En qué pensamos cuando pensamos en fútbol

"En qué pensamos cuando pensamos en fútbol" (Sexto Piso, 2018) del británico Simon Critchley.

Uno de los recuerdos más presentes del filósofo británico Simon Critchley (Hertfordshire, 1960) tiene que ver con los partidos del Liverpool a los que iba con su padre en Anfield, el mítico estadio del equipo inglés.

 

Al menos en su origen, el fútbol arraigaba en el sentimiento de pertenencia a un lugar y a una comunidad. En su momento encarnó cierta idea de utopismo comunitarista y fue parte importante de la cultura obrera: era un deporte de equipo, de asociación, un deporte socialista, donde el conjunto estaba siempre por encima de las individualidades, por importantes que éstas puedieran ser. Los jugadores vienen y van, mientras que los aficionados son el archivo, la memoria del equipo, quienes lo anclan en la historia. Son parte activa del fútbol en tanto experiencia, en tanto colección de momentos.

Critchley, uno de esos filósofos empeñados en bajar la filosofía a la calle y hacerla partícipe de todo cuanto nos incumbe aquí abajo, mantiene una devoción por el equipo de sus amores que ha sobrevivido a la mercantilización y la desnaturalización que ha sufrido este deporte en las últimas décadas. En su libro En qué pensamos cuando pensamos en fútbol (Sexto Piso, 2018),  se acerca a este fenómeno planetario desde perspectivas de clase, de género, también de estética, para conformar un sentido homenaje a la esencia de este deporte.

Milo J. Krmpotić, autor de la traducción de esta edición española, comenta para El Cuaderno sus impresiones en el proceso de trabajo con el texto de Critchley y selecciona un capítulo en el que se enfrentan dos formas diferentes de entender el fútbol como moral, como forma de ser y de estar en la vida.


En qué pensamos cuando leemos (y traducimos) a Simon Critchley

/ por Milo J. Krmpotić /

Resulta cuando menos sorprendente que haya quien siga intentando definir el noble y transitado arte balompédico tras ese prodigio de síntesis y elocuencia que fue el célebre «fútbol es fútbol” de Vujadin Boskov. Pero bueno, quizás ahí radique gran parte de su encanto: casi todos le hemos dado patadas a la pelota, casi todos hemos soñado (despiertos y dormidos, pero sobre todo despiertos) que esas patadas acababan con la pelota visitando las escuadras de la portería rival y, con el paso de los años y el deterioro de las articulaciones, muchos hemos acabado trasladando nuestra pasión a la letra escrita.

Precisamente de esa última circunstancia nace mi relación con este libro, cuya traducción me ofreció David M. Copé, de la editorial Sexto Piso, tras leer las crónicas que servidor suele dedicar a los partidos del Barça en Facebook. Y debo alabarle el ojo clínico, pues fueron numerosas las ocasiones en que me descubrí asintiendo ante las teorías y opiniones de Simon Critchley, forofo del Liverpool en lo emocional pero dueño de una ética insobornable y de un sentido estético que le permite apreciar toda la belleza (cuando esta existe, claro está) del encuentro que acaba en 0-0, ya sea por épica defensiva o por lo formidable de su choque táctico.

Vujadin Boskov (Serbia, 1931 – 2014)

No en vano, Critchley presta una notable atención a los entrenadores, quizás por reconocerse en la aproximación intelectual de estos, mientras intenta analizar lo imposible: ese episodio mágico en que las dosis exactas de esfuerzo, intuición, talento y azar confluyen en un instante bello y asombroso, en ocasiones premiado además con el clímax del gol. Y, porque todos juzgamos el mundo que nos rodea según nuestros parámetros particulares, dada la magnífica dificultad de la tarea que se propone, el filósofo Critchley planta sobre el terreno de juego de su libro a una espectacular selección de pensadores y literatos: de Nietzsche y Heidegger a Gadamer y Sartre, de Peter Handke a David Peace.

Ahí, por cierto, la principal dificultad a la hora de traducir En qué pensamos cuando pensamos en fútbol: tratándose de un texto en inglés, una y otra vez me vi obligado a partir de una terminología adaptada a la lengua de Shakespeare para ir en busca de su original francés o alemán, y de ahí saltar a sus versiones castellanas, con las que no estaba necesariamente familiarizado. Por no hablar de las citas textuales de obras de Von Kleist y Samuel Beckett, o del documental Zidane. Un retrato del siglo XXI. Menos mal de internet, menos mal de Google Books, menos mal de YouTube y, en un par de casos —debo reconocerlo—, menos mal de los pdf piratas que encontré en esa misma jungla cibernética. No me piten ese fuera de juego: como trotamundos políglota que fue, Vujadin Boskov también supo perfectamente que «Traducción es traducción».


Extracto

La estupidez

Si existe una dimensión sacra en el fútbol, la verdad es que preferiría verla en el mismo carácter ordinario del juego y su incuestionable estupidez. Que te guste el fútbol tanto como a mí –algo que le sucede a muchos– es verdaderamente una tontería, y una parte del enorme atractivo del juego radica en nuestra sumisión del todo voluntaria hacia algo que resulta bastante estúpido. Por no mencionar que te quita una inmensa cantidad de tiempo. Pero no veo ningún problema en comportarse de manera estúpida. La cualidad sacra del fútbol aparece en elementos tan aparentemente ridículos como, pongamos, el color de las distintas equipaciones: la camiseta amarilla de los brasileños, el azul oscuro e inalterado de los italianos, el blanco inmaculado de los ingleses, el verde de los irlandeses, los pantalones negros de los alemanes, el azul celeste y el negro de los uruguayos…, y los rusos, que por algún motivo no dejan de cambiar de color (durante la Eurocopa de 2016 vistieron una especie de bermellón a fin de reconocer, a la vez que eludir, el intenso rojo soviético, que, por supuesto, se veía mucho mejor). Toussaint habla con belleza y honestidad de estos colores, del modo en que destacan sobre «el verde absoluto del césped bajo los potentes focos del estadio».

Philip Schauss se burla amablemente de la estupidez del mundo balompédico al alinear el fútbol con la figura de la Locura en el Elogio de la locura de Erasmo, quien «suelta abruptamente todo cuanto se le pasa por la cabeza». Así es como numerosos hinchas se sienten durante el partido. Somos capaces de decir cualquier cosa. La experiencia de mirar el fútbol confiere una extraña licencia y libertad de expresión, una auténtica parrhesia o franqueza lingüística que con frecuencia se acaba torciendo hacia la grosería y la más absoluta obscenidad. La estupidez del fútbol no tiene fondo, y un ejemplo de ello es la obsesión por las estadísticas como el número de faltas cometidas, los saques de esquina que se han lanzado, los disparos a puerta, etcétera, etcétera, etcétera. La majadería de esa métrica ha sido reemplazada, sobre todo en Alemania, por el llamado packing rate, que intenta medir la naturaleza y frecuencia de los pases que llevan a que el balón supere a los defensas rivales –esto se conoce como Gegner überspielen, o dominio sobre el adversario– y se generen ocasiones de gol.  Escribe Schauss: «El fanatismo y la obsesión son condiciones habituales en el mundo del fútbol. Se sitúan en algún punto entre la locura y la estupidez, sin acabar volcándose de manera necesaria sobre una u otra». Esta idea también puede expresarse en términos más cercanos a Gadamer: diciendo, concretamente, que ocupar el terreno de juego, o Spielraum, implica adentrarse en una experiencia de dichosa estulticia, la de perder el contacto con el mundo normal y cotidiano, el mundo de los fines, die Welt der Zwecke. Al mirar el fútbol entramos en un mundo diferente, maravillosamente idiota.

Pienso ahora en la estupidez del gran Brian Clough, que en 1974 protagonizó una célebre anécdota al ser despedido como entrenador del Leeds United Football Club –en aquel momento, campeones de la liga inglesa– tras apenas 44 días en el puesto. Había reemplazado a Don Revie, un entrenador tremendamente exitoso, obstinado y querido, que dejó el Leeds para dirigir a la selección de Inglaterra. Clough había criticado públicamente en numerosas ocasiones el estilo de juego físico y agresivo de Revie, lo había tachado de «sucio» y «tramposo», pero creo que se equivocaba. Desde luego que el Leeds era un equipo duro, pero quien dude de su capacidad para jugar bien al fútbol debería recordar cómo, en marzo de 1972, destruyó al Southampton por 7 a 0, en un partido que fue el equivalente de ver al Barcelona jugando en un baño de barro. Asombrosamente, la noche en que fue despedido, Clough concedió una larga entrevista a la televisión de Yorkshire junto a un segundo invitado, que no era otro que Revie. Limitémonos a describir la atmósfera como tensa. Pero el punto central del debate entre Revie y Clough surgió cuando el segundo dijo: «Creo en un concepto de fútbol diferente al de Don Revie. Uno que quizá tenga como objetivo la utopía, lo que quizá implique que soy algo estúpido. Así es como soy. En lo referente a este tema, soy un tanto estúpido. Soy un tanto idealista. Creo en las hadas». Pese al cinismo, la corrupción y el capitalismo crónico propios de este deporte, ser hincha te obliga a creer en las hadas, a comportarte como un estúpido y a tener un cierto grado de utopismo. Podríamos relacionar la Locura del Encomium Moriae de Erasmo con la Utopía de Tomás Moro, a quien precisamente está dedicada la obra anterior. Hay una conexión entre la locura y el pensamiento utópico. El utopismo de Clough activó su oposición estética a lo que percibía como fealdad en el estilo de juego de Revie, le llevó a creer en el llamado «fútbol de moqueta», que se debe jugar a ras de suelo: «Si Dios hubiera querido que jugáramos al fútbol en las nubes, les habría puesto césped». Tras dejar el Leeds, Clough pasó a entrenar al Nottingham Forest, con quien ganó la liga inglesa de la temporada 1977-78 y dos Copas de Europa seguidas, en 1979 y 1980. (El otro equipo inglés capaz de alcanzar ese hito había sido el Liverpool, en 1977 y 1978).

