Poéticas

Huellas en el paraíso

Cleofé Campuzano reseña un poemario de María Engracia Sigüenza que plantea la idea del viaje como conocimiento del mundo a través de la experiencia personal y la intrahistoria.

/ una reseña de Cleofé Campuzano /

El lugar nos conforma. Todo instante tiene sentido en una rueda sin descanso. Si el instante es el viaje, ¿somos, en consecuencia, la encarnación de su unidad? No, no existe el tiempo (La ciudad infinita); Toda esa savia dentro de ti,/de nosotros […] Lo mejor está por llegar,/ le repito al corazón (Viajar). El viaje como universal literario ha sido una constante en la historia de la literatura. Decía Cernuda en su poema El viajero: «Lo que ves, ¿es tu sueño o tu verdad? El mundo/ mágico que llevabas dentro de ti, esperando tan largamente». María Engracia Sigüenza plantea en Huellas en el paraíso la idea del viaje como conocimiento del mundo a través de la experiencia personal y la intrahistoria. El paisaje vivido a través del paisaje urbano. De este modo, reconociendo su cadencia, entramos en una cartografía muy concreta de la intimidad.

Así, las palabras se reconocen en la ciudad, la percuten y abandonan a Cronos para ahondar en su simbología, en sus signos; y entonces, la narrativa histórica se funde con la personal y nos redescubre una realidad nueva en contienda con el tiempo. Siguiendo esta plasmación de la semiótica y la urbe, asistimos a la creación de un discurso propio. La autora redefine la ciudad con cada detalle y símbolo, con cada imagen telúrica y misteriosa; el espacio archiconocido —manido por el viajero— de repente es otro, inédito. Es llamativo que gran parte de los poemas lleven por título nombres de ciudades o partes emblemáticas de las mismas (Berlín 1989, Toulouse, Palermo, Montparnasse…). Roland Barthes, desde el estructuralismo lingüístico,  concebía la ciudad como un texto aún por escribir, siempre inacabado pero puramente funitivo, con capacidad de comunicación inherente. En poemas como La ciudad crisol o La ciudad infinita está muy presente esta dimensión introspectiva que nace de la observación y de la participación del espacio hacia la incógnita: «Somos la memoria/quizá algún día/ los enigmas/ se puedan descifrar». 

María Engracia Sigüenza

¿A quién le corresponde la raíz y el fruto en este viaje? ¿A qué orden de cosas pertenece la evolución de un árbol, la construcción de una fuente, la vida de un edificio, la sublimidad o postergación infinita de la ruina? La autora apela a lo divino, frecuenta la mitología clásica para deificar lo visible e invisible y resituar el ahora: «Vuelvo a la isla de la diosa/ al corazón griego/ donde susurra la fuente enamorada/ donde la antorcha del pasado/ alumbra los caminos». El fundamento estético de la belleza es una razón constituyente de significado y profundidad magnas; los poemas cultivan su encuentro, enriquecen ese instante definitivo. Todo es elemental; tanto el germen como el tejido cultural que hemos creado: Es el milagro de la humanidad (Viajar). La tonada rítmica se torna variada, va desde versos acompasados en equilibrio a estrofas con porosidad regular donde las respiración se anuda, cadenciosa: «Melancólica amazona/ centaura incandescente/ que Andrómaco veneró/ sueña, sueña Taormina/ abrazada a su bahía». Beldad e ingenio, la mujer es fuente de sabiduría y eje central en el lenguaje.

