Música y danza

La culpa es de Dylan

/ por Pablo Moro /

Dicen que Dylan dijo aquello de que “un artista debe traicionar a su público” y ahí empezó a joderse todo. Lo malo de la frases grandilocuentes es que corren el riesgo de convertirse en tópicos y eso es malo por dos razones fundamentales: su autoría queda en entredicho y la gente se las toma al pie de la letra. De la misma forma que uno ya empieza a hartarse de escuchar (y decir, que el “mea culpa” lo llevo por bandera, señorías) eso de que el arte no debe responder preguntas sino plantearlas (ahora les explico) la cosa de que un autor debe procurar ser fiel a lo que sienta, a su consideración íntima, sin pararse a pensar en el receptor de su obra durante el proceso creativo, es decir, en su público, en el que le da de comer a él mismo y a su ego, empieza a resultar una soflama un tanto cursi.

Hace unas semanas entrevisté al cantautor ovetense Pablo Valdés aprovechando la publicación de su estupendo nuevo disco, Canciones salvavidas. Pablo es un auténtico obrero del rock, un tipo honesto que patea escenarios de todo tipo en solitario o junto a su banda ofreciendo repertorios variados. No sólo toca sus canciones sino que se dedica, como tantos, a hacer versiones por garitos y fiestas. Esa experiencia nutre de eso que llaman “callo” a la hora de saber de qué pie cojea el personal en cuanto a gusto se refiere. Por eso cuenta que su intención a la hora de componer los temas para este álbum era hacer algo sencillo, fácilmente digerible y directo para lo que entiende que es su público. Él mismo lo exagera un poco con sus propias palabras: “queréis mierda, pues tomad mierda mía”. Lo curioso es que siguiendo esas intenciones “Canciones Salvavidas” es un gran disco, probablemente el mejor de su carrera. Un disco de rock atemporal, divertido y reflexivo al mismo tiempo. Le pregunté si un artista debía escribir pensando en su público y me dijo que no.

Me dijo que no de la misma forma que yo he respondido que no tantas veces. Igual que he escuchado y leído a tantos decir que no. Me juego un huevo a que si le formuláramos esa pregunta a todos los escritores de canciones del mundo más de un noventa por ciento aseguraría que nunca se debe pensar en lo que el público pueda responder. Es curioso: ¿conocen algún otro producto de consumo masivo en el que sus fabricantes no piensen en sus potenciales compradores a la hora diseñarlo? La culpa es de Dylan, insisto.

Fue el de Duluth el que se empeñó en decir que esto iba más allá, que había que elevarlo. Tan profundo ha sido ese mensaje, con tanto empeño lo ha defendido (sin querer, sí, claro, Bob) que hasta los suecos le han terminado por elevar a los altares del arte. Es difícil después de Dylan despojar al rock and roll de sus ínfulas y sacarlo del sector de la cultura para dejarle con los harapos del mundo del entretenimiento en el que no sólo se piensa en el público sino que además se le pide directamente su opinión, como en los pases de público previos al estreno de una serie de televisión. Sentimos una extraña vergüenza, nos cuesta horrores reconocer que las canciones pop (en el más amplio sentido de la palabra) son utilizadas por la gente, principalmente, no para plantearse más preguntas, no para reflexionar sobre profundas cuestiones morales, no como vía de conocimiento, en fin, sino simple y llanamente como entretenimiento, en el mejor de los casos (puro acompañamiento en el menos malo). Imaginemos que un cantautor dijera: “he visto lo que la gente quiere y he procurado dárselo, porque quiero que me escuchen y además sean felices”. La pregunta sería, claro, plantearse qué demonios quiere la gente. Y ahí aparece, imponente, constante, la obsesiva soberbia del tufo cultural, esa idea incrustada de que la masa es un rebaño dirigido, sin criterio, al que se le puede vender lo que sea con el dinero y la insistencia suficientes. Es, por tanto, una suerte de pescadilla que se muerde la cola: uno no puede hacer caso de los gustos del público porque éste no tiene capacidad para pensar por sí mismo. Conclusión: todo lo masivo es de mala calidad, mainstream, despreciable según las premisas de la identidad artística y el mercado actual.

Dicen, insisto que el arte debe plantear preguntas y no responderlas. Pues muy bien. Eso en mi pueblo se llama cobardía. Como si no hubiera bastantes preguntas incómodas sin respuesta. No estaría de más pedirle a los artista, por ejemplo, una solución de vez en cuando. Despojémonos pues de tópicos. Tal vez, y digo tal vez, el camino a recorrer es el inverso. Otra pregunta clásica. ¿La gente ve telebasura porque es lo que le ofrecen o se lo ofrecen porque es lo que quiere? Puede que si acordásemos que la respuesta correcta es la primera, si nos esforzáramos en considerar al público inteligente, lográsemos darle la vuelta a la tortilla y crear una conciencia colectiva con capacidad y criterio para que la pescadilla se muerda aún la cola pero en sentido contrario. Podríamos incluso, ¿estoy soñando despierto?, dejar de tener miedo a escuchar lo que tengan que decirnos y joder un poco al viejo Bob, que siempre ha sido un repunante.


 

0 comments on “La culpa es de Dylan

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo