Estudios literarios

Vargas Llosa y la tribu neoliberal

Enrique del Teso desmonta la manipulación implícita en "La llamada de la tribu" (Alfaguara, 2018) de Mario Vargas Llosa.

Vargas Llosa y la tribu neoliberal

/por Enrique del Teso/

Un desquite

Alguna vez pregunté a los alumnos si el diccionario debería decir que la palabra derecha, referida a la ideología política conservadora, se usa peyorativamente. Me dijeron que eso sería impropio del diccionario. Les costaba entender que yo estaba preguntando sobre la palabra derecha, no sobre la ideología referida por la palabra. Creo que son aceptables estas cuatro afirmaciones: 1. Hay gente que, siendo de derechas, niega ser de derechas (usando esa palabra). 2. No hay nadie que diga ser de derechas sin serlo realmente. 3. Hay gente que dice ser de izquierdas sin ser realmente de izquierdas. 4. No hay nadie de izquierdas que niegue ser de izquierdas. Sencillamente la gente no quiere cargar con la palabra derecha, ni siquiera los de derechas, y mucha gente apetece la palabra izquierda, incluso quienes no son de izquierdas. Ideologías aparte, está claro que una palabra suena peyorativa y la otra no. Y algo así pasa con lo de neoliberal. Cuando alguien llama neoliberales los planteamientos del otro es que lo está criticando. Y ningún político anuncia que va a dar un giro neoliberal a la sanidad, por ejemplo. Lo de neoliberal suena mal.

Y Vargas Llosa se cansó. Su libro La llamada de la tribu pretende ser algo más que una defensa política de una ideología. Intenta presentar el liberalismo radical, no sólo como algo bueno y justo, sino además como algo culto. Y lo hace recorriendo su propia biografía, comentando los autores que considera que mejor le amueblaron su tendencia neoliberal: Adam Smith, Ortega y Gasset, Hayek, Popper, Aron, Isaiah Berlin y Revel. El libro tiene un cierto aire de desquite. Vargas Llosa está convencido de que a estas alturas ya no es discutible que el liberalismo tenía razón. Después comentaremos el encaje, o más bien desencaje, que la forma en que se establece esta conclusión tiene con la doctrina de Popper, uno de los héroes del libro. El liberalismo es la ideología más denostada, dice el autor, por los intelectuales, casi siempre de izquierdas. Ese es el desquite: ahora se puede decir alto y claro que el denostado liberalismo tenía razón, que los intelectuales de izquierda estuvieron siempre equivocados y que además el liberalismo es culto y profundo.

Es lo que intenta Vargas Llosa y, en general, en intento se queda. El libro es propaganda política y los argumentos casi siempre se quedan en propaganda. El recorrido por la obra de los pensadores es desigual. Es insípido en el caso de A. Smith y Ortega y Gasset, racional en Hayek, superficial y confuso en el caso de Popper y ameno y ágil en Aron y sobre todo en Berlin y Revel. Es inevitable caer por momentos en la banalidad cuando el análisis es el medio y la propaganda es el fin. Es difícil imaginar que este vaya a ser un libro al que se recurra para acercarse a A. Smith, Ortega y Gasset o Popper. A lo que nos acerca el libro es a Vargas Llosa y su posición política, pero menos que sus artículos de prensa, su actividad política directa y los apoyos y desafectos públicos que prodiga.

Falsacionismo. La filosofía y la propaganda

Podemos empezar por cuestiones de método. Vargas Llosa busca método y análisis detrás del neoliberalismo sobre todo en Popper. El hilo argumental que pretende es partir del falsacionismo de Popper para entronizar la idea de que ninguna verdad es definitiva; después se dirá que lo que demuestra el falsacionismo es que la única forma de sentar verdades indiscutibles es abandonar la lógica y el análisis en beneficio de alguna palabra divina o algún dogmatismo ideológico, es decir, la vuelta a la tribu. Sólo ideologías totalitarias como el fascismo o el comunismo en primer lugar, pero también las ideologías «colectivistas» o «constructivistas» (para entendernos, la izquierda), son propensas a verdades respaldadas por credos y no sometidas al pensamiento crítico. Se da por supuesto que el liberalismo es la actitud política siempre crítica y abierta a cualquier posibilidad racional y siempre tolerante y dispuesta a buscar la razón que tenga el oponente. Así el falsacionismo conduce al liberalismo. Los problemas de este hilo argumental son: 1. se presenta como falsacionismo una versión banal de la Lógica de la investigación científica de Popper; 2. no hay vínculo entre el falsacionismo (y el «falibilismo», su extensión para el razonamiento político) y el neoliberalismo o cualquier otra ideología; 3. es una falsedad objetiva el supuesto de que el neoliberalismo sea una ideología menos dogmática que otras; se puede afirmar la falsedad de este supuesto sin salirnos de las palabras de Popper, a pesar de su conservadurismo político. Sobre la primera cuestión, el falsacionismo no se limita a decir que toda verdad es provisional hasta que el pensamiento crítico la desmienta. Eso lo dice cualquiera. Nadie dijo nunca que las verdades científicas fueran definitivas. Tampoco dice el falsacionismo que no se pueda demostrar la verdad de nada. Y tampoco dice exactamente que una teoría puede ser «falseada» por otra teoría. Sí dice que toda teoría es provisional, pero no de esa manera.

