Narrativa

El dulce lamentar de Foster Wallace

Hoy se cumplen nueve años del suicidio de David Foster Wallace en su casa de California. No se agota nunca la lectura de un clásico y él va camino de serlo.

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Retrato de DFW realizado por Alejandro Basteiro.

Lectores y editores nos resistimos a cerrar la carpeta DFW.  No se agota nunca la lectura de un clásico y David Foster Wallace  ( Nueva York, 1962 – California, 2008) va camino de serlo. Cada vez que aparece un ramillete de inéditos o una reedición, contagiados por su propio pulso, se vuelve a escribir de forma casi torrencial sobre su narrativa, pero que eso sea bueno o malo, excesivo o sugerente, depende exclusivamente del nivel de lectura. Meses después de la reedición de La broma infinita con motivo del 20º aniversario de su publicación y del acopio de inéditos y no inéditos bajo el título David Foster Wallece portátil, en el noveno aniversario de su muerte todavía es posible ofrecer una lectura inteligente y novedosa de esa literatura llamada David Foster Wallace. El dulce lamentar de Foster Wallace (que veinte años sí es nada) de Javier García Rodríguez e Ingenio infinito de Juan Francisco Ferré dan muestra de ello.


El dulce lamentar de Foster Wallace (que veinte años sí es nada)

/ por Javier García Rodríguez /

Me atrevo a decir que según lo que uno sienta con respecto a “Octeto”, se convertirá o no en lector de Wallace, porque en realidad lo que nos pide es que tengamos fe en algo que le es imposible determinar finalmente dentro del lenguaje: ‘la intención de la conciencia que se esconde detrás del texto’.

Zadie Smith

Imágenes de David Foster Wallace

En la película Amor y letras (Liberal Arts), La broma infinita aparece como libro favorito del personaje interpretado por el actor Josh Radnor, también guionista y  director de la cinta, y a la sazón compañero de Jason Segel en la conocida serie que ambos han protagonizado a lo largo de los últimos años Cómo conocí a vuestra madre (Segel encarna más que dignamente a David Foster Wallace en The End of the Tour)[1]. El personaje de Radnor, un treintañero que vuelve a su alma mater para participar en el homenaje a su mentor a punto de jubilarse, conoce allí a una joven estudiante (brillante Elizabeth Olsen en este papel) que le hace replantearse su presente, recordar su pasado y encarar su futuro a partir de premisas distintas. La broma infinita [2] es en la película, de hecho, aunque no se cita explícitamente, el libro que lee de manera obsesiva un estudiante depresivo con poco aprecio por su propia vida; y también el libro que había sido quince años atrás un shock en la existencia del entonces estudiante universitario y hoy responsable de variados asuntos administrativos en la burocracia universitaria, y que, suponemos, le empujó a ser el escritor que finalmente no es. En una conversación de café, el estudiante angustiado que lee a David Foster Wallace y el protagonista aparentemente frustrado mantienen una conversación sobre La broma infinita y sobre el suicidio de su autor. Amor y letras se rodó en el Kenyon College, donde David Foster Wallace dio su famoso discurso This is Water.[3] El libro se publicó originalmente en inglés en el año 2009, recién fallecido su autor, pero cuando era ya, paradójicamente, un “libro” conocido. La explicación resulta bien sencilla. El discurso de graduación que Wallace había dirigido en 2005 a los entusiasmados alumnos del Kenyon College (y que constituye el material escrito de Esto es agua, había sido a esas alturas —ahora más aún, claro— ampliamente escuchado, subtitulado, traducido, citado, sampleado, editado, manipulado en mil maneras distintas. Circulaban por internet versiones de todo tipo en audio, en vídeo, o que simplemente transcribían el contenido del discurso, que se había convertido, al fin y a la postre y no sé si a su pesar, en el testamento vital del maestro de la muy extensa congregación wallacista que existe a lo largo y ancho de universo orbe. La edición que presenta Literatura Random House, que emula en formato y diseño a la original de Little, Brown and Company, viene a tratar de encauzar Esto es agua en las márgenes de la canonicidad wallaceana (lo traduce EL traductor de Wallace: Javier Calvo, que es, en español, la VOZ del autor) y trata de apartarlo de las manos de los fanfictioners que lo canalizan a través de otros medios y de otros formatos. Vano afán, me temo. Wallace tiene lectores pero también tiene groupies, como una estrella del rock. Esto es agua funciona mejor como discurso que como texto escrito. En este último formato deviene en ocasiones en un texto de autoayuda muy poco exigente. Esas mismas palabras, escuchadas en la voz de Wallace (su tono, sus silencios, sus carraspeos, sus dudas, sus vacilaciones, su modulación) alcanzan niveles que sin mucha dificultad podemos calificar de “líricos”. Wallace era un retor, un conocedor de las técnicas oratorias más complejas y refinadas, y sabía manejarlas a su antojo para persuadir y emocionar al auditorio (él mismo había dicho de Mick Jagger que era un retor). Y era también un amante de la autoexploración, de la ironía, de la autoconsciencia, aunque en muchas ocasiones quisiera desvincularse de estos modelos de pensamiento y de estas premisas vitales. En esta tensión expositiva y narrativa es donde se mueve Esto es agua. Sabe que no puede poner paños calientes a lo que se les viene encima a los recién graduados en cuanto salgan al “real world”, y por eso reflexiona agudamente sobre la vida, sobre las Humanidades al inicio del milenio, sobre la educación y sus valores, sobre la cultura, sobre el lenguaje, sobre la ficción como medio de supervivencia. Y lo hace sin pontificar, sin ponerse como ejemplo, sin manipular al auditorio más allá de lo estrictamente necesario en el género que maneja, sin que le venza la vena irónica pero sin vender valores absolutos que no contengan en su médula su contrapunto ni echar la vista atrás en forma de consuelo o proponer la novedad como arbitrario criterio para la valoración. La excelencia personal dentro de una dinámica social transformadora, la educación superior en una época de desencuentros, la capacidad de juicio, la búsqueda de un sentido moral y cívico a las acciones individuales, la voluntad de elegir (“Si de verdad has aprendido a pensar, a poner atención, entonces sabrás que tienes otras opciones”) y el lenguaje, siempre el lenguaje como herramienta de indagación y de comunicación, son los principales asuntos a los que se enfrenta Wallace y a los que enfrenta a los graduados de Kenyon dirigiéndose a ellos directamente, interpelándolos con su propio lenguaje. El agon constante contra la banalidad, contra el cliché, contra la cultura de la queja como propósito vital son pilares de Esto es agua. Nada distinto a lo que el autor hizo durante sus treinta años de creación literaria. La vida adulta como búsqueda, en su caso. Resultó más trágico que cómico Wallace: nadie con su capacidad para la ironía y para el absurdo, pero nadie más mediatizado por la vivencia del temor y de la compasión.

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DFW durante el discurso de graduación en el Kenyon College

Porque lo hemos visto, no tenemos que imaginarnos a David Foster Wallace ante su auditorio, sudoroso y con los nervios a flor de piel, tanteando la respuesta de la audiencia, tratando de hacer ver a aquellos jóvenes, a los que tan bien conocía porque convivió con ellos durante muchos años de docencia, la existencia de un clic vital igual que creía en un clic literario que convertía un texto en una obra de arte que tiene un valor real para el autor y para los lectores. La ficción como un tipo extremo de felicidad pero no tan simple como para creer en la simpleza de la existencia. Y planteando, a la vez, con convencimiento, que nada envenena más el alma (¡y él creía en la existencia del alma, eso es seguro, por eso la buscó con ahínco!) que la rutina y el dejar que otros elijan por uno mismo. Obsesivo y siempre alerta —quizá demasiado, quién sabe—, David Foster Wallace, que tantas veces encontró el clic, también eligió, tratando de tomar conciencia de sí mismo y de su entorno, tratando de encontrar la respuesta que hacen los peces que solo se dejan llevar por la costumbre, quiero decir por la corriente: “¿Qué demonios es el agua”?

Precisamente es en la revista del Kenyon College, donde el guionista y director de la película Amor y Letras, Josh Radnor, respondía así en una entrevista a la pregunta de si él creía que el protagonista se esconde en los libros:

Se esconde en los libros, sí, está desconectado del mundo, lo cual es, para mí, lo contrario al objetivo primordial de la literatura. Hay un asunto que recorre toda la película, y es acerca de este libro enorme que está leyendo este chico del campus. No es difícil de descifrar: se trata, claramente, de La broma infinita de David Foster Wallace. Jesse cita a Wallace, quien decía que el propósito de la ficción es luchar contra la soledad. Jesse dice algo sobre la paradoja de cómo perder la mayoría de tu tiempo con un libro de mil cien páginas puede mejorar tu vida social. ¿Cómo repartes tu tiempo entre leer sobre la vida y vivir la vida? Y creo que sucede lo mismo con escribir sobre la vida y vivir la vida. Eso es algo contra lo que siempre estoy luchando.


A ambos lados del escaparate (no exhaustivo)

La publicación de su última colección de ensayos, En cuerpo y en lo otro [4], en 2013 acompañó ese mismo año a la muy esperada traducción española de su primera novela, La escoba del sistema[5] editada por el sello malagueño Pálido fuego, que había publicado unos meses antes el volumen de Conversaciones con David Foster Wallace[6] del profesor norteamericano Stephen J. Burn. La esperada biografía preparada por D. T. Max Todas las historias de amor son historias de  fantasmas: David Foster Wallace, una biografía[7] adelanta lo que sin duda será el paulatino desembalaje físico y sentimental de los archivos del autor (¡cómo le habrían gustado esos programas de televisión donde se subastan trasteros!) depositados por su familia en la Universidad de Texas (ya tenemos varias muestras: cartas, guías docentes de las asignaturas impartidas, etc.)[8]. También ha visto la luz en español el estudio Todo y más: una breve historia del infinito,[9] fruto de las investigaciones académicas de Wallace en el ámbito filosófico. Todo ello desde que en 2011 se publicara El rey pálido[10] (esa obra tan wallaceana, tan inacabada, esa obra que “viene a ser más una autobiografía que ninguna clase de historia inventada”, esa obra que no convenció a los miembros del jurado del Premio Pulitzer, que prefirieron dejar desierta la categoría de “Fiction”).

