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Reivindicación de los «mochileros»

Un artículo de Guillermo Quintás.

/ por Guillermo Quintás /

Hace años que comenzamos a oír esos análisis en los que se denuncia el agobio generado por los mochileros que soportan algunas ciudades enfrentadas al Mediterráneo que, por otra parte, acaparan con avaricia cuantas reuniones y congresos realizan grupos profesionales de alto poder adquisitivo. Lo que siempre me ha llamado la atención es que desde pretendidas posiciones de gobernantes de izquierda se destaque la escasa rentabilidad de las visitas de los mochileros, que, por otra parte, pueden inundar una ciudad o cercar un monumento. A ese público en nuestros días se une el de los cruceristas. Leo en prensa local de Valencia la experiencia de un redactor, de acreditada profesionalidad, que se incrustó en uno de los grupos de turistas que, abandonado el barco, transitan acompañados de una guía durante cinco horas por el Centro de Valencia; Centro, en verdad, bien seleccionado. El artículo abunda en la misma retórica, ya puesta a prueba, y no ahorra significativos detalles que en su día pueden justificar un nuevo impuesto. Por ello, se nos informa que llevan en sus bolsos y mochilas el pícnic que han recogido al abandonar su crucero y del que en uno u otro lugar de sus paseos van dando cuenta a la vez que rellenan sus botellines en la fuente pública. El apartado que cierra el reportaje es cruel: «Han paseado durante cinco horas por el centro de Valencia». Y, sobre todo, «han dejado diez euros en el mercado Central al pedir unos zumos y otros 10 en una tienda de souvenirs».  ¡Menos mal que las tasas de amarre compensan al puerto!

Y cuando aprecio cómo se aportan estos datos para que el lector saque la conclusión de que semejantes visitas no merecen la pena y, por tanto, justifican al menos es tasa turística, tan interesada como inoportuna, no puedo evitar otros recuerdos. Me refiero a los viajes que con dieciséis años hacíamos por la Piel de Toro. Eran viajes de uno o dos días, en los que alternábamos el autostop con la pensión y el tren; días aquellos en los que salíamos provistos con una bolsa al hombro en la que los bocadillos de tortilla, jamón o chorizo iban haciendo posible la jornada sin el menor desmayo. ¿Por qué debíamos ser rentables para una u otra ciudad? Esa pregunta nunca pasó por nuestra mente.  Aquellos fueron unos viajes que han sido recordados a lo largo de toda mi vida y en los que probablemente unas pesetas eran el único complemento a nuestros bocadillos. En más de una ocasión tuvimos que esperar sentados en un banco de alguna catedral para aprovechar la oportunidad que brindaban visitantes con posibles, pues pagaban para que se encendieran las luces de un retablo; más de un atrio nos permitió disfrutar de buena sombra y, recostados sobre sus verjas, dimos cuenta de uno o dos bocadillos y un botellín de cerveza. Nuestro turismo contribuía a nuestra formación y surgía a instancias de esa misma formación, pues nuestro profesor había logrado entusiasmarnos con la evocación de un monumento, una mirada y un paisaje (Santa María del Naranco). Aquellas tarjetas que compré en Zamora, en la Cámara Santa de Oviedo, en Altamira, han ido desplazándose de uno a otro libro y puedo seguir encontrándolas al efectuar una consulta en mi biblioteca y rescatar un volumen que hace años no abro. En aquellos viajes siempre fui bien recibido. Desconocíamos que el consumo justificara nuestra presencia en aquellas ciudades.

En realidad, el viaje surgido a instancias del estudio del arte o de la literatura (Bellido Dolfos se llama/hijo de Dolfos Bellido…) casi nada dejaba al azar y sirvió para poner a prueba nuestra formación. Viajar era visto, pues, como algo distinto de vagabundear, siempre era algo que se hacía en función de un programa y que también permitía coleccionar alguna experiencia que, por supuesto, hemos traído con nosotros a lo largo de nuestras vidas. Hoy, cuando se pone en cuestión el derecho del mochilero o del crucerista, se ha olvidado la filosofía de de aquellos viajes y es esa filosofía la que es preciso recuperar para que nuestro patrimonio cultural contribuya a la formación de nuestros conciudadanos y de cuantos nos visiten. En realidad, se trata de otorgar presencia a lo que Ortega nos recordó, recuperando otro momento de nuestra cultura: «Lo que heredaste de tus antepasados, conquístalo para poseerlo». Y para eso hace falta una educación que nos entusiasme con nuestro patrimonio y nos habitúe a las formas más acordes con el respeto al monumento y la buena acogida al visitante. ¿Qué hacemos por y para recuperar esa filosofía del viaje?


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Guillermo Quintás Alonso (Gradefes, 1944), doctor en filosofía, obtuvo el Premio Extraordinario de Doctorado por la Universitat de València con una tesis dirigida por el Dr. Fernando Montero Moliner. Ha impartido clases de filosofía en enseñanza media y de filosofía moderna en la Universitat de València. En su faceta editorial, ha formado parte del equipo de lectura de prestigiosas editoriales y ha sido director de colecciones como «Leyendo… », «Filosofía. Las propuestas en sus textos» o «Educació. Materials». Autor de numerosos artículos y conferencias integradas en seminarios de distinto signo, siempre ha asociado sus reflexiones a la edición de textos clásicos.

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Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

1 comments on “Reivindicación de los «mochileros»

  1. Completamente de acuerdo con la reivindicación del viaje como enriquecimiento personal y conocimiento de lo foráneo.Me sorprende que desde la ultra derecha y desde una pretendida izquierda nacionalista, supremacista en su práctica política, se coincida en la utilización del visitante como fuente de ingresos y se niegue el derecho a un mundo sin barreras, auténtica casa común de la humanidad. Me encanta ver nuestra ciudad llena de visitantes que, en muchos casos, acaban escogiendo Valencia como lugar de residencia , mestizando nuestra sociedad.

Responder a delaguarMiguel de la GuardiaCancelar respuesta

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