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Quini

Enrique Castro "Quini" (1949 - 2018)

Ha muerto Quini

/ por Fernando Menéndez /

Apagué la radio. Busqué un disco. Gerard Moreno, delantero del Espayol había marcado un gol al Madrid en el último instante del partido. Quini ha muerto. Lo dijeron por la radio. Apagué la radio. Aunque no inmediatamente. Escuché la voz de Vicente del Bosque. La de Joaquín Alonso. La de Rafa Marañón. La voz anudada de Iturralde Gonzalez. Llamé a mi madre. Quini ha muerto, le dije. Hubo un pequeño silencio. Mi madre, que ya iba de niña al Tartiere acompañando a mi abuelo. Mi madre, a la que siempre le gusta recordar que parte de la familia de Quini procede de La Corredoria, su pueblo. Mi madre, que tiene una foto de Santi Cazorla y otra de Quini pegadas en la pared, justo encima de su silla de costura. Busqué un disco. Es difícil buscar un disco cuando el delantero deja un hueco imposible de llenar. Mejor no pensarlo dos veces. La intuición. El instinto. Yo en bata y entumecido por la sorpresa, apelando a la intuición y al instinto: las dos pupilas de un delantero. Trane’s blues de John Coltrane y Miles Davis. En la época en que Quini se hinchaba a marcar goles, se utilizaba el jazz como música de fondo para los resúmenes televisivos de los partidos. Lo he pensado a posteriori y me alegro de no haberme equivocado. Es importante el disco elegido el maldito día en que Quini ha muerto. Será algo que recuerde. La memoria es así de previsible. Al final, es una consecuencia del deseo. La noche en que Quini falleció, Miles y Trane tocaron a su favor. Si se escribiera un libro con todas las anécdotas y relatos referentes a Quini sería una Historia universal de la bondad, el reverso de la Historia universal de la infamia que escribiera Borges. Una historia que giraría en torno a una afortunada coherencia entre fútbol y vida. En Quini no había personajes ni representaciones. De todas sus virtudes como futbolista, la que más admiraba era su sentido del espacio. Y eso que, si se mira bien, un campo de fútbol es bien grande. Yo me sentiría en él como un astronauta flotando en el espacio.

Funeral celebrado ayer miércoles en el estadio El Molinón-Enrique Castro «Quini»

Pero la mirada de un delantero empequeñece el terreno de juego y aumenta la portería. La mirada de un delantero es un umbral, un ensayo previo que se convierte sobre la marcha en un estreno. Quini ha muerto pero sus goles siguen vivos. Los goles, en realidad, nunca mueren. Tampoco los que son en nuestra contra. Por eso los goles se parecen tanto a la vida: uno de cal y otro de arena. Yo recuerdo especialmente uno que Quini le marcó a Zubizarreta cuando regresó al Sporting. Una pillería cuya celebración fue más bien una sonrisa cómplice con el portero batido. No como una manera de pedir disculpas. Más bien como una forma de restarle gravedad y épica al asunto. El fútbol es un juego y como tal hay que vivirlo, es lo que se repetía en mi cabeza cada vez que veía jugar al Brujo. Aunque no lo recuerde bien, tengo la sensación de que Zubizarreta respondió con un discreto gesto de admiración. Zubizarreta, otro de los mitos de mi madre. Está claro que los mitos te eligen, no los eliges. Un imán con la cara del portero vasco preside su nevera. Quini ha muerto. Al menos he acertado escogiendo disco. Pensarán que son manías inocuas. Sin embargo, para mí es importante. Despedirle como se merece. Miles o Coltrane sonarían mientras Estudio Estadio repetía un gol de Quini con el Barça o con el Sporting. Y ya les dejo. Lo hago con pena y alivio porque es la una y siete minutos de la madrugada y la música no ha dejado de sonar. Mi nombre es Fernando Menéndez, socio número 576 del Real Oviedo. Un pequeño detalle, en este caso, sin mucha importancia.

 


 

 

 

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