Estudios literarios

El escritor y su sombra: Joyce, García Márquez, Iribarren

Tres escalas en el mapa literario de José Luis Cancho.

El escritor y su sombra

/por José Luis Cancho /

James Joyce (Irlanda, 1882 – Suiza, 1941)

Se dice que Joyce es el epítome del escritor, que su obra contiene toda la literatura. Yo diría que lo que contiene es todo el diccionario. Joyce escribe desde la omnipotencia, desde la omnisciencia, desde el dominio absoluto del lenguaje. Joyce pertenece al club de los autores que no solo no tienen miedo de las palabras, sino que hacen alarde de ellas. Leyéndolo, uno no puede evitar la comparación con los nuevos ricos: en todo momento tienen que mostrar sus riquezas.

En mi único viaje a Dublín, siguiendo las huellas de Joyce, a quien en realidad descubrí, fue a su sombra: Samuel Beckett. Este, a diferencia de Joyce, desconfiaba del lenguaje, tenía miedo de las palabras, de ahí que decidiese cambiar de lengua, no para mejorar su estilo, sino para empobrecerlo, para trabajar desde la impotencia, desde la dificultad, desde la inseguridad. Mientras su contemporáneos seguían firmando versiones rutinarias de la novela, Beckett construía una literatura nueva, irreductible a los patrones por entonces vigentes.

Frente a lo que habitualmente se piensa, uno solo se convierte en escritor cuando empieza a tener miedo de las palabras. Y ahora me pregunto si tras la aparente omnipotencia de Joyce no se oculta un profundo temor al lenguaje.

 

De selvas y desiertos

Gabriel García Márquez (Colombia, 1927 – México, 2014)

De siempre me he sentido atraído por los desiertos, por los espacios vacíos, por las estepas áridas, por los paisajes calcinados por la luz. Por contra, nunca he dejado de experimentar cierto rechazo por las selvas, con sus lluvias y sus intrincados pasajes arbóreos, con sus fangos y barrizales. Si trasladamos todo esto a la literatura, podríamos hablar de una prosa-desierto frente a una prosa-selva. La primera correspondería a los narradores sin trama, a los que iluminan el lenguaje frente a los que lo enturbian, a los que buscan la transparencia del sueño frente a los que se pierden en disquisiciones. La primera sería una prosa euclidiana por su búsqueda de la claridad; la segunda, una prosa einsteiniana por su retorcimiento. En una ocasión, viajando por Latinoamérica, intenté llegar a Aracataca, el pueblo natal de García Márquez, donde llueve más de trescientos días al año, pero no fui capaz de cumplir con mi propósito, me lo impidieron las inclemencias del tiempo: la permanente humedad de la selva, la espesura agobiante, el incordio de los mosquitos. Pues bien, algo así me ha pasado con alguno de sus libros: no he conseguido concluir su lectura. Demasiada prosa-selva.

 

Trazar un plano

Karmelo C. Iribarren (Donostia, Euskadi, 1959)

Alzar una cartografía real transfigurándola en una cartografía literaria. Tal es el propósito de Karmelo Iribarren y tal es la sustancia de su poesía. El poeta traza un plano detallado de las calles, plazas y bares que ha recorrido y que sigue recorriendo sin cesar. Como un actor que es a un tiempo él mismo y su personaje, K. Iribarren nos muestra su ciudad, que se despliega como un abanico ante los ojos del lector. Lo que ocurre en sus poemas es el fluir de la vida, el ir y venir de un hombre por los rincones de su ciudad natal y el ir y venir de sus pensamientos, emociones y recuerdos. Siempre he pensado que K. Iribarren es el poeta de la ciudad, que nadie como él ha sabido ver e imaginar San Sebastián en todas sus dimensiones, con el esplendor de sus días luminosos y con la grisura permanente pautada por la lluvia (estos últimos son sus preferidos). En sus poemas la ciudad descrita es la que todos conocemos (con sus paseos, su río, su mar), pero al mismo tiempo es la ciudad soñada e imaginada por K. Iribarren. Y ya se sabe que una ciudad no existe hasta que no encuentra al poeta que la nombre y transfigure. Solo así se convierte en una ciudad real para todos, para los que en ella viven y para los que nunca la han visitado.


 

 

 

 

 

1 comments on “El escritor y su sombra: Joyce, García Márquez, Iribarren

  1. javiergildiezconde

    Suscribo la apreciación de mi amigo José Luis sobre que «uno solo se convierte en escritor cuando empieza a tener miedo de las palabras». La propia experiencia lo corrobora. Asimismo lo de que «una ciudad no existe hasta que no encuentra al poeta que la nombre y transfigure». No comparto, sin embargo, su rechazo de la prosa de «intrincados arbóreos», einsteiniana según él, frente a la euclidiana. Y es que los caminos de la literatura narrativa son, afortunadamente, multiples y variados, como la vida misma; y la historia de la literatura está llena de brillantísimos ejemplos de prosa selvática que ha atrapado, emocionado y sobrecogido por sus páginas, embarradas de todo tipo de tramas, a tantísimos lectores. Un abrazo al amigo y también al autor. JAVIER GIL.

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