Creación

El discurso

Publicamos un extracto de 'El discurso', una novela negra sui géneris, cargada de subjetividad, lirismo, ironía, humor, vida y contradicción, escrita por Tirso Priscilo Vallecillos.

Cuando el señor Medina llega a casa, todo está preparado para entrar en directo en un programa televisivo de máxima audiencia. Nadie sospecha lo que en cuestión de minutos va a suceder; algo que sacudirá la vida de tres hombres que se admiran y detestan a partes iguales. Entre el recuerdo, la necesidad de compañía y el anhelo de posteridad, narran historias que entretejen una trama que ni siquiera ellos llegan a comprender en su conjunto. El discursolibro del que publicamos la porción que sigue a estas líneas, se construye y se deconstruye entre ráfagas luminosas de existencia. El resultado es una novela negra sui géneris, cargada de subjetividad, lirismo, ironía, humor, vida y contradicción. El lector, sometido a un proceso de creación y modificación de expectativas, asiste al devenir novelesco como si fuese su propia vida; lucha por entender unos acontecimientos narrativos y vitales, tan imperfectos y escurridizos, como los que lo conforman en su cotidianidad: nadie dijo que vivir fuera perfecto.


El discurso (1)

/por Tirso Priscilo Vallecillos/

—En la vida todo el mundo tiene una salida sexi del agua.

La voz del hombre es de recital poético. La mujer sonríe, luego se levanta y camina como ha visto que hacen las modelos: alzando excesivamente las rodillas, como los caballos de doma: todo para acabar sentada en el váter.

Aproximadamente han sido identificadas cuarenta y dos mil especies de arañas en el mundo, pero él no lo sabe. Podría imaginar la existencia de treinta o cuarenta, quizás cien, si alguien le pusiera cara de «¡son muchas más!».

—Luciana, Luciana, Luciana…

—No me llames Luciana, llámame Lucy, con y griega.

—Luciana es un nombre poco común, bonito, bastante personal, ¿no te gusta?

—No es que no me guste, simplemente pertenece a otra… —las palabras de la mujer se funden en silencio, la luz de su rostro se apaga.

Cuarenta y dos mil especies que, multiplicadas por cientos de miles, millones de ejemplares por cada una de ellas, invitan a imaginar un paisaje de película de ciencia ficción como referente directo del mundo: un mundo poblado por arañas escondidas detrás de los muebles, entre el césped de las piscinas, en húmedos rincones, recorriendo sábanas y cuerpos dormidos, dentro de zapatillas o zapatos…

—Si te tengo que decir qué es lo que he hecho yo en la vida, te lo diré: un discurso, no discursos sueltos; un discurso, solo uno: «el discurso» —el hombre parece esperar a que Luciana intervenga pero ella se limita a mirarlo. Una araña comienza a descolgarse desde la lámpara. Han transcurrido semanas, quizás meses, desde la última vez que se encontró con una. Sabe que tarde o temprano la verá, que seguramente todo acabe con la muerte de la araña y aun así nunca termina de resignarse—. Aunque parezcan muchos, es solo uno. Toda la vida escribiendo un discurso, más o menos desde que mi memoria camina por sí sola, desde que intuyo o deseo

 

o creo que hasta yo puedo conseguir… eso que la gente llama «llegar a ser alguien».

Aunque las arañas tienen tres o cuatro pares de ojos no ven bien a través de ellos y no usan su vista para cazar presas. De hecho, desde la lámpara, la araña distingue una masa borrosa que se mueve lo suficiente como para atribuirle vida. Junto a ella se coloca una figura alargada que ha aparecido en su campo de visión. Luciana termina de liarse un cigarro y se sienta sobre la colcha.

—¿Quieres? Es maría —el hombre hace un gesto de rechazo.

—Y tampoco es eso, porque no siempre lo escribo, a veces lo elaboro aquí, en la cabeza, o lo digo con palabras para ver cómo suena.