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Mientras tanto, David Foster Wallace es, cada vez más, personaje. Sujeto y objeto. Sujeto de biografías y objeto de contundentes opiniones. Generador de controversias. Personaje de ficción. Zadie Smith habla de su genialidad en uno de los ensayos de Cambiar de idea[11]. Bret Easton Ellis lanza en The Guardian andanadas dañinas a destiempo sobre el autor y sus lectores (y se cobra, de paso, las deudas con las opiniones de una lejana entrevista de Wallace con Larry McCaffery en 1993). Jonathan Franzen vende Más afuera, su último libro de no-ficción después de su aclamada y neobalzaquiana Libertad, aprovechando el tirón de su último viaje con las cenizas del amigo muerto (“Después, la persona deprimida se quitó la vida, de un modo calculado para infligir el máximo dolor a aquellos que más lo querían, y nosotros, quienes lo queríamos, nos quedamos con una sensación de rabia y traición”). Y no es difícil entrever la figura o la contrafigura de David Foster Wallace en alguno de los personajes[12] de las novelas recientes de Jeffrey Eugenides (La trama nupcial) y de Jonathan Lethem (Chronic City, donde aparece una novela titulada La bruma indistinta).

Ya hemos podido ver The End of the Tour, la versión cinematográfica del libro Although Of Course You End Up Becoming Yourself: A Road Trip with David Foster Wallace (Aunque al final acabas convirtiéndote en ti: un viaje de carretera con David Foster Wallace), del reportero de la revista Rolling Stone David Lipsky. Este libro, así como la película que lo adapta al lenguaje cinematográfico y lo convierte en imágenes, recoge el viaje que Lipsky, periodista musical, realizó acompañando a David Foster Wallace durante la promoción de La broma infinita. El largometraje está dirigido por James Ponsoldt, director de la premiada The Spectacular Now, a partir de un guión adaptado por Donald Margulies. Jason Segel (The Muppets, Freaks & Geeks) dará vida —qué ironía— al autor neoyorquino, acompañado de Jesse Eisenberg en el papel de Lipsky[13].

Resulta verosímil plantear, pues, que el rodaje de esta road movie sobre la gira de un escritor “de culto” y basada en las vivencias de un reportero musical, responda a una necesidad de kurtcobainización del personaje de Wallace, esa especie de canonización laica pero no por ello menos ritual de aquellos aspectos que hacen del personaje un icono, un símbolo,  aquellos rasgos que mejor se avienen al culto, pero que ocultan u oscurecen otros muchos de su personalidad poliédrica. Es una hipótesis, en cualquier caso. No es distinto lo que algunos otros documentos recientes han hecho con la figura del autor que presentó como tesis de licenciatura una novela como La escoba del sistema. La canibalización del animal sacrificial, del agnus dei simbólico, del semejante-otro (como el relato aquel del niño sabio al que la tribu enaltece y manipula), el aprovechamiento de los manjares o de los productos de casquería que ofrece para disfrute de sus acólitos o de sus detractores e impugnadores, forman parte del proceso para elevar a los altares a Wallace (se ha ido organizado una especie de Positio Super Vita et Virtutibus et Fama Sanctitatis: documentos y testimonios para canonizar a un “hombre de iglesia”, con sus consabidos abogados del diablo) o para convertirlo en chivo expiatorio, como han hecho los seguidores de la teoría conspirativa que desacredita por falso todo lo que emerge de él y de su obra, y, por tanto, abominan de ambos[14]. ¿Un ejemplo? Weeds es una serie de televisión creada por Jenji Kohan y dirigida por Matt Shakman para la cadena norteamericana Showtime. Protagonistas. En ella, Mary-Louise Parker es Nancy Botwin, una joven viuda que  vende marihuana para sobrevivir con un nivel de vida alto en un barrio pijo de la ficcional ciudad de Agrestic. En el episodio 11 de la quinta temporada, titulado “Ducks and Tigers”, el personaje interpretado por Hunter Parrish, Silas Botwin, hijo de Nancy y adolescente obsesionado con las relaciones sexuales, comienza a leer La broma infinita para llevarse a la cama a una compañera. Sátira, humor negro. Weeds significa malas hierbas, hierbajo, tabaco, ropa de luto. El verbo weed out es arrancar plantas. Y en sentido figurado significa eliminar. Todo muy fosterwallaciano, pero en los últimos mes de su vida, David Foster Wallace veía en familia deuvedés con capítulos de The Wire.

Y luego está Harold Bloom, que los mata bien muertos, quien dijo en una entrevista a Lorna Koski para la revista Women’s Wear Daily:

“¿Sabe usted? No pretendo resultar ofensivo, pero La broma infinita es simplemente malísima. Resulta ridículo tener que decirlo. No sabe pensar, no sabe escribir. No se percibe ningún talento […]. Stephen King es Cervantes comparado con David Foster Wallace. [Wallace] parece haber sido una persona muy sincera y muy problemática, pero eso no significa que su lectura tenga que ser un sufrimiento para mí”.[15]

Harold Bloom, chef impoluto, aliñando su ensalada de canónicos con vinagre balsámico. Todos a dieta.


Más adentro

El niño del Midwest viciado con la televisión, el adolescente adicto a la marihuana, el muchacho desgarbado, atacado por un acné pertinaz y una sudoración extrema, que avanza por el pasillo de su colegio mayor con el albornoz sucio y abierto, la bandana en la cabeza y las botas Timberland desatadas, taconeando camino de la —enésima— ducha del día. El joven obsesionado con el lenguaje y con el sexo, empeñado en la tarea de “encajar” en la vida universitaria de la Costa Este. El brillante estudiante que compagina tareas académicas de resultados extraordinarios con procesos depresivos que le obligan a regresar a su casa para recuperarse. El escritor incipiente. La conciencia autorial, tan presente en David Foster Wallace desde muy pronto (probablemente desde el proceso de escritura de La escoba del sistema) En una carta enviada a Harper’s, a cuenta de la publicación de alguno de sus relatos o reportajes en esa revista, y de las posibles manipulaciones que pudieran producirse en esa publicación, escribe:

Este es el trato. Le doy a usted la bienvenida para hacer las lecturas que usted desee. Pero le pediría que ni usted (ni la señora Rosenbush, a quien respeto pero temo) no manipulen este texto como si fuera el trabajito de un estudiante de primero de carrera.

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Anacronía hermenéutica  

La recepción crítica de la obra de David Foster Wallace en España es un caso de anacronía hermenéutica. Hablar hoy La escoba del sistema como una “novedad”[16] contraviene las leyes de la linealidad interpretativa y obliga a narrativizar la producción literaria de Wallace en una analepsis analítica que no solo altera la secuencia cronológica, sino que desbarata la cómoda y tradicional lectura causa-efecto y de acumulación y/o superación de criterios y técnicas. El lector (en) español de DFW, que ya había pasado por los ensayos y opiniones, por los relatos, por las novelas éditas, inéditas, infinitas, pálidas y póstumas, llega ahora al origen de todo, al big bang creativo de una propuesta narrativa, estética, filosófica y vital cuyo alcance aún no atisbamos a divisar. Porque, claro, cuando despertamos, La escoba del sistema YA estaba allí. La época —1987— en la que Wallace clamaba en el desierto: “La narrativa o mueve montañas o es aburrida; o mueve montañas o se sienta sobre su propio culo”.

Novela escrita entre 1984 y 1985 como tesis en el Amherst College, La escoba del sistema, queda definida por su jovencísimo autor en la primera carta (escrita a máquina, firmada en mayúsculas: Wallace siempre parece escribir en mayúsculas) dirigida a su futuro agente literario, Fred Hill: “He sido informado por personas entendidas de que (…) no es solamente entretenida y vendible, sino verdaderamente buena”. Entretenida, vendible, verdaderamente buena. No es hora ya, lo sabemos hace tiempo, de sacralizar la opinión que sobre su obra tiene el autor (esté muerto, como decía Barthes o esté de parranda, como rumbeaba Peret en El muerto vivo). Pero sí llama la atención cómo publicita Wallace su primera novela, qué atributos  le concede, cómo conjuga criterios estéticos o intrínsecos difícilmente mensurables por su indefinición esencialista (“verdaderamente buena”) con otros criterios (“entretenida”, “vendible”) que parecen aplicarse mejor a otros productos culturales: el mercado, ya se sabe. Pero así era el joven Wallace. Alguien a quien nos imaginábamos —ahora lo sabemos por su biografía— debatiéndose entre la ficción y la investigación, entre la novela y la filosofía, entre la creación y la lógica matemática; alguien excesivo en todo, en los argumentos y en la sintaxis, en la interiorización y en el mundo (y en los demonios y en la carne); alguien obsesivo con el lenguaje y que puso palabras a las obsesiones; alguien fascinado por las imágenes, náufrago ante el televisor, deudor de la publicidad, devoto del consumo y de las conspiraciones, clásico, moderno, técnicamente superdotado, wonder boy. Y todo ello está en La escoba del sistema. La imaginación apabullante, inmoderada, deslumbrante. El estrafalario elenco de personajes, con sus nombres alusivos: Proctor, Biff Diggerence, Metalman, Sealander, Spaniard, Vigorous, Splitstoeser, Neil Obstat, Foamwhistle, Bombardini, la cacatúa Vlad el Empalador (pajarraco malhablado y soez convertido en vocero de Dios). El inaudito muestrario de espacios abiertos y cerrados: el Gran Ohio Desértico —GOD— creado artificialmente; la centralita telefónica siempre al borde del colapso, siempre confundiendo las llamadas; la residencia de donde escapan los ancianos encabezados por la siempre presente y siempre ausente bisabuela Lenore: mismo nombre, misma búsqueda. La entrópica amalgama de relatos adictivos (de adictos, sobre adicciones, adictivos para el lector), directos (a veces sin que sepamos quién es el autor), indirectos (las delirantes conversaciones con el psiquiatra, aún más desquiciado que sus pacientes), intercalados (Rick se justifica, se reivindica, contando historias, y así trata de anular su impotencia sexual: moderna Sherezade, si sigue contando  historias en la cama, en el coche, en el desierto, no morirá, o impedirá que su chica se vaya con otro). La búsqueda de la abuela Lenore es un gigantesco macguffin que nos trae y nos lleva por la filosofía de Wittgenstein, por la compleja sacralización del marketing, por las endemoniadas relaciones familiares (la figura paterna, el hermano Anticristo), por la casualidad extrema travestida en lógica lúdica. Como si Pynchon hubiera decidido crear una opereta bufa y demostrar que conoce todas, todas, todas, las técnicas narrativas descubiertas hasta el momento. Una macedonia de frutas que cuando amenaza con empalagar con el almíbar, se rebaja con un toque de licor que raspa en la garganta.

