Columnistas

Derbi de vuelta

Después de doce años en categorías inferiores, el estadio Carlos Tartiere se vestirá de gala este domingo para celebrar un derbi oficial en el fútbol profesional entre el Real Oviedo y el Real Sporting de Gijón.

Domingo 4 de febrero a las 18:00 horas. Se enfrentan el Real Oviedo y el Real Sporting de Gijón en el derbi de vuelta que se disputará en el estadio Carlos Tartiere de Oviedo. Campeonato Nacional de Liga, 2ª división. El Oviedo ha vuelto. Que la buena gente se apropie de la rivalidad y de la fiesta.


• Manolo Abad

Una historia de mi vida

Mi padre nació en Gijón, en el Natahoyo, y mi madre en una aldea de Viséu (Portugal). Casi de casualidad, llegué a este mundo. El médico no aparecía, tampoco la comadrona y, gracias a una monja, pude ver la luz de este mundo en la falda del Naranco. Soy ovetense, de primera generación, sin las raíces de otros, pero me siento ovetense, profundamente ovetense. Y ser de Oviedo, de mi ciudad, es ser también del Real Oviedo, no quepa ninguna duda.

Me gusta el fútbol. De pequeños, soñábamos con vernos sobre un terreno de juego, marcar los goles de la vida, vencer en todas y cada una de las batallas que en tantas ocasiones, las más, se pierden. Nunca fui un portento técnico, quizás pude serlo físico, pero eso se pierde en las tardes, los meses, los años. Poco importa eso ya. Pero siempre tuve una memoria, una grandísima memoria que me permitía –en tiempos donde no había grandes posibilidades de cultivarla- guardar datos de todo tipo. Con los cromos, con la revista “Don Balón”, con los “Superdinámicos” llegué a almacenar un montón de estadísticas inusuales para un niño de siete años. Mi padre –como mi madre- trabajaba en RNE. Como se ocupaba de los equipos técnicos, tuve la posibilidad de acompañarle en su trabajo. Una de las primeras tardes sucedió en el estadio El Molinón. Me había invitado el llorado periodista del diario “El Comercio” Jenaro Allongo. El Sporting de Gijón vivía días de gloria en los pies de algunos de sus mejores jugadores: Quini, Ferrero, Morán, Mesa, Redondo, Doria,… y allí estaba yo, en las cabinas de la prensa. Me sentaron en un taburete junto a José Luis López del Valle que intervenía en el carrusel de RNE, mientras le comentaba un sinfín de datos. Al descanso, todos los periodistas salieron al pequeño pasillo. Allí, Allongo me interrogó sobre mis preferencias.

—Tú, Manolín, ¿de quién eres?

El Real Oviedo había vuelto a caer a Segunda División, pero no me corté.

—¿Yo? —dije, mirando entre un mar de piernas,…: yo, del Real Oviedo.

El gran Jenaro Allongo no se lo creía, y la risa sonaba a frustración. Algo así como si ellos pensasen “¡joder, con el enano!”.

Pasaron los años y las cosas nunca fueron fáciles. Mi padre me llevaría en algunas ocasiones a las cabinas, pero se negó siempre a pagarme un recibo. “Cuando te lo puedas pagar, adelante”. Y llegó el momento, tendría catorce años, y el Real Oviedo seguía en Segunda División. Incluso llegó a caer otra categoría más: a Segunda B. Ya socio, pagándolo con mi dinero, viví un ascenso. Y otro más. ¡En Primera, una noche inacabable de celebración en el Rosal! Los que vivimos eso jamás podremos narrar nada parecido. A pesar de que en los medios no saliera nada, se tapase todo, aquello fue inigualable y nada será parecido.

Mi generación fue maltratada por el paro y por las drogas. A falta de una épica que le sacase brillo, como hicieron otros, nosotros tragamos y aguantamos. Durante muchos años pagué mi carnet de socio mensual ya que no podía hacer frente al recibo por año. Seguía viviendo en casa de mis padres y aquel paisano que lo cobraba llegaba afogado al cuarto piso de la calle San Bernabé donde residía. Muchos fines de semana mi único día de diversión fue el domingo en el viejo Carlos Tartiere, en la curva Chiribí, saltando con aquellos cánticos únicos que hoy recibirían la censura de los mandamases de la LFP.