Respecto de la verdad, Popper dice que un enunciado científico tiene que empezar por ser contrastable con los hechos. Las afirmaciones imposibles de contrastar en experimentos y observaciones, como las de la teología o el psicoanálisis, no pueden ser científicas. Pero de donde viene el nombre de falsacionismo es del papel que Popper atribuye a la contrastación. Popper dice que los hechos pueden demostrar la falsedad de una teoría, pero no su verdad. El experimento de Eddington demostró que la luz es afectada por la gravedad, como preveía la teoría general de la relatividad. Eso demostró que Newton estaba equivocado, pero no que Einstein tuviera razón. Para ahorrarnos oscuridades, podemos dejar el razonamiento en su esqueleto formal. Si aceptamos una implicación, de la verdad del antecedente se deduce la verdad del consecuente (modus ponens): si llueve, las aceras se mojan; me consta que llueve; luego las aceras han de estar mojadas. De la falsedad del consecuente se deduce la falsedad del antecedente (modus tollens): las aceras no están mojadas, luego no llovió. Estos dos razonamientos son correctos, pero no el de deducir la verdad del antecedente a partir de la verdad del consecuente: las aceras efectivamente están mojadas, luego llovió. Esto último es falaz. La implicación que habíamos aceptado era que si llueve las aceras se mojan, no que si se mojan tenga que ser porque llovió. Trasladado a los enunciados científicos, el razonamiento sería el siguiente: si la teoría general de la relatividad es correcta, la luz tiene que ser afectada por la gravedad; Eddington demostró que la luz es afectada por la gravedad; por tanto, la teoría de Einstein era correcta. Esto es falaz: se demostró que era verdad el consecuente, pero de ahí no se sigue la verdad del antecedente, es decir, se comprobó que ocurría lo que decía Einstein, pero no que aquello ocurriera por lo que Einstein decía. A veces ocurre lo que predice un adivino con las cartas y eso no demuestra que tuviera razón. Por tanto, lo único que puede hacer la experimentación es demostrar que una teoría es falsa, nunca que es verdadera. Las teorías son falsables, no verificables. El falsacionismo afirma en definitiva que el acoplamiento de las teorías con los datos es parcial y por eso es suficiente para mostrar la falsedad de la teoría, pero insuficientes para mostrar su verdad.

Popper no dice que ninguna afirmación sea verificable. Sólo dice que lo que sea verificable no puede ser teórico. Que Juan Carlos I sucedió a Franco es verificable y por eso no es parte de una teoría de la historia. Y tampoco son las teorías las que se «falsean» unas a otras, según dice Vargas Llosa y no dice Popper. Lo único que puede falsar una teoría son los hechos (en realidad, los enunciados verdaderos de esos hechos), no las teorías. Lo que dice Popper es que las teorías tienen grados de falsación. Que un enunciado sea falsable quiere decir que expresa qué hechos demostrarían su falsedad y, por tanto, qué hechos predice que no sucederán. Si tiro un dado al aire y digo que salió cifra par, transmito información, porque hay tres sucesos que harían falsa mi afirmación. Pero si digo que salió el dos, transmito más información porque ahora son cinco los sucesos que harían falso lo que dije. Cuanto más excluyo más digo. Una teoría no demuestra la falsedad de otra, pero sí puede ser más falsable que la otra. Pueden ser más los hechos que excluye y ser así más explicativa.