Es imposible leer La escoba del sistema sin hacer proyecciones de futuro que, paradójicamente, ya hemos visto cumplidas. Al leer esta novela, intuimos que aquí estaba todo Wallace. Estaba todo, pero faltaba mucho. El mismo dijo en 1987. “El camino es largo y duro. Escribir es lento y difícil. Tengo la esperanza de que nada de lo que he hecho hasta ahora me impida seguir mejorando. Esperemos no tener cincuenta y cinco años y estar haciendo lo mismo”. No hay moraleja en esta historia.

Quizá convenga repetirlo:

Pero así era el joven Wallace. Alguien a quien nos imaginábamos —ahora lo sabemos por su biografía— debatiéndose entre la ficción y la investigación, entre la novela y la filosofía, entre la creación y la lógica matemática; alguien excesivo en todo, en los argumentos y en la sintaxis, en la interiorización y en el mundo (y en los demonios y en la carne); alguien obsesivo con el lenguaje y que puso palabras a las obsesiones; alguien fascinado por las imágenes, náufrago ante el televisor, deudor de la publicidad, devoto del consumo y de las conspiraciones, clásico, moderno, técnicamente superdotado, “wonder boy”.

La imaginación apabullante, inmoderada, deslumbrante.

Cuando Frank Kermode postulaba la existencia del sentido de un final para la ficción, una clausura, un cierre semántico que contuviera (en todos los sentidos posibles: recoger/controlar) las líneas argumentales, y las devolviera cuidadosamente al almacén precintado de los objetos potencialmente perniciosos, estaba mirando de reojo los “desmanes” posmodernos. De estos “desmanes” es heredero David Foster Wallace, aunque con unas derivaciones formales y semánticas que lo alejan de la posibilidad de convertir todo en artificio retórico. Dominador como ningún otro miembro de su brillante generación (sea Next, Quemada o McSweeney’s, a estas alturas ya da igual) de la técnica narrativa, su triunfo fundamental no se produce —solo— en este ámbito, sino en el de la profundización en los miedos y obsesiones del ser humano en la época en la que le tocó vivir. Y en esos miedos y en esas obsesiones no hay líneas argumentales que se cierren. El propio autor lo explicaba de esta manera al referirse al modo en que se enfrentaba al concepto tradicional de “argumento”:

Y creo que no quise completar varias tramas cuidadosamente dentro del marco del libro principalmente porque bastante del entretenimiento comercial con el que crecí hacía eso y no se trata de algo del todo real. Es un tipo de técnica falsamente satisfactoria para redondear varias cosas que van sucediendo…

Resulta más que evidente a estas alturas que las técnicas falsamente satisfactorias no convencían a David Foster Wallace como fórmula narrativa para cerrar o completar las tramas. Por lo que parece, ni en la literatura ni en la vida. Las tramas siguen abiertas.


Narrar y cómo

Al lector que es capaz de no desfallecer, de no hastiarse, de no desesperar, de no huir a espacios más aireados, a lugares más tranquilos (que son, al mismo tiempo, ya se sabe, más aburridos y menos productivos); al que tolera el embaucamiento, las piruetas, los meandros del sentido, el sinuoso y perverso placer del autor por lanzarle a un abismo de palabras; al que persevera en la esperanza de que el relato se eleve por encima de la frialdad de los datos y de la aparente objetividad de la estadística… se le ofrece la descarnada e inevitable imagen de un hombre angustiado y autoconsciente, anodino y pusilánime, incapaz de mostrarse, replegado en su nada y cobarde. Replegado en su cobardía y nada (más).

Y poco importa si después Wallace enfrenta a los personajes a la vacuidad de un trabajo repetitivo y poco gratificante, al engaño elevado al cubo de la publicidad y sus artimañas, a los deseos de acabar con todo(s), a la conciencia del fraude de un existir impostado, al reflejo de una identidad no asumida, a la frustración social, al miedo, a la vida adulta, a la soledad, a la desolación. Habla siempre Wallace del mismo personaje, aquel que (sobre)vive inmerso en las falacias de lo que sin asomo de ironía llamaremos el mundo actual. Por eso su prosa —su hipertrofiada prosa puntillosa y rizomática— apuesta por saltar constante y sorpresivamente de la objetiva demoración en los detalles ínfimos, aquellos que la atención desprecia precisamente por cotidianos, a radicales (y aquí el adjetivo no es accesorio) flujos de conciencia que ponen en crisis no solo la perspectiva superdetallista y el hiperrealismo sensorial (un puntillismo que a veces se vuelve, por excesivo, un tanto cargante), sino también los valores personales y colectivos, y la dinámica del propio relato. Una conciencia así, alerta y funcionando, crea voces, permite la mirada del otro, se contradice, evita los desenlaces (los previsibles, pero también los imprevisibles) y soluciones, no trata distinciones entre asuntos menores y grandes cuestiones, ahorra diatribas y consejos, y desmonta (¿deconstruye?) edificios casi sagrados (el psicoanálisis, la publicidad, la vida adulta). Una conciencia así, alerta y funcionando, aporta en cada relato la oportuna crítica social (que a veces se transmuta en crítica cultural), la implicación emocional justa (estamos hablando de Wallace, no se olvide) y el escaparate de novedades “casual wear” de lo que viste el sujeto en los tiempos hodiernos.

