Música y danza

Rubia

«The Game» no nos remite a un juego al uso, sino al juego de los juegos, el juego de la vida: «El juego de vivir o el de morir, el de estar despierto o dormido», afirma Sara, con la profundidad y espiritualidad que caracteriza siempre su lírica

Rubia es el nombre de la banda de Sara Íñiguez, cuya larga melena negro azabache hace pensar en el motivo por el que lo escogió y nos da una pista de su personalidad «crítica y protestona» , como ella misma se define. Nacida en Esukadi, se trasladó a Madrid hace justo diez años y desde el primer día se dedicó a pinchar música por los bares de Malasaña. Llegó a ser propietaria de un pequeño local tipo Cheers, en el que todo el mundo se hablaba y conocía en detalle la vida del que se sentaba al lado en la barra. Ha sido vocalista de bandas como Hot Legs o One Hit Wonders y hace unos cuantos años que pone voz y teclados a este proyecto que ha firmado los álbumes Nº1 Ya a la venta, 2036  y Barman, tras cuyo éxito en Internet, lanza The Game, su cuarto álbum, mediante un crowdfunding.


«The Game» no es ningún juego

/ por Pablo Martínez Vaquero / Fotos: Rita Mott

Ya dije alguna vez que lo de la bilbaína Sara Íñiguez ni es de esta época ni es de este mundo, lo cual, lejos de ser un hándicap, es una gran virtud. Mágica en lo musical y en lo personal, ha vuelto a firmar un álbum de mucho nivel, incluso por encima de Barman, el anterior, que acaparó elogios unánimes de crítica y público, o de una pieza tan asombrosa como  «Like Before».

The Game no nos remite a un juego al uso, sino al juego de los juegos, el juego  de la vida: «El juego de vivir o el de morir, el de estar despierto o dormido», afirma Sara, con espiritualidad que caracteriza a su lírica. Escribo estas líneas mientras lo escucho por segunda vez y no me canso, me gusta tanto como en la primera audición, aunque en esta analizo a la vez que lo disfruto. El disco, de nuevo producido en colaboración con el argentino Mauro Mietta, se autofinancia mediante un crowdfunding  y se abre con «The Game», el tema homónimo que da título al trabajo. Comienza con unas guitarras sosteniendo una sola nota, acolchada por una cascada de violines que se desliza por detrás. Parece una cristalización entre el country más cool y el soul más sweety. Las cuerdas parecen resbalar sobre la hierba fresca, bajo la voz dulce pero ágil y enérgica de la propia Sara Íñiguez. Dura algo más de tres minutos, pero se nos hace muy corta.

Sara Íñiguez en su casa de Getxo. © Rita Mott
Sara Íñiguez en su casa de Geucho

Le sigue «Howl», puro soul propio de unas Ronettes, con ese regusto encantador a lo mejor de Carole King e incluso a los girl-groups de los sesenta. Su estribillo, todo un aulIido, arrebata, y sé que eso va a ocurrir muchas más veces, sobre todo cuando su voz se ve acolchada por los coros que ella misma hace. «Anyone», el tercer corte, es un Northern Soul más grande que el cardado de Amy Winehouse, un«rompepistas» en toda regla con un Hammond arrollador y una base rítmica nerviosa y sólida que parece grabada en 1968. ¿Y la voz? Rubia en estado puro, con una cadencia que transmite una exquisita dejadez, con un charme y savor faire que encandila. Todo calculado al milímetro. A continuación, le llega el turno a «Bessie», un obvio tributo a una voz que ella mima y acaricia. Se trata de un deep soul con palpitar de blues que tiene otra instrumentación sobresaliente (mención especial para el piano), amén de unos coros que remiten al gospell. 

CONTRAPORTADA
Contraportada del álbum «The Game»

Por su parte, «A Quiet Place» (de Garnett Mimms), una canción que Tony Rounce —de Ace Records-— destacó como favorita del año, llega en el momento justo, el de volver a esbozar una sonrisa con otro soulazo soleado que no desentonaría en el repertorio de las Chiffons, con unos coros y unas campanas luminosas que sólo cesan para dejar paso a una brillante sección de cuerda. Éste tema ha sido regrabado, ya que Sara llegó a hacer una maqueta y un videoclip en 2016. La canción ahora suena mucho mejor y mantiene ese espíritu de promesa, de compromiso, de creencia en un futuro mejor que genera en quien lo escucha: optimismo rítmico en estado puro.

Y de repente aparece «My Boy», otro«llenapistas», un rhythm and blues vacilón y de sabor psicodélico, muy Íñiguez, y es que el Swingin’ London no podía faltar en un álbum como este. Pincho «Teenage Heart» y resulta emocionante ese arranque de sabroso pop sixties de vocación adolescente, de coros mágicos, voces supremas y arreglos que, como todo el disco, parecen registrados en los 60’s. Otro single en potencia. A continuación, la ternura parece romperse con «I Owe it To Myself», una composición serena, de ritmo machacón y cierto ambiente swing, que va creciendo en intensidad según avanza, recordándote que todavía hay gente que hace canciones, que se puede salir de los estilos trillados. Algo diferente de verdad. El noveno corte es un villancico, una canción con aires navideños, «Dead On the Snow», en la que el pop sesentero y las melodías siguen estando plenamente vigentes. Me recuerda a Brian Wilson  y a The Crystals. Finalmente, el disco se cierra con «Ivy», un tres por cuatro barroco, para mí uno de los mejores temas del álbum, lento y tristón, pero con una dulzura melódica que te taladra el corazón. «La gente admira mucho Barman, pero yo creo que The Game es aún mejor; mi mejor obra hasta la fecha», nos advierte la artista de Getxo. Delicatessen e imprescindible para cualquier buen amante de la mejor música facturada en los años sesenta.


Sara-Íñiguez
Sara Íñiguez en una foto promocional

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