El runrún interior

El runrún interior: un dietario (27)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre una entrevista a Lech Wałęsa, la lectura de textos sobre el Barroco en busca de claves sobre el presente o la elocuente evolución del significado de una canción de Nino Bravo.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior: un dietario (26)

Martes, 30/11/2021. Hay una mística del escritor, una iconización extraliteraria de los literatos, un considerar importante y conceder interés no solo a su obra sino también a su vida, que siempre me ha inspirado una poderosa ojeriza. Lo acabo de pensar viendo una colección de imágenes de un fotógrafo especializado en retratar escritores. Un tipo estupendo, y las fotos, magníficas. Pero me chirría esa especialización; ese apreciar en, y conceder a, los literatos un aura especial que yo me niego a verles. Pienso que el ideal del escritor debe ser el de un mero obrero de la pluma o de la tecla, que trabaja sus horas con dedicación y honradez y aparece en público lo que tenga que aparecer, pero sin sentirse un santón, sino un humilde engranaje de una labor colectiva. Con «labor colectiva» no me refiero a que el escritor tenga que ser militante de una causa política. Me refiero a sentir que suministrar libros a la sociedad no es menos, pero tampoco más importante ni más excelso que proporcionarle jamones, zapatos o ladrillos. Dice Ana Pérez Cañamares que «el trabajo de poeta consiste también desmitificar el trabajo de poeta». Y decía William Gaddis que «los escritores deben ser leídos y no vistos».

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Menciona hoy Jorge Tamames en un estupendo artículo en Público una cuestión crucial a tener en cuenta cuando se debate sobre la clase obrera del siglo XXI: lo que David Graeber llamara trabajos de mierda, y es el grueso del trabajo hoy, no genera orgullo, como sí solía generarlo el empleo fordista.

Los trabajadores de un astillero, por ejemplo, por dura que fuera su situación laboral, se sentían orgullosos de ver navegar el barco que habían construido. Los mineros, de la naturaleza heroica de su trabajo. Hasta las trabajadoras textiles se sentían orgullosas de hacer buenas camisas. Por el contrario, como comenta Tamames, «el mundo del trabajo contemporáneo —más segmentado y feminizado, precario, dominado por el sector servicios, con menor peso de los sindicatos— no genera algo que en el pasado otorgaba de forma muy eficaz: una identidad obrera».

Ese orgullo de la plantilla de astillero que ha construido con sus manos un buque que navegará los océanos del durante décadas es difícilmente imaginable en una kelly, un camarero o cualquier empleado de un trabajo repetitivo, sisífeo, carente de esa aura creadora. El trabajo siempre fue tripalium, tortura; y el trabajo fordista ya solió tener una naturaleza sisífea y alienante en comparación con el mundo artesanal (aquel personaje de Chaplin enloqueciendo de apretar tuercas en Tiempos modernos). Pero creo que no dejaba de mantener un hálito de artesanía que los trabajos de mierda apagan definitivamente, y que la conciencia de su dureza, e incluso el deseo de huida, convivían con esos sentimientos de responsabilidad de algo útil, que permitían articular un discurso emotivo que ampliara el orgullo profesional a uno de clase. La kelly, el camarero, la teleoperadora, el reponedor del Carrefour, no siente que haga algo útil, aunque lo sea. O sí lo siente, pero no aprecia heroísmo ni épica ni belleza artesana en esa labor útil. Y la posibilidad de germinación de un orgullo de clase cortocircuita.

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Luis Ordóñez: «Es una cosa muy de esta época que los que son riquísimos no les baste con la fortuna, patrimonios rozando a Mansa Musa, sino que también hay que amarlos obligatoriamente y admirarlos y también hay que creerse alucinantes leyendas de esfuerzo y mérito personal».

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Un apunte interesante de Rubén Magadán, amigo medievalista: la imagen vulgar que se tiene de la Edad Media es el recuerdo que los abuelos contaron a la gente de la Ilustración de las barbaridades de ese siglo de hierro que fue el XVII.

