El marcapáginas

Vivo en un faro

Quizá porque era consciente de la excepcionalidad de sus circunstancias, o quizá por simple afán de matar el tiempo, Vilches comenzó a llevar un diario en el que anotaba sus avatares isleños a la par que resumía los trances anteriores de su biografía.

Corría el verano de 1980 cuando Julio Vilches (Valencia, 1953) se incorporó a su primer destino como farero, que terminaría siendo el único. Los azares administrativos quisieron enviarle a Sálvora, una isla perdida en la bocana de la ría de Arosa, en el corazón de la Galicia finisterral y contrabandista, y el curso de la vida hizo que su trayectoria profesional no se alejara nunca de aquel paradero ignoto al que llegó con la actitud del polizón que se resigna al caprichoso vaivén de las mareas. Eran tiempos muy distintos, aunque no estén especialmente lejanos: todavía no había llegado a aquellas latitudes la apoteosis del turismo, aún persistían las viejas estructuras franquistas, la rutina en aquellos lares se conducía a través de los cauces imprevisibles por los que discurren las leyes de la selva.

Quizá porque era consciente de la excepcionalidad de sus circunstancias, o quizá por simple afán de matar el tiempo, Vilches comenzó a llevar un diario en el que anotaba sus avatares isleños a la par que resumía los trances anteriores de su biografía. Una parte de ese caudal de páginas autorreferenciales —ideadas en un principio para que las hijas del autor tuvieran constancia escrita de quien había sido su padre— se ha puesto a disposición de los lectores en el volumen Sálvora. Diario de un farero (Hoja de Lata), que ve la luz gracias a que su sobrina Gloria, una vez recibido el archivo de texto con el documento original, entendió que la peripecia insular del tío Julio bien merecía compartirse con propios y con extraños. Es un libro curioso, en primer lugar, por cómo se va narrando en él una sucesión de acontecimientos que a veces son completamente independientes y otras aparecen vinculados por el nexo que anuda las causas con sus efectos, en un relato torrencial que no busca la contención ni cae en trampas asociadas al oficio porque está escrito con el desparpajo y la satisfacción de quien sabe que escribe únicamente para sí. De ahí que llame la atención, en una segunda instancia, la despreocupación de la que hace gala una escritura que no se preocupa tanto por el estilo como por consignar adecuadamente unas vivencias que, seguramente sin pretenderlo, van dando cuenta de los distintos avatares sociales y económicos que fue atravesando España desde el restablecimiento de la democracia. Hay una frescura rara y muy grata en este libro, porque quien lo lee sabe que su autor no intenta adoptar en ningún momento pose alguna, y se asiste con sorpresa a la naturalidad con que el farero, hoy jubilado, salta de lo trascendente a lo trivial, de las frivolidades a las cuestiones que por su gravedad merecen un trato demorado, de la broma o el comentario jocoso, e incluso condescendiente, al abordaje serio de cuestiones que despuntaban entonces y que en muchos casos siguen sin resolverse en nuestros días. Puede que no se incorpore este libro a la gran historia de la literatura, pero es seguro que quienes decidan leerlo no se arrepentirán de su propósito, y que saldrán de él con el regusto de haber asistido en primera persona al desmenuzamiento de una forma de vida en extinción.


 

1 comments on “Vivo en un faro

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