Actualidad

Globalización y diversidad lingüística

El mundo simplificado, globalizado lingüísticamente, es útil cuando uno sólo quiere intercambiar objetos, quincalla financiera. También para establecer los fundamentos de la comunicación instrumental, pero dejar morir una lengua es dejar morir toda la experiencia de una cultura, y lanzarse como un kamikaze a enseñar en inglés a nuestros alumnos, en vez hacerlo en nuestra lengua, es un suicidio social.

A raíz de la interpelación de uno de sus lectores, el ensayista José Manuel Querol Sanz plantea en este artículo su rechazo a un mundo globalizado lingüisticamente y defiende la capacidad que tienen las diferentes lenguas de diferenciación constructiva de la identidad social de las culturas. [Foto de portada: © Aida Carvajal García]


La globalización, la diversidad lingüística y la diversidad cultural

/ por  José Manuel Querol Sanz /

Hace unos días recibí un correo muy amable de un lector de mi último ensayo ¡Fronteras! en el que me hacía una observación que me resultó curiosa. Es extraño recibir de los lectores correos en lo que hagan observaciones puntuales y que denoten que el tema les interesa de verdad y tienen un espíritu crítico con lo que leen. Es posible que ese lector me odie por ello, pero me entusiasmó tanto el hecho, que decidí contestar por extenso a su divergencia conmigo para agradecerle el gesto.

El lector me interpelaba por una afirmación que yo hacía: «La lengua constituye una visión del mundo común para sus hablantes» y «La lengua es un modelo de pensamiento que determina la visión del mundo» [1]. Me argumentaba que eso era posible en las aldeas medievales, con dificultades de comunicación, pero que hoy en día, con los actuales medios de comunicación, el acceso a la información y demás, la influencia de ideologías, religiones, etc., mi afirmación no podía ser susceptible de defenderse. El ejemplo que él aducía era que un ciudadano de Hondarribia y otro de Hendaya no parecía que pudieran tener visiones del mundo diferentes por el hecho de tener lenguas distintas, y que, interrogados por la globalización, la corrupción política y otros asuntos que a ambos les afectaban, estos influyeran decisivamente, al margen de su idioma materno, en una visión del mundo diferenciada. Me parecía entender en su correo, además, que el nivel cultural, la ideología, el estatus social y otros factores sociológicos tampoco debían influir en ello. Finalizaba su correo adjuntándome el artículo de Kenan Malik “Letthem die” [2] que sostenía este criterio.

Pensé en contestar tan amable atención (repito que es muy raro que un lector se acerque así al autor y pueda establecerse un diálogo sobre ideas, y es fascinante que ocurra porque para eso se escribe, para eso se piensa) remitiéndole a algunos estudios sobre Lingüística cultural que pudieran abrir el debate aceptando la premisa sociológica sobre la que él argumentaba. Efectivamente, entre un ciudadano de Hondarribia y otro de Hendaya las preocupaciones y la visión de la política o de las instituciones pueden tener variaciones que no son consecuencia de la lengua en la que se expresen, otra cosa es nuestra visión del mundo globalizada, que yo me atrevo a desmentir con algunos datos que creo que me avalan.

La respuesta a la gnoseología sociológica de ciudadanos que habitan en un universo cultural muy cercano (en este caso propuesto, me atrevería a decir que idéntico) no elimina en modo alguno la constitución cultural de nuestro pensamiento lingüístico. La globalización no es sino un término, desde mi punto de vista, que construye un entramado de intereses neoliberales que, contenidos en la política económica, puede ser un hecho incontestable, y también un elemento que esconde, a mi juicio, un ejercicio de dominación cultural y neocolonialismo que tiene algunas aristas peligrosas. Otra cosa es, también creo que pueda tener bondades el concepto, que permita encontrar modelos y propuestas comunes de análisis a través de la globalización de la información, tan útil para todos, pero, al mismo tiempo, tan asfixiante. Si hacemos la prueba y, antes de escribir nada sobre El Quijote, decidimos leer todo lo que ya se ha dicho, y escribimos “EL QUIJOTE” en el navegador de Google, antes de empezar a ver páginas el navegador nos informa de que ha encontrado, aproximadamente, 16.400.000 resultados en 0,51 segundos.