Nadie escribe como Wallace. No es esta afirmación —solo— un juicio de valor. Es cierto que el elevado y elitista intelectualismo, el marcado distanciamiento irónico, el datismo perpetuo (a Wallace siempre el sale el scholar brillante que lleva dentro), la incontinencia verbal, narrativa y argumental, la demoración o escamoteamiento en el desenlace, el humor corrosivo y displicente, la ausencia de compromiso más allá de lo puramente literario o el interés por lo más actual, pueden provocar que el lector se irrite. Pero ese es también el modo narrativo wallaceano: precisamente todos estos elementos son los que permiten alcanzar un mínimo grado de verosimilitud que de otra manera sería difícilmente justificable (el arriesgado y escatológico relato final de Extinción[17], “El canal del sufrimiento”, es excelente prueba de lo dicho; y también de la fatuidad del arte y sus alrededores).

Wallace es un sentimental. Todo el material que acumulan sus relatos, con sus detalles banales y su objetividad simulada, su verismo distanciado y su logos prescindible, es una excusa para hablar de las personas y de por qué son como son. La enfermedad de sus personajes no es la desorientación, la angustia, el insomnio, los problemas mentales, las tendencias suicidas o asesinas, o la incapacidad de amar; la enfermedad es tomar conciencia de la imposibilidad de explicar(se), de narrar(se) en palabras sencillas y en construcciones tranquilizadoras. Narrar y cómo. He aquí la tarea que (nos) espera.


Wallace se divierte (cuando ensaya)

Literatura es lo que hace Wallace aunque en ocasiones sea agotadora o irritante la superabundancia de desarrollos y de informaciones (la mirada constantemente oblicua, la digresión ingenua, el detalle insignificante hecho nudo). Literatura, aunque la mirada pretendidamente irónica devenga condescendiente. Literatura, porque la digresión ingenua es un hilo más de la maraña narrativa wallaceana. Literatura, porque el detalle no es adorno, sino tesela. Hay una faceta deslenguada y un poco punk en el ensayista David Foster Wallace: es la que le permite escribir crónicas, reportajes, reseñas y sesudos textos académicos transmutado en una mezcla imposible de Chomsky, Bart Simpson y un redactor terrorista del Reader’s Digest. Dadme un asunto y moveré el mundo, parece exclamar el posgrunge narrador y profesor universitario (entre repelente empollón y plasta sabelotodo), que, por lo que parece, ha decidido no renunciar a convertirse en un Pepito Grillo del Medio Oeste pasado por la túrmix de lo trasmoderno/posmoderno y del afterpop pangeico de las playas californianas. Las informaciones y los argumentos van desarrollándose en Hablemos de langostas[18] en el falso objetivismo de la erudición académica, como en “La autoridad y el uso del inglés americano”, donde Wallace despliega toda una batería de tesis, antítesis, análisis, datos, verborrea y jerga hipertróficamente académica, pero incardinándola en una narración secundaria —subterránea— de carácter autobiográfica; o también en el reportaje/crónica en el que Wallace es un maestro, como había demostrado en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer[19]: si allí destacaban las andanadas contra Ronald McDonald, los cruceros de lujo y la feria estatal de Illinois, aquí sobresalen el seguimiento de la ceremonia de entrega de los “porno-oscar” (lo que le permite una reflexión acerca de este altermundo y su extravagante y particular concepto del glamur), el recuperado trabajo “Arriba, Simba”, un texto que había sido publicado sólo en versión electrónica y que ofrece la personal visión de DFW sobre la fallida campaña electoral del senador John McCain y la inevitable mirada satírica, de humor arrojadizo, sobre una celebración multitudinaria y, a su juicio, inexplicable: la fiesta de la langosta en el estado norteamericano de Maine. El porno, la política, las celebraciones; si yo quisiera simplificar, diría que son el cuerpo y el alma de los Estados Unidos: algo perfecto para USA(r) y tirar.

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Junto a estos textos mayores –en extensión y en profundidad‒, Wallace incluyen, siguiendo el esquema que tan buenos resultados le diera en Algo supuestamente divertido…, otros ensayos y opiniones más breves sobres aspectos menos populares (en Wallace siempre están a la gresca la cultura “pop” y la “high” cultura, en un intento de conciliación aún inalcanzable, nunca deseable, probablemente innecesario), como una penetrante reseña de la novela de Updike Hacia el final del tiempo (que le sirve para crear una rutilante y demoledora categoría de los Grandes Narcisistas Norteamericanos: Mailer, Roth, etc., ensimismados y yoístas), otro ensayo sobre la poco previsible posibilidad de que Kafka fuera un humorista, y el demoledor “La vista desde la casa de la señora Thompson”, una carga de profundidad sobre la generación social del miedo –el “Horror”, lo llama Wallace‒ con el trasfondo de los ataques terroristas.

En realidad, poco importa de qué esté hablando David Foster Wallace: para él, toda manifestación cultural-popular exige una comprensión más allá de su propia evidencia. Y después, claro, el lenguaje –el estilo, si se quiere‒. Ahí es donde Wallace termina por imponerse a todos: la sintaxis de ida y vuelta, la adjetivación imprevisible, la anotación sorpresiva, los juegos de la inteligencia. Un ejemplo:

(…) invoca el anonimato capaz de matar el alma de las cadenas de hoteles y la terrible naturaleza idéntica y transitoria de las habitaciones: el omnipotente diseño floral de las colchas, las lámparas múltiples de pocos vatios, los tediosos cuadros atornillados a las paredes, el susurro esquizoide de la ventilación, la triste moqueta de pelo largo, el olor a productos de limpieza alienígenas, los kleenex que salen del receptáculo de la pared, la llamada del despertador automatizada, las cortinas a prueba de luz, las ventanas que no se abren… nunca”. El mundo, parece decir Wallace, es una habitación de hotel donde estamos invitados a estar de paso.