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Una cita de Gustavo Adolfo de Suecia en 1628 que se me queda resonando en la cabeza tras leerla en La revolución de los santos, de Michael Walzer, porque aprecio en ella, salvando distancias, una rabiosa contemporaneidad, pensando en el auge del neofascismo: «Si estáis con Dios, venid a mi lado. Si preferís al Demonio, tendréis que luchar primero contra mí. Todas las guerras de Europa están ahora fusionadas en una». Lo mismo con esta, de Stephen Marshall en 1641: «Satan never turns Christian». Satán nunca se convierte al cristianismo. El mal existe, existirá siempre y podemos arrinconarlo, pero siempre estará ahí, listo para hincharse de nuevo a poco que nos descuidemos. El antifascismo, como la lucha contra Satanás para aquellos cristianos, tiene que ser un combate cotidiano.

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Hoy hace 107 años, nos recuerda Edgar Straehle, murió Anselmo Lorenzo, uno de los primeros grandes anarquistas españoles. Straehle comparte este recuerdo suyo de cuando conoció a Marx y, hablando en español, este dedicó mucho tiempo a conversar sobre la literatura española del Siglo de Oro y elogiarla:

«Era Carlos Marx. Su familia ya se había recogido, y él mismo, con amabilidad exquisita, me sirvió un apetitoso refrigerio; al final tomamos té y hablamos extensamente de ideas revolucionarias, de la propaganda y de la organización […] Agotada la materia o más bien deseando dar expansión a una inclinación especial, mi respetable interlocutor me habló de literatura española, que conocía detallada y profundamente, causándome asombro lo que dijo de nuestro teatro antiguo cuya historia, vicisitudes y progresos dominaba perfectamente. Calderón, Lope de Vega, Tirso y demás grandes maestros, no ya del teatro español, sino del teatro europeo, según juicio suyo, fueron analizados en conciso y a mi parecer justísimo resumen. En presencia de aquel grande hombre, ante las manifestaciones de aquella inteligencia, me sentía anonadado y a pesar del inmenso gozo que experimentaba, hubiera preferido hallarme tranquilo en mi casa, donde, si bien no me asaltarían sensaciones tan diversas, nada me reprocharía no hallarme en armonía con la situación ni con las personas. No obstante, haciendo un esfuerzo casi heroico para no dar triste idea de mi ignorancia, suscité el parangón que suele hacerse entre Shakespeare y Calderón y evoqué el recuerdo de Cervantes. De todo ello habló Marx como consumado inteligente, dedicando frases de admiración al Ingenioso Hidalgo manchego. He de advertir que la conversación fue sostenida en español, que Marx hablaba regularmente, con buena sintaxis».

Me resulta curioso verme muy reflejado en las tribulaciones de don Anselmo; eso de que «ante las manifestaciones de aquella inteligencia, me sentía anonadado y a pesar del inmenso gozo que experimentaba, hubiera preferido hallarme tranquilo en mi casa». Es algo que me pasa mucho.

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Para triunfar, un movimiento político tiene que generar emociones. Pero para consolidarse, para perdurar, para no desinflarse tan rápido como se hinche, tiene que generar esas emociones asimiladas, naturalizadas, pasivizadas, sentidocomunizadas, que son los instintos.


Miércoles, 1/12/2021. El muy saludable odio al neoliberalismo se está convirtiendo en muchos un camuflaje del odio al liberalismo a secas y a todo lo que en la izquierda (que es mucho) procede de la matriz liberal. Hay una pedagogía que hacer de que el socialismo va de hacer efectivo lo que en el liberalismo es solo nominal, no de negarlo, así como de que, en la palabra neoliberalismo, el prefijo neo- no es superfluo. El neoliberalismo es algo distinto y, en algunos aspectos, antitético del liberalismo clásico. Deberíamos no dejar prosperar esa trampa de echarlo todo al mismo saco. Y, como dice Edgar Straehle, reivindicar con vigor una tradición liberal alternativa compuesta por gente como Kant, Paine, Jefferson, Condorcet o Wollstonecraft.

«El socialismo va de socializar los medios de producción; tú hablas una forma de gestionar el capitalismo», me replica un tuitero anónimo cuando comento lo anterior, y me proporciona un magnífico ejemplo de, justamente, las trampas que comento; las añagazas de algunos para desnaturalizar el proyecto socialista en sentido iliberal. Socializar los medios de producción nunca fue el fin, sino un medio. El fin era una sociedad en la que cada individuo, emancipado de dioses, reyes y tribunos, fuera verdaderamente lo que quisiera ser, sin que la desigualdad capitalista se lo impidiera de facto aunque se lo permitiera de iure. En esa sociedad seguirá habiendo, debería seguir habiendo, parlamento, división de poderes, tribunales de justicia, etcétera. También seguirá habiendo, por cierto, enfermedad, dolor, padecimientos, porque el socialismo no es la Segunda Venida de Cristo. Pero se proporcionará a la gente el tiempo y los recursos necesarios para enfrentarse a ellos con la calma que el turbocapitalismo nos impide dedicarle.

Carlos Fernández Liria es el mejor razonando todo esto. Debemos entender —explica siempre, y cito de mis notas de un congreso sobre Marx al que asistí hace años, y en el que él impartió una conferencia— que, del mismo modo que, como decía Marx, «un negro es un negro, y sólo bajo determinadas condiciones es un esclavo; o una máquina de hilar es una máquila de hilar, y sólo bajo determinadas condiciones se convierte en capital, pero también podría convertirse en un invento magnífico que liberara al ser humano del yugo de las fuerzas naturales reduciendo la jornada laboral en lugar de alargarla indefinidamente», también sucede que «un orden constitucional es un orden constitucional y una excelente idea, y solo bajo determinadas condiciones se convierte en papel mojado sin derecho de amparo con respecto al trabajo, a la vivienda, a las condiciones laborales más elementales, etcétera, y en un instrumento de los capitalistas para masacrar a los más débiles». Y también sucede que «un parlamento es un parlamento, y solo bajo determinadas condiciones se convierte en una cueva de bandidos donde los mafiosos negocian entre sí, pero también podría convertirse en un magnífico lugar para la República; para discutir las cosas».

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En el argot juvenil gijonés decimos «me cunde» lo que en el argot madrileño se dice «me renta» (significando ambas «me mola, me gusta, me va bien»). Y me divierte darme cuenta de una cosa. El me renta condensa una mentalidad capitalista: invertir dos y obtener cuatro. El me cunde, una ecosocialista: que aquello dé de sí, exprimirlo, agotar su vida útil, cerrar los ciclos de la energía. Renta mazo vs cunde pila: la gran batalla ideológica de nuestro tiempo. Cundentes de todos los países, unámonos.

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Leo: «El presidente del comité organizador del Mundial de Qatar 2022 confirma que «la homosexualidad no está permitida» en el emirato, pero promete que los seguidores LGBTQ+ tendrán derecho a viajar al país y asistir a los partidos, pero las muestras de cariño «están mal vistas»». Todo lo relacionado con este Mundial (en la acelerada construcción de cuyas infraestructuras se calcula que han muerto más de tres mil obreros) es sórdido y siniestro y pide un boicot a gritos.

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Entrevistan en El Mundo a un influencer al que no tenía la disfortuna de conocer; un tal Jano García que parece el enésimo surfero de la economía de la atención con ínfulas soporíferas de enfant terrible. El titular es este: «Tenemos una sociedad educada en la mediocridad. Sólo hay que ver las leyes educativas que aprueban para que el mediocre no se sienta ofendido». El comentario más agudo lo hace Pedro Ntno: «La gente que dice estas cosas teniendo una edad tiene pase porque al menos da la impresión de que han tenido mucha mili. Pero ver a gente de mi edad hablando así de flipada, como si hubiesen hecho algo en su vida, da una grimaza tremenda. Hablan como si hubiesen luchado en la Guerra de Vietnam gente que creció coleccionando tazos de Chiquito de la Calzada».


Jueves, 2/12/2021. Spotify ofrece estos días la posibilidad de un desglose estadístico muy pormenorizado de la música que uno ha escuchado a lo largo del año: qué canciones ha reproducido más, qué géneros, etcétera. Todo el mundo se está afanando a compartirlo en sus redes, pero a mí me pasa una cosa curiosa. Yo he comprobado mi estadística, pero me da pudor compartirla. Y no porque escuche nada raro, sino porque, de una manera extraña, lo siento como una forma de desnudez. Los gustos musicales siempre me han parecido algo muy íntimo. Una cosa es comentar la admiración por una canción, un artista o un estilo concreto y otra dar una cuenta total de lo que uno escucha. Al estar la música que uno oye tan estrechamente vinculada a su sentimentalidad, lo percibo como una forma de pornografía emocional.

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Se vuelve a debatir sobre la mejor estrategia para un triunfo electoral de la izquierda, con partidarios y detractores de la famosa transversalidad, ya se sabe: los de arriba vs los de abajo, escamotear al folclore de izquierda en aras de trascender los nichos tradicionales, etcétera. Comenta humorísticamente X. López algo que parece una verdad de perogrullo, pero tiene su miga: «Yo creo que la estrategia buena es con la que ganas y la mala es con la que pierdes». Mi sensación: no hay una estrategia que sea per se buena o mala. Todas pueden ser ambas cosas y lo crucial son las agallas, la convicción y la creatividad con que se desarrollen. Añade X. López: «Por otra parte nuestro rollo desde hace bastante tiempo es gente que pierde diciéndole a otra gente que pierde que su estrategia de perder es peor que la suya». Pues sí. Añado: tiene mucha gracia que, mientras nosotros llevamos diez años enfrascados en estos debates bizantinos, el PSOE haya ganado elecciones comodísimamente proclamando «somos la izquierda» e incluso cantando La Internacional con el puño levantado. Me dicen que justamente por eso tenemos que renunciar al folclore de izquierda; porque a ganar meneándolo siempre va a ganarnos el PSOE. Pero me lo dice la misma gente que clama cotidianamente que debemos arrebatarle a la derecha la palabra patria. Aparentemente, eso estaría chupado, mientras que sobre arrebatarle al PSOE la palabra izquierda debemos abandonar toda esperanza, porque que el PSOE sea la izquierda está inscrito en las estrellas.

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Una cosa interesante de las redes es cómo enmascaran la edad, y las consecuencias que eso tiene. Se descubre uno a veces discutiendo e indignándose con chavales de dieciséis años por cosas que en el fondo son fruto de la inmadurez y hacia las que en persona sería condescendiente. Me dicen que eso es bueno o malo, porque esa condescendencia también implica prejuicio y quizás hay cosas que dice un chaval de diecisiete años que no se tendrían en cuenta solo por eso. No estoy de acuerdo. Creo que, por lo general, cuando un chaval de diecisiete años es brillante y cabal, se le toma en serio sin mayor problema. Y que, de todas formas, lo cierto es que casi ningún chaval de diecisiete años lo es. No pasa nada: para eso está la adolescencia; para ser un cafre. Yo, desde luego, decía cosas que hoy me parecen tonterías aberrantes, y agradezco que la gente mayor que yo tuviera paciencia conmigo y no me tomara demasiado en serio.

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De visita en Santander para presentar Los nuevos odres del nacionalismo español en el interesantísimo espacio La Vorágine, pienso que el programa mínimo es un mundo en el que, cuando uno busque «Santander» en Google, lo primero que le aparezca sea la ciudad y no el banco; y cuando busque en Google Maps cómo llegar a Santander, lo primero que le aparezca no sea la sucursal más cercana.


Viernes, 3/12/2021. Agudísimo apunte de Xandru Fernández: «La utopía emprendedora de que se EMPIEZA desde abajo y el lapsus linguae de que alguien ACABA de cajero en un supermercado».

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Jónatham F. Moriche: «Como parece que las derechas y ultraderechas están apretando fuerte con su monserga antiwoke, es importante recordar que ser woke —aquí a veces lo sustituyen por ser buenista— es estar alerta en la denuncia y el combate del racismo, el machismo, la homofobia… Ser woke o ser buenista, en resumen, es no ser una mierda de persona. Cuando un facha os llame woke o buenista, sentid orgullo y perseverad, porque algo estais haciendo muy bien».


Sábado, 4/12/2021. Hay un famoso texto del Subcomandante Marcos en el que se declara judío en la Alemania nazi, palestino en Israel, negro en Sudáfrica, etcétera. Creo que resume muy bien en qué consistiría un liberalismo sano. El insano lo resume bien Mario Vargas Llosa, que ha decidido ser fujimorista en Perú y pinochetista en Chile. Hoy declara su apoyo a José Antonio Kast, candidato ultraderechista a la presidencia de ese país. Como comenta Alfredo González-Ruibal, «en los años treinta hubo grandes intelectuales conservadores, como Thomas Mann o Ernst Jünger, que rechazaron colaborar con regímenes de extrema derecha. Vargas Llosa, en cambio, ha decidido ponerse al servicio de todos». Al hacerlo es heredero de otro tipo de intelectual conservador del que también la historia nos ofrece ejemplos: liberal estupendástico y sublime y «enemigo de todo nacionalismo» mientras la cosa está atada y bien atada, dispuestísimo a echarse en brazos del más enajenado de los nazis a poquísimo que deja de estarlo. Un nazi, como dijo aquel, es básicamente un liberal asustado. No es una evolución ilógica, sino que hay lo que Steven Forti llamaría una pasarela entre una y otra posición. Ciertamente los neoliberales, los conservadores y hasta los fascistas aman la libertad. La aman mucho. La cuestión es que aman la suya, no la de todos.

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Una versión subversiva del padrenuestro de hacia 1789:

Padre nuestro que estás en Versalles,
que tu nombre sea odiado como merece,
tu reinado se quiebra,
tu voluntad no se hace más en la tierra que en el cielo,
devuélvenos el pan de cada día que tus favoritos nos han quitado,
perdona a tus parlamentos que defienden tus intereses,
como nosotros perdonamos a tus ministros que los han vendido.
No sucumbas a las tentaciones de du Barry
y líbranos de tu diablo de canciller.
Amén.

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Edmund Burke en 1790: «No existe ningún derecho civil o político indestructible».

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Una fotografía de Gabriel Casas en 1932:

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Matt Stoller: «Las criptomonedas son una rebelión furiosa contra un sistema averiado organizado por billonarios, basada en atraer a los rebeldes hacia un sistema aún más averiado organizado por billonarios diferentes».

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Gonzalo Torné: «Las filosofías posmodernas suponen una toma de conciencia de que la razón es un instrumento modulado por el tiempo y el espacio. Que no basta con usar la razón y sentir que la tienes para efectivamente tenerla. Creo que esto es lo que más miedo le da al conservador y al negacionista de la evolución del pensamiento occidental, que no le basta el calorcillo que siente de estar usando la razón para tenerla. Le importa mucho menos que la verdad se diluya que perder su refrendo íntimo».

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Edu Collin: «Cuando suficiente gente se vuelve loca de la misma forma, la locura se vuelve invisible».


Domingo, 5/12/2021. Libre, de Nino Bravo. En origen, en los setenta, canción, se ha dicho siempre, sobre los fugitivos que saltaban el Muro de Berlín, aunque sus creadores dirían más tarde que era una letra antifranquista (yo desconfío: no consigo verle el sentido antifranquista, ni siquiera como metáfora, a eso de tu hogar, tu mundo y tu ciudad al otro lado de la alambrada: ¿reformularon tal vez sus creadores el significado de la canción a posteriori, incómodos con el original?). En los noventa, jingle de una compañía de telefonía española tras la privatización del sector, en época de Aznar. Y hoy, uno de los himnos de los partidarios del ultraderechista José Antonio Kast en Chile (aunque ya lo fue en tiempos de los de Pinochet). Cuarenta años de historia política resumidos en las transformaciones de una canción. Del anticomunismo (frecuentemente socialdemócrata: Solidaridad, en Polonia, abogaba en principio por un socialismo democrático) al neoliberalismo optimista de los noventa y de ahí al neofascismo.

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Leyendo un artículo muy interesante de Fernando Rodríguez de la Flor sobre el florecimiento de la figura de la fortaleza en el imaginario barroco (en el libro Filosofías del barroco, coordinado por Moisés González y Hugo Castignani), pienso en cuánto se parece nuestro tiempo, que bien podría llamarse neobarroco, a aquél.

El Barroco fue una época de crisis, grandes transformaciones religioso-ideológicas, conflicto, descrédito del poder, centrifugación del cuerpo social, etcétera; y una era caracterizada también por un notable desarrollo de la poliorcética (ciencia de la fortificación). Ese desarrollo de la poliorcética corrió paralelo al esponjamiento de un imaginario poliorcético general. Juan Caramuel escribía, por ejemplo, que «el primer lugar que se fortificó fue el Paraíso. La arquitectura militar la enseñó Dios, primer ingeniero del Templo de Salomón», Rojas y Ausa escribía que «es el Cielo un castillo inexpugnable», etcétera. Y de modo general, como escribe De la Flor, «la virtud de la fortaleza «corona» el dispositivo anímico para enfrentar los tiempos» y «el léxico militar poliorcético termina por invadir las lenguas de la espiritualidad». Cervantes, por ejemplo, hablaba del «pecho encastillado de un cristiano», y De la Flor también menciona la proliferación en contextos emblemáticos de la lfigura del erizo, «cifra de una deseada intangibilidad y autoprotección del organismo político ante las asechanzas del mundo».

Bien: en la época neobarroca que son nuestros días, ¿no sucede exactamente lo mismo? Hay un desarrollo literal de la poliorcética en forma de muros, de vallas, de zanjas también digitales contra los grandes flujos migratorios y los angustiosos desbordes de una nueva revolución industrial que nos hace sentir que todo lo sólido se desvanece en el aire. Y eso también se acompaña de una poliorcética mental, desplegada en el éxito de imágenes muy diversas de fortaleza asediada: enaltecimiento de héroes de la defensa en lugar del ataque (Blas de Lezo, por ejemplo); repliegues nostálgicos y tibetanizantes; la pulsión «nosotros solos» que recorre el mundo, del Brexit al Procés pasando por la insurrección antibruselense de Polonia o Hungría… También triunfa o se hace triunfar un vasto vocabulario de la fortaleza frente a las tempestades: todas estas monsergas emprendeduristas sobre la resiliencia, por ejemplo.

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Un agudo apunte de Umm Huraira: «El debate entorno al uso del velo siempre recae sobre estudiantes, políticas, sanitarias, docentes… Los campos están llenos de jornaleras con velo y ahí, curiosamente, no hieren la sensibilidad de nadie».


Lunes, 6/12/2021. Jónatham F. Moriche: «El gesto que rompa con este impasse de inercia y fatalismo y devuelva su hambre de victoria y su voluntad de poder a las izquierdas no será prudente ni discreto, sino atronador y desmesurado. Los establos de Augías no se limpiaron con cubo y fregona, sino provocando una riada».

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Hay mucho escrito (Superficiales, de Nicholas Carr, por ejemplo) sobre cómo Internet ha transformado nuestra misma estructura cerebral haciéndola muy capaz para la realización de varias tareas a la vez pero incapaz para la concentración sostenida, tal como nos desenvolvemos en la Red; pero pienso que no nos hemos fijado en las consecuencias para nuestra relación con el mundo real que en el digital exista opción deshacer, resetear… ¿No nos hemos contaminado a un nivel subliminal de la idea de que, en el mundo real, eso también puede hacerse: dar marcha atrás desde una mala decisión sin consecuencias, empezar de cero, etcétera? ¿No está modificando eso nuestra mentalidad política?

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Leo que Éric Zemmour, rutilante candidato neonazi a la presidencia de Francia, dice que, en el Caso Dreyfus, los dos bandos tenían motivaciones «nobles» o que Francia fue una nueva Roma contra cuya grandeur se pergeña hoy una leyenda negra. No hay ultraderecha original: todas agarran una misma plantilla que rellenan con el vocabulario local.

Zemmour es un personaje tan siniestro como interesante. Su discurso es muy duginiano y muy soreliano, con esta cosa de alabar a la vez a Luis XIV y a Robespierre; de refundir mitologías reaccionarias y revolucionarias al calor de una misma épica jüngeriana de virilidad violenta. A España eso todavía no ha llegado, pienso. No se imagina uno ni por asomo a Abascal alabando a la vez, pongamos por caso, a Franco y a Durruti, algo que sí sería verosímil en este tipo de figuras. Algún conato hay, pero nada, por el momento, que tenga el menor recorrido. Pero seguro que llegará. A España todo llega tarde, pero acaba llegando.

Sobre esta cosa soreliana de la virilidad y la acción y el coraje y el heroísmo y lo sublime que pregona la yihad antiwoke de la que Zemmour sería su expresión última y más aberrante, pienso que tiene gracia, porque hay más de todo eso en un gay que sale del armario o una mujer que confronta a su maltratador que en todos estos machos asustados y llorones. No me cuesta nada imaginarme siendo uno de esos llorones. Pero me cuesta muchísimo figurarme reuniendo el valor que hay que reunir para salir del armario y enfrentarse a todo lo que uno se tiene que enfrentar aun en estos tiempos que, ciertamente, ya no son los peores para eso. A lo mejor deberíamos hacer por arrebatarle a los malos ese estandarte: el héroe soreliano, el matador de dragones nietzscheano. Si el Zeitgeist va por ahí, pues hagamos pedagogía de que donde mejor se encarna es a este lado del frente. Valerosa fue Ana Orantes, no José Manuel Soto.

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Cita Edgar Straehle un párrafo muy jugoso de Els mandarins, un libro de 2011 de Rafel Nadal. Hace referencia a la incomodidad de Jordi Pujol durante una entrevista en 2003, en los últimos meses de su mandato, con el periodista Arturo San Agustín.

«»Su problema, le espeta en un momento de la entrevista el periodista, es que no tiene ninguna obra para enseñar, para ser recordada. «Hombre, San Agustín. Si no hemos parado de hacer escuelas, ambulatorios, polideportivos…», reacciona el Muy Honorable. «Nada. De todo eso, no se va a recordar nada». «¿Y algún hospital? ¿Alguna carretera?». «Tampoco. Yo le hablo de una imagen que resuma su presidencia. De un símbolo para la historia». El president se agita, inquieto, en su silla, y lanza la pregunta siguiente: «Y qué han hecho otros para que se los recuerde». El periodista alude a Helmut Kohl y la unificación alemana, así como a François Mitterrand y la pirámide del Louvre. Pujol se echa para atrás y cierra momentáneamente los ojos. De golpe se reincorpora e interroga a su interlocutor: «Y Maragall. ¿Qué obra va a recordarse de Maragall?». «Los Juegos Olímpicos», contesta San Agustín. Vuelve a hundirse en la silla y la entrevista llega a su fin».

Al parecer, después de la entrevista, a Pujol le entró el desasosiego, no pudo dormir bien y canceló la continuación acordada de la charla.

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Lech Wałęsa en una entrevista para TV3: «No tengo suficiente dinero, mi pensión es baja y necesito trabajo». No puedo evitar regodearme en el placer malsano de la Schadenfreude. Apetece decirle: «Pues Lech, tío, ya sabes. Resiliencia. Crisistunidad. Lo que no te mata te hace más fuerte. Emprende algo. No querrás mamar de la teta de mamá Estado como si fueras comunista o algo, ¿no?». Es bueno también este sarcasmo tuitero de Schine McShine: «Nunca pensé que los leopardos se comerían MI cara», lamenta la mujer que votó por el Partido de los Leopardos Comedores de la Cara de la Gente.

El runrún interior: un dietario (28)


Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea y CTXT; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

2 comments on “El runrún interior: un dietario (27)

  1. Agustín Villalba

    «Leo que Éric Zemmour, rutilante candidato neonazi a la presidencia de Francia…»

    ¿Un judío tan amigo de Israel que nunca ha condenado la política israelí… neonazi? Y la ley francesa, una de las más duras del mundo en cuestiones de antisemitismo, permitiendo la propaganda del neonazismo en Francia e incluso que un neonazi se presente a las elecciones presidenciales? ¿Un neonazi que ha sido durante 30 años periodista en Le Figaro y en varias televisiones, incluida la más importante del Estado, France 2? ¿Un neonazi que tutea a todos los políticos franceses, amigo de Chirac, Sarkozy y Hollande, entre muchos otros? ¿Un neonazi que defiende la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping? ¿Un neonazi al que 15 % de los franceses dicen querer votar, lo cual significaría que en Francia hay millones de neonazis?

    Antes de opinar, lo mínimo que se puede hacer es informarse bien y sobre todo reflexionar un poco.

    Y recordar la frase de Talleyrand: «Todo lo que es excesivo est insignificante».

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