Viento sur

Una sociedad de admiradores y adoradores

Adam Smith consideraba que los sentimientos morales eran posibles gracias a la imaginación, y Pilar Alberdi reivindica la vigencia de esa opinión en un tiempo de injusticias y desigualdades brutales, cuya corrección exige el acto de imaginación de ponerse en los zapatos del otro.

Viento sur

Una sociedad de admiradores y adoradores

/por Pilar Alberdi/

Decía Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales (1759): «Ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz si la mayor parte de sus miembros es pobre y miserable» o «Hay más gente buscando un puesto de trabajo de la que pueda conseguirlo», frases que nos recuerdan lo que sucede en nuestros días, y que para el autor fueron un anticipo de su libro más conocido La riqueza de las naciones (1776).

Voy a intentar hacer una síntesis con los puntos principales de su Teoría de los sentimientos morales. Smith afirma que tanto los afectos como las acciones proceden de los «sentimientos», y que éstos son posibles gracias a la «imaginación». Sinceramente, una no esperaría hallar esa palabra, imaginación, en una teoría moral, pero ahí está, luminosa como la luz de un claro día de verano, y pronto nos vemos obligados a darle la  razón: ¿podríamos sin imaginación ponernos en el lugar de otro?

Afirma Smith: «Lloramos incluso ante la representación imaginaria de una tragedia» porque hemos sabido colocarnos en el lugar de los personajes. Y, ¿de qué modo simpatizamos con los pareceres y opiniones de los demás? Por supuesto, a través de los sentimientos, pero siempre contando con la imaginación. ¿Qué es si no esa enorme alegría que sentimos al percibir cómo compartimos con otras personas sentimientos parecidos? ¿No es eso lo que vivimos cuando nos enamoramos, cuando compartimos amistad o disfrutamos en compañía de otras personas de distintas actividades sociales? La imaginación, esa maravillosa diosa, nos permite ser conscientes de las alegrías o de los sufrimientos de los demás. Nos hace ricos en emociones y nos transforma.

Adam Smith crítica los privilegios sin contrapartidas que ostentaba la nobleza de su época. Dice: «los grandes jamás consideran a los inferiores como iguales», y esto que debería preocupar a los inferiores da como resultado que los inferiores admiren a la grandeza. Por eso, critica que la grandeza sea contemplada con «el respeto y la admiración que sólo se deben a la sabiduría y la virtud». Y añade: «La amplia masa de la humanidad está formada por admiradores y adoradores, y, lo que parece más extraordinario, muy frecuentemente por admiradores y adoradores desheredados de la riqueza y la grandeza». Y ¿qué vemos hoy? Más de lo mismo. Hoy no se admira el conocimiento, la dedicación de toda una vida a una tarea que acaso a ojos de la mayoría pueda ser inútil o pasar desapercibida; los admiradores del presente ven programas de televisión o compran revistas donde los ricos de vieja alcurnia enseñan sus palacetes y mansiones, incluso sus museos; los nuevos ricos sus yates, amantes, e hijos; los famosos, sus escándalos; y las realezas, sus retoños.

Pero no es Adam Smith el único que habló de sentimientos: también lo hizo Stuart Mill, uno de los padres de la teoría utilitarista. Decía este que el principio de la felicidad para el mayor número constituía el criterio de la moralidad. Y aunque algunos negaban este derecho, para Bentham, Mill y otros no se trataba tanto de garantizar la felicidad como de «prevenir la infelicidad», teniendo en cuenta que, aunque «la mayoría de las acciones están pensadas no para beneficio del mundo sino de los individuos, es a partir de estos que se constituye el bien del mundo». Lo que pasa es que, si se protege más el egoísmo de unos que el de otros, queda poco para repartir.

John Stuart Mill (1806-1873)

Ahora, preguntémonos: ¿qué es para Stuart Mill lo que sostiene la conciencia? Pues sí, también exactamente eso: los sentimientos. La elección de nuestros actos se basa en esa sensación preferente de comodidad que podemos tener si hacemos las cosas como percibimos que deberíamos hacerlas, y no al contrario. Por eso dice: «No cabe duda de que esta sensación [la de la conciencia] no tiene fuerza vinculante en aquellos que no poseen los sentimientos a los que se apela». ¿No es acaso eso lo que pensamos de quienes infringen daños psíquicos, físicos y morales a los demás? ¿No decimos de ellos que, si nos parecen inhumanos, es porque intuimos les falta conciencia?

Visto lo visto, lo que nos dejan claro estos pensadores, y muy especialmente Adam Smith, es que imaginación  y sentimiento van de la mano, y que no es otra cosa, dicho de una manera sencilla, que eso que la cultura popular ha enseñado siempre en un refrán como la capacidad «de ponerse en los zapatos de otro». Y a eso, yo no dudaría en llamarle: sabiduría.


Pilar Alberdi (Mar del Plata [Argentina], 1954) es escritora y licenciada en psicología por la Universitat Oberta de Catalunya, y actualmente cursa el grado de filosofía en la UNED. Reside en Rincón de la Victoria (Málaga). Ha publicado poesía, teatro, narrativa, y artículos en diferentes medios periodísticos y ha recibido, entre otros, el Premio de Relatos Feria del Libro de Madrid, convocado por la editorial Plaza & Janés; el Ciudad de Segovia de Teatro y el Lazarillo para Textos Teatrales. Su página web es http://www.pilaralberdi.com/.

1 comments on “Una sociedad de admiradores y adoradores

  1. Gracias, Pilar. Un texto maravilloso, con los significados y motivos que tanto nos gusta de tu saber. Los sentimientos y la conciencia barajando planes de sabiduría. Y ¿cómo se desarrolla el sentir a otros dentro de uno? Es curioso, hablando hace unos días en una reunión familiar con algunos adolescentes, tocamos el tema del «daño al otro» y de cómo surge esa necesidad gratuita, y que ahora parece una epidemia por el echo de tantas agresiones violentas a personas y a animales. Y el caso es que uno de los chicos habló de esa falta de sentimiento de la que hablas. Sencillamente, comentó: «no existe dentro, no nace». Con lo cual solo es una forma de divertimento simple, que ni siquiera imagina el dolor que causa. ¿Insensibilidad?, pregunté. Y todos estuvieron de acuerdo en eso: hay algunas personas que ya nacen insensibles al dolor ajeno porque también son un poco ajenos al dolor propio. Casi nos les importa nada.
    Nos quedamos un poco «dolidos» con esta respuesta, pero fue una respuesta sincera que nos llevó a la siguiente duda: ¿La conciencia nace, se hace o es un mito? Porque hay mucha gente no es que tenga mala conciencia o peor; es que no siente necesidad de tenerla y vive así su mundo feliz.
    Pero como siempre nos enseñaron, la falta de conciencia no es excusa para eludir la responsabilidad sobre ella. Y ahí entra otra parte y consecuencia con la justicia a aplicar. Medir el daño causado a otros, cuando el que daña no se pone en el lugar del dañado. Cuando los «hechos» han de medirse, y qué justicia mide el sentimiento… Porque hay un tipo de gente en sociedad que no sabe lo que quiere y actúa sin saber…
    Nos dejó escrito Sartre que, «No sabemos lo que queremos y aún así somos responsables de lo que somos, eso es un hecho».
    Te agradezco este artículo, Pilar.
    Feliz año.

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo