Crónicas ausetanas

Independentismo catalán y carlismo

A juicio del historiador Xavier Tornafoch i Yuste, la conexión que algunos detectan entre el independentismo catalán actual y el carlismo histórico no se sostiene.

Independentismo catalán y carlismo

/por Xavier Tornafoch/

Es habitual leer en la prensa madrileña, pero no sólo en ésta sino también en la catalana, que el actual movimiento independentista tiene sus orígenes en el carlismo histórico, que tuvo uno de sus baluartes en la Cataluña rural del siglo XIX. La insistencia en presentar el momento político catalán como la continuación de aquellos avatares históricos decimonónicos pretende presentar al independentismo como algo anclado en el pasado, ultraconservador y antimoderno. Algunos incluso se han esforzado en superponer el mapa electoral catalán actual con el de aquellas zonas en las que el carlismo tuvo una mayor presencia durante las guerras que protagonizó y que ensangrentaron España durante cerca de setenta años. Cierta prensa ha llegado al extremo de recordar a los antepasados carlistas de algunos líderes independentistas. Sin embargo, la complejidad de un movimiento político como el carlismo, que tuvo desde 1833 y durante más de cien años una extraordinaria presencia en la vida pública española, obliga a una mirada más exhaustiva del asunto.

Quizás convendría empezar por recordar que el carlismo nace de un pleito dinástico a la muerte de Fernando VII y que, antes que político, fue un movimiento insurreccional que tomó las armas para protagonizar tres guerras civiles; cuatro si incluimos la de 1936 a 1939. Los carlistas eran los abanderados de la religión católica y de su preeminencia y defendían el orden social del Antiguo Régimen y los fueros regionales. El carlismo existió en muchos lugares de España, pero las operaciones militares se llevaron a cabo principalmente en Cataluña, el País Vasco y el Maestrazgo, en parte por cuestiones forales, en parte por la estructura social predominante en esos territorios y en parte porque el terreno abrupto permitía desarrollar una guerra de guerrillas que no se podía acometer en otros lugares de la península.

La batalla de Villar de los Navarros, de la primera guerra carlista, retratada por Augusto Ferrer-Dalmau.

Con el pasar de los años y con la implantación progresiva de una sociedad liberal, que no democrática, el carlismo buscó su identidad situándose como un movimiento de extrema derecha que tamizaba el pensamiento reaccionario que triunfaba en Europa y que aquí se llamaría la Tradición, el programa político que resume perfectamente su lema: Dios, Patria, Rey. Al llegar el siglo XX, el movimiento carlista, ahora rebautizado como tradicionalista, se moderniza, no en cuanto a sus ideales, enteramente escorados a la derecha, sino en lo que hace referencia a su organización: abandona las armas para adaptarse a la vida parlamentaria, constituyendo agrupaciones electorales, casinos, juventudes y hasta centros deportivos. Más adelante creará su propia organización paramilitar, el Requeté, que tendrá un gran protagonismo durante la guerra civil (1936-1939). Los tradicionalistas tendrán diputados, nacionales y provinciales, y estarán presentes en numerosos ayuntamientos de España; participarán activamente de la vida política en los años anteriores a la insurrección armada del 18 de julio de 1936. Durante ese período, establecerán pactos con los nacionalistas catalanes y vascos, con los que compartían la voluntad de asegurar un papel central a la religión católica en la sociedad y la necesidad de articular un Estado descentralizado. En Cataluña forman parte en 1907 de la Solidaritat Catalana, un frente catalanista en el que también están los republicanos. Los carlistas, o tradicionalistas, empezarán a languidecer a partir de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), con la que colaboran activamente, y desaparecerán de la centralidad política española con el franquismo, al triunfo del cual contribuyen decisivamente. Fue Franco quien exigió la unificación con la Falange y quien acalló la especificidad tradicionalista, que sólo volvió a rebrotar momentáneamente durante los primeros años de la Transición, sin ninguna posibilidad de hacerse un hueco en el sistema de partidos que se constituyó en aquel período. Hay que recordar que durante el franquismo, la inmensa mayoría de los carlistas fueron, sobre todo, franquistas y que en muchas poblaciones el personal político se reclutó de entre los antiguos militantes tradicionalistas, una circunstancia que pesó como una losa cuando finalizó el régimen y el carlismo intentó reconstruirse para participar en la recién inaugurada democracia representativa.