Tiene interés este resumen de urgencia, no sólo por la superficialidad y confusión con que lo sintetiza Vargas Llosa, sino también para entender la fuerza de la segunda afirmación con la que impugnábamos el hilo argumental con el que Vargas Llosa quiere relacionar el falsacionismo con el neoliberalismo. Las teorías científicas o las gnoseológicas no son construcciones en torres de marfil ajenas a prejuicios o intereses. Pero pretender que una teoría científica o una teoría de gnoseología de la ciencia conduzca a cierta ideología política es casi infantil. No se puede pasar del modus tollens a Ronald Reagan más que con múltiples atropellos de la razón. El último libro que leí con ambientación en la Revolución Cultural de Mao en China fue El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu. Allí se evocaba el momento en el que profesores de física eran juzgados, torturados públicamente y ejecutados por explicar la teoría de la relatividad, porque esa era una teoría burguesa enemiga del campesinado. Vargas Llosa tiene alegatos en La llamada de la tribu contra esos desvaríos y contra los intelectuales de izquierda que los ignoraron o incluso los apoyaron. Es notable que en el mismo libro se pretenda el hilo argumental sintetizado antes y que contiene el mismo tipo de obcecación ideológica. Popper indica la complejidad de la observación de los datos, porque los datos no se manifiestan en bruto, sin prejuicios, expectativas o suposiciones. Explica que ningún dato nos da seguridad sobre la verdad de una teoría. Deducir de ahí la conveniencia de privatizar la sanidad y de bajar los impuestos, porque el falsacionismo nos muestra que las teorías tienen que competir «en libertad» ante la endeblez de cualquier verdad es un absurdo lógico movido por el afán de propaganda. Poco importa que Popper fuera conservador. Un comunista podría estar de acuerdo con el falsacionismo y el análisis de la ciencia que propone Popper.

Falilbilismo y dualidad de hechos y normas. El juicio por combate de Juego de Tronos

Popper hace una discutible extensión del falsacionismo al falibilismo para abarcar con el mismo método la ciencia y la gestión pública. Vargas Llosa no parece consciente de que con el desarrollo del falibilismo Popper desautoriza elementos esenciales del discurso de La llamada de la tribu. Vargas Llosa acepta la idea de que la caída de los regímenes comunistas demuestra que eran sistemas equivocados. Asume también que la debilidad de los partidos y políticas socialdemócratas es la prueba de que las políticas estatalistas eran un error. En todo el libro es firme la convicción de que el hecho cierto de que el liberalismo es fuerte internacionalmente y de que sus alternativas están débiles o rendidas demuestra que el liberalismo era quien tenía razón. Es precisamente el tipo de razonamiento que Popper considera peligroso y dogmático. Que algo sea un hecho no demuestra que esté bien. Popper llama a estos razonamientos «monistas», porque quieren reducir las normas a los hechos. Quien no quiere distinguir hechos de normas (es decir, de decisiones políticas) se limitará a decir que el hecho es que el comunismo fracasó y el hecho es que en las democracias la socialdemocracia está fracasando; los hechos ya hablan por sí solos y no hay razón ni sinrazón que añadir a los hechos. Esto es lo que dice Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, la obra de referencia para Vargas Llosa:

«La posición monista —la filosofía de la identidad de hechos y normas— es peligrosa, porque incluso allí donde no identifica a las normas con los hechos existentes —incluso donde no identifica fuerza y razón presentes— conduce necesariamente a la identificación de fuerza y razón futuras. Desde el momento en que la cuestión de si un cierto movimiento para la reforma es justo o injusto (bueno o malo) no puede plantearse según el monista […] no se puede preguntar nada, a no ser cuál de estos movimientos opuestos ha tenido éxito al final, en el establecimiento de sus normas como un hecho social, político o histórico. […] la filosofía aquí descrita […] nos lleva a la identificación de normas, bien con el poder establecido, bien con el poder futuro».

La caída de la Unión Soviética y el comunismo demostró que Occidente era más fuerte, no que tuviera razón (aunque podamos pensar que la tenía por otros motivos). Alguna de las escenas más populares de Juego de Tronos suceden alrededor del juicio por combate. El reo tiene derecho a pedir un combate en el que alguien luche en su nombre contra un rival que represente a la acusación. Como los dioses darán siempre más fuerza a la virtud, el desenlace del combate mostrará la verdad. Al final se le da la razón al más fuerte. Es el tipo de razonamiento que denuncia Popper y que es sorprendentemente popular. Mucha gente cree demostrado que Tsipras se equivocó. En realidad, lo que se demostró es que la Troika era más fuerte que Grecia. Ese es el hecho, pero del hecho no se deduce la corrección de la norma. Así denuncia Popper la falacia monista en La sociedad abierta y sus enemigos:

«Pero algunos relativistas han rechazado este dualismo de hechos y normas y lo han enfrentado a argumentos como los siguientes:

  1. La aceptación de una propuesta —y, por tanto, de una norma— es un hecho social, político o histórico.
  2. Si una norma todavía no aceptada juzga a otra, aceptada, y le encuentra carencias, entonces este juicio (sea quien sea quien pueda haberlo hecho) es también un hecho social, político o histórico.
  3. Si un juicio de este tipo se convierte en base de un movimiento social o político, entonces esto es también un hecho histórico.
  4. Si este movimiento tiene éxito y si, en consecuencia, las viejas normas se reforman o reemplazan por normas lluevas, entonces esto es también un hecho histórico.
  5. Así —tal  como  arguye  el  relativista  o  positivista  moral—  nunca  tenemos  que trascender el terreno de los hechos, si sólo incluimos en él hechos sociales, políticos o históricos: no hay dualismo de hechos y normas.

Considero la conclusión 5 errónea. No se sigue de las premisas 1 a 4, cuya verdad admito.  La  razón  para  rechazar  5  es  muy  simple:  siempre  podemos  preguntar  si  un desarrollo como el aquí descrito —un movimiento social basado en la aceptación de un programa para la reforma de ciertas normas— era «bueno» o «malo». Al formular esta cuestión reabrimos la brecha entre normas y hechos que el argumento monista 1 a 5 trata de cerrar.»

Como digo, Vargas Llosa no parece percibir que el monismo denunciado por Popper recorre su libro y nutre sus argumentos permanentemente. Popper quiere que la política se someta al análisis crítico con un rigor parecido a la ciencia. En la ciencia el elemento sancionador es la verdad o falsedad. En política ha de ser algo parecido a bueno o malo, correcto o incorrecto. Y como en la ciencia, no admite que haya fuente divina ni de autoridad de la que se pueda deducir la validez de normas o medidas políticas. Este es uno de los aspectos por los que Vargas Llosa quiere, en este caso coherentemente, que no se confunda el liberalismo con el conservadurismo, más propenso a entronizar dioses o tradiciones intocables. Popper comprende la dificultad de declarar falibles las políticas con la misma robustez con que declaraba falsables las teorías científicas. La contrastación no consiste en decidir si las socialdemocracias nórdicas fueron verdaderas o falsas, sino si fueron correctas o incorrectas. Y aquí Popper admite que nos podemos perder en un bosque de posibilidades. Él no cree que la minimización de la miseria deba ser el criterio principal. Pero sí cree que hay que avanzar a partir de criterios indiscutibles, como el de que el aumento de la crueldad es negativo. La contrastación del liberalismo con sus efectos en la Inglaterra de Thatcher le sugieren a Vargas Llosa que es el sistema que de momento funciona y para muchos es la prueba de su descarte. Se desarrolle como se desarrolle el falibilismo, nos daremos siempre de cara con lo de siempre: intereses, ideología, prejuicios, … No hay forma objetiva de decidir cuándo las mayorías se equivocan o aciertan.

Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936)

Historicismo, libertad e individuos. Y luego los intelectuales

Vargas Llosa asume el alegato contra el historicismo de Hayek y Popper. El historicismo consiste en suponer que la historia puede ser racionalizada a partir de constantes y que los hechos humanos sólo se entienden cabalmente en el marco de ese proceso histórico racionalizado. En esta idea caben análisis de la historia muy penetrantes y también visiones mitológicas. Popper desconfía de todo intento de racionalizar la historia porque entiende que cualquier imagen de la historia reducida a constantes acaba siendo el argumento que justifica sistemas totalitarios. Si podemos entender lo sucedido con un patrón racional, el mismo patrón debería ser operativo hacia el futuro y estaríamos en condiciones de adivinar lo que sucederá. Quien se crea capaz de tal cosa sólo puede proyectar propuestas de organización social ajenas al control y análisis crítico y, por tanto, totalitarias. No es este el lugar de discutir cuestiones de filosofía de la historia. Podemos decir que no hay sistema totalitario que no pretenda justificarse en la historia y en patrones históricos. Pero eso no quiere decir que cualquier forma de racionalización de la historia lleve la semilla de la praxis totalitaria consigo. Todos los credos racistas incorporan algún tipo de antropología, por chusca que sea. Pero la indagación antropológica no lleva al racismo, como es bien evidente.

Lo que interesa destacar aquí es el prejuicio ideológico que late en esta desconfianza de comprender racionalmente el devenir humano. La historia es irrazonable porque los humanos somos libres y la libertad hace impredecibles nuestros actos. Quien busque esquemas en la historia no cree en la libertad. Dice Vargas Llosa en la página 179:

En este sentido, en la historia no existen «leyes». Ella es, para bien y para mal —Popper y los liberales creemos lo primero— «libre», hija de la libertad de los hombres, y, por lo tanto, incontrolable, capaz de las más extraordinarias ocurrencias.

La propaganda neoliberal consiste en proclamar que todo lo que nos acerque a la libertad nos acerca al liberalismo y todo lo que nos aleje de ella nos acerca a las ideologías rivales del liberalismo. De ahí esa obsesión por pretender que todo el que busca razón y sentido en la historia niega la libertad. En la página 118 resume el pintoresco argumento de Hayek (que el propio Vargas Llosa llama extremista) por el que llega a la lógica conclusión de que los intelectuales son enemigos de la libertad y además sus enemigos más soberbios.

El razonamiento de Vargas Llosa y Hayek, pero también el de Popper (no olvidemos que Popper es asignatura obligatoria en teoría de la ciencia, pero no tiene especial predicamento en los estudios teóricos ni aplicados de la historia) reduciría al absurdo todas las ciencias humanas. El propio Vargas Llosa atribuye inconsistencias a Ortega y Gasset debidas a su falta de formación en economía sin ser consciente de que la economía es una ciencia humana que trata de actos humanos tan libres e impredecibles como la historia. El problema de base es que entienden que la colectividad como tal no existe, que lo que hay son individuos y que en ellos radica la libertad. Pero la colectividad existe y los individuos son impredecibles, pero la colectividad es predecible de manera evidente. Cuando llega el verano a una ciudad costera con playa, cada individuo va o no va a la playa libremente. Y cuando es invierno y hace frío también. Pero aunque la conducta individual sea libre e impredecible, la conducta colectiva reacciona de manera causal al tiempo atmosférico: con sol «la gente» va a la playa y con frío no. Cuando el ayuntamiento de la ciudad playera contrata un servicio de salvamento en verano, dando por hecha esa relación causal, no está siendo enemigo de la libertad. Está usando el sentido común. ¿Cómo explicaría Popper, Hayek y Vargas Llosa la famosa ley de la oferta y la demanda en economías de mercado libre? El que vende naranjas es libre de ponerles el precio que quiera y el consumidor es libre de comprarlas o no. Pero sabemos que cuando un producto escasea «la gente» tiene más ansiedad por obtenerlo y está dispuesta a esforzarse más y que cuando eso ocurre los vendedores libremente deciden aumentar el margen de ganancia. La sociología, parte de la lingüística, la economía y, en general, las ciencias humanas se basan en la racionalidad de las manifestaciones colectivas, aunque los individuos sean de uno en uno imprevisibles. Pero no sólo las ciencias humanas. El puro sentido común también. El propio Ortega y Gasset, tomado como referencia neoliberal en La llamada de la tribu, dice en La rebelión de las masas estas palabras inequívocas que rechinan con Popper:

Es falso decir que la historia no es previsible. Innumerables veces ha sido profetizada. Si el porvenir no ofreciese un flanco a la profecía, no podría tampoco comprendérsele cuando luego se cumple y se hace pasado. La idea de que el historiador es un profeta del revés resume toda la filosofía de la historia. Ciertamente que sólo cabe anticipar la estructura general del futuro, pero eso mismo es lo único que en verdad comprendemos del pretérito o del presente.