Y llegaron los días de derby. Mi primera experiencia en Gijón fue inolvidable. En la burbuja, claro. De aquella, los grupos de policía aún no estaban tan especializados como hoy y tuvieron la ocurrencia de llevarnos por las callejuelas del Coto. La entrada al campo nos trasladó a los tiempos de un concierto de punk en el Rockola. Yo llevaba mi chupa punkera que acabó llena de salivazos como si fuera uno un componente de los Damned o los Stranglers en la mítica sala madrileña. Lo peor, tras un inesperado empate –se suponía que nos iban a masacrar– llegó a la vuelta. Comprendí entonces por qué algunos de los chavales que me acompañaban iban con un casco de obrero de color azul. En las ratoneras de aquellas callejas de Gijón llovían las botellas de sidra lanzadas desde cada esquina por paisanos hechos y derechos. Los policías sólo nos decían que corriéramos hasta que conseguimos alcanzar la estación de tren. Antes de llegar a La Calzada, un señor no uniformado –un policía secreta que parecía controlar todo el cotarro– nos dijo que nos alejáramos de las ventanas. Las piedras retumbaban sobre el vagón en medio de un silencio sepulcral.

El último viaje fue en 1997. El Sporting sumaba una racha catastrófica –estuvo un montón de semanas con el “puntín” y logró un récord negativo de puntos en la Liga– y llegamos en multitud, como nunca, al muro de San Lorenzo. En algunos balcones, algo inaudito, se veían banderas azules. Dely Valdés, que cumplía años el mismo día que yo, hizo uno de los dos goles y regresamos con una inigualable sensación.

Pasó el tiempo y los días, los meses, los años, se convirtieron en una pesadilla. No sólo para mi querido equipo, también para mí. Pero, cuando todo parecía acabarse, llegó el entonces director del diario “El Comercio” Íñigo Noriega y me ofreció escribir de mi equipo, del Real Oviedo. Fueron cuatro años maravillosos, un ascenso y la sensación de reengancharse a algo que ya creía perdido. Hoy estamos aquí: vivos, dispuestos a disfrutar de nuevo un encuentro de la máxima. Con esperanzas y con la fe intacta, como si volviese a sentir lo mismo que aquel inocente niño de siete años que manifestaba su amor azul por encima de los vaivenes del juego.


• Rafa Gutiérrez Testón

Momentos estelares de una rivalidad

Infancia

Es importante contextualizar. Me nacieron en Oviedo en 1970, pasé los cinco primeros años de mi vida en Coballes, un pueblo del concejo de Caso,  luego el pantano de Tanes dejó la casa y el negocio familiar bajo sus aguas y mi familia de nueve miembros orientó el rumbo a Gijón para instalarse en un piso con vistas a una playa donde bajaba a jugar o a ver fútbol siempre que podía.  Es muy posible que si mis padres hubieran tomado la decisión de trasladarse a Oviedo mi sentimiento sería  muy distinto este domingo, pero vamos a dejar que  sea Paul Auster quien se ocupe de estos momentos decisivos y de las otras vidas posibles en su novela 4 3 2 1. Mi realidad es que llegué al sportinguismo de la mano de Ferrero, Quini, de Jiménez, Castro o de mi único ídolo futbolístico, Manolo Mesa. Crecí pensando que mis rivales eran el Real Madrid, el Barcelona, la Real o el Athletic. El Oviedo me traía sin cuidado. Sabía de su existencia porque en Panorama Regional le dedicaban casi tanto espacio como al Sporting (lo cual me resultaba inaceptable), porque mi padre simpatiza con los colores azules y porque mi cuñado (con el que empecé a ir al Molinón y que sigue por igual a los dos equipos) me decía que Prieto era el mejor jugador que había visto nunca o me contaba las hazañas de Japo, un jugador al que él había visto debutar en el Tartiere y que había logrado congregar a 15.000 personas en su debut con el filial ovetense en un partido de regionales ante el Real Juvencia.

En 1980 se fue Quini y llegó Gomes y su debut en un partido  de verano ante el Oviedo fue mi primer recuerdo de un derbi al que no le presté mucha atención porque suponía, como así sucedió, que el Sporting se mostraría muy superior. 1-5 y los cinco goles de Gomes. Lo normal pensaba yo. Las historias de mi padre o de mi cuñado, los resúmenes de la tele, las discusiones con el kioskero de debajo de mi casa (oviedista acérrimo) eran algo que estaba muy bien por lo folclórico, pero a lo que no daba demasiada importancia. Yo era del Sporting y nuestros objetivos estaban en ganar unos títulos que nunca llegaron o clasificarnos para la UEFA como mal menor.

Adolescencia

En junio del 88 estaba en el Instituto y las tardes de los sábados empezaban muy temprano y siempre incluían una parada en la Bolera antes de ir al TIK. El primer sábado de junio entré junto a mis amigos más tarde de lo habitual en la discoteca de La Guía. En la tele daban el partido de vuelta de la promoción de ascenso a Primera que enfrentaba al Mallorca, que venía de Primera, y al Oviedo. En el partido de ida jugado 15 días antes el equipo azul había ganado por 2 a 1. La sidrería estaba llena de aficionados del Sporting, la mayoría mayores que yo, que animaban a los baleares y lamentaban cada ocasión de gol desperdiciada por el equipo insular. Yo seguía sin entenderlo muy bien, qué más nos daba a nosotros que subieran, casi mejor porque serían 4 puntos asegurados [en aquellos años la victoria sumaba 2 puntos] y un desplazamiento poco costoso para las arcas del club. Es necesario aclarar a los milenials que en aquellos tiempos un viaje a Canarias  podía descuadrar los presupuestos del equipo, o eso nos hacían creer.  Y el Oviedo, por fin, subió a Primera y ese mismo año comencé a estudiar en la capital, en la Facultad de Filología, que por aquellos años estaba situada en la plaza Feijoo, muy cerca del bar Antón que comencé a frecuentar más de lo debido porque me gustaba mucho charlar de futbol con Pulgar, que entonces entrenaba al Universidad de Oviedo. Y lo que yo pensaba que iba a ser una anécdota, lo que yo pensaba que iba a ser una temporada y dos victorias, se convirtió en una auténtica pesadilla durante casi diez años. Diez años que me hicieron comprender a fuerza de derrotas (solo dos alegrías con Juanele en el Tartiere y Monchu en El Molinón) que aquello que me contaban era cierto, que el Oviedo era un igual y que merecía mi inquina adolescente. Diez años en los que el fin de semana no estaba completo si el Sporting no ganaba y el Oviedo obtenía un resultado adverso. Diez años de  recordarles, ahora sí, aquello de “El Sporting a Turín y el Oviedo a Turón” (perdóname Xandru Fernández, era joven e inconsciente), años de disfrutar con el Génova y guardarle agradecimiento eterno a Skuhravy por apearlos de una UEFA que no les correspondía. Llegó el 98, el Sporting bajó a Segunda firmando la peor temporada de su historia y el Oviedo se quedó en Primera.  Por primera vez en mi vida de recuerdos futbolísticos, el Oviedo estaba en una categoría superior y hubo que aguantar con orgullo y resignación lo que venía de la capital. No sabía entonces lo poco le iba a durar la alegría a nuestros vecinos.

Etapa ¿adulta?

Los dos estábamos ahora en el barro, pero unos más que otros. Mientras el Sporting, acuciado por las deudas y una pésima gestión, trataba de recuperar viejos laureles y emocionar a una desencantada afición con nuevos proyectos, el Oviedo descendía a Segunda B y luego a Tercera División y jugaba contra el Gijón Industrial, el Ceares o el Sporting B. Todo volvía a ser como antes, pero ya no era igual. Ahora el fin de semana perfecto incluía una victoria del Sporting y una derrota del Oviedo. Para mí, ya era un igual militara en la categoría que militara. Entonces sucedió. El Ayuntamiento de Oviedo, con Gabino de Lorenza a la cabeza, decide mirar para otro lado y apoyar un nuevo proyecto futbolístico, el Astur. Y llega esa temporada que tan bien ha contado Fernando Menéndez en el libro Víctimas de la espera (Malasangre). Sin más apoyo que el de su afición, el equipo azul dio un ejemplo de superación y de lucha contra la adversidad. El Oviedo se había ganado mi respeto y mi admiración y ningún alcalde iba a decirme a mí qué equipo iba a ser mi rival.

Los  años pasaron deprisa y volvemos a encontrarnos en la misma categoría como si no hubiera pasado nada, pero ya no somos los mismos. Lo más probable es que los aficionados al fútbol nunca seamos adultos del todo y que, como sucedió en la primera vuelta, aunque trates de relativizar los sentimientos, la semana previa se vive de forma diferente y sabes que cuando el domingo el árbitro realice el pitido inicial toda una vida de sentimientos aflorará.

Se ganaron mi respeto y mi admiración, pero que gane el Sporting.


 

 

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