La globalización de la información y el conocimiento es apasionante, la globalización de la ideología es inquietante, la de la economía preocupante, aunque todas ellas son realidades que no podemos obviar, y debemos adaptarnos y encontrar también el lado humano de las bondades tecnológicas, el lado bueno de la adversidad. La tecnología es un monstruo, la economía un Leviatán, y sólo reconstruyéndolas y redimensionándolas humanamente tenemos posibilidades de no sucumbir a su dictadura (y no es un término metafórico el que expreso aquí). Por eso, quizás hay que replegarse de vez en cuando a la intimidad de la lengua para encontrar nuestra visión del mundo, nuestras creencias más íntimas sobre él, nuestro modo de mirar, que es un modo cultural, aquilatado por la experiencia de todas las generaciones que vinieron antes que nosotros y que nos define como individuos frente a la avalancha simplificada de la comunicación útil.

Acostumbrados al uso del inglés simplificado, o de otras lenguas francas que operen en geografías culturales y dominios político-lingüísticos diferentes, simplificamos también nuestro universo de referencias y no somos conscientes de que, detrás de pequeñas expresiones, se esconde nuestra verdadera alma.

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Houston Street. Fotografía: © Barry McGee

No hace muchos días, hablaba con una alumna de doctorado sobre la invasión japonesa de China durante la Segunda Guerra Mundial. Ella, ciudadana china y hablante de mandarín, me tradujo el término chino aplicado a las mujeres obligadas a prostituirse por los japoneses en los burdeles para oficiales: “mujeres de consuelo”, y el término me produjo una fuerte impresión. Dudo que nuestro imaginario cultural hubiese diseñado una expresión así para describir esta barbarie.

El ser humano ha desarrollado, en su peripecia social, diversos modos de interrelación con el entorno, con las cosas, consigo mismo y con los otros, saliendo del aislamiento del silencio, construyendo atalayas desde donde mirar y dominar el paisaje, y no sólo el paisaje exterior, sino el paisaje interior, dentro de sí. Pero esa atalaya que es el pensamiento no es la propia cosa mirada, sino la relación entre el objeto y el sujeto, es una obra de ingeniería simbólica, una estructura mental que media y permite operar en el mundo y, al tiempo, lo transforma, pues el observador está limitado por su vivencia, por el campo visual que abarca, por su capacidad y experiencia para distinguir unos objetos del paisaje mejor que otros, por su sensibilidad hacia ciertos fenómenos o su incapacidad para reconocer otros.

La física lo ha explicado ya muchas veces, y hasta se ha convertido en materia divulgada (las novelas, el cine…). Heissenberg destruyó, al enunciar su principio de indeterminación, la ilusión del perfil nítido del átomo, armoniosa y piadosamente protegido por órbitas como carriles sobre los que se movían electrones, protones y neutrones, y que ya sólo perciben así los que se pasean por la ciudad de Bruselas disfrutando del Atomium. A los demás ya nos han explicado que observar el átomo es alterarlo; de la misma manera le ocurre al mundo, el átomo del universo que habita el ser humano.

Esta afirmación de la física no viene sino a dar validez a una realidad que en nuestra especie se evidenció desde la noche de los tiempos: la diversidad lingüística, la multitud de lenguas que en el mundo se hablan, construyen imágenes muy diferentes del planeta, fabrican cosmos en alternancia sobre un mismo espacio físico, y cada lengua es la representación de una mirada única sobre ese espacio que quien lo verbaliza inventa, reconstruye poniéndole la marca de su propia identidad. Cada lengua es un fenómeno específico que evidencia la sensibilidad particular de la sociedad que la habla y su percepción del mundo, y no hay dos percepciones iguales.

