El marcapáginas

Terele, Franco y el hombre que detuvo a Lorca

Desde hace tiempo, Juan Carlos Girauta es más célebre por sus curiosas sentencias tuiteras que por la actividad que desarrolla en la Carrera de San Jerónimo. No es el único ejemplo, pero sí uno de los más recurrentes. Este mismo verano agitó nuestros descansos agosteños con dos tuits casi consecutivos y radicalmente contradictorios, en apariencia y en esencia.

Juan Carlos Girauta es diputado electo en el Congreso, lo que quiere decir que nos representa a usted y a mí en el parlamento estatal. Formó parte de las listas de uno de esos partidos nacidos para salvarnos a los pobres mortales españoles de nuestra imperfecta democracia y que llevan unos años haciendo bandera de su supuesto regeneracionismo y su aún más supuesta amplitud de miras a la hora de encarar el futuro inminente. Con tales credenciales, cabría suponerle un talento inmaculado para la retórica y una capacidad de discernimiento a prueba de cualquier tentación simplista. Es de lamentar que la práctica, como suele pasar, también en este caso termine por desbaratar la teoría.

Desde hace tiempo, Juan Carlos Girauta es más célebre por sus curiosas sentencias tuiteras que por la actividad que desarrolla en la Carrera de San Jerónimo. No es el único ejemplo, pero sí uno de los más recurrentes. Este mismo verano agitó nuestros descansos agosteños con dos tuits casi consecutivos y radicalmente contradictorios, en apariencia y en esencia. En el primero se preguntaba qué culpa tenían los familiares de Franco de lo que pudiera haber hecho o dejado de hacer en su momento el dictador. En el segundo compartía su estupor tras constatar que ninguno de los artículos necrológicos publicados tras la muerte de la actriz Terele Pávez hacía referencia al padre de la artista. Girauta tiraba a dar, pero su munición estaba mojada y él no andaba nada bien de puntería. Como el contexto es importante y las rentrées siempre nos cogen a todos con el pie cambiado, cabe recordar que, por un lado, la mencionada Terele Pávez era hija de Ramón Ruiz Alonso, el hombre que detuvo a Lorca en Granada, y que por las fechas en que falleció el ayuntamiento de Sada, en La Coruña, declaraba a los familiares de Franco personas no gratas, dada sus resistencias a abrir a los turistas las puertas del Pazo de Meirás.

Todo el mundo sabe que el Pazo de Meirás —un edificio levantado a finales del siglo XIX sobre unas ruinas del XVI y en el que tuvo su residencia Emilia Pardo Bazán, considerada la mayor representante, junto con Clarín, del naturalismo literario español— fue regalado a Francisco Franco Bahamonde una vez concluida la Guerra Civil gracias a las donaciones que para tal fin hicieron los vecinos de la zona. Recientemente se ha confirmado que tales aportaciones fueron, en realidad, una imposición de las autoridades locales, que amenazaban con severos castigos a quienes no abonaran los dineros necesarios para sufragar el capricho veraniego con que los caciques de turno querían agasajar al flamante caudillo. Cuando falta poco para que se cumplan los noventa años de aquello, cuando han transcurrido cuatro décadas largas desde el fallecimiento del mesías ferrolano, el Pazo de Meirás no sólo sigue en manos de la familia Franco, sino que ésta incumple sistemáticamente las obligaciones que le corresponden en tanto que propietaria de un inmueble al que la Xunta de Galicia —institución que, misteriosamente, rehúsa ejecutar cualquier acción al respecto— ha declarado Bien de Interés Cultural.

Terele Pávez fue hija del hombre que detuvo a Lorca, sí. Nunca renegó de él como padre, pero tampoco se sirvió de su estatus ni de sus contactos para abrirse camino en la vida. Lo que fue lo fue gracias a sus méritos, lo suficientemente incuestionables como para que nunca se haya puesto en duda su talento. En todo caso, si a algo contribuyó la genealogía fue a cerrarle puertas, y resulta admirable su modo de afrontar la contradicción entre el lógico cariño que sentía hacia su progenitor y las desazones que procuraba la indagación en el lado oscuro de su biografía. Hace unos días recordaba Elvira Lindo cómo la actriz había rechazado el ofrecimiento para encarnar a Bernarda Alba. Todos estamos seguros de que habría bordado el papel, pero no se sentía cómoda con la idea de protagonizar la quintaesencia de la tragedia lorquiana ante un público que sabía que ella era hija del verdugo.

Nadie recordó a Ramón Ruiz Alonso en las necrológicas de Terele Pávez porque nada aportó ni quitó el progenitor a los éxitos y fracasos de su descendiente. Con los familiares de Franco ocurre justo lo contrario: su patrimonio, su statu quo, los privilegios de los que aún gozan y disponen (el Pazo de Meirás sólo es uno de ellos) en ningún caso tienen que ver con sus propios méritos, sino con la posición autoritaria de quien les antecedió en el escalafón y usurpó para disfrute de los suyos lo que debería formar parte del patrimonio de todos. Que en pleno siglo XXI haya que perder tiempo y tinta explicándole estas cosas a un señor diputado sólo puede inducir a la melancolía. Decía Joaquín Costa, uno que sí fue regeneracionista, que convenía mantener cerrado con siete llaves el sepulcro del Cid para evitar que el bueno de Rodrigo Díaz volviese a cabalgar. Cambien en la misma aseveración al guerrero medieval por el generalísimo gallego y pregúntense si hoy sería posible atribuir tal máxima a Juan Carlos Girauta, Albert Rivera o cualquiera de los suyos. Verán a qué triste conclusión llegan, y cómo acabarán preguntándose en qué punto exacto el afán regenerador empieza a convertirse en mascarada.


 

1 comments on “Terele, Franco y el hombre que detuvo a Lorca

  1. Magnífico. Gracias

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo