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Compra todo lo que inventen, gilipollas

«Se les llena la boca de burlas contra Unamuno y el "que inventen ellos". Pero Unamuno tenía razón, los problemas que de verdad importan, los problemas humanos y existenciales (por no decir espirituales, eso le suena tan mal a la gente ahora) no se resuelven con tecnologías». Un artículo de Antonio Costa.

/ por Antonio Costa /

Consume y calla, coño. Se les llena la boca de burlas contra Unamuno y el «que inventen ellos». Pero Unamuno tenía razón, los problemas que de verdad importan, los problemas humanos y existenciales (por no decir espirituales, eso le suena tan mal a la gente ahora) no se resuelven con tecnologías. Podrán inventar millones de cosas y de adelantes materiales, y el problema esencial seguirá sin resolver. Y sobre todo que las personas no se puteen unas a otras, y aprecien la vida, y sean a ratos felices.

Consume y calla, coño. No cuestiones el sistema actual, no protestes. Traga y paga, y no digas nada. Pero los inventos cada media hora no mejoran la vida de la humanidad: mejoran la vida de los listillos que los patentan y que solo quieren millones de dólares. Y no solo inventan máquinas, sino que inventan necesidades en las personas para que compren esas máquinas. A nadie le molestaba empujar con la mano para abrir una puerta, pero enseguida todos sienten la necesidad de que la puerta se abra mecánicamente, si es que quiere funcionar. A nadie le importa rascarse la nariz, e incluso experimenta placer con ello, pero después siente la necesidad ineludible de que un artilugio con antenas le rasque la nariz para que él no tenga que hacer nada.

Consume y calla, coño. Y así te convencen de que necesitas esto, de que necesitas aquello, aunque hace media hora ni te enterabas, para que compres y compres. Y dicen que eso es progreso. Pero ¿quién progresa? ¿Progresa el humilde ciudadano que no necesita la mayoría de esos artilugios? No, más bien progresan las empresas multinacionales que te venden y venden nuevos aparatos, porque te han adoctrinado para que los compres sin rechistar, para que te consideres loco si no los compras. A ti te gusta pasear, sentir los pies en la tierra, flexionar el empeine, pero te convencen de que necesitas un patinete para moverte. Quieres caminar tranquilamente y mirar a tu alrededor pero te convencen de que tienes que comprar máquinas para desplazarte por la acera. Y eres un loco si quieres sencillamente caminar y mirar como la gente camina.

Pero consume y calla, y no te enfrentes a las multinacionales, a aquellas corporaciones que te hacen comprar y comprar, y progresan y progresan en sus balances anuales. Si criticas algo, estás mal de la cabeza, eres un retrógrado, un trasnochado. Si quieres comerte tu chuletón carnoso con vino tinto, y notar como corta el cuchillo la carne, y como baja el vino por tu garganta, eres un trasnochado, ahora hay máquinas para trinchar la carne, para metértela en la boca y masticarla por ti, para transportar el vino a tus tripas. Pero qué atrasado eres.

Y el papanatismo moderno dice que hay que hay que inventar e inventar, y hay que comprar inventos e inventos, para que progresen las grandes empresas, y los bancos que las financian. Y los ejecutivos que se ríen de ti y de como tragas en masa sus productos, mientras él disfruta un Cabernet Sauvignon del 83 con su amante tan sensual y de carne y hueso.

Montones de inventos no son necesarios, solo nos complican la vida, y nadie los pediría si no los obligara la presión social y la publicidad de las empresas voraces. No mejoran la vida en absoluto y no hacen progresar absolutamente nada. En realidad, muchos solo son un coñazo. Porque, además, cada invento lo cambian cada dos días, para que tengas que comprar otro nuevo, y el nuevo muchas veces funciona peor que el anterior. Pero sobre todo es la idea de inventar e inventar, para que compres y compres.

Entonces ¿quién se ríe con el «que inventen ellos»? Yo me río de vosotros, pasmones, que no sois capaces de disfrutar del canto de un pájaro, ni de cómo os sonríe vuestra prima, sin necesidad de ningún ordenador de última generación (de hace media hora) ni de miraros a través de un teléfono móvil con cuatrocientas aplicaciones y media.