Por supuesto, en lo que a torneos internacionales se refiere, la estupidez a la que se somete el espectador es evidentemente la del nacionalismo. Toussaint sugiere que el fútbol ampara un nacionalismo de tipo irónico, un chovinismo de sonrisa ligeramente ladeada: «¡Larga vida a Bélgica!». Como mi viejo amigo flamenco Philippe Van Haute me dijo en una ocasión, la única forma aceptable de nacionalismo es la belga, ya que el país se halla completamente dividido y está constantemente al borde de la disolución. La pregunta es: ¿se puede mantener esa forma de nacionalismo irónico cuando se aplica a países como Inglaterra o Alemania, Brasil o Argentina, Corea del Norte o Corea del Sur? Eso es mucho más difícil de decir. La opción más simple consistiría en rechazar el nacionalismo y abrazar algún tipo de globalismo o cosmopolitismo balompédico, tanto liberal como de izquierdas. Pero a mi cabeza eso le parece demasiado fácil, y además pasa por alto el modo en que nos vemos interpelados como sujetos nacionales, sobre todo en la actualidad, con el ascenso de la derecha populista en todo el continente europeo.

La pertenencia a una nación no es algo que pueda simplemente ser rechazado o eludido, pues ello implicaría renegar de nuestro origen y del modo en que éste ha modelado lo que somos y la manera en que pensamos y nos expresamos. Aunque no soy partidario de la simplista identificación actual entre nación y Estado, tampoco creo que esté en nuestra mano ignorar o rebajar la naturaleza de la nacionalidad y su importancia vital a la hora de ofrecernos un sentido de pertenencia, una identidad y una historia. También debemos tener en cuenta la complejidad y el exotismo del sentimiento nacional, sobre todo cuando lo experimentamos hacia una nación que no es la nuestra. Por ejemplo –y aquí no estoy para nada solo–, la primera vez que sentí una atracción apasionada hacia otra nación fue en 1970, viendo la actuación de Brasil en el Mundial (tengo una foto con diez años en la que aparezco con una pelota entre las manos y vestido con la equipación brasileña al completo). El fútbol me permite soñar con lugares en los que nunca he estado y que probablemente nunca visitaré: Camerún, Kazajistán, Camboya… Bélgica.


En qué pensamos cuando pensamos en fútbol
Simon Critchley
Traducción de Milo J. Krmpotić
Sexto Piso, 2018
176 páginas; 17,90 €

 

 

 

 

 

 

 

Simon Critchley

(Hertfordshire, 1960) estudió Filosofía y fue profesor en distintas universidades de Francia, Australia, Noruega, Estados Unidos y Suiza. Actualmente ocupa la cátedra Hans Jonas en la New School for Social Research de Nueva York. Es uno de los filósofos más interesantes y eclécticos del siglo XXI y ha escrito gran número de obras de temática muy diversa, de las cuales se han publicado recientemente en español El libro de los filósofos muertos, Apuntes sobre el suicidio y El teatro de la memoria. Además, escribe con regularidad para The Guardian y The New York Times. La editorial Sexto Piso publicó su ensayo Bowie en 2016.

1 comment on “En qué pensamos cuando pensamos en fútbol

  1. Reblogueó esto en Desocupar la piezay comentado:
    El filósofo británico Simon Critchley parece tomarse muy en serio aquella máxima de «devolver la filosofía a la calle». Nada le es ajeno, como demuestra en este libro, donde hibrida su amor por el deporte rey con su incisiva mirada filosófica.

    El fútbol hunde (o hundía) sus raíces en el sentimiento de pertenencia a un lugar y a una comunidad, y en su momento encarnó cierta idea de utopismo comunitarista y fue parte importante de la cultura obrera: era un deporte de equipo, de asociación, un deporte socialista, donde el conjunto está siempre por encima de las individualidades, por importantes que éstas puedan ser. Los jugadores vienen y van, mientras que los aficionados son el archivo, la memoria del equipo, quienes lo anclan en la historia. Son parte activa del fútbol en tanto experiencia, en tanto colección de momentos. Y entre los recuerdos más queridos y tempranos de Critchley están los de ir a ver con su padre los partidos del Liverpool, el equipo de sus amores, un amor que ha sobrevivido a la infame mercantilización y la desnaturalización que ha sufrido este deporte en las últimas décadas.

    Aunando pasión y rigor, análisis y devoción (porque, al fin y al cabo, ¿qué es el fútbol, qué es la filosofía sin entusiasmo?), Critchley se acerca a este fenómeno planetario desde perspectivas de clase, de género, también de estética, y nos ofrece un libro que es tanto un inspirado e inspirador ensayo como un sentido homenaje a este deporte inmortal.
    http://www.sextopiso.es/esp/item/404/en-que-pensamos-cuando-pensamos-en-futbol

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