Mirar al retrovisor

Negreros, generales y un siervo de Dios

Un artículo de Joan Santacana sobre el esclavismo español durante el siglo XIX.

Mirar al retrovisor

Negreros, generales y un siervo de Dios

/por Joan Santacana Mestre/

Corría el año 2013 cuando se nos ocurrió publicar en nuestro blog un artículo titulado «Barcelona, la ciudad que tiene un monumento a un esclavista». Nos referíamos al monumento a Antonio López (1817-1883), fundador de la Compañía Transmediterránea, ennoblecido con el título de marqués de Comillas. El artículo sentó mal a algunos conciudadanos y la figura del marqués se intentó apuntalar con los argumentos de que fue un gran hombre de negocios, un emprendedor, e incluso desde la Conselleria de Cultura de la Generalitat y desde el gobierno municipal de la ciudad se inició un tímido intento de enaltecer al patricio. Siete años después, el monumento ha sido descabezado, aun cuando queda todavía el nombre. Este es un país en el cual todos los pecados cometidos por los nuestros parecen deber quedar siempre en la penumbra. Parece como si el pasado, cuando no gusta, no se debe asumir, so pena de ser mal patriota; sin embargo, el pasado, asumido o no, permanece y tarde o temprano incide sobre el presente.

Quizás por ello, quisiera recordar que vascos, gaditanos y catalanes gozaron en el siglo XIX de una notable fama de negreros, como mínimo, en Cuba; cierto que también se les tenia por hábiles en el comercio y en la exportación, pero una cosa no quita la otra. El historiador cubano Enrique Sosa Rodríguez publicó hace años Negreros, catalanes y gaditanos en la trata cubana, 1827-1833, un trabajo basado en un conjunto de cartas —ochenta y una para ser precisos— remitidas por el esclavista Jaume Tintó, vocal barcelonés de la Junta de Comerç, que vivía en la barcelonesa calle de Escudellers, 31, y que fue quien organizó el tráfico de esclavos y habilitó una auténtica flota negrera. Es esta correspondencia la que nos permite conocer hoy las características y la organización del tráfico clandestino de africanos hacia Cuba. El destinatario de las cartas era un personaje siniestro, José Yrineo de Yrigoyen, hombre de confianza del esclavista habanero Joaquín Gómez.

Tintó, el autor de las misivas, nos explica con detalle este tráfico, sin tapujos, ya que la correspondencia iba destinada a su jefe en Cuba. En las cartas vemos como una flota entera estuvo en continuo movimiento entre el Mediterráneo, Barcelona, el Atlántico, el golfo de Guinea y el Caribe entre 1827 y 1833. El golfo de Guinea, en la zona que posteriormente fue colonia española —hoy Guinea Ecuatorial— era el principal centro abastecedor de carne humana (bultos, les llamaban) para las plantaciones de azúcar y café cubanas. La correspondencia también explica cómo burlaban la vigilancia de la flota británica que intentaba impedir el comercio ilegal. Gracias a las cartas descubrimos la baja catadura moral de los negreros; y las cartas también hablan de las posibilidades que ofrecía este negocio para promover el desarrollo económico de las regiones españolas desde las que se organizaba la trata, ya que conllevaba la construcción de buques, la exportación de productos, desde textiles a aguardientes, y era una importante inyección de capital con el que se irrigaba la metrópoli..

Los esclavistas sabían perfectamente lo que estaban haciendo; eran conscientes del daño y del sufrimiento que causaban y sus actos no pueden justificarse con la idea de que «eran otros tiempos»; desde el Congreso de Viena, en 1814, la trata de esclavos estaba prohibida y ellos lo sabían; el Reino de España había firmado la adhesión al tratado el 19 de diciembre de 1817 y las órdenes reales eran claras: «Desde hoy en adelante prohíbo para siempre a todos mis vasallos, así a los de la Península como a los de América, que vayan a comprar negros a las costas de África […]». Por ello, la trata de esclavos era ilegal, era contrabando.

Y como todo contrabando, no podía mantenerse sin cómplices entre las propias autoridades que tenían la misión de impedirlo. Siempre ha sido así, y en el siglo XIX no era distinto. En nuestro caso, el gran cómplice era Miguel Tacón y Rosique (1775-1855), primer marqués de la Unión de Cuba, elevado posteriormente a duque. Este sujeto, teniente general de la armada, mariscal de campo del Ejército de Tierra y que, por aquel entonces, era gobernador de Cuba, según Richard R. Madden, que era magistrado para la administración de los estatutos de abolición de la esclavitud en Jamaica, «en menos de cuatro años, recibió 2.800 doblones por las contribuciones impuestas sobre los esclavos que permitió introducir clandestinamente a comerciantes comprometidos con este tráfico infame». En la documentación se puede leer un interrogatorio a un esclavista detenido en el cual se le pregunta:

—¿Es cierto que los capitanes generales reciben 10 pesos por cada negro por el permiso para desembarcarlos?

—Sí: la pensión es de 8 pesos, 4 reales. Antes del general Tacón, tomaban esta gabela para si los allegados de los gobernadores, […] pero Tacón lo organizó de manera que su totalidad llegaba completa a sus manos.

Así, según la documentación existente de la época, Tacón recibió durante los años de su mandato 450.000 pesos. Él sólo recibía los sobornos del puerto de la Habana, porque de los demás puntos de la isla, las demás autoridades, marina incluida, hacían lo propio. Y es que cada esclavo introducido, por ejemplo, entre 1825 y 1830 suponía un beneficio de 106 pesos. ¡Bien se podían entregar entre ocho y diez al capitán general!

Por cierto, que al esclavista cuyo monumento ha sido descabezado hace poco en Barcelona, Antonio López, el monarca Alfonso XII, consciente que la restauración de su trono en gran parte de debía a él, aceptó compartir con él un mes de verano en su finca de Comillas. Después de estas vacaciones, Antonio López fue nombrado Grande de España. Su actividad empresarial comprendía desde una compañía marítima hasta un banco. Durante la guerra civil (1936-1939), su estatua, en bronce, fue derribada del pedestal para fabricar balas con el metal fundido.

Su hijo, el segundo marqués de Comillas (1853-1925), al frente de un imperio financiero y empresarial, inmensamente rico, quiso ser, además, un hombre honorable y asociar el marquesado con alguna obra grande, fundando en Comillas un seminario de pobres, posteriormente la Universidad Pontificia de Comillas, y pagó la edición de La Atlántida de Jacinto Verdaguer, el egregio poeta catalán que trabajaba como sacerdote tanto para la compañía naviera de Antonio López como para su servicio de palacio. Y al igual que el Cid, Antonio López cabalgó después de muerto, dado que el Caudillo repuso su estatua en el pedestal del monumento y en 1945 se inició una campaña para la beatificación de su hijo, que, de momento, ha sido elevado tan solo a la categoría de siervo de Dios, un primer paso hacia los altares. ¡Su valedor fue el mismísimo Caudillo, Francisco Franco! La carta de súplica de Franco al Pontífice no tiene desperdicio alguno.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

1 comments on “Negreros, generales y un siervo de Dios

  1. Como siempre muy valiente artículo, ensalzando la verdad por encima de conveniencias. Gracias por ello.

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