Entrevistas

Entrevista a Ignacio Ferrando

Ignacio Ferrando es autor de "La quietud" (Tusquets, 2017), una historia sobre la paternidad y las apariencias.

Ignacio Ferrando: «Vivir de la literatura no es una actitud sana»

/ por Rosa Márquez /

David Foster Wallace prefería las entrevistas por email porque cuando se las hacían cara a cara el resultado, según él, siempre terminaba pareciendo un primer borrador horrible y él necesitaba al menos cinco para dar por terminado un texto. Ignacio Ferrando (Trubia, 1972) admite que también se siente más cómodo contestando las preguntas por escrito «porque si no eres un gran orador, al final acabas diciendo obviedades». Aun así acepta la temeridad de encontrarse con nosotros en un bar del centro de Madrid, donde sabe que no podrá corregir sus respuestas. A pesar de la emboscada se presenta sonriente tras unas gafas nuevas de montura azul: «las ha elegido mi hijo, dice que las de pasta negra me hacían parecer muy serio». Precisamente sobre la paternidad y las apariencias gira el argumento de su última novela, La quietud (Tusquets, 2017).


Rosa Márquez.— Publicar en una editorial como Tusquets es estar en la primera división de la literatura. ¿Qué supone esto para un autor?

Ignacio Ferrando.— Es un privilegio y da mucha visibilidad, que al final es lo que la mayor parte de los autores buscan, pero creo que un escritor debe hacerse desde abajo y yo estoy muy orgulloso de haber desarrollado la mayor parte de mi carrera con editoriales medianas y  pequeñas

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R. M.—  De hecho reconoce que no hubiera podido publicar un libro como Nosotros H (Tropo, 2015), su novela anterior, con una editorial grande. ¿Por qué?

I. F.—  Porque las editoriales arriesgan poco y creo que el problema es del lector. Cuando salió Rayuela o Conversaciones en la catedral había un nicho en el mercado para este tipo de libros pero la piratería está haciendo que ese nicho deje de existir. Ahora novelas como la última de Rodrigo Fresán, que son alta literatura, solo se publican como valor añadido, pero ¿quién las lee? Los editores se hacen esta pregunta y al final deciden que no les interesa arriesgar.

R. M.—  Sin embargo en los años noventa lo normal era vender cien mil ejemplares y se encumbró a muchos escritores jóvenes de los que no se ha vuelto a hablar, ¿hubo una burbuja en la literatura como la hubo en el ladrillo?

I. F.— No sé si hubo una burbuja. Ahora en España se publica menos porque no hay dinero pero creo que, en general, se publica demasiado. Coger un lápiz o sentarse delante del ordenador parece algo sencillo y, sin embargo, detrás hay un oficio muy duro. Truman Capote decía que la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte es sutil, pero feroz. Que se publiquen tantos libros democratiza la cultura, de lo contrario solo publicarían los de siempre, pero tenemos que plantearnos si lo que escribimos merece de verdad la pena.

R. M.—  Y luego está la censura de lo políticamente correcto. ¿Habrían linchado hoy en día al Marqués de Sade o a Vladimir Nabokov en Twitter?

I. F.— Al contrario, el ruido mediático silencia lo que de verdad es políticamente incorrecto. Gregorio Morán ha escrito un libro que pone patas arriba el mundo editorial y apenas ha tenido repercusión. Hace muchos años mi madre me prohibió leer Madame Bovary porque para ella era una novela escandalosa, pero por aquella época yo leía a Stephen King y había más sexo en una página del norteamericano que en toda la obra de Flaubert. Lo peligroso de verdad es la autocensura y aún existe, creo que al menos deberían tomarse la molestia de censurarte otros.

R. M.— ¿En España todavía se puede vivir de la literatura?

I. F.— La generación anterior sí, pero hoy en día ya no. De todos modos pretender vivir de la literatura no es una actitud sana, crea servidumbres interesadas. Yo nunca me he planteado vivir de mis libros, dedicarme a otras cosas me ha permitido tener más libertad y escribir lo que de verdad quería.

R. M.— Sin embargo, usted cambió su carrera como ingeniero por la de escritor, ¿Recomienda a los jóvenes dejar su trabajo para dedicarse a esto?

I. F.— No me atrevería a recomendar algo así. Yo tomé esa decisión después de haber conseguido varios premios importantes y en un momento el que estaba muy seguro de cuál era mi deseo y de lo que estaba dispuesto a hacer por conseguirlo. Hay que aprender a vivir con incertidumbre y un tercio de tu sueldo, pero la verdad es que no me he arrepentido de esa decisión ni un solo día.

R. M.— Pero usted dice que si solo te relacionas con la escritura como si fuera un pasatiempo nunca dejará de ser otra cosa para ti. ¿Cuándo deja de ser un pasatiempo para convertirse en una profesión?

I. F.— Cuando tus hijos están en el salón de casa, reclamando tu atención, y te sientes un mal padre pero aún así te quedas encerrado en tu cuarto, escribiendo algo que no sabes si llegará a algún lado.

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R. M.— ¿Qué es más difícil, criar a un hijo o escribir un libro?

I. F.— Sin lugar a dudas, escribir un libro. (Risas)

R. M.— A su mujer no le va a gustar esa respuesta…

I. F.—  Tienes razón, pon que son procesos distintos y así no quedo tan mal.

R. M.— Ahora se debate mucho sobre la maternidad subrogada. ¿Está a favor o en contra?

I. F.— Todo lo que ayude a paliar la infelicidad de una pareja es bueno y, si fuera verdad que se ofrece de forma altruista, para ayudar a otros, estaría a favor, pero la historia de la humanidad nos demuestra que esto nunca es así, suele haber intereses económicos de por medio por lo que actuaría con cautela a la hora de legislarlo.

R. M.—  Junto con la paternidad, la identidad es otro de los temas de La quietud y en realidad de todas sus novelas. ¿Por qué le gusta tanto a sus personajes hacerse pasar por quienes no son?

I. F.— Es una pregunta que toda persona debería hacerse: ¿quién soy?, ¿quien yo digo?, ¿quien dicen los demás?, ¿quien podría llegar a ser dependiendo de las circunstancias? Si hay una pregunta importante por resolver en la literatura es esta. El problema identitario lo inauguró Kafka en el siglo pasado. Las redes sociales no son más que una extensión del dilema de Josef K en El proceso o de Gregorio Samsa en La metamorfosis.

R. M.— ¿En la redes sociales no ocurre al revés que en la novela de Kafka que hasta el más bicho se hace pasar por humano?

I. F.— Sí, por eso hay que tomarse con cautela los «me gusta» y las alabanzas de esos cientos de amigos a los que en realidad no conoces de nada.

R. M.— Entre sus escritores favoritos se encuentran algunos como Thomas Bernhard  o Lobo Antunes

I. F.— Soy bastante exigente con mis lecturas pero creo que hasta de los libros malos se puede aprender, siempre que se miren con interés antropológico. Reconozco que todos los veranos me leo dos o tres novelas de Georges Simenon, un escritor muy prolijo que llegó a publicar más de doscientas obras y que me parece maravilloso, pero no sé si entra en esa categoría…

R. M.—  ¿Qué libro se ha dejado a medias Ignacio Ferrando?

I. F.— Muchos y no siempre por falta de calidad literaria sino por falta de tiempo. No hay que sentirse culpable por dejar un libro a medias, todo lector tiene ese derecho.


 

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