Poéticas

‘lana’, de Carmen Crespo

Olga Muñoz reseña un poemario que celebra un rito y cuya lectura implica cierto suspense, la inminencia de algo que va a suceder y efectivamente sucede ante nuestros ojos.

lana, de Carmen Crespo

/por Olga Muñoz/

Al entrar a lana se tiene la sensación de que el primer poema es fundamental: ocupa nuestra atención en primer término, evidentemente, pero más allá de esta circunstancia se constata su relevancia según avanzamos en la lectura, a medida que nos perdemos entre los animales y los cantos de mujer, entre los hombres y las manos de las niñas, todos ellos entregados al laboreo de esa lana que titula el libro.

La estructura del poemario nos introduce en el rito, articulado en tres momentos: «I esquila», «II lavadero de lana», «III sala de pesaje». Cada sección reúne poemas que llegan agrupados, constelados en conjuntos de entre dos y cuatro, y que se abren con un texto en cursiva a modo de pórtico o, digamos, atrio, que es una palabra más cercana al mundo de Carmen Crespo. Así pues, tenemos unos versos en cursiva a modo de escena, y una escena que recoge imágenes del minucioso proceso de extracción y preparación de la lana. Aquí va el primer poema:

En estas líneas se condensan y se anuncian varios elementos primordiales: el volumen protagónico de los animales, por una parte; por otra, una presencia humana que ejecuta el proceso automatizado de la esquila ―aunque son hombres íntimamente apercibidos de la violencia de sus gestos, del filo del daño―, y, por fin, esa lana que ha de caer sin dolor y sin ruido.

Se señalan las piezas de esta composición en la lana por desbastar: en hombres o mujeres o niñas ―que ocupan mayoritaria y respectivamente la primera, segunda y tercera parte―, en la presencia animal. Y estos elementos se tocan, se suceden, se interconectan. Por contigüidad, persona, animal y lana se fusionan en zonas de contacto que no son bordes sino, poco a poco, núcleo. De esta manera vamos viendo cómo allí «nadie se gira», según se dice en el primer poema, allí «donde casi no se mira.   donde se es animal   o mecha», recoge otro texto: se es animal, se es mecha, pedazo de lana, porción de hilos, tejido. Leemos más adelante: «las mujeres extienden la lana sobre un lecho de guijarros par que se seque al sol. […] pequeñas trazas de sangre entre sus hilos.   No saben si / del animal o / de ellas». De repente nos vamos dando cuenta de que el proceso de esquilado no involucra a los animales, o no solo, o sí pero entonces somos nosotros también esos animales («tú eres el perro, tú eres la flor que ladra», dice Blanca Varela en su poema «Secreto de familia», en una igualmente dolorosa identificación con el animal, con lo animal que somos).

Hay muchos animales en este libro: pájaros que migran, alacranes, caballos, cigüeñas blancas, mariposas, caballos… Pero es la lana, y nunca mejor dicho, el hilo conductor: una vez tomada del animal, hay que limpiarla. El lavado llega de las manos de las mujeres que cantan sobre los calderos de cobre. En la segunda parte un primer texto en cursiva presenta la escena de las mujeres mojando la lana, y en dos poemas más de esa constelación emergen explícitamente la escritura, el lenguaje, la abolladura (¿es la abolladura del cántaro o es la abolladura de la palabra?). En el rito de purificación, está «la lengua de los verdugos», el «soplo canto   palabras extrañas como la sangre o la bruma», «y cae el cuerpo como un ave sobre el meandro. y cae   dúctil   como la lana». El ave de nuevo aquí, la lana en todas partes, y el dolor silenciado.

