay pasajes que juegan a ser mirados como si de un mapa se tratase y hay cuadros, dibujos y mapas —literales— que quieren ser mirados como si fueran pasajes escritos.

Como el malogrado W. G. Sebald, con el se le ha emparentado, Tokarczuk descubre en la materia pérfida de la muerte la salvación metafórica de la carne, en el mapa corporal de lo que no está (la pierna amputada, el corazón que ya no late) la autopista forestal que da vida: una suerte de resistencia granítica a lo que desaparece para poder así enunciar el principio de conservación de la masa o ley de Lavoisier, a saber, que la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Los errantes o cómo salvaguardarse de la muerte.

Desde una traducción admirable por parte de Agata Orzeszek, a la que algún día habrá que hacer un monumento y que mantiene y acrecienta, si cabe, el pulso lírico de la narración, este libro abre la puerta al mundo fabuloso de Tokarczuk a la espera de que aquí podamos leer sus otras novelas, como la monumental Los libros de Jacob, sus relatos, sus poemas y sus ensayos, más allá de lo publicado hasta ahora.


Los errantes
Olga Tokarczuk
Anagrama, 2019
400 páginas
20,9€


Ricardo Baixeras es licenciado en filología hispánica por la Universidad de Barcelona y doctor en teoría de la literatura y literatura comparada por la Universitat Pompeu Fabra. Es autor del libro Tres tristes tigres y la poética de Guillermo Cabrera Infante y de otros trabajos sobre Arturo Bolaños, Augusto Roa Bastos, Nélida Piñón, Gabriel García Márquez y otros escritores latinoamericanos.

0 comments on “Las circunvalaciones

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo