El runrún interior

El runrún interior (100)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre las perspectivas electorales en Gijón o la lectura de 'La caída' de Camus.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (99)

Martes, 25/4/2023. Leo en El País que «el Gobierno equipara la fiscalidad de todas las confesiones religiosas. Los cultos de ortodoxos, budistas, mormones y Testigos de Jehová estarán exentos del IBI y del impuesto de Sociedades». Esto es un poco como el chiste ese del tío que encuentra una lámpara y le pide al genio una polla que le llegue hasta el suelo, y entonces el genio va y le corta las piernas. O como esos deseos pedidos a una mano de mono maldita. ¿Quieres que acabemos con los privilegios intolerables de la Iglesia católica? OK, gallu. Ahí te va.

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Escribe Alfredo González-Ruibal, en un interesante hilo de Twitter, que

«En sociedades tradicionales el criminal era el pirata o el salteador de caminos: no tan distintos del noble guerrero. En sociedades capitalistas el criminal es el mafioso o el narco: una versión del empresario. A cada sociedad sus delincuentes. De hecho, la línea entre elites y criminales es más bien delgada. Y no siempre se puede distinguir la actividad lícita de la ilícita. En la Edad del Hierro griega o en la Escandinavia medieval las elites se dedicaban lo mismo al comercio que a la piratería. Hoy, la figura del emprendedor, el timador y el defraudador se cruzan con demasiada frecuencia. Y es que para entender cómo funciona un sistema, nada mejor que sus delincuentes».

Sí: de hecho, no hay nadie que encarne mejor la figura del emprendedor, tal y como la predican los catequistas de la cosa, que el jefe narco, que los Pablo Escobar de turno. Nadie enfrenta más obstáculos, tantas intemperies para levantar su negocio; de nadie tiene más mérito —si se piensa en términos amorales— que edifique un imperio empresarial. Y, como me apostilla Alfredo, esos sí que, en la mayor parte de los casos, empezaron de la nada. Emprendedores natos.

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Un comentario de Pedro Vallín sobre su viejo desagrado hacia la figura de Anguita levanta una tremenda polvareda de injurias contra él en las redes. Yo admiro mucho a Julio Anguita. Pero se está gestando una especie de Cofradía de San Julio Bueno y un What Would Anguita Do?, una costumbre de invocar al fantasma de Anguita a combatir en las tanganas del momento (Anguita hubiera votado esto, Anguita hubiera apoyado a aquellos, etcétera) que un poco de grima sí me da. Estas santificaciones…


Miércoles, 26/4/2023. Una cita de «La conciencia de la decadencia y caída del Imperio por parte de los romanos», un artículo de Juan José Sayas Abengochea de 1980:

«Un aspecto más, y ciertamente importante, de la apatía de los Cristianos ante el hecho de la amenazante desintegración del Imperio es el de la influencia de las profecías relativas al fin del mundo. En la medida en que dichos textos gozaban de autoridad indiscutible para los creyentes, se veían estos inmersos en una fatalidad irrevocable: la Humanidad iba a ser destruida, pues así estaba escrito; y, como quiera que también estaban escritos los signos que habrán de anunciar esta destrucción, resultaba que una vez aparecidos estos signos era inútil tratar de enderezar la situación. Así, las energías debían dirigirse a la preparación espiritual para el futuro ultraterreno. En los momentos en que la crisis se hacía sentir con más fuerza, la actitud cristiana era la del que espera el fin, en contraste con la de algunos otros Cristianos, y sobre todo de algunos paganos, quienes, libres de este factor psicológico determinista, se afanaban todavía buscando el medio de superar las dificultades».

Como dice Moriche, a quien se la leo compartir, «la historia no se repite, pero rima (y muy a menudo, en rima perfectamente consonante».

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Premio Princesa de Asturias para Meryl Streep, leemos hoy. Mejor dicho: Premio Meryl Streep para la Princesa de Asturias.

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Comenta un candidato andalucista a la alcaldía de Málaga, Luis Rodrigo, que «el problema de los pisos turísticos es un problema andaluz y que su solución pasa por el andalucismo». Principio a grabar en piedra, pensando también en Barbón y sus vacuas efusiones asturianistas: si la solución es un topónimo o un gentilicio, no es una solución.

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Cuentan en lo de Julia Otero que se están poniendo de moda las fiestas de pedida de mano, con amigos y familiares. Y sus correspondientes regalos. La vanidad, las ansias de protagonismo y la alegría en el sablear a los allegados del personal son insaciables. Es curioso —pienso— cómo, socialmente, cuanto menos nos cambia la vida el casarnos (ya no es casarse, cambiarse de casa: ya vives con tu pareja antes de casarte, ya has tenido sexo con ella, etcétera; ya no es un rito de paso), más bizantina fanfarria montamos alrededor.

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Leído en Twitter: «Creo que si vamos a financiar todas las religiones, tendríamos también que incorporar al calendario laboral todas sus festividades».


Jueves, 27/4/2023. Termino de transcribir mi última entrevista biográfica para Nortes, a Arturo Gutiérrez de Terán, militante del PSOE, consejero en el primer gobierno de Pedro de Silva. Me divierte esta parte:

—¿Cómo vives la muerte de Franco?

—Fue el principio de mi segundo hijo, tras una botella de champán…

De todos los compromisos vitalicios del Comandantón, el más firme fue el fomento de la natalidad. Lo promovió hasta después de muerto.


Viernes, 28/4/2023. El País: «Vox ha presentado un programa electoral único para toda España en las elecciones municipales, aunque cambiándole el nombre en cada municipio, lo que da pie a numerosas incoherencias como proteger las playas de Madrid o “ampliar el metro” de Almería». Sí: a la España que trasnocha le hace el programa electoral el sastre de Tarzán con la opción «Reemplazar todos» del buscador de Word. Es espectacular, lo de esta gente. Del fascismo nos va a salvar que a nuestros fascistas les gusta menos doblar el lomo que al cuñado de Rocky Balboa.

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Titulares de una entrevista a Abel Caballero: «Seguiré veinticinco años más», «Superaré a Churchill», «Reto a Almeida a un duelo de break dance», «La Navidad de Vigo ya ha superado a la de Nueva York», «Soy nacionalista de Vigo». Como dice Pedro Sánchez Prieto, es como recibir un puñetazo en la boca del estómago detrás de otro.


Sábado, 29/4/2023. Veo en La Nueva España una atractiva infografía (lo es, aunque no esté de acuerdo con el proyecto) del soterramiento del tráfico que Foro pretende, en Gijón, para el Muro. Más tarde, me topo también con otra, de una propuesta para reformar la Cuesta del Cholo. Reafirma mi sensación de que la campaña de Foro en Gijón está orientada a muerte a pescar en caladero socialista; votantes tradicionales del PSOE indignados con la actual alcaldesa. Estas infografías me recuerdan muchísimo a las de la vieja Gaceta, aquel órgano de propaganda de los años de Areces.

Yo fui un niño del arecismo. Me atrevería a decir que fui un niño arecista. Todos lo éramos en el Gijón de los noventa. Una vez, Areces vino a inaugurar la pista cubierta del colegio público al que yo iba. Año noventa y tres, noventa y cuatro. El hombre acabó sentado en una mesa, con todos los niños haciendo cola para que les firmase un autógrafo. Era una celebridad. La Gaceta, una revistilla editada con dineros municipales,llegaba entonces, con una periodicidad que no recuerdo (¿mensual?), a los buzones de toda la ciudad y fascinaba al niño de ocho, nueve, diez, once años que yo era con sus infografías de las obras que iban a hacerse en la ciudad. Se hicieron muchas, aquellos años. Recuerdo, singularmente, una: la remodelación de la plaza de Europa, cerca de mi casa. Iban a ponerle una especie de lagos. Recuerdo el asombro ante la infografía y, después, la espera impaciente, semana tras semana; las ganas de que terminasen los trabajos, retirasen las vallas y aquello que me había cautivado dibujado se hubiera hecho realidad. Gijón se transformaba por doquier, en todas sus esquinas, y el niño que yo era se daba cuenta. Veía, por ejemplo, cómo los espigones a los que iba a ver la mar con su abuelo se transformaban en una playa nueva, la de Poniente. Y era Areces el hechicero que hacía aparecer arena donde no la había, que creaba lagos, que cubría las pistas de los colegios, que otorgaba color y pulcritud europea a una ciudad que había sido sucia y gris y a la que ahora venían los Rolling, de la que se rescataba el pasado romano a la vez que se demolía sin muchos miramientos el industrial, etcétera.

