Narrativa

Brigitte Reimann

Hay autores que saben predecir con exactitud su biografía; con 22 años Brigitte Reimann (1933-1973) apunta: «¿Por qué no he de disfrutar mi vida? En diez o veinte años se acabó todo, si no me muero antes»

Franziska Linkerhand, un fruto del árbol de Lutero

/ por Xabiero Cayarga /

Una arquitecta de veinticinco años se traslada a trabajar a Neustadt para empezar una nueva vida tras un matrimonio desastroso.  Allí entabla múltiples relaciones laborales, amistosas y sentimentales con diversos hombres, también alguna amistad femenina esporádica; en la frialdad, sordidez e inhospitalidad de la construcción descubre un sistema inoperante, surgido de un ideal político igualitario, que conduce al aislamiento y la autodestrucción del individuo y, con ello, a la desintegración social. Creo que no me dejo nada en el tintero de una trama que ocupa casi 700 páginas. Y, sin embargo, donde dije trama digo tramoya, esqueleto. Lo demás es carne, disección; una operación a corazón abierto de la RDA y de la propia autora. Las intenciones de Brigitte Reimann al emprender su obra monumental eran más modestas: «En algunos de nuestros barrios y ciudades hay también, como a menudo he observado, a consecuencia de la construcción pocas posibilidades de encuentros sociales». Además «me parece que hasta ahora en nuestra literatura se ha escrito muy poco de los problemas de amor. Pero tiene razón, todavía hay gente que lo ve como un ataca a la esfera privada si se escribe del amor. Con frecuencia la mojigatería se disfraza de moral… »[1]

Hay autores que saben predecir con exactitud su biografía; con 22 años Brigitte Reimann (1933-1973) apunta: «¿Por qué no he de disfrutar mi vida? En diez o veinte años se acabó todo, si no me muero antes». En su última obra Franziska Linkerhand se vuelve más precisa: «Chopin murió a los 39 años. Courte et bonne. Una vida que mereció la pena» (pág. 543).  Treinta y nueve: la edad que alcanza la autora víctima del cáncer.  ¿Cuáles son el motor y el sino de la escritora y de su heroína?: «Tengo un miedo mortal a la vejez, me he consagrado al amor, pues no me puedo imaginar en absoluto una vida sin las miradas de admiración de los hombres, sin besos, sin halagos. Y el único hombre que se me presenta como mi príncipe azul no lo consigo en jamás de los jamases. Me siento profundamente descontenta»[2].  Brigitte Reimann y su alter ego tenían mucha prisa. Su heroína: casada, divorciada, arquitecta, con múltiples amantes pasajeros, protegida del arquitecto más importante del país, proclama: «Veinticinco años y no he vivido, tan solo he preparado vida» (293).  Los que superan los treinta y cinco son poco más que momias vivientes: «Franziska, con todo el desprecio de sus veinticinco años por los hombres fracasados, pensó: una noble fachada, pero caduco y fofo» (183). Se refiere a su jefe, Schafheulin, un “viejo” de treinta y siete años que cita a destiempo versos de Rilke: «A él lo ubica ya en el bando de los perdedores, el de los que ya no son capaces de seguir el ritmo» (318).  Una noción que corrobora la inesperada visita y confesión de su amado hermano: «No he llegado a ser un gran científico, no he hecho ningún descubrimiento revolucionario… he superado la mitad de la treintena, para mí pasó ya el tren» (655-6).  Por cierto, un personaje este que ya conocíamos de Los hermanos [3], y que sigue siendo el modelo incestuoso que busca y anhela en otros amantes: «Me estremeció tu parecido con Wilhelm, y al instante te transferí a ti, sin vacilar, todo lo que siento por mi hermano» (176).

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El presentimiento de la brevedad de la vida propicia un diálogo revelador entre Franziska y Jakob, uno de sus amantes ocasionales, quien le echa en cara su desconocimiento de la muerte. (Hablan de la reciente guerra y de la amenaza nuclear.)  Jakob: «Creo que fue Lutero el que dijo que si supiera que el mundo se va a hundir mañana, hoy todavía plantaría un manzanito. Uno no se rinde…». Franziska: «El atrevimiento de perdurar; sí eso es bueno» (104). Pese a la admonición luterana, el suicidio se convierte en el representante recurrente de la muerte en la RDA. Franziska Linkerhand advierte en el paisaje urbano desolador que construye el socialismo «algo (que) se está incubando, erupciones, efectos, un estallido de agresividad acumulada»[4] (586).  En Neustadt se prodigan el alcoholismo y los robos, las violaciones y las peleas. Cuando unos borrachos matan a un vecino, Franziska acude al sórdido entierro junto con el administrador. Entre las tumbas este va espigando biografías mínimas «ninguno de más de treinta». Así, el vecino Liebscher «un chico raro, escribía poemas, al principio traviesos o descarados, por lo menos aquellos se entendían, lo único, pensé, este me trae la stasi a casa… Somos sombras cansadas: es lo que decía la nota que se había puesto con todo cuidado en la solapa, con un imperdible, antes de colgarse del cabrio del tejado…» (589). Franziska pergeña una correlación entre arquitectura industrial y la nueva pandemia: «Los hemos emparedado, encerrado en confortables celdas, nos hemos cargado la vecindad en vez de fomentarla» (606), una tesis que rechaza la versión oficial: «el suicidio, el recurso de las personas débiles, si me permite, no puede responsabilizar de ello a los arquitectos» (585).  Aunque quizás haya otras muertes antes de la muerte y vistan otras máscaras; así los hombres de Franziska que se evaden a través del sexo y el dinero fácil, de la conformidad con la rutina laboral y familiar, o los otrora idealistas castigados por el celo inquisidor del régimen que abrazan el fatalismo o la indiferencia: «te exijo demasiado, espero lisa y llanamente que salgas de tu sombra» (624).

En el nuevo Estado no hay mayor pecado que el individualismo, la originalidad, el afán por destacar, algo que se contrapone al temperamento vitalista de la protagonista y de la autora,  pues Brigitte Reimann es una mujer que no se amolda a los parámetros morales ni estéticos de ese credo. El sambenito de femme fatale de la RDA, que le acompaña en vida, lo sobrepasa con creces el torrente vital que desbordan sus diarios publicados en la década de los noventa; diarios que dan cuenta de su crítica  insobornable, pero también de una insaciable sensualidad y una predisposición natural al caos en su vida privada; diarios que abundan en anotaciones, escenas y personajes que serán reelaborados para su obra en marcha Franziska Linkerhand, y que impulsan a una nueva hornada de lectores a retomar esta novela, reeditada ahora en su versión íntegra, y que había sido de culto en la RDA. Zubiaur solventa con gran habilidad y valentía la difícil tarea de traducir el discurso de Reimann con el hallazgo de soluciones precisas y elegantes. Aunque, alguna vez, se entrevean alternativas disímiles. Sucede con la escena premonitoria en la que Franziska Linkerhand menciona la edad a la que muere Chopin añadiendo: «Treinta y nueve años. Es una canallada (…)  Por suerte los pintores y arquitectos alcanzan edades de árboles…».  El texto prosigue con una enumeración en torno al pecho de Franziska: “oro, centro, horizonte, aceituna…” a la que da remate una frase críptica que traducida adquiere un vuelo lírico: “quién dijo que la sombra nocturna es venenosa”/ Wer lehrte uns Nachtschatten ist giftig. Sin embargo, la palabra Nachtschatten puede tener un significado más prosaico, y aquí quizás más ajustado, solanaceae, que la Wikipedia explica son plantas “conocidas por sus usos medicinales, sus efectos psicotrópicos o por ser ponzoñosas”. No sería de extrañar que la enumeración de Reimann, que construye su discurso narrativo mediante citas bíblicas, literarias y cinéfilas, enhebrara aquí una referencia a la traducción al alemán de The Fourth Pastoral de Ambrose Philips (1674 – 1749), que había realizado Johann Georg Müchler (1724-1819) y en la que leemos: ¡Aciago Colinet! ¿De qué te sirve ahora trenzar una fresca guirnalda para la frente de la muchacha entretejida de lilas, narcisos y rosas? ¡Haz una con el negro ébano de los pastos amarillos y mézclala con las ponzoñosas scopolia y argentina o con solanáceas![5] Dicho poema tiene por tema la necesidad de expresar a través del arte el dolor ante la muerte y, a sabiendas de que “ni votos ni lágrimas pueden alargar una vida que se va”[6], sublimarlo con el canto. ¿No estaría de esta manera Brigitte Reimann —She (who) lov’d through life / mujer que amó toda la vida— llorando y sublimando la certeza de su muerte a través de la escritura? Reimann fue consciente siempre de lo breve de su existencia, sin embargo siguió el ejemplo de Lutero: plantó su árbol aun sabiendo que no habría un mañana.


[1] Entrevista en «Neues Deutschland», 11 de julio de 1964, recogida en «Eine neue sozialistische Literatur entsteht», Fritz J. Raddatz, Zur deutschen Literatur der Zeit 1 Traditionen und Tendenzen Materialien zur Literatur der DDR, Rowohlt, 1987, págs. 378-379.

[2] Reiman, Brigitte, Ich bedaure nichts. Tagebücher 1955-1963, Berlín, Aufbau Taschenbuch Verlag, 2003, pág. 42

[3] Reimann, Brigitte, Los hermanos, traducción y prólogo de Ibon Zubiaur, Madrid, Bartleby Editores, 2008

[4] Neustadt es un trasunto de la ciudad en la que Reimann vivió de 1960 a 1968, Hoyerswerda. El estallido de violencia que preveía en estas líneas se cumplió en septiembre de 1991 con una ola de ataques xenófobos a centros de acogida de refugiados, que han sido considerados como los más virulentos y vergonzosos desde el fin del régimen nazi.

[5] Schäfergedichte, traducción de Johann Georg Philipp Müchler, ed. Johann Heinrich Rüdinger, Berlín y Leipzig, 1759:  Unglücklicher Colinet! Was hilfts dir nun frische Kränze für des Mägdchens Stirn zu flechten, welche von der Lilie, Narciß und Rose zusammengesetzt sind? Winde nun einen vom schwarzen Ebenbaum von der bleichen Weide, und vermische ihn mit giftigen Toll- und Saukraut oder Nachtschatten.

[6] http://poetrynook.com/poem/fourth-pastoral-0  Nor vows nor tears could fleeting life prolong: Yet how shall I from vows and tears refrain?/ And why should vows, alas! and tears be vain?/ Awake, my pipe; in every note express/ Fair Stella’s death, and Colinet’s distress ./Aid me to grieve, with bleating moan, my sheep;/ Aid me, thou ever-flowing stream, to weep;/  Aid me ye faint, ye hollow, winds, to sigh,/ And thou, my woe, assist me thou to dy./ Me flock nor stream, nor winds nor woes, relieve;/ She lov’d through life, and I through life will grieve./ Awake, my pipe; in every note express/ Fair Stella’s death, and Colinet’s distress.

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