Poéticas

‘El hombre con sudores nocturnos’, de Thom Gunn

A uno de los poetas ingleses más importantes del siglo pasado lo caracterizaba una mirada desapasionada, fría, objetiva sobre la realidad circundante y la época convulsa que le tocó vivir. Muchos de sus poemas hablaban de la enfermedad, del sida en concreto, que se llevó por delante a muchos de sus amigos.

El hombre con sudores nocturnos, de Thom Gunn

/una reseña de Carlos Alcorta/

Thom Gunn

Hasta donde sabemos, El hombre con sudores nocturnos, publicado en su versión original en 1992, es el primer libro íntegramente traducido al español de Thom Gunn (1929-2004), y esta anomalía no puede por menos que causarnos una desagradable sorpresa, porque estamos frente a uno de los poetas ingleses (posteriormente, como hizo también Auden, se nacionalizaría norteamericano) más importantes del pasado siglo. Caracteriza su poesía una mirada desapasionada, fría, objetiva sobre la realidad circundante y la época convulsa que le tocó vivir (muchos de los poemas de este libro hablan de la enfermedad, del sida en concreto, que se llevó por delante a muchos de sus amigos). Quizá esta forma de versificar las tragedias cotidianas sea la más adecuada para hacer la vida habitable; una vida que no se mostró especialmente generosa con Gunn, quien pronto encontró, gracias a su madre, en la literatura una crucial vía de escape.

Precisamente la muerte de su madre (se suicidó cuando el autor tenía dieciséis años) y su homosexualidad influyeron notablemente en la capacidad para dotar a sus versos de un sentido oculto que solo era visible para quienes compartían sus desvelos emocionales, su opción sexual. Su primer libro, Fighting Terms, data de 1954 y la crítica lo ha adscrito al llamado The Movement, una tendencia poética de la que formaron parte poetas como Ted Hughes, Philip Larkin, Kingsley Amis o Donald Davie y que formalmente se remitía a moldes tradicionales, pero temáticamente se centraba en la actualidad, sobre todo en la crítica social, aunque conviene señalar que dicha crítica social nunca ha sido preponderante en nuestro poeta. No es difícil, por tanto, establecer —y no solo por fecha de nacimiento— relación estética entre nuestro poeta y Jaime Gil de Biedma, por ejemplo. Un distanciamiento emocional que huye del confesionalismo emparenta sus respectivas obras, así como cierto tono irónico que contribuye a diluir en los versos las contradicciones personales y los horrores que preceden a la muerte. Si la influencia de la poesía inglesa fue notable en la obra de Gil de Biedma, otro tanto podemos decir de la influencia de la poesía norteamericana sobre la obra de Gunn, quien cruzó el Atlántico para impartir clases en la Universidad en Stanford en 1954, poco después de graduarse en Cambridge (1953). Desde 1960 estableció su residencia en California.

Aunque nunca abandonó del todo el rigor formal adquirido de la tradición británica, la influencia de la vanguardia norteamericana fue haciendo mella en su obra. No debemos olvidar que por aquellos años tanto el llamado Renacimiento de San Francisco como la generación beat están en pleno auge y algunas de sus directrices, como el rechazo a las normas de conducta establecidas —lo que hoy llamamos lo políticamente correcto—, la liberación sexual o el uso de las drogas son pronto asumidas por Thom Gunn, hasta el punto de que sus poemas dedicados a moteros y sus chaquetas de cuero, a camioneros y a actores iconográficos —James Dean, Marlon Brando o Elvis Presley—, así como al LSD, a la cocaína y las relaciones homosexuales se han convertido en paradigmas de una poesía desinhibida y realista. Pero lo que le diferencia de muchos de sus coetáneos norteamericanos es el respeto a la forma. Logró combinar la fidelidad a la tradición británica con el versolibrismo y la ausencia de grandilocuencia de poetas como Allen Ginsberg, tanto uno como otro, acaso más adecuados para escribir sobre temas tan espinosos como la mendicidad o el sexo, con la asepsia de un observador imparcial.

El hombre con sudores nocturnos es considerado su libro más importante. Gonzalo Torné, el traductor, escribe en la nota introductoria que «han desaparecido las perspectivas vigorosas y el enaltecimiento del físico juvenil [que predominaban en sus libros primeros]. Lo que aquí se nos muestra es un catálogo de la debilidad abordada desde muchas perspectivas: afectiva (los primeros asomos de la vejez, el miedo a la soledad), social (Gunn tiene un ojo prodigioso para versificar sobre los vagabundos, los pobres, los que viven a salto de mata, los pillos, los mendicantes…) y sobre las debilidades físicas derivadas de la irrupción repentina de la enfermedad [el sida, que él no llegó a padecer]; el corte profundo que provoca en toda vida donde se manifiesta». El poema «Los desaparecidos» comienza con esta escalofriante estrofa: «Ahora contemplo el progreso de la plaga,/ los amigos que me rodean caen enfermos, adelgazan/ y desaparecen. Desnudo, ¿es mi forma menos vaga:/ expuesto de manera abrupta y con la piel esculpida?».

La poesía de Thom Gunn representa como pocas la metafísica de la cotidianidad que consiste en transformar un hecho común, una anécdota, en una reflexión sobre el devenir de la existencia, sobre la incertidumbre del ser y los fundamentos que lo sustentan, el dolor, el placer, el amor o el fracaso. Veamos algunos ejemplos: «Te mueves empujado por tus tareas cotidianas: el dolor y la ira/ que trajiste aquí para empezar por fin a desatarlas./ Y todo el día, mientras tú asciendes, la mente relajada/ todavía receptiva, el momento de la libertad/ limpia sin darle importancia el acceso a tu propia paz», escribe en el poema «A un amigo en un momento de apuro» y el poema que da título al libro, «El hombre con sudores nocturnos» comienza así: «Me desperté con frío, yo/ que prosperé entre sueños cálidos/ despierto entre residuos/ de sudor, aferrado a una sábana pegajosa».

Los poemas que prefiero de Gunn son los de fraseo amplio, los que permiten un ejercicio discursivo detallista, casi pormenorizado, del suceso porque ofrecen al lector la posibilidad de sacar sus propias conclusiones, ejercer su derecho de tanteo en una subasta de sentimientos en la que el autor es un prescriptor más pero que posee una especie de conocimiento secreto de las circunstancias. Un poema tan desgarrador como «Lamento» ejemplifica esta idea. El deterioro físico del protagonista es descrito después de informarnos de su muerte de una forma casi inmisericorde: «Tu muerte fue una empresa complicada». El continuo serpenteo entre la imagen atractiva, vigorosa de quien fue, entre algunos momentos felices que el recuerdo rescata («Pienso ahora en una fragante noche de verano,/ hablábamos entre nuestros sacos de dormir, bajo/ un cielo fundido por las estrellas hace cinco años…») y los momentos previos al fallecimiento e espeluznante («Mientras/ tus pulmones se colapsaron, y la máquina respiraba/ sin esfuerzo ahora por ti»), y aún así, cuando todo parece perfilado, diseñado para un fin concreto, el desarrollo del poema consiente que el lector discrepe y se ponga en el lugar de esos otros que saludaron la energía de un cuerpo joven.

Esa es la forma de mirar la realidad que nos embauca. La supuesta neutralidad, la aparente insensibilidad de versos como estos: «Ahora eres un abolsa de cenizas/ dispersas en una dorsal costera,/ donde viste el choque distante/ del océano sobre un acantilado resquebrajado» se compensa con otros tan emotivos como estos: «Mis pensamientos están llenos de muerte/ y atraídos de manera tan extraña por la sexualidad/ que estoy confundido/ confundido de sentirme atraído/ por mi propia aniquilación». No se piense, sin embargo, que en este libro el sexo es lo predominante. La enfermedad —la plaga del sida— con el consiguiente declive físico y mental y la muerte como destino final son el eje vertebral de estos poemas en los que, por otra parte, hay espacio también para el amor y para la crítica social. Sólo nos cabe esperar que la publicación de El hombre con sudores nocturnos no se convierta en una anomalía y dé pie a rescatar otros títulos, como por ejemplo Collected poems, una antología que recoge cuarenta años de producción poética.


Selección de poemas

[Ofrecemos versiones en castellano e inglés]

La aniquilación de la nada

Nada sobrevivía: Nada, el hombre lascivo
que noche a noche ensayaba hasta caer abandonado
en un letargo sombrío donde solo un sueño podía alcanzar.

Se alargaba como una vasta y contagiosa ausencia,
más espaciosa que el mismo espacio, sobre nubes y ciénagas,
definida únicamente por lo invasivo de su influjo.

Desnudo hasta la indiferencia ante los engranajes del tiempo,
cuyo término ya conocía, despertaba sin anhelos
y saludaba al cero como mi paradigma.

Pero ahora se interrumpe: las imágenes se incendian
en la quieta esfera donde he aguardado,
mostrando un paisaje que aún se yergue intacto:

el poder que yo había imaginado, que presidía
lo más hondo en su abstracta aniquilación,
era solo cambio, y los átomos que dividía

concluyen sin saberlo, inéditas combinaciones.
Únicamente veo una infinita finitud
en aquellas singulares y bellas variaciones.