Claro que es bueno que una máquina nos lave la ropa. Que un avión nos lleve al otro extremo del mundo. Que puedas hablar por teléfono con alguien que está a miles de kilómetros. Que un tren ave te lleve a toda velocidad a la costa (aunque te pierdes tantas cosas intermedias con esa velocidad). Que inventen remedios contra enfermedades. Claro que hay muchos inventos útiles. Pero este frenesí tecnológico y tecnocrático, esa orgía de inventos para que tengamos que comprar y comprar, y estemos con la lengua fuera, y no podamos disfrutar de nada sencillo y auténtico, esta sustitución de todo lo natural por lo artificial, de lo vivo por lo muerto, de lo que se aprecie a su ritmo por lo que pasa de un plumazo sin que te enteres, no beneficia a nadie ni hace progresar a nadie. Y crea mareo, no enterarse de nada, perderse la vida entera, olvidar lo realmente importante, que eres tú mismo, y la vida, y tu amada, y las obras de Shakespeare.

De modo que ¿quién se ríe con el «que inventen ellos»? ¿Los pasmones que siguen la corriente, y no tienen vida propia, y no piensan nada por sí mismos, y solo quieren comprar y comprar dócilmente, y decir: «sí, bwana inventor, véndeme más y más, complica mi vida más y más»? ¿Los que no quieren ni sentarse en el wáter porque un invento nuevo lo hará por él? ¿Los que quieren atrofiarse progresivamente porque los inventos e inventos lo van atrofiando y atrofiando y le van quitando cualidades? La gente ya no sabe sumar, porque lo hacen las calculadoras, no sabe escribir porque escriben los programas, no sabrá follar porque lo hacen las máquinas de follar.

Hay más cosas en la vida que tecnología. Recordar la infancia. Revivir el sabor de los higos. Evocar como caía la arena tan fina sobre la espalda alucinógena de aquella chica. Pensar en las charlas interminables que hacían vivir mil cosas con aquellas botellas de vino junto a un río. Pensar en que estás vivo. Resolver los problemas de comunicación con tu abuela. Hay más cosas en la vida, amigo Horacio, que las que da tu tecnología, diría Shakespeare. Pero a muchos se les va la vida entera en tecnologías. Y se pierden toda la vida. Y no se enteran de nada. Ni siquiera se enteran de como la mujer a la que más amaban les pasó la mano por la espalda sin invento ninguno. De como cuando eran niños, con solo un papel y un lápiz, vivían montones de vidas. Se pierden la vida. Ni siquiera respiran.

Les propongo una serie de inventos que mejorarán mucho la vida de la Humanidad. Que inventen una máquina que simule una pluma para rascarse el dedo meñique. Y otra máquina más sofisticada que te rasque el dedo de manera aún más suave. Y otra que te meta la comida en la boca sin tener que separar los labios. Y otra que espere por ti en el semáforo mientras tú compras el último teléfono móvil. Y otra que extraiga uno a uno los pelos del culo sin romperlos ni mancharlos. Y otra que te avise cuando una cucaracha se ha despertado en Tombuctú (por si eso te interesa). Y otra que te acaricie en el ombligo cuando algo en el trabajo te haya salido bien. ¿No son buenísimos esos inventos para el progreso de la Humanidad? Joder, no vais a ser tan carcas que vais a rechazar esos inventos. Pero tú, lector, coño, calla y compra el último invento.


Antonio Costa Gómez, nacido en Barcelona en 1956, afincado actualmente en Salamanca, se crió en Galicia desde muy pequeño. Estudió filología hispánica e historia del arte y hoy es profesor de literatura en enseñanza media. Ha publicado libros en todos los géneros literarios: Revelación, El tamarindo, Las campanas, La reina secreta, La seda y la niebla, etcétera, con los que ha sido galardonado con numerosos premios: la Estafeta Literaria en 1976, el del Ministerio de Cultura en 1981 o el de Amantes de Teruel en 1985. Con Las campanas llegó a la última votación del Premio Nadal en 1994 y del Premio Planeta en 2001. Colaborador en más de una treintena de diarios y revistas, ha viajado por los cinco continentes.

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