Vivimos por encima de nuestras posibilidades, en una posmodernidad tardía que tiende al desencanto y a la tragedia; recuerda a El instante eterno (2001) del sociólogo Michel Maffesoli, postulando esta vuelta a lo trágico desde el desconcierto del mundo. Nuestro encuentro con el tiempo es abstruso, breve aún más si cabe, dentro su condición adquirida de brevedad. La poeta recoge en sus poemas esta inquietud. El mar, el río, son elementos que se suceden y se nombran con insistencia, porque representan el fin o la continuidad cíclica del viaje:« Y el río/ rebosante de memoria,/ nos sumerge en su lecho inagotable./ Nos arrastra con él,/ como imperios caídos, hacia el mar definitivo» (De Melk a Mauthausen).  A su paso, se produce la pérdida de personas, de lugares que tuvieron presencia, y el recuerdo se confunde con lo real, más cercano al sueño que al presente palpable: «Estoy llamando a las puertas del cielo» (IV Paisaje desde Diavolezza). La muerte no es otra cosa que esta llamada segura a la vida; el maridaje vida-muerte se alza con contundencia: «En mi tumba marina/ crecen semillas» (Parténope). El viaje, de nuevo el viaje, incansable travesía: «Miles de seres/  nosotros en otra dimensión,/ viajando en tropel,/ sin descanso,/ sin destino» (Refugiados en la Estación central de Budapest). Siempre viajamos recordando ojos y manos que hemos amado, almas que tuvieron cuerpo para nosotros y que explican quiénes somos ahora. Definitivamente, en ellas viajamos: «Una maleta sin tiempo/  y el mapa del abismo».

[EN PORTADA: City from far away, de anime-master-96]


Selección de poemas

La ciudad crisol

Amanece un día más.
Los misterios de la noche
Sufren la metamorfosis del Alba.
De mis ojos se observa  el velo de la oscuridad.

Otro día más me aturde la vida
que se abre ante mí.
Un gigante que muestra
Toda su miseria y su esplendor.

Miles de años llevo aquí,
Intentando comprender.
Escuchando el oleaje incesante de la humanidad,
el rugido de unas olas que vienen y van, vacilantes,
como si no supieran que forman parte del mar.

¿Lo escuchas tú?, 
río cómplice de esta eternidad.

Tú y yo que fuimos tierra moldeada,
desnutrida y amada…
Agua deseada, atormentada y soñada…
Tú y yo
que fuimos tierra moldeada,
destruida y amada…
Agua deseada, atormentada y soñada…
Tú y yo, que seguimos aquí, asombrados,
contemplando el milagro de la creación,
el tormento de la duda,
el destello de la libertad.

Escuchadme:
nuestro regazo es el crisol,
siempre os acogerá:
os amamos, aún sin comprender.
Guardaremos vuestra Historia
en el  Laberinto del Tiempo.

Somos la memoria.
Quizá algún día
los enigmas
se puedan descifrar.

Fronteras

Multitud de seres nacen,
crecen y mueren cada día.
Forman parte de la tierra,
son árbol y semilla.
Viven juntos,
y florecen y maduran.
Unidos por un hálito insondable.
Pero están solos,
solos en el infinito país del Universo.

II

Las ciudades se alejan
hacia el bosque de la noche.
Sus canales son mis venas,
mis huesos sus murallas.
Vampírica sabiduría.
Alimenta el reino de mis sueños.
Arquitectura de la armonía,
renacimiento perpetuo
que multiplica el aliento de la vida.


Huellas en el paraíso
María Engracia Sigüenza Pacheco
Ars Poética, 2019
122 páginas
14 €

Cleofé Campuzano Marco (Murcia, 1986), poeta, educadora social y gestora cultural. Inició sus estudios universitarios en filología hispánica, posteriormente se graduó en educación social y se especializó en la vertiente sociocultural, a través de estudios de posgrado en antropología social y cultural y en educación y museos, por la Universidad de Murcia y por la Universidad de Zaragoza. Habitualmente ha colaborado en diversos medios con trabajos científicos y reseñas. Ha participado en revistas de poesía y espacios literarios como La Galla Ciencia, Empireuma, El coloquio de los Perros, Círculo de Poesía u Oculta Lit, entre otros. Actualmente reside en Lleida y compagina la producción literaria con trabajos de investigación, la intervención socioeducativa y el comisariado pedagógico de arte contemporáneo. El ocho de las abejas (Devenir, 2018) es su primer libro publicado hasta la fecha.

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