Arte

Amanda Coogan: arte efímero, belleza que permanece.

Hoy jueves 2 de noviembre tendrá lugar en la Sala de Cine del Centro Internacional Niemeyer el estreno en España del documental "Amanda Coogan: Long Now", dirigido por el también irlandés Paddy Cahill.

Amanda Coogan regresa al Centro Niemeyer tras la performance que realizó en mayo de 2016, titulada Niemeyer Specific, y lo hace con un programa multidisciplinar que abarca diversas manifestaciones artísticas: exposición, performance y cine.

Hoy jueves 2 de noviembre tendrá lugar en la Sala Cine el estreno en España del documental Amanda Coogan: Long Now, dirigido por el también irlandés Paddy Cahill. La cinta explora la importancia que el tiempo tiene en las performances duracionales, como la que la artista realizó con “Niemeyer Specific” en mayo de 2016.

El domingo 5 de noviembre, el día que finaliza la exposición, tendrá lugar la segunda intervención de Coogan con Spit, Spit, Scrub, Scrub, una obra que girará en torno al (auto)control del cuerpo, la representación de lo abyecto y los desequilibrios de género en la sociedad moderna y contemporánea, entre otras cuestiones.

El pasado viernes 6 de octubre tuvo lugar la inauguración de I’ll sing you a song from around the town, una exposición individual y retrospectiva que presentó en la Cúpula piezas escultóricas, performances, texto e imágenes en movimiento en torno a las creaciones originales de la artista. Así, la exposición se configura como una gran instalación inmersiva en la que se pueden ver proyectos clásicos de la artista como “Yellow Series” o sus montañas de telas que parecen crear mundos imaginarios. Esta exposición cuenta con el comisariado de Luz Mar González-Arias, profesora titular de la Universidad de Oviedo.

 

Todas las actividades relacionadas con Amanda Coogan cuentan con el patrocinio de Culture Ireland y la colaboración de la Universidad de Oviedo.


El arte efímero de Amanda Coogan. O la belleza que permanece

/ por Luz Mar González-Arias / Comisaria de la exposición.

El 22 de mayo de 2016 la artista irlandesa Amanda Coogan ofreció una de sus performances duracionales en el Centro Niemeyer de Avilés, dentro del programa Niemeyer Specific. Las intervenciones duracionales son acciones realizadas durante un período de tiempo extenso, que puede ir desde varias horas hasta varios días, semanas, o incluso meses. Con frecuencia estas obras de arte vivo implican la repetición cíclica de movimientos, y a menudo se centran en los efectos que el paso del tiempo tiene sobre un cuerpo en reposo, aparentemente inactivo.

Discípula de la gran artista serbia Marina Abramović, Amanda Coogan se encuentra a la vanguardia del arte performance internacional y con la duración de sus intervenciones explora los límites de la resiliencia física, psicológica y emocional. Para su trabajo en el Niemeyer, Coogan empleó seis horas, tiempo durante el cual la artista, que llevaba un larguísimo vestido de color rojo, caminó lentamente por la pasarela que une el Auditorio y la Cúpula del centro—un espacio que nunca antes se había usado para fines artísticos—y completó su obra dentro de la propia Cúpula, donde continuó su desplazamiento a ritmo ralentizado por las escaleras y espacio superior del edificio.
Así descrita una performance de este tipo no resulta fácil de comprender.

Una mujer, vestida de rojo, avanza lentamente por los exteriores del Niemeyer bajo un fortísimo nordeste. No, una descripción así no hace justicia a lo que sucedió durante aquella jornada. Tampoco puede explicarlo.

La performance es un género artístico relativamente nuevo sobre el que amenaza la dificultad de la interpretación. No es infrecuente que el público asistente, especialmente si se trata de una intervención larga, se haga preguntas sobre qué significa aquello que está viendo y para lo que no parece haber un sentido evidente. En este tipo de arte no siempre se discierne una realidad referencial desde la que poder construir un significado. Pero entonces … me preguntaba el público: ¿qué está haciendo esta artista en la inmediatez del aquí y del ahora?

El lentísimo desplazamiento de Coogan por el Niemeyer necesariamente nos hizo reflexionar sobre en el ritmo acelerado al que nos someten las ciudades y el mundo contemporáneo. Y por esa especie de vínculo mágico que se crea en el espacio performativo entre artista y público espectador, pudimos conectar con el nuevo marco temporal creado por Coogan como si siempre hubiésemos estado en él, como si no conociésemos otra cosa; nuestro ritmo metabólico fue ralentizándose para empatizar con el suyo, y durante unas horas alcanzamos un estado de consciencia sobre nuestro propio cuerpo y sus posibilidades. Sumidos como estamos en una vida rápida y de consumo creciente, rara vez nos paramos a pensar sobre los pasos (en el sentido más físico del término) que damos, sobre los músculos que necesitamos para movernos, sobre nuestra realidad corporal. Rara vez nos tomamos el tiempo. Pero Amanda Coogan nos devolvió esa capacidad. Nos dio ese poder. Para quienes presenciamos el evento, la Cúpula del Niemeyer se convirtió en algo parecido a un templo donde la artista era observada en cada uno de sus movimientos desde multitud de ángulos y con la reverencia debida a quien nos está transmitiendo un mensaje casi sagrado sobre nuestra propia existencia.

La intervención de Coogan también nos conectó con la ciudad de formas inesperadas. En una entrevista posterior, la artista me explicaba cómo había preparado este trabajo para hacerlo “Niemeyer-Specific” y para contextualizarlo en el paisaje urbano de Avilés. Así, el rojo primario de su vestido se fundía con el rojo característico del Centro Niemeyer y contrastaba poderosamente con el blanco y amarillo de los exteriores. Las cintas, también rojas, que llevaba en la mano mientras caminaba por el exterior del Centro, y que dibujaban formas de extrema belleza bajo el fuerte viento que soplaba aquella mañana, conversaban con las calles de Avilés a un lado y con el humo de las baterías de cok al otro, hasta formar un paisaje nuevo, alternativo, de aquello que creíamos ya explorado o, al menos, conocido.

Pero la interpretación de una performance de estas características también procede, y en buena medida, de la experiencia vital de quien asiste. Entramos en el espacio performativo con nuestra subjetividad, con la particularidad de nuestros pequeños y grandes desastres diarios, con la dimensión de nuestra propia felicidad. Un corazón roto, una graduación exitosa, la multa de tráfico del día antes, un nuevo amor. Proyectamos todo esto sobre la artista, que se convierte así en nuestro espejo y nos ayuda a trascender nuestra realidad inmediata para alcanzar algo parecido a la paz. Y es entonces cuando conseguimos suspender esa obsesión que tenemos por entender. Porque ya no es necesario comprender, sino sólo sentir. Y, cómo no, disfrutar del placer estético de lo que está ante nuestros ojos.

La intervención de Amanda Coogan en Avilés podría definirse como arte efímero. Pero hay algo en este tipo de acciones que sin duda permanece. Coogan nos ayudó a ver nuestro entorno y nuestro cuerpo con ojos radicalmente distintos. Desde ángulos nuevos. Nos hizo pensar sobre los territorios propios a los que casi nunca dedicamos tiempo. Nos ayudó a caminar despacio, con consciencia. Y a sentirnos agradecidos por poder hacerlo. Quizás ya nunca más podamos volver al Niemeyer sin ver aquella enigmática figura femenina que se movía entre el viento, las nubes cambiantes y las chimeneas de Avilés. Como si siempre hubiese estado aquí. Como si nunca se hubiese ido.


 

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