La nación y la religión

La quintaesencia de la tribu de la que el progreso nos libera, según Vargas Llosa, es la nación y la religión. La desconfianza de Vargas Llosa de los nacionalismos y a los dogmas religiosos tiene que ser parcialmente compartida por cualquier mente mínimamente abierta. Pero simplifica la cuestión de la tribu, los hechiceros y las naciones. La nación (o tribu o estado o lo que sea) es tan peligrosa y tan inevitable como la familia. La familia crea un vínculo intenso e irracional de altruismo interno que puede ser incluido provechosamente en el orden social, como suele ser el caso. Pero sabemos que el nepotismo y las peores formas de corrupción y egoísmo están relacionadas con ese vínculo familiar. Que sea peligroso no quiere decir que tengamos que eliminar la familia del orden social. Simplemente es un potro que hay que domar. Es inevitable, es bueno y es peligroso. Como la nación. El cántico al individuo emancipado de la tribu y a la humanidad como individuos a granel espolvoreados por el planeta es propaganda y carece de base antropológica y psicológica seria. La historia de la humanidad como el proceso de emancipación del individuo sobre la tribu por la aparición del pensamiento crítico es una versión verdaderamente audaz que se permite Popper y trivializa Vargas Llosa, porque ignoran conocimientos muy ricos, bien investigados y ampliamente divulgados sobre la aparición y evolución de la especie. No corresponde que hablemos de ellos aquí. Los individuos no queremos merecer todos los días lo que nos pase, queremos un apego, una familia y un grupo humano que nos garantice ciertas certezas, está en nuestra naturaleza. El nacionalismo y la religión son sin duda los elementos compulsivos mejor dotados para los peores contrabandos y las mayores injusticias. Pero el impulso nacional, no el religioso, puede hacerse racional y canalizarse en organizaciones sociales democráticas y razonablemente libres. La disolución de los estados se lleva por delante el marco en el que es posible la democracia. A las empresas que son ya mayores que muchos estados les estorban esos estados y sus mecanismos de protección a la población. Y por ahí van el neoliberalismo y Vargas Llosa.

La propaganda y sus trampas

La doctrina del libro se dice ya en el primer capítulo. Ahí asoman los vicios habituales de cualquier propaganda: dogmatismo, falsificación a través del purismo y trampas lingüísticas. Es dogmática toda afirmación gratuita, es decir, lo que se presenta como indiscutible sin ser razonado o como un hecho sin ser corroborado por los datos. Se alaba, por ejemplo, la eficacia de Margaret Thatcher y el bono escolar que se puso en marcha en Suecia «con excelentes resultados», mientras se censura la sanidad pública porque su impacto en los impuestos la hace parte del «letargo estatista» (p.132). No es dogmático decir que Thatcher fue eficaz, sino argumentar las bondades del neoliberalismo con el ejemplo de la eficacia de Thatcher, como si la eficacia de Thatcher fuera un hecho. Seguro que Ken Loach no estaría de acuerdo. Ni tantos que perdieron empleo, condiciones de vida y acceso a servicios básicos. El bono escolar es pretendido en España por organizaciones como el Opus Dei y Hazte Oír, junto con el obispado y la derecha política. En Suecia sus resultados no fueron excelentes y sigue siendo motivo de controversia si tuvo algo que ver con la bajada en los índices de calidad de la educación. Suecia no destaca para bien en educación con respecto a sus vecinos nórdicos, que no tienen ese bono escolar. Por su parte, en sanidad el puro mercado sólo trae muertes y desatención. De eso sí hay datos.

La falsificación en nombre de un purismo idealizado es también habitual en la propaganda de cualquier ideología. Un comunista convencido tiende a decir que lo de la Unión Soviética o Cuba no es el «verdadero» comunismo. Y hasta los falangistas decían que la «auténtica falange» no era esa chapuza de Franco. Vargas Llosa critica con razón el paraíso futuro e irreal que ofrecen ciertas ideologías izquierdistas para cuya consecución hay que sacrificar el presente, incluso en detalles como las libertades políticas. Pero su liberalismo es también un reino ideal desconocido en el planeta. En la página 186 se lee:

El reformista [liberal] no pretende cambiarlo todo ni actúa en función de un designio global y remoto. Su empeño es perfeccionar las instituciones y modificar las condiciones concretas desde ahora […] Su designio es reducir o abolir la pobreza, la desocupación, la discriminación, abrir nuevas oportunidades de superación y de seguridad a todos y estar siempre atento a la compleja diversidad de intereses contradictorios y de aspiraciones cuyo equilibrio es indispensable para evitar los abusos y la creación de nuevos privilegios.

Y en la página 97 ya se había dicho:

Ante todo, redescubrir que, contrariamente a lo que parecen suponer quienes se empeñan en reducir el liberalismo a una receta económica de mercados libres, reglas de juego equitativas, aranceles bajos, gastos públicos controlados y privatización de empresas, aquél es, primero que nada, una actitud ante la vida y la sociedad, fundada en la tolerancia y el respeto, en el amor por la cultura, en la voluntad de coexistencia con el otro, con los otros, y en una defensa firme de la libertad como valor supremo.