Luciana se quita los tacones y se masajea los dedos de los pies con el cigarro en la boca. Cuando se cansa, busca los ojos del hombre y su mirada rebota más allá de la ventana, que es hacia donde él mira. Fuera, el día es demasiado bueno para lo que se espera en esta época del año y, aunque se anuncia tormenta, no deja de suponer un aliciente para tener esperanza.

—¿No hace mucho calor aquí dentro?

El hombre interpreta sus palabras como una orden: se incorpora en la cama y, en cuestión de segundos, se queda en calzoncillos. En ningún momento deja de mirar hacia fuera, por lo que no se percata del ralentizado pero constante descenso de la araña.

—Y tampoco es un discurso, es como una terapia. En el fondo son muchos los discursos, aunque antes dijera que solo es uno… En realidad son versiones del mismo discurso, variantes que dependen de cómo se me dé el día o de cómo me sienta… Sí, es como una terapia: el discurso es una terapia.

Luciana apura el cigarro con una larga calada y luego lo tira. Cierra los ojos y expulsa lentamente el humo.

—¿Y hoy cómo te sientes? —al pronunciar estas palabras le pone la mano en la pierna, a la altura de la rodilla, y la desplaza lentamente hacia la ingle. Allí ejerce una mayor presión, como si fuera a iniciar un masaje.

 

—Hoy no tengo cuerpo para discursos: estoy nervioso. En unas horas mi vida podría cambiar. Para hacer discursos hay que estar tranquilo… tener ganas de vivir, ilusión… pero, sobre todo, estar tranquilo.

Luciana resopla.

—Yo no entiendo de esas cosas.

El hombre la mira extrañado.

—¿De qué no entiendes?

—Ni de discursos, ni de ganas de vivir.

—Lo siento —en milésimas de segundo, con cierto pudor, cae en la cuenta de la terrible variedad de experiencias que habitan el concepto vida. Entre ellas, la de esa mujer.

Luciana ignora por qué se disculpa el hombre. Un incómodo silencio actúa como formol en la estancia. Se echa, retira su mano de la pierna y de la trayectoria de la araña, que ya se acerca al muslo. El silencio duele, nunca ha sabido qué hacer con él.

—No lo sientas, simplemente no me gusta pensar tanto: total… ¿mejoraría algo?

El hombre no contesta. Mentalmente recorre cientos de palabras que, sin querer, lo transportan a un estado de duermevela.

Cuando Luciana sospecha que se ha dormido lo zarandea suavemente, más como un acto de comprobación que de otra cosa. El hombre emite un breve sonido, entre suspiro articulado y palabra desarticulada, que parece indicar que está despierto. Ella acerca los labios a su oído.

—Pero qué hago, ¿te la chupo o no?

No obtiene respuesta. La araña aterriza en la pierna del hombre.


El discurso
Tirso Priscilo Vallecillos
Baile del Sol, 2019
498 páginas
25€


Tirso Priscilo Vallecillos (Motril, 1972) es diplomado en ciencias humanas, filólogo por las especialidades de románicas e hispánicas, antropólogo y máster en escritura creativa, con Premio Extraordinario. Vive en Sevilla, donde trabaja como profesor y asesor de formación. Combina estas actividades con la escritura y la impartición de conferencias, cursos y talleres sobre creatividad, competencia comunicativa y docencia, teatro paranoia y escritura. Algunos de sus textos aparecen en revistas, blogs y antologías. En solitario ha publicado el poemario Subway (Ediciones en Huida, 2015); los relatos Libro de cocina tradicional Caníbal (Ediciones en Huida, 2016); el libro de aforismos Homo pokémons (Trea, 2017); las plaquettes de poemas Escribir (Las hojas del Baobab, 2017) y Noticiario (Diverso, 2018); el libro híbrido, en su mayoría de relatos, Cartografía urbana del deseo (Ediciones en Huida, 2018) y el poemario Viejos (Huerga y Fierro, 2018).

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

1 comments on “El discurso

  1. ¡Ohhh! ¡Qué bien ha quedado! ¡Muchas gracias! Este fin de semana estuve con Paulo dando el último retoque a Breve catálogo… ¡Te lo enviaré ya! Un abrazo y ¡gracias de nuevo!

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