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David Foster Wallace (Take Away)

La liturgia de las efemérides y de los números redondos ha propiciado una edición conmemorativa de La broma infinita a los veinte años de su edición original. Veinte años ya de Infinit Jest, de nuevo ofrecida con todas sus páginas y todas sus notas a pie de página. Con todas sus adicciones, sus distopías maltrechas, sus países inexistentes, sus personajes enfermos, su sociedad trastornada, sus relaciones humanas con suturas a punto siempre de abrirse, con su humor descabellado, su insolencia, sus rupturas formales, su excesivo talento y su excesivo todo. Además, al crítico de New Yorker James Wood no le gusta demasiado David Foster Wallace. Mondadori ha aprovechado la celebración para poner en el mercado el volumen David Foster Wallace Portatil: Relatos, ensayos y materiales inéditos, variante española del original de 2014 David Foster Wallace Reader. Recoge este libro algunos materiales inéditos de Wallace (el relato “El planeta Trilafon y su ubicación respecto a Lo Malo” y los “Materiales lectivos” de las distintas épocas docentes del escritor, presentados y contextualizados por su madre, también profesora). Junto a estos inéditos, la edición española selecciona algunos de los relatos de ficción y de los ensayos de no ficción más importantes o conocidos de Wallace, que aparecen aquí acompañados por breves textos introductorios de Javier Calvo, Luna Miguel, Antonio J. Rodríguez, Rodrigo Fresán, Leila Guerreiro, Alberto Fuguet, Inés Martín Rodrigo y Andrés Calamaro (que aporta dos poemas que sirven de epílogo), además la nota preliminar de Claudio López de Lamadrid.

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Jonathan Franzen & David Foster Wallace


Ejercicio de imaginación

Jonathan Franzen en su adosado de Más Afuera, descansando por un momento de la escritura de una “Great American Novel” (otra más), frotándose las manos como un cura rijoso, a la espera, dando las gracias por vivir, por estar vivo, y pensando: “Yo al menos tengo alguna posibilidad de ganar el Premio Nobel. Tú estás muerto, man”. Mientras, al tiempo que despide a su mujer, montada ya en el Volvo™ familiar para recoger a los niños de su entrenamiento de soccer, suena el disco de ABBA Gold. (Greatest Hits) en el equipo de música Pioneer™, otro pionero, un equipo hábilmente encastrado en un mueble modular de madera de abeto finlandés en un salón funcionalmente decorado por IKEA™. Entonces, ya liberado, Franzen revisa su cuenta corriente en el ordenador y reserva una cantidad para poder pujar, en la subasta en la que se celebrará el día 30 de noviembre de 2016, por la pistola con la que Verlaine estuvo a punto de matar a Rimbaud. Su semejante, su hermano.


OBRAS DE DAVID FOSTER WALLACE

WALLACE, David Foster, La niña del pelo raro, Barcelona, Mondadori, 2000 (or. 1989).
— Entrevistas breves con hombres repulsivos, Barcelona, Mondadori, 2001 (or. 1999).
— Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Ensayos y opiniones, Barcelona, Mondadori, 2001 (or. 1997). Traducción de Javier Calvo.
— Extinción, Barcelona, Mondadori, 2005 (or. 2004). Traducción de Javier Calvo.
— La broma infinita, Barcelona, Mondadori, 2006. Reed. 2016 (or. 1996). Traducción de Marcelo Covián. Revisión de Javier Calvo.
— Hablemos de langostas, Barcelona, Mondadori, 2007 (or. 2005). Traducción de Javier Calvo.
— Esto es agua, Barcelona, Mondadori, 2014 (or. 2009). Traducción de Javier Calvo.[]
— En cuerpo y en lo otro, Barcelona, Mondadori, 2013 (or. 2012). Traducción de Javier Calvo.
— El rey pálido, Barcelona, Mondadori, 2011 (or. 2011).Traducción de Javier Calvo.
— La escoba del sistema, Málaga, Pálido Fuego, 2013 (or. 1987). Traducción de José Luis Amores.
— Todo y más: una breve historia del infinito, Barcelona, RBA, 2013 (or. 2012). Traducción de Juan Vilaltella Castanyer.
— David Foster Wallace Portatil: Relatos, ensayos y materiales inéditos, Barcelona, Mondadori, 2016 (or. 2014). Traducción de Javier Calvo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BURN, Stephen (ed.), Conversaciones con David Foster Wallace, Málaga, Pálido Fuego, 2012. Traducción de José Luis Amores.
EUGENIDES, Jeffrey, La trama nupcial, Barcelona, Anagrama, 2013. Traducción de Jesús Zulaika.
FRANZEN, Jonathan, “Más Afuera”, en Más Afuera, Barcelona, Salamandra, 2012, pp. 23-62. Traducción de Isabel Ferrer Marrades.
KARMODI, Ostap, David Foster Wallace: Un’intervista inédita, Milán, Terre di Mezzo Editore, 2012.
KOSLI, Lorna, “The full Harold Bloom”, en Women’s Wear Daily, 26/04/2011, (http://www.wwd.com/eye/people/the-full-bloom-3592315?full=true).
LIPSKY, David, Although Of Course You End Up Becoming Yourself: A Road Trip with David Foster Wallace, Nueva York, Random House, 2010.
MAX, D. T., Todas las historias de amor son historias de fantasmas. David Foster Wallace, una biografía, Barcelona, Debate, 2013. Traducción de María Serrano.
SMITH, Zadie, Cambiar de idea, Barcelona, Salamandra, 2011. Traducción de Isabel Ferrer Marrades.


[1] También en el ámbito cinematográfico, podemos citar una adaptación de Entrevistas breves con hombres repulsivos, dirigida por John Krasinski, que se estrenó en 2009, en el Festival de Cine de Sundance.[] La película está protagonizada por Julianne Nicholson, y cuenta en su reparto con Christopher Meloni, Rashida Jones, Timothy Hutton, Charles Josh, Will Forte, y Corey Stoll.[] Es una versión cinematográfica de Entrevistas breves con hombres repulsivos, Barcelona, Mondadori, 2001. Traducción de Javier Calvo.

[2] David Foster Wallace: La broma infinita, Barcelona, Mondadori, 2002 (versión original, 1996. Traducción de Marcelo Covián revisada por Javier Calvo. Reed. en 2016).

[3] This is water. Some Thoughts, Delivered on a Significant Occasion, about Living a Compassionate Life, Nueva York, Little, Brown, and Company, 2009 (versión española: Esto es agua, Barcelona, Mondadori, 2014. Traducción de Javier Calvo).[]

[4] David Foster Wallace: En cuerpo y en lo otro, Barcelona, Mondadori, 2013 (or. 2012). Traducción de Javier Calvo.

[5] David Foster Wallace: La escoba del sistema, Málaga, Pálido Fuego, 2013 (or. 1987). Traducción de José Luis Amores.

[6] Stephen J. Burn (ed.), Conversaciones con David Foster Wallace, Málaga, Pálido Fuego, 2012 (or. 2012). Traducción de José Luis Amores. No consta en este volumen la entrevista realizada por Ostap Karmodi y recogida como David Foster Wallace, Un’intervista inédita, Milán, Terre di Mezzo Editore, 2012.

[7] D. T. Max: Todas las historias de amor son historias de fantasmas. David Foster Wallace, una biografía, Barcelona, Debate, 2013 (or. 2012). Traducción de María Serrano.

[8] La familia de Wallace ha cedido al Harry Ransom Center un total de 34 cajas y 8 carpetas de manuscritos del autor para su catalogación e investigación.

[9] David Foster Wallace: Todo y más: una breve historia del infinito, Barcelona, RBA, 2013 (or. 2012). Traducción de Juan Vilaltella Castanyer.

[10] David Foster Wallace: El rey pálido, Barcelona, Mondadori, 2011 (or. 2011).Traducción de Javier Calvo.

[11] Zadie Smith: Cambiar de idea, Barcelona, Salamandra, 2011.

[12] El personaje de Leonard en La trama nupcial es, a todas luces y a todas sombras, el Wallace más caricaturesco y más extremo: problemas mentales, drogas, personalidad, vivencias, familia, obsesiones…  Y también las botas Timberland, el tenis, la bandana en la cabeza, el sexo… Eugenides lo niega. De la misma manera, pueden encontrarse, sin mucha dificultad infinidad de datos biográficos y familiares en La escoba del sistema. La comparación de ambas novelas con la biografía de Max ofrece resultados muy reveladores. Por otra parte, en la serie The Office aparece un personaje llamado David Wallace, responsable de finanzas en Dunder Mifflin, papel que interpreta Andy Buckley. Puesto que detrás de esa serie está el “showrunner” Mike Schur, no es descabellado pensar que el nombre está escogido a propósito como homenaje o guiño a los espectadores.

[13] David Lipsky, Aunque por supuesto terminas siendo tú mismo. Un viaje con David Foster Wallace, traducción de José Luis Amores, Palido Fuego, 2017.

[14] Hablamos de ese autor de quien interesaba todo: al parecer, el New York Times publicó el contenido de su botiquín tras la visita de un reportero a su casa para entrevistarlo. Hablamos de ESE autor.

[15] Lorna Koski, “The full Harold Bloom”, en Women’s Wear Daily, 26/04/2011, (http://www.wwd.com/eye/people/the-full-bloom-3592315?full=true).

[16] David Foster Wallace, La escoba del sistema, Málaga, Pálido Fuego, 2013 (or. 1987). Traducción de José Luis Amores.

[17] David Foster Wallace: Extinción, Barcelona, Mondadori, 2006 (or. 2004). Traducción de Javier Calvo.

[18] David Foster Wallace: Hablemos de langostas, Barcelona, Mondadori, 2007 (or. 2005). Traducción de Javier Calvo.

[19] David Foster Wallace: Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, Barcelona, Mondadori, 2001 (or. 1997). Traducción de Javier Calvo.

1 comments on “El dulce lamentar de Foster Wallace

  1. Gran artículo, como siempre, de Javier. Liberal Arts ha sido una película que he visto varias veces. Creo que haber estudiado letras en la universidad hace que la película te remueva algo por dentro. Pero ciertas referencias que aquí se citan se me habían pasado por alto y tendré, por cuarta vez, que volver a ver la película. Leerme La broma infinita es algo que nunca dejo de hacer. Está en mi estantería y cada poco releo unas páginas o un párrafo, da igual, siempre te cuenta algo nuevo.
    Alejandro García

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