Escenario

Carlos Blanco: el guion como oficio

Javier Mateo Hidalgo traza la semblanza de uno de los grandes guionistas españoles, de quien realza la personalidad magnética, la ética profesional y vital y sus aportes al oficio.

/ por Javier Mateo Hidalgo /

En ocasiones, los silencios son más elocuentes que las palabras. Las ausencias, más corporales que las presencias. Por ello, cuando una figura como la de Carlos Blanco permanece apenas visible en el panorama cultural español, su legado debe reivindicarse aún con más fuerza, hasta que al fin resuene como otros nombres bien conocidos de la historia del séptimo arte. Y es que su trabajo como escritor fue fundamental para modernizar el cine español y situarlo a la altura de otros por su calidad y contenido.

Fue precisamente el oficio invisible y el carácter poco dado a la exposición pública del gijonés el que favoreció en parte su invisibilidad. No obstante, ello no impidió que figuras como las de Ava Gardner, Joseph L. Mankiewicz o Gary Cooper se interesasen por sus historias, buscando materializarlas en películas hollywoodienses. En el primero de los casos, el animal más bello del mundo (eslogan que la propia actriz odiaba) estuvo a punto de protagonizar con Luis Miguel Dominguín uno de los libretos del español con el mundo de los toros como fondo, que iba a llevar por título Zaíno. En el segundo caso, el director de La condesa descalza se encontraba realizando dicho filme cuando descubrió el guión de Los peces rojos (precisamente de manos de Ava); y quiso dirigirlo, pero necesitaba tiempo para terminar la película que rodaba, y Blanco no podía concedérselo. En tercer lugar, el cowboy eterno buscaría protagonizar una adaptación del Quijote, para la que contaría con Blanco en la redacción de la historia; pero la prematura muerte del actor debido a un cáncer interrumpió el proyecto, para el que ya había contado con Samuel Bronston como socio capitalista. Con este productor también pudo escribir la historia de Rey de reyes (que Blanco quería llamar Informe secreto sobre la muerte de un carpintero, rompiendo la narración clásica para convertirla en una historia detectivesca, donde se va reconstruyendo la historia de Jesucristo a través de las personas que lo conocieron mediante diversos interrogatorios), pero Blanco pidió más tiempo del que Bronston le daba para elaborar el texto. Además de todos estos proyectos, Blanco anduvo en negociaciones con Roberto Rosellini e Ingrid Bergman para llevar a cabo una película sobre santa Teresa de Jesús.

Sus proyectos frustrados dan alas a la imaginación, que juega a recrearlos visualmente: un Gary Cooper convertido en Alonso Quijano, guardando sus revólveres para encarnar al hidalgo bueno por antonomasia (así lo veía Blanco, como representación de todos los personajes bondadosos interpretados por el americano, con los que el público lo identificaría); la intérprete sueca luciendo hábito y mostrando la parte humana de la santa (que era la que le interesaba al guionista, y no tanto la milagrosa); o un comisario en la época romana viajando a Palestina para esclarecer el caso de un hombre injustamente asesinado, que acabaría siendo el hijo de Dios.

Si bien fueron diversos los guiones inéditos, fueron muchos más los llevados finalmente a la pantalla. Su trayectoria abarca títulos memorables como los históricos La princesa de los Ursinos o Locura de amor, pasando por el noir de Los ojos dejan huellas (y la citada Los peces rojos) o la historia de suspense Los gallos de la madrugada. Quizá sea la de Don Quijote cabalga de nuevo la que mejor nos sirva de puente entre los proyectos iniciados y los concluidos. Por medio pasarían muchas cosas y el guión evolucionaría sustancialmente, pasando de estar pensado en Cooper para adaptarse a la figura de Fernando Fernán Gómez. Este no tenía al público ganado en bonhomía y debía ganárselo a pulso en su nuevo personaje. Además, que Sancho Panza acabara siendo interpretado por Mario Moreno Cantinflas constituía un nuevo reto para Blanco, que debía permitir al mejicano incluir sus diálogos o cantinfladas en algunas escenas.

Blanco concebía el guión como un formato alejado de todo artificio técnico. No le gustaba incluir la terminología técnica ni emplear un formato que constantemente estuviese molestando la lectura. Su decisión de cambiar la apariencia de los guiones la tomó al leer por primera vez un guión ajeno, Sin novedad en el Alcázar. Su experiencia fue desconcertante, al encontrar dificultades como lector en la comprensión de un relato «atiborrado de siglas, con la acción y los diálogos separados en distintas columnas». En este sentido, afirmaría: «Yo busco que el lector solo vea el relato. Que olvide que está leyendo un guión. Porque me importa mucho su opinión. Es un futuro espectador y me orienta sobre su postura ante la pantalla». Así lo demuestra su falsa novela publicada, El oficio del rey, que es en realidad un guión tamizado bajo el particular estilo narrativo de Blanco. Una historia sobre las complejas relaciones entre Felipe II y su hijo Carlos de Austria. El gusto del guionista español por los relatos de corte histórico se justificaba no solo en que daban menos problemas para la censura, sino en las posibilidades que presentaba la historia: toda una «cantera fantástica de tipos, ambientes y situaciones». Pero, por encima del personaje, a Blanco le interesaba la persona, buscar la causa en estas biografías «trabajando desde dentro» las «cosas mínimas». En esto sería fundamental lo que él denominaba como «la voz negra», expresión típica andaluza que hacía referencia a «la voz sincera» que surge del interior del individuo. Así lo declara en un documental titulado precisamente La voz negra: conversaciones con el guionista Carlos Blanco, dirigido en 2009 por Alfonso S. Suárez, donde el decano de los guionistas ejerce de protagonista.

La forja como guionista de Blanco surge desde lo autodidacta, tras la lectura del citado guión, su gusto por la literatura y su afición cinéfila. Es viendo películas donde acaba tomando nota de cómo construir un film a través de lo literario. Será, además, un asiduo al Café Gijón, lugar literario por excelencia en España. Allí recalaba todo aquel que aspirara a ser escritor, asistiendo a las tertulias y trabando relación con otros correligionarios. Fue allí donde descubrió el concurso de guiones al que se presentó con su texto Don Beltrán de la Cueva, alzándose ganador. Este sería su pistoletazo de salida en el oficio guionístico. También en este café desarrolla Blanco la escena clave de su guión Los ojos dejan huellas. Además, será allí donde se inspire para crear el famoso protagonista de Los peces rojos, escuchando a otro aspirante a escritor, Eusebio García Luengo, desesperado al escuchar de los editores que sus personajes pecaban de falta de credibilidad. Así, Blanco decidió vengarlo escribiendo la historia de un escritor con el mismo problema que se inventa un hijo y vive con él más de veinte años, llegando a quererle. Fue Antonio Buero Vallejo quien convenció a Blanco para comenzar a escribir a máquina, lo que le haría sacrificar el Gijón en pos de simplificar su trabajo. «Me hizo polvo», llegó a afirmar, pues él amaba el Gijón y todo cuanto representaba en su vida.

Paradójicamente, Blanco fue mirado con lupa durante el franquismo por haber tomado partido por el bando republicano luchando en su lado (el protagonista de Los ojos dejan huellas será un trasunto autobiográfico de ello), lo que le hizo tener que pelear doblemente por conseguir salir adelante. Tras la Transición, fue también denostado por el ámbito progresista al considerarlo un guionista del régimen. No recibió ni siquiera el Goya de honor por su excelsa carrera. Y esto nos hace retornar a lo doloroso de las ausencias, a lo triste que resulta que una de las personas que más hizo por el cine español fuese denostado en uno y en otro tiempo, yéndose de esta vida sin apenas reconocimientos. No obstante, hasta su último día de vida, poseyó una lucidez extraordinaria y una inteligencia envidiable. Todavía, cuando uno acude a las entrevistas que personas como Juan Cobos o el propio Suárez le hicieron en vida, o habla con aquellas personas que le conocieron y tuvieron el honor de contar con su amistad, como Agustín Rubio Alcover, valora su personalidad magnética, su ética con la profesión y con la vida, e intenta que pensar que, con el tiempo (más pronto que tarde), su trabajo se verá reconocido en su justa medida, y su nombre formará parte de toda investigación que se haga sobre la historia del cine español clásico y contemporáneo.


Javier Mateo Hidalgo (Madrid, 1988) es doctor en bellas artes por la Universidad Complutense de Madrid (2019), donde cursó sus estudios de licenciatura en la misma especialidad (2012); titulado asimismo en sucesivos másteres en formación del profesorado en la especialidad de artes plásticas y visuales, guion cinematográfico y lenguajes y manifestaciones artísticas y literarias. Ha publicado diferentes artículos en revistas académicas como Archivos de la Filmoteca, Femeris, Aniav, Re-visiones, Asri o Síneris, así como pronunciado conferencias en espacios como el Instituto Cervantes, las universidades de Salamanca, Huelva, Valencia o la Universidad Complutense y la Autónoma de Madrid, ejerciendo asimismo como profesor de educación plástica, visual y audiovisual y dibujo artístico en varios colegios de Madrid. Debido a su formación multidisciplinar, su trayectoria ha abarcado diversos ámbitos relacionados con la cultura, tales como el arte, el cine, la música, la escritura o el teatro.

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