Hay un viejo adagio italiano que reza traduttore, traditore, “traductor, traidor”, y que viene a dar una idea de la dificultad de componer con palabras un mismo concepto, de forma idéntica y con los mismos perfiles semánticos, en dos lenguas. Es virtualmente imposible que una palabra en un idioma y su correspondiente en otro tengan la misma representación mental para los hablantes de estas, incluso con palabras en las que parece evidente una única representación. Si nosotros oponemos house/maison/casa/dom, por ejemplo, la imagen mental que cada hablante de estas lenguas tiene de una “casa”, esto es, aquello que viene inmediatamente a su cabeza al escuchar la cadena fónica que la identifica, está relacionada con su modo de vida, con su hábitat y con su cultura, que han terminado por ofrecer una imagen mental diferente de lo que es una “casa” para cada uno de ellos, aunque todos entiendan, y en esa imagen se ampare, la idea y función del objeto: lugar donde viven los seres humanos, refugio de las inclemencias, espacio de intimidad y otras cosas. Aunque, si en vez de pronunciar estas palabras en lenguas que tienen una vinculación cultural mayor, lo hiciéramos en samoano, por ejemplo, la divergencia de significado entre nuestra representación mental de una “casa” y la del samoano sería mayor, y quizás en la del samoano advertiríamos elementos no conocidos en nuestra cultura asociados a su función, como “lugar de reunión de los hombres” (o de las  mujeres), mientras que él no percibiría algunas de las connotaciones que para nosotros tiene la palabra, como la de “espacio de intimidad”.

Más allá, la ordenación del mundo, su clasificación, jerarquización y nominalización, que es la base funcional del lenguaje (la ordenación del objeto permite su comprensión, operación necesaria y previa para su comunicación al otro), puede tener, y de hecho tiene, distintas soluciones en diferentes culturas. Esto es evidente cuanto más alejadas son las lenguas y culturas que se comparan teniendo como objeto un mismo fenómeno. Las soluciones de una y otra varían radicalmente en función de una constelación de factores enorme en la que intervienen, de forma especial, aquellos que tienen que ver con el universo cultural de cada sociedad (sus ritos, sus mitos, su organización social, el entorno físico en el que habitan…) y que construyen una estructura lingüística imaginaria en la que asociaciones múltiples de conceptos terminan por dar cuerpo a una estructura etnolingüística específica, de modo que cuestiones como el género de las cosas, por ejemplo, dependen de la estructura imaginaria de esa cultura, y así, los grillos o algunos tipos de gusanos, tienen nombres femeninos entre los Dyirbal del noroeste de Australia porque en sus mitos las mujeres, cuando mueren, se transforman en este tipo de animales. Más cerca de nosotros podríamos explicar las razones para que el sol sea un nombre femenino y la luna masculino en alemán, al contrario de lo que ocurre en español, o que la palabra “muerte”, sustantivo femenino en español, sea en alemán masculino “Der Tod”, y su representación sea la de un segador.

El hábitat hace a la lengua tanto como los mitos o la estructura social, y condiciona la construcción de los elementos del lenguaje, pero no son los únicos factores que intervienen en la conformación de una lengua determinada, hay factores inherentes a la condición social humana que certifican la huella de los cambios: la Historia.

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Manila, agosto de 1997. Fotografía: © Bullit Marquez

Los movimientos migratorios, las relaciones sociales, sean estas del tipo que sean, comerciales, políticas, religiosas, esa imposibilidad que parece manifestar el ser humano por estarse quieto, su curiosidad natural, pone en contacto unas lenguas con otras, unas culturas con otras. Dos lenguas en contacto son dos miradas sobre el mundo también en contacto, y en ese contacto se enriquecen, varían, avanzan hacia una comprensión mayor del mundo. A lo largo de la Historia este fenómeno se ha producido con intensidad y frecuencia, de la misma manera que la separación de dos comunidades de hablantes de un mismo idioma termina por diferenciar dialectalmente una misma lengua hasta hacerla irreconocible para una parte de los hablantes de ella. El grupo humano escindido acaba por componer su propia visión del mundo en un hábitat diferente, y nace una nueva realidad lingüística (es lo que sucedió, por ejemplo, con las lenguas romances).

Estos patrones de contacto y aislamiento son la consecuencia natural del desarrollo histórico de la Humanidad. Las manifestaciones en la estructura de las lenguas que estos procesos generan son muy diversas y están descritas por la lingüística. Fenómenos como el sustrato, el superestrato, la aglutinación, el préstamo léxico o la criollización son consecuencia de la actividad histórica humana, huellas en unas lenguas del contacto mantenido con otras, pero también de unas culturas con otras. Así, mientras que el fuerte sol meridional dio lugar a su masculinización en el ámbito latino y el culto al Sol invicto es, al tiempo, causa y consecuencia de su género gramatical en las lenguas romances, en el mundo germánico las cosas eran de otra manera. Si la muerte mediterránea es femenina y la germánica masculina, y aún con esa diferencia, ambas son segadores, ambas portan la guadaña.

No hay, sin embargo, determinismo en el resultado final de una estructura lingüística o de un vocablo, hay condicionamiento, pero por tantas variables reunidas y cooperando entre sí que no es posible encontrar un patrón de determinación, ni predecir, más que sucintamente, y con un margen de error abismal, cómo puede establecerse la imagen lingüística de cierto fenómeno en una lengua. De la misma manera, no hay soluciones más acertadas o menos, no hay una jerarquía lingüística, no puede establecerse que una lengua sea más perfecta o más desarrollada que otra en función de cómo ha resuelto el modo de transmisión de la información sobre el mundo, puesto que cada una transmite, de alguna manera, realidades diferentes, mundos en paralelo que entran en contacto, se mestizan,  forman nuevas realidades en planos superiores que afectan a las primeras, provocando cambios lingüísticos, evolución, dinamismo que no es sino el reflejo del propio dinamismo social humano.

La estructura básica del lenguaje se organiza, condicionada por estos factores entre otros, mediante asociaciones del imaginario cultural que vinculan una palabra con una percepción determinada de la realidad. Los propios vocabularios están relacionados con los esquemas imaginarios, de modo que un término puede (debe) definirse en relación a su esquema [3].

Así, la pareja de oposiciones en inglés ground/sky, land/sea, refleja dos esquemas espaciales, uno vertical (ground/sky) y otro horizontal (land/sea) que no existe en castellano, donde uno de los términos no tiene correlato en el esquema vertical (tierra/cielo, tierra/mar, porque el término “suelo” tiene como pareja, y aquí si existe esquema de verticalidad, “techo”).

Los esquemas lingüísticos tienen una tipología amplia que ampara todo el lexicón de una lengua, pero ni siquiera en lenguas cultural e históricamente cercanas tienen por qué corresponderse. Uno de los esquemas básicos en el imaginario humano es el que corresponde a la percepción físico-espacial, y ya hemos visto cómo hay elementos divergentes que diferencian los esquemas lingüísticos del español y el inglés, por ejemplo. De hecho, como resultado de la aplicación de los esquemas lingüísticos espaciales, el inglés desarrolla elementos constructivos con una especial sensibilidad al espacio, como bien podría mostrar este texto con el que Palmer ejemplifica este tipo de esquemas a través de las experiencias corporales con el movimiento de objetos:

You gradually emerge out of your stupor, pull yourself out from under the covers, climb into your robe, stretch out your limbs, and walk in a daze out of your bedroom and into your bathroom. (Sal gradualmente del estupor, deja la cama, ponte la bata, extiende las extremidades, sal del dormitorio en medio de la somnolencia y métete en el cuarto de baño) [4]

No tiene correspondencia en español. Sin embargo, ninguna lengua carece de este tipo de esquemas, y el nuestro construye sus propios patrones, como los valores semánticos imaginarios de nuestro arriba/abajo. Porque, como afirmaba Lía, uno de los personajes de El péndulo de Focault de Umberto Eco:

[…] Pero arriba es mejor que abajo, porque si te pones cabeza abajo se te sube la sangre a la cabeza, porque los pies apestan y el pelo no tanto, porque es mejor subirse a un árbol para coger los frutos que acabar bajo tierra engordando gusanos, porque es raro que te hagas daño dándote por arriba (tienes que estar en una buhardilla) y en cambio sueles hacértelo por abajo, al caer, y por eso lo alto es angélico y lo bajo diabólico

En español, lo feliz está arriba; lo triste, abajo (le levantó la moral); lo consciente, arriba; lo inconsciente, abajo (se hundió en un profundo sueño). La salud y la vida están arriba; la enfermedad y la muerte, abajo (Lázaro se levantó de entre los muertos). Tener control y fuerza, arriba; estar sujeto a control o fuerza, abajo (está en la cumbre de su poder). “Más”, arriba; “menos”, abajo (mis ingresos se elevaron el año pasado). Lo bueno es arriba, lo malo es abajo (hace un trabajo de alta calidad). Virtud es arriba, vicio es abajo (yo no me rebajaría a eso). Lo racional es arriba, lo emocional es abajo (la discusión cayó en un nivel emocional, pero la levanté otra vez al plano racional). Podríamos seguir aún mucho más [5].