La colaboración entre catalanistas y carlistas antes de la guerra civil (1936-1939) no debería hacernos perder de vista que existió entre ambos partidos una gran competencia electoral. En Vic (Barcelona), por ejemplo, este enfrentamiento fue particularmente intenso, aunque tanto el tradicionalismo como el catalanismo estaban íntimamente vinculados al Seminario Conciliar y a una clase terrateniente que residía en la ciudad.

Llegados a este punto, hace falta volver al principio. ¿Qué relación puede tener el independentismo actual con el carlismo histórico? Yo creo que ninguna. En primer lugar, el carlismo nunca fue separatista, ni tan sólo nacionalista. Era foralista a la antigua usanza, algo que vendría a asemejarse al actual regionalismo. Por otra parte, los catalanistas que provenían del carlismo, muchos de los cuales participaron en la fundación de Unió Democràtica de Catalunya (1931), se adhirieron a corrientes moderadas que aspiraban como máximo a articular un Estado confederal, como era el caso de Unió Democrática. Hace falta insistir en ello y también en que los carlistas colaboraron masivamente con el franquismo y no siempre tuvieron una actitud especialmente favorable al idioma catalán, que mantuvo una presencia meramente folclórica durante el régimen.

Durante la Transición, el carlismo, o lo que quedaba de él, tuvo un papel muy secundario, y cuando apareció en la primera plana de los periódicos fue por sucesos como los de Montejurra (1976), que no ayudaron precisamente a proyectar una imagen favorable de este movimiento. Al independentismo no le fue mejor. Ni Nacionalistes d’Esquerra ni el Bloc d’Esquerra d’Alliberament Nacional ni otras formaciones minoritarias tuvieron un gran apoyo popular en aquellos años. El independentismo creció a partir de 1980 y especialmente en la década de los noventa. Lo hizo porque el nacionalismo hegemónico, que dirigía Jordi Pujol, se aplicó en algo que ya se había probado en otras latitudes: la nacionalización. Lo llevaron a cabo los irlandeses y también los israelíes, ambos con estructuras estatales que facilitaron la labor. Lo hizo el catalanismo pujolista con los instrumentos de que disponía, que además se fueron ampliando a través de los pactos que suscribió, primero con el PSOE y más tarde con el PP, a cambio de apoyo parlamentario.

Los efectos de este proceso de nacionalización crearon el caldo de cultivo para el posterior triunfo independentista. Que el independentismo floreciera en lugares donde antaño había campado el carlismo insurreccional no tiene relación con carlismo: tiene que ver con el éxito desigual del proceso de nacionalización en cuanto a su distribución territorial y con la desidia de cierta izquierda, y de cierta derecha, que renunció a disputar la batalla por la hegemonía en lugares donde había pocos votos que disputar. Así pues, todo lo ocurrido en Cataluña en los últimos años no tiene el origen en lo acaecido durante el siglo XIX: tiene que ver con lo que ha pasado en Cataluña, y también en España, en los últimos cuarenta años. Es verdad que unos y otros apelan a la historia, cuanto más remota mejor. Unos y otros utilizan la historia como arma arrojadiza, como ya advirtió el maestro de historiadores Josep Fontana, para sus fines coyunturales, para las batallas políticas del presente.


Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931) Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educacción y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y comarcal como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos. Además, milita en Iniciativa de Catalunya-Verds desde 1989 y fue edil del Ayuntamiento de Vic entre 2003 y 2015.

3 comments on “Independentismo catalán y carlismo

  1. ateneuacebal

    Los carlistas fueron perseguidos tanto por la dictadura de Primo de Rivera como por la de Franco. El autor tendría que leer un poco más sobre el carlismo catalán en particular así como sobre el carlismo español en general https://espaciocarlista.com/2018/07/05/la-tradicion-federalista-del-carlismo-catalan/

  2. ateneuacebal

    La asociación entre carlismo y franquismo es un mito alimentado por el propio régimen a partir del Decreto de Unificación mientras reprimía a los supervivientes del Tercio de Requetés de Montserrat: https://espaciocarlista.com/2018/09/06/requetes-antifranquistas-en-montserrat/
    https://espaciocarlista.com/2018/09/20/sintesis-biografica-de-cuatro-carlistas-catalanes-represaliados-por-el-franquismo/
    https://espaciocarlista.com/2018/11/02/la-repressio-silenciada-del-regim-franquista-contra-el-carlisme-des-de-1936-a-1975-2/

  3. Santiagoctods

    El carlismo fue represaliado tanto por la dictadura de Franco como por la Miguel Primo de Rivera.
    La unificación franquista no fue aceptada por el pueblo carlista. Sólo hay que ver el levantamiento carlista en Navarra el año 1945 contra Franco.

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