Mirar al retrovisor

¿Quién arreglará tanto desaguisado?

Escribe Joan Santacana sobre el desinterés público por el patrimonio y se pregunta cuándo aprenderemos que trabajar en el mismo implica conocerlo, amarlo y defenderlo en lugar de limitarse a inventariarlo y archivarlo.

Mirar al retrovisor

¿Quién arreglará tanto desaguisado?

/por Joan Santacana Mestre/

A mitad de verano, a principios de agosto, estaba en Tarragona con un grupo de amigos y amigas: visitaba un tinglado del puerto, en donde provisionalmente se exhiben las mejores piezas arqueológicas del Museu Nacional d’Arqueologia. El museo está cerrado en esta época por obras de remodelación y, en un esfuerzo digno de encomio, la dirección y los técnicos de la institución han exhibido las piezas más significativas para que los visitantes no se vean privados de aquellas bellezas arqueológicas mientras duren las obras. Alguna que otra vez ya había visitado esta exposición temporal, pero en esta ocasión acompañaba a mi mujer junto con mi amigo Robert, un neoyorquino experto en moneda antigua, y su esposa, profesora de historia del arte. En el tinglado, en estas fechas, sólo había personal auxiliar: una funcionaria en la venta de tickets y alguna que otra persona como vigilante de sala.

Mientras estábamos en el interior del edificio, llegó un visitante azorado: llevaba una piedra envuelta en un papel. Se dirigió al mostrador de entrada y dijo a la mujer de recepción que habían encontrado una piedra extraña que le parecía que era un objeto arqueológico. Quería entregar al museo o saber qué hacer con aquel objeto que tenia en las manos, envuelto en papel de periódico. La funcionaria, muy digna en su papel, casi no levantó la vista; sólo le contestó que ella no podía hacer nada; que el Museo Arqueológico no era el lugar para entregar objetos arqueológicos. El ciudadano anónimo, sorprendido por la respuesta, le dijo que ya había indagado dónde llevarlo y que no resultaba fácil. «Quiero enseñar el lugar en donde ha sido hallado» —añadió además—. No hubo respuesta y finalmente preguntó: «¿Dónde lo puedo llevar? ¿A quién puedo enseñarlo? ¿Me puede dar un teléfono?». La respuesta fue muy lacónica: «Llame al 112». El ciudadano desconocido, con un gesto de incomprensión, se fue del recinto, manifestando cierta confusión. La funcionaria ni tan sólo le miró el rostro. No se inmutó. Había cumplido con su función: vender tickets.

Mi amigo Robert, su mujer, la profesora de arte y el pequeño grupo que me acompañaba se quedó petrificado. ¿Cómo era posible que un ciudadano honrado, desconocedor de la arqueología, se presentara en un Museo Arqueológico para entregar un objeto y ni tan siquiera se dignaran a darle un teléfono; o bien algo mas simple, como darle las gracias? Robert, el neoyorquino, el sabio colega numismático, comprendió muchas cosas; su esposa, historiadora del arte experta en el expolio de piezas de arte, también lo hizo. ¡Era como asistir a una tesis doctoral! Nos habían proporcionado una hipótesis sobre las causas del desinterés público por el patrimonio y, más importante todavía, nos habían proporcionado la demostración de la tesis.

Ya resulta complicado en este país evitar el saqueo del patrimonio: escasez de medios para luchar contra el fraude, indiferencia de gran parte de la población, impotencia de los arqueólogos para recuperar objetos importantes para la investigación… Sólo faltaba que, cuando un ciudadano anónimo se presenta en un museo, le remitan al 112. Ni que decir tiene que el tema de nuestra conversación durante el almuerzo fue en torno a este incidente. ¿Quién arreglará tanto desaguisado? ¿Cuando aprenderemos que trabajar en el patrimonio implica conocerlo, amarlo y defenderlo?

Yo no sé qué clase de objeto pretendía entregar al museo nuestro ciudadano anónimo: puede que fuera una piedra sin importancia o puede que fuera un objeto de interés para la arqueología. No pretendo discutir el valor del supuesto objeto arqueológico, sino que quisiera comentar la acción del ciudadano anónimo; reflexionar sobre el tema de los valores en una sociedad educada. Lo que hizo el ciudadano anónimo era valioso por sí mismo: se preocupó de buscar dónde podía entregar el desconocido objeto arqueológico y en ningún caso se planteó si era o no propietario por el hecho de haberlo encontrado. Quería depositarlo e informar a los técnicos del lugar del hallazgo. Por ello, se desplazó al puerto y perdió media mañana con el objeto en cuestión. Puede que fuera ignorante en arqueología, pero tenía muy claro su deber ético. Y probablemente no supiera si su objeto tenía o no un precio elevado. Joan Manuel del Pozo, un preclaro filósofo amigo, comentaba en un ensayo sobre valores y ciudad que —siguiendo a Kant— hay que diferenciar claramente aquello que tiene valor y aquello que tiene un precio. Nos dice Del Pozo que ambos casos pueden tener elementos compartidos, pero que hay una diferencia cualitativa insuperable: aquello que de verdad tiene valor no tiene precio y es insustituible y aquello que tiene precio tiene cierto valor, pero siempre puede ser sustituido por otra cosa de igual precio. Aquí, en el tinglado del puerto de Tarragona, es la acción del ciudadano lo que tiene realmente valor, indistintamente del precio que tuviere el objeto que transportaba. Dicho de otra forma: la acción del ciudadano, ¡no tiene precio!


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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1 comments on “¿Quién arreglará tanto desaguisado?

  1. Admirado profesor: Siempre es un placer leer sus atinados comentarios. Comparto plenamente con usted la preocupación y la importancia de defender un patrimonio que nos muestra nuestras raíces, y sobre todo la importancia de la ética cívica, desgraciadamente tan en decadencia. A pesar de todo, deberemos mantener la esperanza y poner nuestro granito de arena. Muchas gracias por su columna.

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