De la misma manera que la percepción lingüística imaginaria del espacio puede ser específica de una percepción del mundo determinada, a veces podemos compartir esquemas lingüísticos con otras lenguas muy distintas a la nuestra, y así, y siguiendo con el inglés, el escenario imaginario del amor presenta metáforas muy similares en ambos idiomas relacionadas con el universo de la comida: Hi, sweeth heart (Hola, corazón dulce),  Hi, sugar! (Hola, azúcar), Honey, you look great today (Mielecita, qué guapa estás hoy) o Hello, sweetie-pie (Hola, pastelito de fresa) que muestran un mundo simplificado, prototípico e idealizado, donde el amor es percibido como una comida apetitosa. En castellano, no hay este tipo de estructuras metafóricas tan acusado, al menos en el campo semántico del amor, pero sí en campos interrelacionados. De la misma forma, el deseo sexual se percibe como hambre: Shehad him drooling  (lo tiene en ayunas), He´s sex starved (no se come una rosca), You have a remarkable sexual appetite (tienes un enorme apetito sexual), You look luscious (estás para comerte), o nuestras castizas expresiones “está muy buena” o “está como un queso”, a las que se unen fórmulas del francés para expresión de la relación cariñosa: monpetitchou (“mi pequeño repollito”) y otras.

El castellano puede observar el mismo esquema espacial que el japonés en algunas metáforas espaciales, como la construcción del aumento de la ira, que en japonés asciende (hara, mune, atama) desde el estómago al pecho y a la cabeza, la cual, como en español, puede terminar por estallarle a uno (“me estalla la cabeza”), o aumentar de temperatura (“me hierve la sangre”), pero, sin embargo, se aleja en otros esquemas, como los de relación, donde la manifestación de los factores culturales de organización social se evidencian lingüísticamente de manera casi radical. Así, por ejemplo, en japonés existen diferentes términos para designar los conceptos “hermano” y “hermana” dependiendo de si estos son mayores o menores que el interlocutor, de forma que otooto, sirve para designar al hermano mayor que el emisor, y ani al menor que el emisor (en el contexto mi hermano), pero, además, el japonés utiliza una partícula, la partícula honorífica si el hermano es mayor o menor que el receptor de la expresión “mi hermano” (otooto-san yoniisan respectivamente). En femenino opera igual (imooto, ane/ oimooto-san, oneesan).

De hecho, hay lenguas que establecen en los niveles de relación familiar muy diferentes escenarios. Algunas amerindias, como el Crow-Omaha por ejemplo, distinguen tres niveles generacionales y familiares. El término abuelo alcanza a categorías familiares como el “hijo de la hermana del padre de la madre de la madre”, la del progenitor al “hijo del hermano del padre de la madre” y al “hijo de la hermana de la madre de la madre”, y el nivel del “ego” se aplica tanto al “hijo del hermano de la madre, hijo del hermano del padre de la madre”, como al “hijo del hijo de la hermana de la madre de la madre” o al “hijo de la hija del hermano de la madre de la madre” [6].

No es baladí esta diferenciación constructiva de la identidad social de las culturas. En algunos casos,  su traducción ha dado lugar a controversias e incluso a guerras. En nuestra Historia, la traducción del término “hermano” en hebreo, que alcanza también a los hijos de las hermanas y hermanos de los progenitores, provocó el debate (y aún hoy lo provoca) sobre si Jesús tuvo o no hermanos (aunque el texto evangélico, escrito en griego, no da lugar a interpretaciones erróneas), en la afirmación neotestamentaria “estaba con sus hermanos”, mientras que en otras se habla del “hijo unigénito de María”.

Los esquemas lingüísticos son construcciones mentales volcadas sobre la lengua, en las que se apoya ésta sobre un constructo imaginario propio,espacializando conceptos abstractos, mientras que los escenarios lingüísticos son secuencias de acciones definidas culturalmente. Las categorías, sin embargo, formas básicas imaginarias, parecen inalterables, lo que ha llevado a considerar la existencia de universales en el lenguaje.

