Poéticas

Esther Ramón: en flecha

"en flecha" (Ediciones La Palma, 2017) consolida una de las voces más personales y lúcidas de la poesía española actual.

Como caminar por un sueño: la escritura de Esther Ramón

/ por José Luis Gómez Toré /

Caminar por un sueño. Recorrer las salas de una casa a la vez tan familiar y extraña, así es leer a Esther Ramón. Es la suya una poesía de resonancias míticas, de un cierto tono onírico, pero también de una evidente fisicidad. En ella hay siempre huellas, rastros difíciles de borrar en la piel y en la memoria. Leerla es adentrarse en una escritura que tiene no poco de subterránea, como esa Caza con hurones que da nombre a uno de sus últimos libros, y que, como en ese mismo título, no ignora la violencia que se esconde en tantos gestos cotidianos, también en el de la mano que escribe.  En flecha parece irse un paso más que en anteriores entregas de la autora, en la dirección de lo que podríamos llamar una poética del despojamiento. Sin embargo, si se leen con atención los poemas (o los fragmentos, pues conforme se avanza la lectura sospechamos que estamos ante un único poema), se advierte una tensión lingüística no tan distinta a la que preside libros de referencia como Grisú o Reses. Solo que ahora esa tensión parece sostenerse  en el aire, como si la propia escritura fuera consciente de su andar de funambulista, de paseo sobre el abismo.

En este sentido, y abundando en la cuestión del título, creo que no es casual que, a diferencia de buena parte de los libros de Ramón (Grisú, Reses, Sales) titulados con un solo sustantivo, aquí el nombre viene precedido de una preposición, como si se precisara insistir en el movimiento.  El nombre  “flecha” parece olvidar su condición de sustantivo, para convertirse en puro verbo, en acción, en arrojarse hacia. De ahí que el poema se resuelva en una suerte de prisa, que, paradójicamente, puede adoptar la forma de una inquietante lentitud, de una bien aprendida paciencia (“Grano a grano,/ el acarreo nocturno/ de la sal”). No falta tampoco una sensación de peligro, nacida de la sospecha de que la flecha no tiene otra diana que aquel que la ha lanzado (“Abro el libro de cristal,/ la trayectoria perdida/ que me encuentra”).

El viaje que nos propone Esther Ramón no esconde una  cierta mirada metapoética. La propia escritura aparece aquí (como en la conocida formulación zen, tan querida por Valente) como blanco y flecha a un tiempo. Escribir es así camino y meta. Claro que, tratándose de una escritora con un mundo de un simbolismo tan complejo, no puede ser todo tan sencillo: metapoesía, sí, pero no solo. Porque aquí la escritura no es algo ajeno a la vida, ni al cuerpo, sino gesto que prolonga el propio movimiento de la mano. Es un esfuerzo físico, que sangra y hace daño, una pulsión casi erótica, que no olvida, con todo, el desvalimiento de la piel (“Desnudarse da frío./ Produce ecos”). El ir y venir constante entre cuerpo y escritura nos invita a comprender hasta qué punto se escribe sobre la propia carne y también, del mismo modo, que es la carne la que escribe, la que dibuja una trayectoria en el mundo, en el papel en blanco. En cierta medida, porque escribir es prolongar el gesto enigmático del nacimiento (“Tal vez nacer fue/ algo oblicuo,/ no se incendia/ el bosque/ sino el interior/ de cada árbol”).

No faltan, al igual que en libros anteriores de la autora (pienso en los ya citados Reses  o Caza con hurones), referencias al mundo de la naturaleza, e incluso al ámbito rural. Pero esas referencias a labores campesinas, por llamativas que resulten en un panorama como el actual, cada vez más dominado por el horizonte de las grandes ciudades, no se resuelven en un forzado ruralismo. En parte, porque esconden a menudo también un cierto carácter metapoético, que nos recuerdan, por ejemplo, al Digging de Heaney, con imágenes que evocan tareas como “agramar el cáñamo/ o el lino para/ apartar la fibra/ del tallo” o asociaciones tan inquietantes como la que se produce al penetrar en un gallinero (“Traspasar el umbral de las gallinas/ borrar la bisagra/ de espera,/ la combinatoria de/ sílabas desencajadas,/ picando con hambre/ en esta página”).  También porque, al igual que en los libros a los que hemos aludido, dichas referencias suponen una suerte de fidelidad terrestre, un necesario peso material para que la flecha no se eleve a cielos demasiado lejanos, un peso que es también el del recuerdo. Y es que el cuerpo, la escritura, tienen memoria, en los libros de Ramón. Memoria de uno mismo, pero también de los otros. Y de lo otro: de una materia que parece empeñada en soñar formas y voces. Tal vez por eso se nos haga su escritura tan necesaria, tan dolorosa  y sanadora a un tiempo. Tan calma y tan urgente.


En flecha
Esther Ramón
Ediciones La Palma, 2017
102 páginas; 12.00 €

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