Arte

Las meninas, los reyes y yo

"Las Meninas" de Velázquez al detalle en un acercamiento personal de la escritora francesa Christine Monot.

/ por Christine Monot / París

El arte es lo que hace la vida más interesante que el arte.
Robert Filliou

Mucha gente autorizada ha escrito y seguirá escribiendo sobre Las Meninas. Y como se dijo que Velázquez, pintor oficial de la Corte, pintaba también para el pueblo, me autorizo a contar aquí lo que me pasa con Las Meninas.

Este cuadro aparece como algo complicado, complejo para quien lo ve por primera vez. Impresiona nada más verlo. Tu segundo cerebro te dice que aquí hay algo especial. Te pierdes en el lienzo. ¿Quién es quién ?

¿Dónde está el cuadro ? exclamó Théophile Gautier al verlo por primera vez.

Lo que se impone es la niña en medio del cuadro, mancha clara con su pelo dorado. Vestida de blanco con su traje lujoso, la infanta parece una señora en miniatura y absorbe toda la atención. La primera impresión es que ella está posando o quizás mirándose en un espejo. Le encanta su vestido y se muestra orgullosa de su figura, mirándonos de soslayo como diciendo ¿A que estoy guapa ? Un amigo mío, a quien comentaba yo mis impresiones,  me decía el otro día : ¡Pero la  Infanta de las Meninas es una preciosidad de niña ! A él le parece encantadora, pues a mí siempre me pareció una niña mimada, una repipi, guapita sí, le sobra todo y absorbe toda la luz, pero le falta lo esencial: la chispa. Por eso la abandonamos rápidamente para detenernos en la enana. Ambas, al formar un dúo arcaico, la Bella y la Bestia, se reparten nuestras primeras miradas. La bella vestida de blanco es mona y graciosilla pero la bestia nos harponea con más fuerza. Más morbo. Finalmente nos fascinan más el horror y la deformidad. Nos atrae su fealdad. Las dos nos están mirando.

La enana, a pesar de que por lo visto era de estirpe noble, convoca aquí el circo y un papel de graciosa o de bufón, pero pone cara de hastío y casi de amargura. Nos mira como diciendo : ¡Esto es lo que hay ! Al fin y al cabo así es nuestra vida, ¡Que lo sepáis para los restos ! Su mirada es inexpresiva, plana, desganada, pero todavía no sabemos que no nos está mirando a nosotros sino a otros. ¿Quién anda por ahí?

Nuestros ojos apenas se han detenido en las dos muchachas, las Meninas, que dan ahora su nombre al cuadro (se llamaba La familia de Felipe IV en su día). Las damas de honor se parecen como si fueran gemelas. Esta semejanza las anula, las abstrae del cuadro y solamente resalta su función auxiliar. Son secundarias en el cuadro, las figurantas, dos sirvientas limpias y serviles que obedecen con gesto amable y acorde a su función de servidoras. Pasamos de largo…

El perro, con actitud hierática y los ojos cerrados, tiene más presencia que ellas. Velludo, casi se podrían tocar sus pliegues carnosos. Sentado con indiferencia magistral ante lo que le rodea, muestra desprecio orgulloso desde su condición animal. Él se ha autoabstraído del cuadro ¿Acaso el alboroto de las niñas le molesta ? ¿O le incordia aquel muchachito detrás de él que acaba de entrar en el cuadro, y que en este momento le está dando con el pie en el lomo ?  Un perro que está por encima de lo humano, un mastín, el que guarda el rebaño, o sea la turbamulta, un guardián del orden frente a un niño en su papel de niño que todavía puede escapar a la etiqueta de la Corte.

Al fondo, un señor del que no se sabe si entre o sale, silueta recortada en el marco de luz, nos intriga. ¿Un intrigante ? Y otras dos siluetas borrosas que parecen estar chismorreando tampoco retienen mucho nuestra atención. ¿Su papel será más importante de lo que parece ?

Y ahora, y solamente ahora, descubrimos al pintor, al propio Velázquez, medio disimulado por el lienzo del que vemos el envés (el artista nos enseña los camerinos), y Velázquez no lo  insinúa, le deja un espacio considerable al lienzo.  El pintor se sitúa en ese triangulo, o mejor dicho trío: lo bello, lo horrendo y el arte que todo lo admite. Él lo convoca con su pincel en la mano como un director de orquesta. Porque él es el que manda aquí. Sin él, no existiría nuestra mirada, no existiría la memoria de aquella escena fugaz, ni el cuadro. Él crea el presente al representarlo y lo salva del olvido. Y el pintor nos está mirando como si nos quisiera pintar a nosotros, y así entramos naturalmente en el cuadro, ávidos de su mirada. Somos protagonistas de la escena, el cuadro entero funciona como espejo de la realidad, esto es lo que nuestra ingenuidad nos hace creer. Este Velázquez es un tramposo.