Por otra parte, los esquemas lingüísticos pueden ser construidos en una lengua, bien como representación mental de alguna regularidad de nuestra experiencia [7], bien como modelos ya confeccionados y expectativas, formas de interpretación del mundo preembaladas [8].

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Collage de Juan Burgos (Uruguay)

El ejemplo de la percepción del color es quizás el más significativo para comprobar la incidencia o permeabilidad de las categorías en las lenguas. En el experimento que llevaron a cabo Brent y Kay en 1969 sobre una muestra de 100 lenguas diferentes, y que estudiaba la diferenciación léxica del color, se observaron las siguientes secuencias:

1.- Todas las lenguas tienen términos para “blanco” y “negro”.

2.- Si una lengua tiene tres términos estos son: “blanco”, “negro” y “rojo”.

3.- Las secuencias son ordenadas (no puede saltarse una secuencia).

4.- Primera rama evolutiva: 4 términos: se añade “verde” o “amarillo”.

5.- Segunda rama evolutiva: 5 términos: se añade “verde” o “amarillo” (algunas lenguas tienen una sola categoría “amarillo-verde”).

6.- El siguiente término añadido es el “azul”.

7.- “Marrón”.

8.- Después se añade “violeta”, “naranja” o “gris”.

Esto les permitió afirmar como conclusión que el orden de aparición de los términos cromáticos en una lengua seguía esta secuencia evolucionista. Sin embargo, la neurofísica aporta unas conclusiones diferentes, como ya hicieron notar Kay y MacDaniel en sus pruebas de respuesta neuronal en las que, al parecer, los colores básicos reconocibles primero eran el rojo, el verde, el amarillo y el azul, pareciendo pues que existen limitaciones universales a la denominación de los colores con términos básicos (categorías focales), mientras que esto no ocurre utilizando el espectro cultural (más amplio) de términos compuestos. Anna Wierzbicka fue quien desarrolló la teoría del espectro cultural para el color, que nos permite entender las diferencias de denominación básica de los colores. Para Wierzbicka, el nombre de color se aplica a elementos asociados a la imaginería cultural.[9]

Eso es lo que hace posible que en dos lenguas se solape la denominación del color y se presente la percepción del mismo como un proceso cultural, así sucede en el caso de las diferencias de denominación entre el inglés y el galés, por ejemplo.

Quizás donde más se evidencie la diferencia etnolingüística (o cultural) y los distintos modos perceptivos de las lenguas sea en la clasificación nominal. Poner nombre y jerarquía, ordenar el mundo. La clasificación nominal es uno de los aspectos donde la diversidad lingüística se muestra como un arco iris de posibilidades en el que la diversidad, desde las exóticas taxonomías folk de las categorías en Dyirbal [10] a las complejas clasificaciones nominales del protobantú o las clases de temas verbales en las lenguas atabascanas, puede ilustrar nuestra afirmación [11]. Así, frente a la clasificación de nombres del alemán,  por ejemplo (femeninos, masculinos y neutros), las lenguas bantúes clasifican las formas de la animicidad, el control y la consistencia física de las sustancias. Las cosas pueden ser largas, abultadas, pegajosas, etc. [12]. Cada clase de objeto tiene su marcador morfológico en forma de prefijo (como el género en alemán o en español lo tiene en forma de sufijo). De la misma manera, las lenguas apaches utilizan para clasificar el mundo las categorías de animal /no animal; recinto cerrado (contenedor), estado (sólido, plástico y líquido);  número, rigidez, longitud y portabilidad.

Las categorías nominales bantúes revelan un mayor interés por diferenciar a los seres humanos de los animales, así como la curvatura de los objetos, el reconocimiento de sustancias intangibles y la evaluación social. Sin embargo, el apache parece centrarse más en valores tangibles y mecánicos: pluralidad, flexibilidad, posibilidad de estar dentro de un contenedor y portabilidad. Esto ha hecho pensar, como hipótesis, en la influencia del entorno en la elaboración de la clasificación lingüística. El entorno y la forma de vida (nómada/sedentaria) o los mitos, como estamos viendo en todos estos ejemplos, de modo que, cuando el hábitat físico deja de condicionar la vida de manera absoluta, como ocurre en las sociedades modernas, estas formas, ya enquistadas en la raíz de nuestro pensamiento lingüístico, continúan operando con un valor exclusivamente gramatical. Un ejemplo léxico de cómo el valor sustantivo de una decisión lingüística acaba por revertir en un elemento de uso con un valor semántico atenuado o variado puede ser la manera de despedirnos en español, nuestro ¡Adiós!, que procede de la encomienda al Creador (a Dios) a la hora de la muerte (por eso los franceses utilizan fórmulas interpuestas, y no suelen usar esta expresión, salvo cuando creen que la despedida es definitiva, y mientras, prefieren aurevoir! (“hasta la vista”).