Es anodadante que la nada no pueda ser:
un fulgor en la mente traza una neblinosa estela de horror.

Mira hacia arriba. Sin firmeza ni libertad,
la materia, ciega, sobrevuela la tiniebla.

The Annihilation of Nothing

Nothing remained: Nothing, the wanton name
That nightly I rehearsed till led away
To a dark sleep, or sleep that held one dream.

In this a huge contagious absence lay,
More space than space, over the cloud and slime,
Defined but by the encroachments of its sway.

Stripped to indifference at the turns of time,
Whose end I knew, I woke without desire,
And welcomed zero as a paradigm.

But now it breaks—images burst with fire
Into the quiet sphere where I have bided,
Showing the landscape holding yet entire:

The power that I envisaged, that presided
Ultimate in its abstract devastations,
Is merely change, the atoms it divided

Complete, in ignorance, new combinations.
Only an infinite finitude I see
In those peculiar lovely variations.

It is despair that nothing cannot be
Flares in the mind and leaves a smoky mark
Of dread.

Look upward. Neither firm nor free,
Purposeless matter hovers in the dark.

Desde la ola

Se remonta en el mar, cóncavo muro
con las costillas del brillo en descenso,
se impulsa hacia adelante y construye cimero
su empinado risco.

Surgen de su escondite
negras figuras sobre tablas
y se lanzan contra la orla blanca,
hacia donde se va jaspeando.

Sus pálidos pies se enroscan, se balancean
con sabia destreza.
La ola que remedan
es lo que los mantiene tan quietos.

Ahora los cuerpos marmóreos son
mitad ola, mitad humanos,
como si les injertaran pies de espuma
unos instantes, y luego,

lo más tarde posible, rebanan la superficie
en procesión acompasada:
en este lugar el equilibrio es un triunfo
y el triunfo es una conquista.

La insensata cresta en la que cabalgaron
sobre una fluida plataforma
se rompe cuando la sueltan, cae y demorada
se pierde.

Libres, los cuerpos enfundados, lisas focas,
se aflojan y estremecen;
y junto a la tabla el pie descalzo siente
la succión de los guijarros.

Siguen a flote en el bajío;
dos se salpican con agua;
luego nadan todos mar adentro hasta
que se vuelvan a juntar las olas buscadas.

From the wave

It mounts at sea, a concave wall
Down-ribbed with shine,
And pushes forward, building tall
Its steep incline.

Then from their hiding rise to sight
Black shapes on boards
Bearing before the fringe of white
It mottles towards.

Their pale feet curled, they poise their weight
With a learn’d skill.
It is the wave they imitate
Keeps them so still.

The marbling bodies have become
Half wave, half men,
Grafted it seems by feet of foam
Some seconds, then,

Late as they can, they slice the face
In timed procession:
Balance is triumph in this place,
Triumph possession.

The mindless heave of which they rode
A fluid shelf
Breaks as they leave it, falls and, slowed,
Loses itself.

Clear, the sheathed bodies slick as seals
Loosen and tingle;
And by the board the bare foot feels
The suck of shingle.

They paddle in the shallows still;
Two splash each other;
They all swim out to wait until
The right waves gather.

Pensar el caracol

El caracol avanza a empujones
por una noche verde, pues la hierba
está cargada de agua y pone trabas
a la brillante senda que da forma,
donde la lluvia ha oscurecido
la tierra oscura.
Se desplaza en un bosque del deseo,

moviendo apenas las antenas ocres
cuando caza. No sé decir
qué fuerza le espolea a su labor,
sin saber nada, ahí empapado a posta.
¿Cómo entender la furia
del caracol? Lo único
que pienso es que si luego

no hubiera separado la hojarasca
sobre el túnel ni hubiera visto
el reguero delgado
de baba blanca y quebradiza,
no habría imaginado nunca
una pasión tan lenta
para este lánguido progreso.

Considering the snail

The snail pushes through a green
night, for the grass is heavy
with water and meets over
the bright path he makes, where rain
has darkened the earth’s dark. He
moves in a wood of desire,

pale antlers barely stirring
as he hunts. I cannot tell
what power is at work, drenched there
with purpose, knowing nothing.
What is a snail’s fury? All
I think is that if later

I parted the blades above
the tunnel and saw the thin
trail of broken white across
litter, I would never have
imagined the slow passion
to that deliberate progress.


El hombre con sudores nocturnos
Thom Gunn
Alba, 2018
192 páginas
18 euros


Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

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