Y cuando por fin descubrimos en el fondo el espejo con el reflejo de los reyes nos  sentimos más inteligentes. Ya tenemos la solución a la intriga que nos ofrecía el cuadro. Quién andaba ahí, nos preguntábamos antes, pues la respuesta es Sus Majestades, Felipe IV y esposa, en el fondo, en la sombra, borrosos, recortados los reyes, ni siquiera de cuerpo entero, trozos de reyes.  Como naipes.

Y entonces se produce el vértigo, todo este aparente desorden se construye, pero ahora es cuando no puedo evitarlo: ¿No es algo irreverente por parte del pintor de la Corte representar esta escena donde los señores principales (que le dieron trabajo todos esos años, que le dieron de comer toda su vida, que encarnan el poder monárquico) estén relegados en el quinto plano? Están fuera de la escena, reflejados en un espejo, o sea inmateriales y casi invisibles. La monarquía, el poder real  ¿serían una ilusión? El contexto histórico nos revela que la supervivencia de la monarquía está en esos momentos amenazada por múltiples guerras y la única heredera es esta infanta un poco sosa y poco cómoda en su vestido almidonado. ¡Aquí está el relevo !

Pero no es lo más importante.

Pues la figura que más retiene nuestra mirada es él, el propio Velázquez en el que reparamos por su postura elegante, su porte digno, su dinamismo y su mirada. Él está en acción, está actuando, está vivo, está guapo. Es el único que hace algo, los demás simplemente están, son espectadores. En la vida los hay que actúan, los artistas entre ellos, y los que miran. El pintor parece contento de sí mismo, se lo está pasando bomba con el pincel en la mano. Se ríe para sus adentros. Nos mira con seguridad porque sabe que el arte tiene más poder que los poderosos y nos lo demuestra con este cuadro. El pintor erguido es el Hacedor, el Creador, el hombre que hace uso de su libertad creativa. Los Reyes no son los que dominan. ¿Un ácrata este Velázquez ?

Velázquez pintó Las Meninas al final de su vida, o sea cuando ya no temía perder su empleo, cuando consciente de la libertad que le otorga la gran admiración del monarca por sus creaciones, ni teme escandaizarlo y actúa casi de bufón, como aquel que viene a contar la verdad, la dura verdad: estáis de prestado ; y le hace con la misma libertad con la que el niño le da una patada al mastín. ¿Cómo se lo habrán tomado Sus Majestades? De hecho Felipe IV, que le había encargado retratar a la familia, guardó el cuadro en sus apartamentos privados, casi a escondidas.

Este cuadro es su testamento.

Hasta ahora, veíamos una escena que pretendía representar un instante en la vida de Palacio. Pero ¿qué pasa aquí? Parece que Velázquez nos quisiera pintar a nosotros que estamos en el enfoque de sus ojos. Toda la fugacidad del presente que se supone que él pretendió representar y fijar con este cuadro ¿no la encarnamos nosotros al detenernos ahora, siglos después, ante su cuadro ? Nosotros somos el presente, esto es lo que parece querer decirnos Velázquez: Vosotros pasaréis pero yo seguiré aquí con mis pinceles por los siglos de los siglos. ¡Y soy el más importante!  Y ha pintado aquí su mejor autorretrato con todo el ego apenas disimulado detrás del lienzo que no vemos. Aquí el que sabe lo que hay soy yo y nadie más. ¡Y que os den tila a todos incluyendo a Sus Majestades!

Es su testamento pero es también una lección de vida: la realidad siempre está en otra parte. La vida es un reflejo, un espejo, ¿un espejismo ? Lo importante no es lo que parece. Velázquez nos esconde lo que hay y nos muestra lo que es. Nos hace un regalo. Nos invita en su cuadro, a todos. Nos convoca. Por eso tal vez nos intriga, nos fascina, nos desestabiliza tanto su cuadro de Las Meninas cuando lo descubrimos por primera vez, y por muchos años.

Y hasta hoy hay gente como yo que tiene ganas de contar lo que le pasa con este cuadro.


 

Acerca de El Cuaderno

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