Creo que en la vuelta del PSOE en 2019 algunos esperaban, sin tal vez darse cuenta, la de eso, la de aquella hechicería urbanística, y no solo no lo encontraron, sino que se encontraron, por ejemplo, el Cascayu, una como versión burlesca de aquella cosa faraónica: pintar los adoquines en vez de levantarlos. En una época atravesada hasta los tuétanos por la nostalgia, Foro lo sabe, está jugando muy bien con ello y me temo que por eso va a ganar. El arecismo es el gran pasado emblemático de Gijón. Si alguien es capaz de presentarse como reencarnación creíble de eso, en una ciudad que por otra parte se ha vuelto muy conservadora, al compás de su envejecimiento demográfico, ganará. Make Gijón great again podría ser el eslogan de Carmen Moriyón.


Domingo, 30/4/2023. En el parque, I. se ha acercado, con toda la candidez resplandeciente de sus tres años, a unas niñas. Se ha presentado, ha presentado a su peluche: «Me llamo I., y este es Conejito, ¿queréis jugar?». Las niñas, algo mayores que ella, le han hecho un mohín de desprecio y se han dado la vuelta, y ella se ha quedado triste, y ha vuelto, cabizbaja y compungida, con R. Yo no estaba: me lo ha contado R. Y me he quedado, como ella, con el corazón roto. Objetivamente, no ha sido para tanto. A la propia I. se le pasó el disgusto en cuanto la atención dispersa de los niños le ha hecho fijarse en otra cosa. Pero no me desprendo de un hondo desasosiego. A él concurren, claro está, muchas más cosas que esa escena concreta, que es simplemente un desencadenante; el coche-escoba de una gavilla de angustias más difusas; miedos e inseguridades de padre; el deseo ansioso de proteger a la niña de todo mal. Ya llevaba unos días predispuesto a ellas debido a la noticia del suicidio, en el cerro de Santa Catalina, de una joven de veintiún años que había sufrido bullying en el Colegio de la Asunción y que dejó una nota desgarradora señalando a sus acosadores, de la que no se me quita de la cabeza una parte concreta: «Habéis cogido a una niña de alta autoestima y de altas capacidades y la habéis machacado hasta el punto de no salir de la cama en años y de llevarla al suicidio». Se está contando de ella que pintaba, que leía, que escribía, y, a la vista las fotos que se han publicado, era también una chica atractiva. Nada de eso agrava un ápice el hecho, pero sí trasluce la voracidad transversal del acoso, que no solo se ceba, como se pudiera pensar, con los objetivos predecibles del matonismo: el rarito, el gordo, el gafotas, etcétera. Puede sufrirlo el tonto y la lista, la fea y el guapo; cualquiera puede caer en estas redes crueles y su reguero de muertes. Y, por supuesto, para las chicas siempre es todo peor, siempre hay más riesgo. R. y yo conocemos algún terrible caso cercano.

Desde que I. existe, me pasa eso que me decían que iba a pasarme, y que me parecía una exageración: veo su rostro, su rostro posible, en el de todos los niños que sufren. El caso concreto de esta chica de la Asunción me ha dejado, en ese sentido, muy tocado. Veo en ella a I., a una posible I., proyectando hacia el futuro las cosas que I. es hoy, también ella guapa, lista, sensible a la manera de sus tres años, que a todo el mundo encandila. Me ha hecho pensar, también, en el adolescente que yo fui. En las cosas que yo sufrí: nada muy grave, pero alguna cosa, alguna burla, algún comentario cruel que no dejó de trazarme cicatrices perdurables, inseguridades estructurales, por lo que no quiero imaginarme cuáles deja el bullying continuado, sistemático. Pero también en cosas que vi y contra las que no me alcé… y también alguna en la que debo confesar que participé, quiero recordar que nunca en calidad de cabecilla o instigador —algo que, por otro lado, introvertido como soy (¿introvertido o cobarde? ¿Busco palabras dignas, compasibles, del campo semántico de la salud mental para mis cosas indignas, injustificables?), nunca podría ser, ni para el mal, ni para el bien—, pero al menos como un soldado del paso de la oca de infames dinámicas de grupo que arrastraban con facilidad al niño deseoso de integrarse, de ser aceptado, de no ocupar el escalón más bajo del escalafón del patio, que yo era (¿he vuelto a hacerlo?).

Guardo la memoria de cuatro casos concretos en el rincón del cerebro en el que se aloja la culpa, y sobre todo uno. Fue en un campamento, con trece o catorce años. No daré detalles; no me siento capaz de darlos. Creo que lo recuerdo especialmente, sobre los otros tres, no tanto porque fuera más grave como porque más tarde, en días sucesivos del propio campamento, me hice amigo de aquel chico. Me parece acordarme de que, de hecho, busqué deliberadamente su amistad, movido por un sentimiento de culpa que no verbalicé ante él, y él no me demandó. Quizás no se dio cuenta demi participación en lo que se le había hecho, o quizás sí —sopeso, y, de alguna manera, me desasosiega mucho más—, pero había asumido y naturalizado el acoso que sufría hasta el punto de aceptar, de agradecer sin desafiarla, sin pedirle cuentas, cualquier benevolencia; no importa qué caricia en medio del cotidiano tráfago de los palos, e incluso las de un bully arrepentido. Llego a pensar —he pensado mucho en aquello, lo hago obsesivamente desde hace años— que tal vez incluso, ungido por una clarividencia de mártir, me comprendía y compadecía; sabía que mi participación había sido la de un irrelevante pobre diablo, llevado por sus propias inseguridades (y sí: me parece que esto vuelve a ser un intento de disculparme). Me he preguntado a veces que habrá sido de él. Pero me pasa una cosa extraña a ese respecto. Yo tengo una memoria casi eidética, fotográfica, para los nombres. Recuerdo con facilidad los completos, con sus dos apellidos —hasta un punto que asombra a los demás cuando lo demuestro— de casi cualquier persona con la que haya coincidido más de cinco minutos en el camino de la vida: compañeros de clase, de campamento, de lo que sea, lo cual facilita que averigüe su paradero cuando me pregunto por él, buscándolos en Facebook o en Google. Pero de este chico del que evoco con viveza aquella agresión y la amistad posterior que trabé con él, soy incapaz, por más que me esfuerce, de recordar siquiera el nombre de pila. Los caminos del cerebro son inescrutables. Yo quisiera saber si le fue bien o mal, pero quizás quiera no saberlo, y mi cerebro instituya ese mecanismo de seguridad, un calculado olvido que prevenga la tentación de comprobar si se hizo médico de familia, publicista, ingeniero de telecomunicaciones, filólogo clásico… o se arrojó al mar Cantábrico una noche de abril.

Esta semana, he estado leyendo por casualidad La caída, de Camus. Con lo de la casualidad me refiero a que no he escogido su lectura motivado por estas inquietudes, sino simplemente porque me apetecía leer un libro corto, rápido, entre los que se amontonan en mi mesita. Pero allá me he encontrado, y lo he relacionado con todo esto, con aquella idea del infierno que manejaban los existencialistas: no un espacio de horrores inconcebibles más allá del mundo terreno, sino nuestro propio mundo. Ya vivimos en el infierno; «el infierno está vacío: todos los demonios están aquí», que escribiera Shakespeare. L’enfer, c’est les autres. Cuánto ha debido pensarlo, enunciándolo así o no, aquel chico, todos los chicos y chicas que han sufrido bullying alguna vez. Yo lo he pensado a veces desde mi mesocracia, mi limbo, del acoso: a veces, pocas veces, acosado; a veces, pocas veces, acosador; las más de las ocasiones uno de esos ángeles neutrales en la pugna entre Dios y Satanás que también menciona La caída, para los cuales Dante reservaba los Limbos, una especie de vestíbulo de su infierno. Un mundo con pecado y con gracia, con tinieblas y luz, un cosmos despoblado en el que estamos solos, Dios no existe y todo está permitido, pero lo está el horror (no fue Satanás quien inventó Auschwitz: se bastaron los hombres) y también la belleza, la gracia, esas limaduras de luz primigenia que acopiaban los gnósticos, y entre ellas la inocencia radiante de I.; y también esta primavera que ya estalla en alfaguaras de color en todas partes, la romanza de Bacarisse, los cuadros de Hodler, los poemas de Cavafis, los cielos estrellados que la contaminación lumínica va apagando pero aún no ha extinguido, todos esos momentos que nos procuran el síndrome de Stendhal y hacen que de pronto, como dijera Jorge Guillén, el mundo parezca bien hecho.

¿No es mucho más terrible un infierno así? Si fuéramos un dios creador y malicioso, que proyectase crear el averno más refinado, la más sofisticada tortura de las almas, ¿lo haría monográficamente horrible, una mera hilera interminable de marmitas en que estofarnos, y a las que terminar acostumbrándonos? ¿O crearía esto: esta intermitencia de claroscuros, este puntillismo de enmarañadas moléculas del Olimpo y el Hades, un planeta al que derramarnos haciéndonos pasmarnos del espectáculo de sus sublimidades, y después asignarnos el cuidado de una llamita trémula, vacilante, tomada de entre ellas, o de un frágil enjambre de exquisitas luciérnagas, pero luego, la infatigable persecución de una manada de predadores, un humo de insecticidas, una batería de vendavales, y hacernos verlas desfallecer una por una, sucesivamente extinguirse, llenarnos la protección fallida de la concavidad de las manos de la broza apagada de sus cuerpos minúsculos; quizás, solo quizás, lograr la supervivencia de alguna de ellas? ¿Somos —pienso mientras contemplo y escucho, con regocijo y con ansiedad, la risa despreocupada de mi hija— los habitantes del Más Acá almas culpables de otro, castigadas aquí con el doble castigo de la presencia de la belleza y la de su caducidad?


Lunes, 1/5/2023. De La caída:

«Quizá no amamos lo suficiente la vida. ¿Ha observado usted que solo la muerte despierta nuestros sentimientos? ¡Cuánto queremos a los amigos que acaban de dejarnos! ¿No es cierto? ¡Cuánto admiramos a los maestros que ya no hablan porque tienen la boca llena de tierra! Entonces el homenaje brota espontáneamente, ese homenaje que quizá habían esperado de nosotros durante toda su vida. ¿Pero sabe usted por qué somos siempre más justos y generosos con los muertos? La razón es muy sencilla. Con ellos no tenemos obligaciones. Nos dejan libres, podemos tomarnos todo el tiempo que queramos, colocar el homenaje entre un cóctel y una querida afectuosa, a ratos perdidos, en suma. Si a algo nos obligan sería a la memoria, y tenemos la memoria demasiado corta. ¡No, el amigo que queremos es el muerto fresco, el muerto doloroso, queremos nuestra emoción, nos queremos a nosotros mismos, vaya! […] Así es el hombre, caballero, tiene dos rostros: no puede amar sin amarse».

*

Vinyoli (traducido por Goytisolo):

ESCOMBROS

Mira, yo soy una pared. Alzáronla mis padres
adobe sobre adobe hasta la altura
que ves, una pared de casa humilde.
Mira cómo se agrieta,
cómo se va cayendo poco a poco, con sordo,
duro estrépito.

Pero ya derribada,
con las manos obreras de palabras,
noche tras noche,
pacientemente desescombro
y de nuevo construyo.

Brines: «[…] Y esto somos: torpes/ ensayos, en las sombras, de una argucia./ Un maltrecho final: vanas repeticiones del olvido».

También Brines:

RESUMEN FANTÁSTICO

Hemos quemado muchos cigarrillos,
y así se fue la vida.
                                                                          Largas conversaciones
y trabajos mezquinos. También breves sollozos,
y sucesión de cuerpos. Y esos sordos sermones,
insistentes. Alguna vez fue bella.
Escogimos unas pocas palabras que pudieran salvarla,
y este mal resultado:
así retiene la mirada un rostro fugitivo.
Hoy, que ya se ha marchado, queda solo esta duda:
no sé si se fue rápida
o demasiado lenta.
Y algo que no he entendido:
hubo muchos bostezos.

*

Moriche: «Hay un malismo de izquierda bajo el que bulle el océano de rencor acumulado en una vida de derrota, el deseo salvaje de ser, por una vez, quien mata, viola, tortura, mea victorioso sobre los cadáveres apilados en la fosa común. Ese deseo lo pagan bosnios, sirios y hoy ucranianos».

*

Hay dos tipos de cristianos que —puesto que la izquierda es un cristianismo modernizado— son también dos tipos de izquierdistas: los que miran el mundo a través del prisma del pecado y los que lo miran a través del prisma de la gracia. No es, por cierto, una cuestión de reformistas reconciliados con lo existente vs. revolucionarios para los que todo debe perecer. Hay socialdemócratas que solo ven corrupción en la condición humana —y que por eso lo son: átesenos en corto, limitemos fuertemente nuestras utopías— y comunistas o anarquistas que lo son amando la vida y desde la convicción de que hay cosas bellas que salvar.

El runrún interior (101)


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Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

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