Crónica

Mondoñedo en Nembrot

Antonio José Meilan, profesor de la Universidad de Oviedo, propone en esta crónica una perspectiva de Mondoñedo tal como aparece en la novela "Nembrot" de José María Pérez Álvarez.

/ por Antonio José Meilán /

Hay pueblos y ciudades que son y no son. Las visitas, las vagabundeas, hablas con sus gentes, te sientes más que a gusto en ese vagar, te llenan y cuando piensas en la visita, no sabes si aquella sensación, si aquella vivencia, si aquella conversación, si aquella plaza…fue real o no. Dudas. Sabes que fuiste, que estuviste allí, que escuchaste aquella historia y hablaste con su cronista oficial, pero cuando lo recuerdas, vuelves a dudar: ¿lo vi?, ¿lo hablé?, ¿lo oí? Es lo que pasa cuando vas a Mondoñedo. La pátina de la historia, que escribió Clarín, combinada con mitos y leyendas, a los que un gran escritor, el gran fabulador, Álvaro Cunqueiro, les dio algo más que una vuelta de tuerca: los volvió vida, literatura, realidad, sueño. Cunqueiro hizo de Mondoñedo y su entorno —la antigua Britonia—, un espacio literario. Sin Britonia, que existió (hubo obispos bretones, Maeloc, por ejemplo), es muy probable que no tuviésemos su ciclo de novela bretón. Él, desde niño, como cualquier mindoniense, oyó hablar de los bretones, que escaparon en barcos de la Bretaña francesa huyendo de las guerras de religión, y recalaron en la costa lucense asentándose en lo que hoy es Bretoña. Otro tanto se puede decir de su otra inmensa producción literaria de «retratos»: de menciñeiros, curandeiros, feirantes, xente de aquí e de acolá, etc., que surgen de las ferias otoñales de las San Lucas, instituidas por el Rey Alfonso VII en el mismo Decreto que le otorga el título de ciudad a un grupo de casas de madera, construidas en torno a una incipiente catedral. Mondoñedo entonces no era nada, pero este Rey –dicen– después de una noite tola de amor con una lugareña la puso en el mapa al mismo nivel que Toledo o Santiago. Y Cunqueiro la fue construyendo y remodelando novela a novela, poema a poema, verba a verba «Ti vello vento do Norte / e ti vella cidade amorosa! /Anceio cruzarme nas vosas esquinas».

Un buen día Horacio y Bralt llegan a Mondoñedo. Y lo hacen con niebla y «lluvia melancólica». Así son los más de sus días «Mondoñedo es sencillamente hermoso: dulce bajo el sol, enorme y melancólico bajo la lluvia» escribió don Álvaro. Y dejándose vagar por sus calles, se encuentran con Osozvi, y esgrimen toda una teoría sobre los días de la semana, a los que les ponen olor, y el pintor, color. Mondoñedo invita a ello. Es una ciudad hecha a su medida: pequeña, histórica, laberíntica, literaria, fantasmal —dicen en algún momento—. Una ciudad para soñadores y deambulantes como los protagonistas de Nembrot. Y como Nembrot novela, Mondoñedo es un espacio de realidades, sueños y ensueños. Literatura y vida: ciudad vivida y soñada. En esta novela tenía que estar Mondoñedo, si no le hubiese faltado algo. Cuando yo era pequeño, en la década de los 50, a la entrada y salida de la ciudad, en los letreros que la anunciaban, estaba escrito: «Silencio. Aquí está permitido soñar». Todos sabíamos que lo había escrito Álvaro Cunqueiro, que siempre llevaba el bolígrafo entre sus dedos. Cuando entraba en los bares a tomar su vino o por la tarde a degustar el café, de repente lo sacaba y en las servilletas o en el papel de los azucarillos escribía lo que le rondaba esos días por su maxín «llueve, llueve, llueve silencio y frío» pone uno de ellos. En muchos de estos escritos adelantaba sus poemas. La misma técnica que empleaba en algunos de sus artículos, en que nos contaba lo que estaba escribiendo o lo que pretendía escribir. Sus artículos: maravilla de maravillas literarias. Hay mindonienses que aún conservan como oro en paño estos retazos de sueños poéticos; como aquella pintada en el Cantón –hoy desaparecido– «miña rula, cola de cisne, envelleceremos xuntos, pero ti máis lentamente». La desaparecieron las obras pero no el recuerdo. En los bares, en las paredes, en la tertulia del casino, en sus paseos con los amigos sembraba al aire palabras y sueños, y construía Mondoñedo. Hay pueblos o ciudades así, que no fueron hechas por arquitectos, ni albañiles, ni carpinteros, ni picapedreros, ni urbanistas, fueron hechas por escritores, músicos y leyendas. Horacio y Bralt lo saben bien. Pasearon no por sus calles sino por entre escritores, versos, pintores, músicos, poemas. Y siguieron su estela: Leiras Pulpeiro, Noriega Varela, Cunqueiro, Pascual Veiga, Pardo de Cela… Y recitaron sus escritos, que es como hablar con ellos, sentirlos «Pro eu resucitarei que soio volven / os que recordan, compañeiros» dejó escrito Cunqueiro en su testamento poético. Y Mondoñedo revivía. Mira: este es el caserón de los Luaces y los Estoas donde se hospedó Alfonso VII aquella noche que nunca pudo olvidar, y por ello mandó a sus escribanos redactar un diploma “según usos e costumes da cidad de León”, y la hizo ciudad; y delante de la catedral hay restos de sangre rebelde, allí degolaron al Mariscal Pardo de Cela ante la presencia del obispo, quien vio cómo la cabeza del ajusticiado rodaba hasta la misma puerta de la seo repitiendo credo, credo, credo, «el as de bastos de la baraja gallega» lo llamó don Álvaro. En las noches de vendaval su alma brúa por las rúas de la ciudad y por toda la mariña luguesa. Y allí, en la huerta del palacio episcopal, Fray Antonio de Guevara escribió su Menosprecio de corte y alabanza de la aldea. Y un poco más allá se retiró a una cueva el Rei Cintolo a penar por un amor que nunca más volvería a poseer. Y allí sigue. A veces los que entran a visitarla escuchan sus lamentos. Y en la imprenta Sucesores de Mancebo, que vienen siendo “sucesores” de aquella imprenta ambulante del siglo XV, escribía Cunqueiro entre tertulia y ruido de máquinas, los artículos que mandaba a La Voz de Galicia. Este es el Mondoñedo que pasearon y sintieron Horacio y Bralt. Y en su deambular, se encontraron con el mago Merlín, que tiene nombre cristiano: Manolo Montero. El librero de cámara de don Álvaro. En su librería platicó tanto el escritor que al librero le pasó como a Alonso Quijano con las novelas de caballería. Cunqueiro lo trastrocó de tal manera con las aventuras del Sochantre y del Mago Merlín que decidió convertirse en Merlín. No le gustó la figura del Sochantre porque dijo que era más real y por tanto más vulgar: «sochantres los hay a patadas en Mondoñedo, y magos solamente yo». Cunqueiro en una ceremonia entre orujo y queimada, lo invistió de todos sus saberes y prodigios. El librero se fue al sastre más prestigioso de la ciudad y le encargó una serie de trajes, que pone según los días de la semana. Y ataviado con todos sus ornamentos, discurseó ante Horacio y Bralt. Y se despidió con la contraseña: Dominus vobiscum / -et cum spiritu tuo, siguiendo el mandato de don Álvaro de que la ciudad de Mondoñedo «es rica en pan, augas i en latín». Todo tiene su aquel cunqueiriano. Y la teoría del prostíbulo, que a Bralt le sonaba a Onetti en Juntacadáveres, la recuerda don Álvaro en Merlín y familia «Mondoñedo.- Ciudad de Galicia, nombrada en el prólogo del «Quijote» por poner Cervantes cita de famosas cortesanas…» y transcribo al Genio de los Ingenios «si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito». Horacio y Bralt también elucubraron largo y tendido sobre la procedencia del Rey de las tartas. Una ciudad episcopal no puede existir sin buena repostería. Y aunque no se crea, el repostero mayor de la ciudad ha sido el obispo Guevara. De él se dice que fue el inventor de la tarta de Mondoñedo. Viene de entonces y de sus manos, y que,  a imitación del rosetón de la catedral, está hecha con «tres productos distintos (bizcocho, cabello de ángel y almendra), pero con un solo sabor verdadero». Todo muy sacro. Es probable. Mondoñedo real e inventada. Por eso Horacio y Bralt se marchan con nostalgia de la ciudad. ¡La nostalgia! «Muchas veces yo tengo nostalgia de mi país, Laertes. Me viene el mal al atardecer, en otoño porque se van las golondrinas, en enero porque florecen los almendros, en mayo porque canta la calandria, en julio porque el viento trae a la terraza de mi casa pétalos de amapolas» don Álvaro. La maldita nostalgia, que nos devuelve la vida, la ciudad, los recuerdos, en sueños, y que, a veces, lo deforma todo. ¿Existe o no Mondoñedo? Quien lo sabe.

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