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Notas sobre el 40.º aniversario de la Revolución sandinista

Iván Álvarez se adentra en la situación actual de Nicaragua y en su no siempre bien atendida complejidad.

Notas sobre el 40.º aniversario de la Revolución sandinista

/por Iván Álvarez/

Los años ochenta crearon tendencia; una tendencia que nunca acaba. Todos los años padecemos alguna reminiscencia de aquella década. Grupos de música electrónica que vuelven a sus orígenes, regreso del chándal de táctel y las hombreras, artistas asturianos que recogen el testigo de Tino Casal, Queen a todas horas, repunte del consumo de heroína y el PSOE vuelve a estar de moda. Es el constante retorno, la historia hortera que se repite, la nostalgia juvenil reavivada del cincuentón de hoy.

A mediados de 2018 apreciamos una de esas reminiscencias cuando Nicaragua y el sandinismo se colaron de nuevo en nuestros medios de comunicación y en nuestras redes sociales. Protestas, reyertas callejeras saldadas con numerosos muertos y un presidente, Daniel Ortega, expuesto en nuestra escena mediática como un tirano homologable a Nicolás Maduro. Representantes políticos de todo color y posición se pronunciaron; durante días los medios publicaban reportajes o establecían conexiones en directo con el país centroamericano, pero el fenómeno nica duró mucho menos que en los años ochenta: apenas unas semanas.

El 19 de julio de 2019 ha sido el día del 40.º aniversario de la Revolución sandinista, y la realidad del país centroamericano bien merece una serie de comentarios para evitar el error de considerar que la Nicaragua sandinista del periodo 1979-1990 y la Nicaragua actual se parecen demasiado.

Escena del triunfo de la Revolución sandinista en 1979.

El sandinismo desborda al FSLN

Desde sus orígenes en los años sesenta, el sandinismo estuvo dividido en varias corrientes que contemplaban diferentes proyectos más o menos revolucionarios para Nicaragua, pero que siempre se encontraron bajo el paraguas de la misma organización. En los años setenta, el Frente Sandinista de Liberación Nacional hegemonizó la oposición al régimen de Anastasio Tachito Somoza, el tercero y último de una dinastía que oprimió al país centroamericano durante cuarenta años. Tras triunfar la revolución de 1979, el Gobierno de Reconstrucción Nacional tomó las primeras decisiones, y rápidamente surgieron los frutos de las grandes reformas, algunas de notable éxito, como la Cruzada Nacional de Alfabetización de 1980; pero también surgieron las primeras tensiones, la oposición y las decepciones.

Destacados sandinistas como Edén Pastora se desmarcaron de la política del Frente y se unieron a la Contrarrevolución que asoló el país con acciones terroristas desde 1980 o a la oposición democrática que terminó triunfando en 1990. Sea como fuere, el sandinismo nunca fue una corriente política unitaria, ni siquiera en la estrategia insurgente a seguir contra Somoza. El sandinismo hoy aglutina a tres partidos: el FSLN —partido gobernante y hegemónico atendiendo a los porcentajes electorales y a las movilizaciones populares—; el Movimiento Renovador Sandinista, fundado en 1995, y el Movimiento por el Rescate del Sandinismo, fundado en 2005.

Estos dos últimos partidos se encuentran en la oposición y en ellos militan destacados e históricos sandinistas, ya sean del periodo insurreccional previo a la revolución o del gobierno posterior. Se crea aquí un cisma donde encontramos dos corrientes sandinistas, ambas difícilmente definibles, pues programa en mano defienden posturas comunes en múltiples aspectos. Si analizamos con perspectiva histórica el fenómeno sandinista, apreciamos que el más común de sus rasgos entre sus partidarios es una especie de socialismo patriótico, el ímpetu por liberar al país de sus enemigos internos y externos para prosperar. Además, en el sandinismo encontramos desde socialistas radicales a liberales que aspiran a democratizar y reformar la vida política del país, todo ello aglutinado con el proyecto de la integración en una plataforma latinoamericana menos dependiente de Estados Unidos o el FMI.

¿Cuál es, por tanto, el eje que marca la verdadera diferencia entre sandinistas? La correlación de fuerzas. El FSLN conserva buena parte de su prestigio como fuerza revolucionaria que derrocó al clan somocista, la fuerza que en los años ochenta se enfrentó al imperialismo norteamericano y sirvió de ejemplo para comunistas, socialistas e insurgentes de todo el mundo. Esto brinda al Frente gran cantidad de apoyo popular desde hace décadas, sumado a los éxitos en política macroeconómica cosechados desde 2006 con ayuda de los gobiernos amigos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba y de las inversiones chinas y rusas. Por otra parte, los sandinistas opositores se adhieren a coaliciones electorales muy curiosas, aunando estas a elementos de todo el espectro político, donde entran desde el Partido Comunista de Nicaragua hasta el Partido Liberal Constitucionalista.

Es curioso cómo la oposición no es tan beligerante contra el sandinismo como contra el orteguismo. Según el parecer de no pocos opositores, el sandinismo no es sino una corriente política legítima burdamente secuestrada por un Ortega que nunca estuvo dispuesto a abandonar el papel de protagonista, siendo la cabeza visible del Frente desde las elecciones de 1984. De hecho, las escisiones mencionadas se deben a las supuestas trabas que la oposición al orteguismo se encontraba dentro del FSLN, lo que hacía necesario el florecimiento de alternativas sandinistas fuera del partido hegemónico.

Daniel Ortega, presidente actual de Nicaragua.

Nicaragua, peón en el ajedrez imperialista

La Nicaragua sandinista de los años ochenta impulsó un proyecto de evidente carácter izquierdista y recibió un tibio apoyo por parte de la URSS, pero su postura en política exterior fue la de no alineamiento con ninguno de los dos bloques de la Guerra Fría. Sin embargo, fue un quebradero de cabeza para la administración de Ronald Reagan, que no tardó en cerrar el grifo del crédito y en reorganizar a la vieja Guardia Nacional somocista para crear en torno a ella fuerzas insurgentes contrarrevolucionarias, las Contras. Estas fuerzas protagonizaron centenares de sabotajes y acciones terroristas en suelo nicaragüense, llevaron a cabo prácticas criminales de todo tipo y mantuvieron en jaque al gobierno sandinista hasta 1990. La Contra y el gobierno estadounidense se vieron salpicados por un escándalo de tráfico de armas y de drogas que pasó a la historia como el Escándalo Irán-Contra.

Generalmente se atiende a los intereses capitalistas de Estados Unidos como principal motivo de su intervención en Nicaragua a través de la guerra sucia. Muchos bancos y empresas americanas activas en la república nica fueron nacionalizadas, y el FSLN no era tan concesivo con los norteamericanos como lo habían sido los Somoza. Sin duda, la revolución sandinista fue un varapalo para numerosas empresas estadounidenses de la industria alimentaria y del sector bancario.

Sin embargo, la verdadera amenaza del sandinismo era su carácter revolucionario, siempre tan contagioso entre los pobres de Latinoamérica. Entre Nicaragua y las regiones pobres del sur de México apenas hay mil kilómetros. Las revueltas campesinas, las guerrillas antiimperialistas, la guerra contra las drogas y la Teología de la Liberación se estaban entrelazando en todo el territorio situado al sur de la frontera con México. Nicaragua era un problema en el patio trasero, pero un contagio en el país vecino sería un problema en el mismo umbral de la puerta. La amenaza sandinista debía ser afrontada inmediatamente, y sofocada cuanto antes.

La situación hoy es diferente, la URSS ya no existe y la amenaza de comunismo internacional es poco menos que un fantasma. El enemigo ahora es China, siendo el mayor acreedor de numerosos países que se encuentran en la esfera de influencia norteamericana. China es hoy el socio al que todo gobierno acude si quiere ser más independiente de la primera potencia mundial: así es para Bolivia, Ecuador, Venezuela… y Nicaragua. Otros tantos países de América latina han firmado tratados de libre comercio con el gigante asiático, como es el caso de Costa Rica, Chile o Perú.

Nicaragua es uno de los muchos peones que se encuentran en medio del tablero: una disputa entre imperios por la hegemonía de la economía mundial. China está incrementando su influencia en la economía de todo el continente americano. La duda que se nos presenta es cómo de beneficioso es a largo plazo para la región. Los gobiernos locales defienden los tratados comerciales y los contratos con el gobierno y las corporaciones de China; evidentemente suponen importantes inversiones y una mayor independencia de la política yanqui, pero ¿acaso China está prestando duros a cambio de cuatro pesetas?

El resultado de estos tratados nos muestra que las economías locales se mantienen como colonias abastecedoras de materias primas, y que una vez transformadas, son importadas por los productores de las mismas. Pongamos un ejemplo: China ha desplazado a Argentina como principal proveedor de la industria automotriz de Brasil, destruyendo puestos de empleo en Argentina. A esto habría que sumar los macroproyectos como las grandes minas a cielo abierto, que destruyen el medio ambiente y provocan el traslado de poblaciones enteras.

Otro ejemplo reseñable es el Canal de Nicaragua, una obra que se proyectó varias veces en la historia debido a la amplia superficie nicaragüense ocupada por grandes lagos. En 2013 se aprobó una ley por la que se daba luz verde a un macroproyecto por valor de cincuenta mil millones de dólares a la compañía Hong Kong Nicaragua Canal Development Group. El proyecto emplearía a miles de personas hasta el año 2020, dinamizaría la economía del país e incluiría varios subproyectos, como la construcción de dos puertos, un aeropuerto internacional y un oleoducto. ¿Cuál era la trampa? La concesión del proyecto era por cincuenta años, prorrogables por otros cincuenta. La compañía no tenía la obligación de utilizar mano de obra local y el contrato incluía cláusulas que comprometían las arcas públicas del país (es decir, su soberanía) en caso de no llevarse a cabo el proyecto, situación ya asumida desde febrero de 2018, por cierto.

Cuarenta años después, la revolución sandinista ha degenerado en este aspecto. No es un obstáculo para el imperialismo: simplemente ha sido capaz de cambiarse los grilletes. A priori, un mundo multipolar, donde el pastel esté más repartido, parece un escenario más sano y progresista; aunque todo parece indicar que debemos esperar unos años, y veremos cuántos peones han caído durante la partida.

La distopía nicaragüense

A pesar de todo lo anteriormente contado, el Frente Sandinista sigue posicionado como una fuerza de izquierda política, que ha extendido los servicios públicos de educación y sanidad a niveles nunca vistos por los nicaragüenses. Nicaragua es el segundo país más pobre de América, pero en los últimos doce años la calidad de vida de sus habitantes se ha mantenido estable o ha mejorado tímidamente. Su economía llegó a crecer a un ritmo del 5% anual, hasta que estalló la crisis política de 2018, fruto de la reforma del sistema de seguridad social.

La crisis implica que el país lleve ya más de un año golpeado por la crispación y la violencia más cruda: centenares de muertos en las calles, corrupción endémica, presos políticos, trabas a la oposición para concurrir a las elecciones, medios de comunicación a los que se les niega la renovación de la licencia y otras tantas muestras de la pobre salud de la política nicaragüense. Seguramente el gobierno de Ortega sea objeto de agresiones e intrigas procedentes de Estados Unidos, siempre azuzando a los elementos más violentos de la oposición para derrocar a un gobierno que no les es allegado. Pero no debemos caer en la trampa de negarle a la oposición, que como ya hemos comentado aglutina a sectores de todo el espectro político, su parte de razón en el conflicto. Daniel Ortega ha tenido que enfrentar a numerosos disidentes dentro de su partido desde los años noventa, ha sufrido escisiones, y en la actualidad tiene a todos los partidos del país haciéndole una fuerte oposición en todos los campos posibles. Ni siquiera puede defender su gestión en base a los éxitos económicos, pues la crisis se profundiza día a día. Por si fuera poco, ha perdido el apoyo de muchos de sus vecinos: solo quedan Cuba y Venezuela, y no son países en situación de solidarizarse demasiado con Nicaragua.

Es altamente recomendable para el lector que realice una visita a las páginas web de los medios de comunicación nicaragüenses, de los más afines y menos afines al gobierno. El lector podrá ver el maniqueísmo hecho arte comunicativo. Demos nombres de algunos medios partidarios del FSLN: Canal 4, Canal 6 y La Voz del Sandinismo. En ellos se nos presentará a un gobierno que a pesar de las dificultades continúa con el legado de la revolución. Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo casualmente mujer del presidente— son buenos gobernantes, decididos y, ante todo, buenos cristianos (Ortega diría en 2006, tras ser elegido presidente, que la suya era la victoria del «cristianismo, el socialismo y la solidaridad»).

Rosario Murillo, con su esposo Daniel Ortega.

Merece un poco de atención la vicepresidenta Rosario Murillo, aparece todos los días a través de comunicado radiofónico. En estas intervenciones Chayo, como se la conoce coloquialmente, recita salmos, despacha bendiciones para el pueblo nicaragüense, agradece a Dios el progreso de la revolución y pide oraciones por los mártires sandinistas. Y todos los medios afines se hacen eco de estas palabras, como si estuvieran dirigidos por las mismas personas. El personalismo alcanza cotas altísimas y los mensajes cristianos y de carácter religioso son una constante en todas las comunicaciones gubernamentales.

Por otra parte, tenemos los medios críticos y las herramientas mediáticas de la oposición. Destacan aquí dos: el diario La Prensa y el Canal 12. La Prensa es un periódico histórico del país. Histórica fue su oposición al somocismo, histórica fue también su oposición al sandinismo de los ochenta, y destacable es su oposición al orteguismo. El Canal 12 es el único canal de televisión crítico que se mantiene abierto. Ambos representan a la oposición liberal-conservadora y presentan a Ortega como el mismísimo demonio, aunque no dudaron en alabar en su momento a personajes como Jair Bolsonaro o Mauricio Macri como la esperanza de Latinoamérica.

FSLN, último estandarte de un proyecto fallido

El denominado socialismo del siglo XXI que protagonizaron muchos países latinoamericanos ha sido un sueño que apenas ha durado una década. La vía bolivariana para América, a la que Nicaragua pertenece desde 2006, parece agotada e incapaz de renovarse y reinventarse. Sin duda ha tenido a los enemigos más poderosos en su contra, lo cual ha lastrado el proyecto de la integración de estos países en una plataforma latinoamericana, sueño compartido por Simón Bolívar y César Augusto Sandino.

La pregunta que deberían hacerse los gobernantes de estos países es si de verdad puede llevarse a cabo ese proyecto mientras existan los grandes imperios, principalmente Estados Unidos, que controlan a los gobiernos de Latinoamérica. En nombre del Destino Manifiesto, Estados Unidos ha hecho de todo el continente su patio particular. Un vecino poderoso al otro lado del Pacífico quiere disputarle el terreno, y mientras tanto, las repúblicas al sur de El Paso son incapaces de crear un marco político propio que les permita prosperar.

China parece ser un aliado poderoso, un buen medio para dar los primeros pasos hacia una independencia efectiva; pero tan pronto como tienden la mano los gobiernos se ven cogidos por el brazo. Puede que la solución pase por una serie de revoluciones reales, verdaderamente transformadoras, que rompan amarras con los grandes imperios que impiden a los pueblos de América mancomunarse. Revoluciones como la sandinista de 1979, que transformaron la geopolítica americana, son ejemplos a seguir en cuanto a movilización y conjunción de trabajadores y obreros de toda condición, pero no debe caerse en los mismos errores.


Iván Álvarez es historiador, licenciado por la Universidad de Oviedo.

1 comments on “Notas sobre el 40.º aniversario de la Revolución sandinista

  1. natxovlc

    Buen artículo, pero que olvida los más de 150 muertos en tan sólo un año, víctimas de la represión de Ortega y su gobierno. Esto es bastante más importante que todas las explicaciones geopolíticas. Violación continua y permanente de Derechos Humanos.Y ya puestos, destacar la ayuda «personal» y de libre disposición de Venezuela al matrimonio Ortega-Murillo. ¿A qué se destinó?. ¿Dónde fue a parar…?. No tengo certeza de que continúe dispensándose, pero sí de su existencia durante bastantes años.

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