Así dicho, quién no sería liberal. O falangista «auténtico». Lo cierto es que el liberalismo sin trabas no pretendió en ningún sitio la abolición de la pobreza y la discriminación, favoreció la creación de abusos y privilegios y sus ejecutores nunca buscaron reglas equitativas ni cultivaron el amor por la cultura. Pero siempre se puede decir que ese no es el «auténtico» liberalismo sino, como dice en la página 113, «esa forma degenerada de capitalismo que es el mercantilismo —las alianzas mafiosas del poder político y empresarios influyentes para, prostituyendo el mercado, repartirse dádivas, monopolios y prebendas […]». Y en la página 123 se dice a propósito de las crisis financiera de 2008: «De ahí que sea conveniente recordar la vieja idea de los fundadores del pensamiento liberal, como Adam Smith, de que sin sólidas convicciones morales […] el liberalismo no funciona». Cuando falla el neoliberalismo es que no había «sólidas convicciones morales», esto es, no era el «verdadero» liberalismo. Falsificar los hechos (que es lo que hace para encumbrar a Reagan y Thatcher o, fuera de este libro, a Esperanza Aguirre) o sacarse de la manga una versión utópica de la ideología que se proclama es parte habitual de la propaganda.

La trampa lingüística empieza con la propia palabra liberal, polivalente y mucho más esquiva que la de conservador, que él quiere evitar, o neoliberal, que tiene un sentido político claro. Ortega y Gasset, uno de sus apóstoles, utiliza la etiqueta liberal para referirse a algo parecido a la tolerancia: «El liberalismo […] es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría […]. Proclama la decisión de convivir con el enemigo; más aún, con el enemigo débil.» Margaret Thatcher se ganó el apodo de Dama de Hierro precisamente por su intolerancia con los rivales y su impiedad con los débiles. El hierro de sus modales se dedicaba a los débiles, como aquella dictadura argentina tercermundista o aquellos trabajadores humildes. Pero fue sumisa con el dragón Den Xiaoping hasta la humillación. La dureza con el débil y humillación ante el fuerte no es característica de la firmeza, sino de la inmisericordia, la cualidad opuesta a la que Ortega y Gasset recogía con el término liberal. Es tramposo llamar, correctamente, liberal a la política de Thatcher y, una vez introducido el término, usarlo en el sentido noble que le da Ortega para que acabe embelleciendo la figura de Thatcher. Las etiquetas neoliberal, ultraliberal o conservador son más unívocas para entender de qué se está hablando. En general, debe recordarse que la mayoría de la izquierda y derecha  occidental es democrática y quiere economía de mercado. Si entendemos que democracia y economía de mercado es lo que define al liberalismo, la etiqueta es vacía y sirve para todo el mundo. Si queremos que liberalismo diga algo más que una obviedad, lo que dice es lo que solemos llamar neoliberalismo o liberalismo radical, una de las ideologías que pugnan por el poder en los países con democracia. Una ideología con perfiles muy estrictos. Toda propaganda incorpora trampas y toda causa necesita propaganda. Pero la propaganda supone siempre un límite severo en la racionalidad del análisis.

La libertad y la competencia. La responsabilidad y la intervención

La palabra libertad es la más reclamada por el liberalismo. Sin entrar en profundidades, a cualquiera se le alcanza que, cuando no tenemos libertad, es porque nos la quitan otras personas que decidieron libremente quitárnosla. La libertad tiene que ver con las posiciones de ventaja, es decir, con el poder. Pensar en la libertad como algo que puede crecer en la vida de todo el mundo es tan contradictorio como suponer que tener ventaja sobre los demás puede estar al alcance de todos. Las sociedades se hacen más libres repartiendo el poder, dispersándolo y sometiéndolo a control público, es decir, limitando la libertad de algunos para que mejore la libertad de muchos. La libertad tiene que ver con la igualdad, en el sentido normal de que haya cierta corrección de las desigualdades.

Vargas Llosa y todo el neoliberalismo utiliza esa palabra con referencia siempre a los de arriba, al derecho de ejercer los beneficios de una posición de ventaja, a las empresas y poderosos que quieren operar sin trabas estatales. No se utiliza para los de abajo. Para los de abajo se reserva otra palabra sagrada, la de competencia. Y en análisis algo más sofisticados otra más sutil, que es la de responsabilidad (no en balde muy pregonada por Margaret Thatcher). El neoliberalismo consagra la libertad de quienes están en ventaja. La libre competencia se invoca para justificar las pérdidas de los pequeños. La libertad tiene un precio que es la responsabilidad. Si eres libre, es justo que disfrutes o pagues las consecuencias de tus actos, que pare eso fueron libres. La libertad te hace merecedor y culpable de lo que te pasa. Esto se dice para los de abajo.

Por supuesto, Vargas Llosa dice que el liberalismo «auténtico» cree en la igualdad de oportunidades que debe garantizar la educación. Pero precisamente las formaciones neoliberales son las que más impulsan la segregación escolar. Sólo desde el dogmatismo y el afán de propaganda se puede decir que en nuestras sociedades hay una igualdad de partida y que las desigualdades que vemos se deben a los distintos méritos y ambición de cada uno. Ninguna fuerza política relevante en Occidente se opone al mercado y a la libre competencia. Por eso es falaz contrastar al liberalismo desde ese principio. Lo que sí se discute, y por eso hay ideologías y propuestas políticas distintas, es que la competencia no tenga que tener reglas y que sea eficaz para todo. Todo el mundo sabe que las empresas poderosas pueden ahogar de facto la libre competencia y que el mercado requiere la intervención estatal para ser libre mercado. No hace falta que recordemos en España los oligopolios que padecemos en energía y telecomunicaciones y sus efectos. Pero es que la competencia y el mercado no funcionan bien para todo. El mecanismo de mercado puede dar lugar a injusticias insostenibles, en unos casos, y ser ineficaz, en otros. Por ejemplo, la sanidad totalmente en manos del mercado sería inaccesible incluso para las clases medias altas. Si se trata de la salud propia o de una hija, la ansiedad del consumo no tiene límites y el ánimo de lucro tampoco. Si no hay mecanismos públicos de corrección, sencillamente sólo los extremadamente ricos podrían operarse de corazón y seguir teniendo vivienda propia. El caso de la enseñanza ilustra otro supuesto, que es el de la ineficacia. La competencia se basa en que el consumidor valore unas opciones por encima de otras. Pero el mecanismo sólo funciona si el consumidor tiene un resultado directo e inmediato, no funciona con resultados en diferido y con factores múltiples. Una persona sabe si le gustó la comida del restaurante y se pagó mucho o poco. Eso es inmediato. Pero la calidad en la formación se produce por una acumulación de aciertos pequeños de mucha gente sostenidos durante mucho tiempo y por eso esa calidad no interviene en el mecanismo de consumo. Cuando los centros compiten, lo que mueve el consumo son otras cosas, como las expectativas sociales e identitarias o los temores que el colegio sea capaz de proyectar, pero no la calidad de la formación. Es una falacia rebatir cualquier límite al mercado desde las disfunciones de la economía planificada comunista. Esa es la falacia del hombre de paja: argumentar contra lo que nadie está diciendo.

Final

Tony Stark, el humano que se oculta en la armadura del superhéroe Ironman, tiene en el pecho metralla que intenta llegar a su corazón. La energía de la coraza metálica retiene esa metralla en un pulso permanente. Sin ella moriría Tony Stark. El mercado y el capitalismo son para la mayoría el ecosistema necesario para los mejores ejemplos de convivencia libre y protección social, es decir, de libertad razonable para todos y no de libertad desmedida para algunos. El neoliberalismo es sólo una opción concreta y extrema dentro de las opciones democráticas. En general la izquierda no quiere eliminar el libre mercado. Sólo toma el puro y necesario mecanismo capitalista como esa metralla con la que hay que mantener un pulso permanente, porque sin ese pulso moderador de la acción estatal, se propagaría de manera letal para el delicado sistema de equilibrios de una sociedad democrática aceptable. El neoliberalismo quiere eliminar ese pulso y su propaganda pretende que la acción del Estado atrofia la sociedad y limita la libertad. A ello se aplica La llamada de la tribu. Se aplica con la propaganda habitual y buscando respaldo culto en el repaso a siete autores. Pero el repaso no es especialmente memorable porque a quien nos acerca es a quien escribe el libro. Y ya conocíamos sus recetas antes de que lo escribiera.


La llamada de la tribu
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, 2018
311 páginas; 18,90 €
Ebook: 9.99 €

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

2 comments on “Vargas Llosa y la tribu neoliberal

  1. No me gusta este autor… un ciego frente a la realidad de del llamado de la tribu indigéna y a 500 años de derecha

  2. bertaav

    Una gozada este análisis, gracias por las armas.

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