Nietzsche: la química de los conceptos

Miguel Antón Moreno escribe sobre el gran filósofo alemán.

Nietzsche: la química de los conceptos

/por Miguel Antón Moreno/

Como proclamando mordazmente nihil novum sub sole, el Nietzsche de Humano, demasiado humano declara que «los problemas filosóficos vuelven a presentar hoy en casi todas las obras la misma forma que hace dos mil años». El mayor error del hombre en su proceso de conocimiento, según Nietzsche, consiste en haber tomado al individuo contemporáneo como modelo para todas las épocas y contextos, como si el hombre albergase una esencia inmutable que se ha mantenido inmutable desde un origen que, desde ese punto de vista esencialista, bien podría concebirse como divino. «El hombre es la medida de todas las cosas», afirmaba Protágoras; pero el hombre en singular no es algo posible para Nietzsche, y por eso no hay un único responsable de la muerte de muerte de Dios: «Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino».

Bajo la noción de esa esencia, todo análisis histórico se habría llevado a cabo a partir de una fórmula de contrarios. En esta crítica nietzscheana se atacan aquellas ideas a las que se combate también desde el conjunto de la filosofía del siglo XIX, a saber: causa primera, causalidad, finalidad y la libertad entendida como ausencia de determinación. Pensar sólo mediante opuestos nos conduce al planteamiento de un mundo binario según el cual una cosa, en caso de ser negada, será sencillamente la contraria. Este planteamiento de carácter metafísico constituye un tremendo reduccionismo que deja fuera del espectro toda una serie de categorías y valoraciones que enriquecerían la explicación, y que podrían dar muestra de un mayor conocimiento del mundo. Si un objeto solamente puede ser él o su contrario, estaríamos diciendo que, si no es lo que expresa en un principio, entonces es su negación. Pero negar una cosa en términos binarios no es simplemente plantear que acontezca de otro modo, sino negar su existencia. Es por esto que plantear una lógica binaria, en la que todo es una cosa o su contraria, es sostener que, o bien algo es o bien no es, pero sin poder afirmarse que es algo distinto. Pensemos en el ya clásico ejemplo de la filosofía del lenguaje, lo rojo. La negación de algo así no puede implicar su contrario. Un cambio en lo rojo hará que sea naranja, verde, o negro. ¿Y lo contrario de negro no es el blanco? Claramente esto solo puede afirmarse en términos metafóricos. Lo opuesto es solo aquello a lo que ciertas cosas tienden a convertirse cuando se produce un cambio; no explica en modo alguno la verdadera transformación, que implica detalles y matices que rebasan por completo una lógica dual. Kathia Hanza afirma: «Si pensamos así, admitimos sólo diferencias fijas, por ejemplo, entre lo falso y lo verdadero, entre lo racional y lo irracional, entre lo bueno y lo malo. De esta forma buscamos, por supuesto, claridad conceptual, pero impedimos captar las transiciones, las modulaciones sutiles y continuas que tienen lugar entre los términos opuestos». La existencia no es una categoría que pueda predicarse de un objeto. Algo, en tanto que es, no puede darse como existente o no existente, por lo que si una cosa existe en el mundo, según esa lógica dualista, lo hará de manera invariable hasta el momento en el que pierda la esencia que lo define. Quizá no haya un término más metafísico que el de esencia, y es esta una de las grandes críticas de fondo que lleva a cabo Nietzsche: «No hay hechos eternos, del mismo modo que no hay verdades eternas».

Según José Emilio Enguita, «el apego y la fidelidad a las pequeñas y modestas verdades logradas mediante el uso de métodos rigurosos, y el rechazo de los deslumbrantes y seductores errores de tiempos y hombres metafísicos y artísticos, comienza en Humano, demasiado humano, dejando atrás el ideal artístico-metafísico de la cultura trágica». La nueva filosofía histórica, como defiende Nietzsche en esta obra, no puede estar separada de las ciencias naturales. Tener en cuenta el avance de la ciencia para llevar a cabo una reflexión filosófica no implica necesariamente caer en ese cientificismo rancio que viste de bata de laboratorio en los lugares más insospechados, donde las manchas más indelebles acaso sean de tiza. Los hay que hasta dormirían en bata blanca porque, dirían, también son científicos por las noches (porque jamás dirían que lo son en sus sueños). Ya apuntaba Karl Popper que aquellas disciplinas que necesitasen explicitar y reafirmar su estatus científico con vehemencia eran las más sospechosas de no tener asegurado su acceso a ese reino de la gracia que es la ciencia. Nietzsche siempre estuvo lejos de vestir con bata blanca, pero sabía que tener en cuenta el avance de la ciencia para filosofar es una condición necesaria. Afirma Enguita: «Se sitúa en un punto equidistante entre, por un lado, una cultura trágica acientífica (en ningún caso anti-científica) y, por otro, una cultura cientificista que sigue creyendo en el carácter divino de la verdad y en la eminencia absoluta del conocimiento científico». Esta misma postura equidistante es la que ya adoptaba Aristóteles, que desarrolló esta idea en el capítulo segundo del libro I de la Metafísica: «En primer lugar, opinamos que el sabio sabe todas las ciencias en la medida de lo posible». Por supuesto es algo que se aprecia bien al echar un vistazo al conjunto de su obra. También Schopenhauer, maestro de Nietzsche, y quien en buena medida lo conecta con el criticismo, defendía esto en su obra: «un conocimiento lo más completo posible de la naturaleza es necesario para plantear con precisión el problema de la metafísica. Nadie debe aventurarse en la metafísica sin haber adquirido previamente un conocimiento profundo, claro y coherente, aunque solo sea general, de todas las ramas de las ciencias de la naturaleza».

Nadie podría acusar a Nietzsche de ser un fundamentalista científico, pero, sin embargo, esa «química de los conceptos y de los sentimientos» que plantea sí que incorpora como elemento central de la reflexión filosófica, histórica y psicológica a la ciencia: «Todo aquello de que tenemos necesidad […] gracias al nivel actual de las ciencias particulares, es una química de las representaciones y de los sentimientos morales, religiosos, estéticos, así como de todas esas emociones». Esta crítica fundamentada en la «química de los conceptos y de los sentimientos» tiene como objetivo disolver la distinción metafísica que había imperado en la filosofía, según la cual, pensamiento y sensibilidad ocupaban espacios distintos, habitando todavía el primero dimensiones trascendentes. Las nociones de esencia, causalidad o finalidad como conceptos metafísicos serían negadas con el ejercicio de esta crítica.


Miguel Antón Moreno (Madrid, 1995) es estudiante del doble grado en filosofía e historia, ciencias de la música y tecnología musical en la Universidad Autónoma de Madrid, escritor y músico.

1 comments on “Nietzsche: la química de los conceptos

  1. No tengo claro que se pueda negar en Nietzsche la lucha de contrarios que es lo que se deduce casi de la explicación. De hecho sentía admiración por Heráclito,precisamente porque esa tensión hace de lavida algo dinámico que es una cosa y la tensión de su contrario….intuyo que hay una cierta mezcla de lo ontológicocon ellenguaje en el escrito…los conceptos sí que son denostados por Nietzstche por fulminar la singularidad, pero la oposición o dialéctica es ontológica…..no me queda clara la exposición. Quizás para esta cuestión de los conceptos recurriría más al ensayo «Sobre verdad y mentira en sentido extramoral»….gracias por tu reflexión

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