Mirar al retrovisor

China y los chips

Un artículo de Joan Santacana.

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Hay razones suficientes para creer que en los círculos belicistas de muchos países, especialmente de Estados Unidos, se intenta forzar la confrontación Occidente /China. No es necesario recordar los múltiples episodios que elevan las fricciones a la categoría de problema.

Los puntos de fricción son diversos y van desde la supuesta intención de China de armar a Rusia durante el conflicto ucraniano hasta el espinoso tema de Taiwán. El renovado Imperio Celeste no ha tenido una tradición belicista, y cuando ha entrado en conflicto con los países occidentales, siempre ha sido porque China ha sido provocada de alguna forma. Por otra parte, un imperio tan enorme es difícil que tenga vocación de expansión territorial. Tan solo la isla de Taiwán es hoy objeto de disputa.

Los sucesivos gobiernos chinos, desde Mao hasta hoy, nunca han escondido la pretensión de incorporar la isla a su territorio, dado que la consideran —con razón— parte irrenunciable de China. Afirman las autoridades chinas desde siempre que no quieren incorporar la isla por la fuerza, pero se reservan el derecho de utilizarla. Sin embargo, también es cierto que, al margen de la historia, los habitantes de Taiwán no tienen ninguna afinidad con la China comunista ni con la poscomunista, y siempre han vivido con el paraguas protector de Estados Unidos. Sin él, Taiwán seria hoy una provincia china.

Pero Occidente no puede fácilmente prescindir hoy de Taiwán. Por muchas razones y la más importante es que en esta isla está ubicada la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company Limited (TSMC). Esta compañía es la proveedora de la mayoría de microchips del mundo. Si hoy desapareciera, el mundo entero entraría en un caos difícil de prever y que dejaría la reciente pandemia reducida a una anécdota. Somos tan frágiles como sociedad humana que sin estos minúsculos elementos nuestro mundo se hundiría en pocos días. Y esta hipótesis hay que contemplarla, porque jugar a los soldaditos con China incluye esto que estamos comentando. Aquí no se trata de reventar una central nuclear: es mucho peor. Y no sería fácil reconducir la situación.

No, el mundo no se puede permitir un conflicto con China. Y China no puede en ningún caso aspirar a controlar la TSMC, ya que, en caso de invasión militar clásica, todo el sistema de producción se interrumpiría porque, aun cuando todo se fabrica en esta macrofactoría, hay elementos clave que llegan de Occidente. La catástrofe no solo seria para el mundo Occidental; también representaría el hundimiento de la emergente potencia tecnológica y económica china.

Yo, aun cuando no tengo a los gobernantes de nuestro mundo en una gran alta estima, no los creo tan estúpidos como para hundirnos totalmente en el caos, pero en este punto hay que recordar al profesor Carlo Cipolla, que en sus Leyes fundamentales de la estupidez humana razona sobre el tema de que

«nuestra vida está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdidas de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de las dudosas acciones de alguna absurda criatura a la que, en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que ella vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones. Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esa absurda criatura hace lo que hace. En realidad, no existe explicación, o, mejor dicho, solo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida».

Por lo tanto, hemos e imaginar que nadie puede tener interés en un conflicto de este tipo; simplemente juegan a simular el conflicto. Tensan la situación, introducen miles de fake news, intoxican las redes de la web, solo con la finalidad de provocar problemas entre un bloque y el otro e intentar, unos mantener su hegemonía en el mundo y otros simplemente alcanzarlos y substituirlos. Queda lejos el tiempo en que aquel halcón de la guerra que fue Henry Kissinger (1923), en un viaje oficial a Pakistán en julio de 1971 dijo sentirse repentinamente enfermo y el presidente paquistaní, que era su anfitrión, le propuso hospedarse en Nathia Gali, una residencia de vacaciones situada a 2400 metros de altura y a muchas horas de camino de la capital. Kissinger aceptó, afirmando que el clima seco y frio le ayudaría a recuperar su salud. Pero en realidad quien fue a Nathia Gali fue un doble, porque él fue a un aeropuerto y en un avión comercial se trasladó a Pekín, se entrevistó con Zhou Enlai en una ultrasecreta conversación e iniciaron el desbloqueo de relaciones diplomáticas, políticas y económicas que permitieron la apertura de China y su posterior desarrollo. Para alcanzar este objetivo, Kissinger no informó siquiera a todos los miembros del gabinete; tenía miedo de que lo torpedearan. En sus memorias, el político norteamericano detalla aquella operación que abrió de nuevo China al mundo. ¿Qué está ocurriendo ahora para que esta pandilla de estúpidos pretenda cerrar la puerta?


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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