La clasificación nominal puede tener a veces consecuencias muy curiosas cuando es dominada por la cultura, esto es, cuando evidencia un esquema del mundo pensado más que sobre la experiencia, sobre la creencia. En navajo, la clasificación del mundo atiende a los criterios de animicidad y no animicidad. Los seres animados se dividen en dos grupos, habladores (espíritus y hombres) y gritadores (animales y bebés), y los seres inanimados en corpóreos e incorpóreos (y cada una de estas categorías de seres inanimados se subdivide en activados y estacionarios). En el uso lingüístico, la clasificación agente en esta lengua permanece inalterada (como es lógico), pero impide la descripción de realidades cotidianas, porque un agente controlador no puede estar en la jerarquía de seres por debajo de agente no controlador o paciente. Así, en navajo, es imposible una frase como esta: el hombre fue mordido por el perro, y para resolver el problema esta lengua termina ofreciendo una oración del tipo el hombre se dejó morder por el perro.

Podría pensarse que estos son ejemplos extremos (que en cierto modo lo son, es cierto), pero a veces la cotidianeidad encierra también sorpresas, y quizás algún hablante hispano se haya quedado pensando alguna vez, cuando se haya puesto a estudiar en inglés, lo curioso y las implicaciones afectivas, e incluso de órdenes mayores, que pueden hacerse notar en el hecho de que los bebés en inglés (como en otras muchas lenguas, y a diferencia del español) no tengan género de acuerdo con su sexo, no sean she o he, sean it.

El mundo, desde nuestra perspectiva, parece ordenado racionalmente, lógicamente, de forma natural, construyendo la ilusión de que nuestra observación es inmaculada, incontaminada, y que cualquier otra ordenación del mundo es un puro disparate. Esta es una conclusión absurda que durante mucho tiempo llegó incluso a suscitar ideas ciertamente cercanas al racismo lingüístico. El bárbaro no es más que aquel que no ve el mundo tal y como lo vemos nosotros, y la tentación de creer que hay visiones superiores e inferiores, percepciones más claras y menos de las cosas, a veces ha sido muy grande en nuestra cultura.

Sin embargo, cuantitativamente, en el conjunto de la diversidad lingüística del mundo, nuestra mirada gramatical es sólo una más, verdaderamente eficaz (como cualquier otra), y con un sentido de oportunidad y una vocación de universalidad grandes ciertamente, pero sin derecho a jerarquización. El avance de las lenguas indoeuropeas, y su correspondiente visión del mundo, ha tenido su impulso en el desarrollo histórico de este planeta, que no podemos cambiar y que no tendría tampoco por qué ser mejor si hubiera sido otro. A la adaptación al medio de nuestro tronco lingüístico se le ha sumado el ímpetu de sus hablantes, a veces arrollador, que ha llevado a todos los rincones del mundo el rumor de nuestra percepción de las cosas. Pero ese rumor se confunde en la sabana africana, en los campos de China, en los desiertos del Sahara, con la mirada propia de sus habitantes, y con su manera de clasificar el mundo, de darle nombre a las cosas, de dotarle de orden, que no es otra cosa que verbalizarlo, hacerlo gramática.

El mundo simplificado, globalizado lingüísticamente, es útil cuando uno sólo quiere intercambiar objetos, quincalla financiera. También para establecer los fundamentos de la comunicación instrumental, pero dejar morir una lengua es dejar morir toda la experiencia de una cultura, y lanzarse como un kamikaze a enseñar en inglés a nuestros alumnos, en vez hacerlo en nuestra lengua, es un suicidio social. Nadie está en contra de hablar inglés, ni ninguna otra lengua, antes bien, todo lo contrario. Cada lengua que hablamos ensancha nuestro horizonte humano, y la globalización debe atender, precisamente, a la diversidad, no a la reducción de la imagen del mundo que los nuevos colonos financieros y tecnológicos pretendan imponer. La defensa de la lengua es la defensa de nuestro pensamiento propio, y eso es lo que le quise explicar a mi lector crítico.

No hace falta siquiera salir de la propia para hacer evidente que la lengua crea la realidad. Victor Klemperer lo hizo magistralmente en su LTI La lengua del Tercer Reich que en otro lugar estudié.[13] Durante su encierro obligado en Dresde durante la guerra (Klemperer era judío, casado con una aria, por lo que no fue internado en un Lager, pero tuvo que esconderse desde la promulgación de las leyes raciales de Nüremberg) fue recogiendo las modulaciones que los jerarcas nazis imponían a la lengua alemana, y ofreciendo una constatación terrible, que la lengua era capaz de crear la realidad. Es un texto que todos quizás debiéramos leer para aprender las sutilezas del lenguaje político y del llamado “políticamente correcto” porque también la propia lengua puede hacer del mundo un infierno o un lugar habitable y humano.

El mundo no se ha globalizado por la tecnología que nos permite hoy cartearnos con China en una fracción de segundos, o hacer tratos comerciales con lejanos lugares. En India se han descubierto no hace mucho denarios romanos falsificados, los chinos también sabían de Roma en el siglo III después de Cristo, el gen nómada de los humanos no conoce geografías difíciles, la globalización cultural contemporánea tiene más la imagen de las legiones de César en Galia o Hispania, que la de la bondad del estado del bienestar occidental.


[1] QUEROL, José Manuel; ¡Fronteras! Estados, naciones, identidades, Madrid, Díaz&Pons (2016), p. 33 y 38.

[2] MAILIK, Kenan; “Letthem die” (nov. 2000) en http://www.kenanmalik.com/essays/die.html [Fecha de consulta, 28 de junio de 2017].

[3]Cfr. FILMORE, Ch. J.; Some Thought on Boundaries and Components of Linguistics, en: Bever, Thomas G., et al.; Talking Minds: The Study of Language in Cognitive Science, Cambridge, Mass. MIT Press (1984) pp. 73-108, p. 89.

[4] Cfr. PALMER, Gary B.; Lingüística Cultural, Madrid, Alianza Editorial (2000), p. 94.

[5] Cfr.Ibidem, pp. 265 y ss. El texto de de Eco corresponde a ECO, U.; (1989): El péndulo de Foucault, Barcelona, Lumen, p. 189.

[6] Cfr. PALMER,, G.; op cit. p. 129.

[7]Cfr. BREGMAN, Albert S.; Auditory Scene Analysis: The Perceptual Organization of Sound, Cambridge, Mas., MIT Press, (1990), p.43

[8]Cfr. CHAFE, Wallace; Some Things That Narravitives Tell Us about the Mind, en: BRITTON, Bruce K.; PELLEGRINI, A.D. (eds.); Narrative Thought and Narrative Language, Hillsdale, New Jersey, Lawrence Erlbaum, pp. 79-98. Pp. 80-84.

[9]Cfr. WIERZBICKA, Anna; “The Meaning of Color Terms: Semantics, Culture and Cognition” enCognitive Linguistics 1 (1990).

[10]Cfr. LAKOFF, George: Women, Fire and Dangerous Things: What Categories Reveal about the Mind, Chicago, ChicagoUniversity Press, (1987), pp. 92-93.

[11]Cfr. BASSO, Ellen B.; Western Apache Language and Culture: Essays in Linguistic Anthropology, Tucson, University of Arizona Press (1990), 1.

[12]Cfr. DENNY, Peter; CREIDER, Chet A.; “The Semantics of Noun Classes in Proto-Bantu” en: CRAIG, Collete (ed); Noun Classes and Categorization (1986) pp. 232-239.

[13] Cfr. QUEROL; José Manuel; Postfascismos, el lado oscuro de la democracia, Madrid, Díaz&Pons (2015). El texto de Klemperer tiene traducción al castellano: KLEMPERER, Victor; LTI. La Lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, Barcelona, editorial minúscula (2001)

1 comments on “Globalización y diversidad lingüística

  1. Excelente y clasificador artículo. Gracias por enseñarme tantas cosas.

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