Poéticas

León Molina: Rumor de acequia

Carlos Alcorta reseña 'Rumor de acequia', del poeta cubano León Molina, cuyos haikus mezclan la precisión con la emoción, lo alegórico con lo real, vivir la naturaleza y en la naturaleza.

León Molina: Rumor de acequia

/una reseña de Carlos Alcorta/

León Molina

La actividad poética de León Molina (Cuba, 1959), sobre todo de un tiempo a esta parte, resulta, cuando menos, apabullante por la cantidad y por la calidad. Dos géneros —el aforismo y el haiku— concentran casi en su totalidad sus intereses, hasta el punto de que ha editado una antología que lleva visos de convertirse en canónica, Verdad y media: antología de  aforismos españoles del siglo XXI (La Isla de Siltolá, 2017) y está antologado en Un viejo estanque: antología del haiku contemporáneo, preparada por Susana Benet en 2014 para ediciones La Veleta. Tal dedicación no supone, sin embargo, una estricta supeditación formal a las reglas que impone la estrofa japonesa (el aforismo es más laxo en el aspecto formal). Antes al contrario, el dominio que demuestra León Molina le impulsa a ensayar nuevos ritmos (algo que, por otra parte, también hacen los haikines japoneses, que además han ampliado el abanico temático); a jugar con las formas que se combinan con una complicidad ejemplar, de hecho, en este libro, Rumor de acequia, los haikus alternan con poemas en prosa sin ninguna fricción.

El libro está divido en ocho secciones y cada una de ellas, a su vez, posee dos partes. La primera está integrada por haikus y la segunda por poemas en prosa que, a su vez, parecen escolios a los haikus. Por otra parte, los temas que abordan ambos géneros son los mismos, aunque, como es lógico, lo que en el haiku es un mero apunte, en el poema en prosa se desarrolla de manera más acorde a su estructura narrativa, con un resultado más demorado y descriptivo, quizá porque «Ver requiere la profundidad y fijeza de la mirada, pero requiere también dejar que la bruma dibuje los contornos de lo invisible». Veamos, por ejemplo, los distintos tratamientos de la luz. En un haiku podemos leer: «Luz de verano./ Empapando su brocha/ en el trigal»; y en el poema en prosa titulado «El sol en los libros»: «A veces considero que esta íntima unión de la luz de las montañas y la penumbra rumorosa de los libros viene a repara una vieja herida de soledad de ambas». Dos modos de aproximación no excluyentes, sino del todo complementarios. Esta especie de simetría la encontramos en todo el libro, hasta el punto de que en algunas ocasiones, bajo un mismo título, podemos leer un haiku y un poema en prosa. Bien, como digo, este intercambio formal nace de la necesidad de León Molina de expandir el proceso de indagación de la realidad. Esa pinceladas impresionistas del haiku reflejan sólo un instante efímero por naturaleza. Sin embargo, en el poema en prosa la descripción se aviene mejor a un intervalo temporal de mayor amplitud. Los poemas «Arcilla gris» o «El molino viejo» son un ejemplo magnífico de lo que trato de decir: una misma imagen provoca dos respuestas diferentes. Cuando el poeta trata de esencializar la visión, la reduce a tres versos de medida reglada (en ocasiones, se reducen a dos). Por el contrario, cuando precisa abarcar dicha visión desde una óptica más amplia, el discurso se provee de referencias y el entorno; la piel y la pulpa pasan a tener tanta importancia como el zumo a la hora de apresar la experiencia.

Por lo demás, la estrecha vinculación que Molina mantiene con la naturaleza provee a éste de unos útiles sensoriales que para otro mortal pueden resultar contraproducentes o inaccesibles. De igual manera, gracias a esa vinculación, Molina es dueño de un lenguaje que mezcla la precisión con la emoción, lo alegórico con lo real. Sus poemas trasmiten ese grado tal de franqueza porque están escritos desde la connivencia más absoluta. León Molina vive en la naturaleza y vive la naturaleza. Pasear por el monte, cultivar el huerto, cuidar el jardín son distintas maneras de cuidarse a sí mismo; reconocer al joven nogal, identificar las diferentes clases de nubes, asistir a la llegada de los estorninos es también ser testigo de esa transformación que el paso del tiempo elabora en su propia existencia, porque «La belleza es esa otra cosa que somos cuando llovemos con el mundo, cuando fuimos lavados de nosotros mismos».


Selección de haikus

Luz de verano.
Empapando su brocha
en el trigal.

Muy lentamente
se ha metido en mi cama
la luna llena.

Despunta el día.
El peso de la niebla
en las mejillas.

Día de otoño.
No hay otro sol que el pecho
del petirrojo.

Los estorninos
regresan cada tarde.
El sol lo sabe.

Poda en mi calle.
Cuando vuelvan los pájaros
¿qué les diré?

Entre la gente
mi viejo profesor.
Tan despacito.

El perro tuerto
viene a que lo acaricie
siempre de lado.

Termina el año.
En el lago se hielan
las telarañas.

Vuelvo a la aldea.
El silencio de siempre
sigue sonando.

Muere la tarde.
No esperaba ese beso
sobre mi cuello.

Selección de haibun

Lluvia otoñal

Ramas sin hojas.
Las aves del verano
ya se han marchado.

Durante unos instantes ha caído una lluvia fina como polvo traslúcido. Caía lentamente, vertical como hilos tensados por diminutas plomadas. Desbordamiento de un aljibe oculto entre nubes indecisas coloreado de plata vieja por la luz del otoño.  Una lluvia sin rumores más que para los ojos. Una condensación leve de los primeros fríos. En el suelo apenas un ligero brillo como la estela de un enorme caracol, una brocha suave imprimando la piel del campo para recibir los colores venideros del invierno. Sobre la curruca que me mira desde la barandilla hay diminutas gotas de agua como si el aire se hubiera entretenido en adornar con ternura a sus hijos. Detrás del húmedo velo, el verde de los pinos es más verde, y más azul los azules de los montes sucesivos. La lluvia es un espacio que conecta los colores directamente a la mirada haciéndolo todo uno.

El ruiseñor y la lluvia

Brilla la noche
en los hilos de lluvia.
Serenidad.

Llueve. Todos los pájaros tras guarecerse han dejado de cantar. Salvo el ruiseñor que anidó hace unos días en el almez. En el silencio su canto brilla con más fuerza acompasado con las gotas que desgrana el canalón. Llega la noche atraída por su canto y lo envuelve con aromas que trajo de la humedad del monte. Todo se va haciendo leve en torno a la obstinación del trino. Todo se entrega. El mundo se encalma y en la música se muestra mientras desaparece.

Luna

Desperté en medio de la noche. Desde la cama, a través de la ventana pude ver un leve resplandor sobre la línea que marca el contorno de las montañas. Me incorporé y vi cómo la luz se iba haciendo poco a poco más intensa. Finalmente asomó la curva rojiza de la luna. En apenas unos minutos quedó completamente a la vista en el cielo oscuro al tiempo que fue cambiando de color. El pájaro nocturno que compartió conmigo este nacimiento siguió cantando mientras yo regresaba dulcemente al sueño.

Nace amarilla
tras el monte la luna.
Luego blanquea.

Bancal de invierno

Escarcha.
Tenue luz que madura los frutos
del invierno.

Tarde lluviosa de invierno. Los árboles se cuajan de yemas de agua fría cuyos frutos maduran en mis ojos. En la oscuridad los pájaros vienen a picotear en la mirada y caigo inerte en los bancales enfangados. Sobre la tierra me pudro lentamente deshecho por el dulzor del olvido.


Rumor de acequia
León Molina
La Isla de Siltolá, 2018
172 páginas
12 euros


Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

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