La tercera sección se dedica a la sala de pesaje: las mujeres extienden la lana, las niñas la repasan y todas la separan. Finalmente

Esas romanas, las balanzas que están al principio del poemario, nos despiden ahora, nos dejan en un escenario que se va vaciando a medida que se colman los sacos de lana con aire, sin apretar, sin tupir ―qué léxico tan local y milagroso―. Notamos entonces que en este libro asistimos a la consumación de un procedimiento que se aloja en cada uno de los poemas, aunque muchos de ellos no se refieran propiamente a la esquila. Sí lo hace el primer texto de cada conjunto de poemas, pero los otros no: en los otros versos, sin cursiva ya, vemos escenarios diferentes que, sin embargo, quedan prendidos de las salas donde se inmoviliza a los animales, se lava la lana, se pesa. Por eso este es mucho más que un libro sobre el esquilado (y a la vez es profundamente esto, un libro sobre el proceso de esquilado). Hay una trasposición de planos que sitúa ubicuamente esas salas (esquila, lavado, pesaje) en el mundo: todo alrededor es esquila, la vida misma es aprendizaje para evitar el corte, el daño mientras asoma «la lágrima del animal» que somos todos. Esquilar es aprender a caer «dúctil» como la lana, a cuidar y mantener los vellones entre los dedos, aprender a respetar su holgura en el almacenamiento para que las hebras respiren: «no hay nada tan hermoso como la lana» (52), pero para descubrirlo hay que saber extraerla, pesarla, conservarla.

En lana se celebra, como decíamos, un rito, y su lectura implica cierto suspense, la inminencia de algo que va a suceder y efectivamente sucede ante nuestros ojos. Los lectores asisten a la consumación del acto, desde la primera vez que aparecen colgando las romanas hasta la última. Concurrimos al desenlace casi dramático ―dramático en el sentido de teatral― que se sucede escena a escena, y descubrimos además que el procedimiento también atañe al plano de escritura de la autora: extracción, purificación y pesado del lenguaje, eliminación de la sarna y la carcoma, marcado de la piel desnuda… El lenguaje es en este poemario, a la vez, el animal y la lana: despojamiento y ligereza, cicatriz y exposición al aire sin protección ya.

Como decía Bolaño, escribir bien es saber meter la cabeza en lo oscuro: eso hace Carmen Crespo cuando introduce su voz en la lana, arrancando mechones que arrastran otros. Esa forma adoptan los poemas, jirones enredados que a su vez se van desprendiendo de la referencialidad más evidente. «Responso del antes» titula César Iglesias su epílogo, como una forma de afirmar que «fuimos testigos de otra manera de estar, de otra manera de ser» (66). De todo ello queda la última escena:


Selección de poemas

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lana
Carmen Crespo
Trea, 2019
80 páginas
12€


Olga Muñoz Carrasco realizó sus estudios de doctorado en Madrid, Estados Unidos y Perú, y actualmente es profesora y directora del Departamento de Español en Saint Louis University (Madrid Campus). En Lima se editó su monografía Sigiloso desvelo. La poesía de Blanca Varela (Pontificia Universidad Católica del Perú, 2007). En los últimos años han aparecido trabajos suyos en el ámbito de la poesía hispanoamericana y española. Forma parte del proyecto de investigación «El impacto de la guerra civil española en la vida intelectual de Hispanoamérica», fruto del cual publicó el libro Perú y la guerra civil española. La voz de los intelectuales (Madrid, Calambur, 2013). Su trayectoria como poeta recoge La caja de música (Madrid, Fundación Inquietudes/Asociación Poética Caudal, 2011), El plazo (Madrid, Amargord, 2012), Cada palabra una ceniza blanca (Valencia, Ejemplar Único, 2013), Cráter, danza (Barcelona, Calambur, 2016) y Tapiz rojo con pájaros (inédito). Su labor editorial está vinculada a la colección Genialogías en Tigres de Papel y Lengua de Agua en Eolas Ediciones.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

1 comments on “‘lana’, de Carmen Crespo

  1. Carmen Crespo

    Gracias a Olga Muñoz a Juce Iglesias y a El cuaderno por estas palabras tan acertadas de «lana»

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