Almacén de ambigüedades

Técnicas de maquillaje

Antonio Monterrubio escribe sobre la manipulación como uno de los valores fuertes de nuestra época: un Imperio de la Falsedad en el que peca de optimista la famosa frase de Lincoln según la cual no se puede engañar a todos todo el tiempo.

/ Almacén de ambigüedades  / Antonio Monterrubio /

Sobrevivimos en una sociedad en la que el ser ha sido reemplazado por el parecer. Todo se observa y juzga según el aspecto que presenta. Todo es pura apariencia. Pero a las realidades superficiales les ocurre lo que al rostro impecablemente acicalado de aquella mujer de un anuncio contra la violencia machista. Al irse desmaquillando, iban saliendo a la luz los cardenales con los que la había obsequiado su pareja. En este caldo de cultivo, la manipulación prolifera cual colonia de Haemophilus influenzae en placa de agar chocolate. Quien tiene ese poder se mostrará bajo los perfiles más favorables y cubierto de oropeles, por muy falsos que sean. Y si además le llueven palmeros que repliquen esa estampa hiperbólicamente hagiográfica de sí mismo, pues mejorque mejor. Igualmente quien detenta los medios hará de sus rivales, adversarios o enemigos un retrato robot que oscile entre Nosferatu y Godzilla, pasando por Jack el Destripador, Belphegor, el fantasma del Louvre y el estrangulador de Boston. Y así va el mundo.

Individualmente o con asistentes multimedia, pocos de los que tienen acceso a tales armas de deformación masiva se resisten a usarlas. Si a veces se autocanonizan a espaldas del Vaticano, en otros momentos se afanan en verter toneladas de inmundicias sobre quienes los inquieten. Sucede en todos los ámbitos, privado, laboral, económico o polítIico, desde una rivalidad amorosa a una campaña electoral. Estas son las consecuencias de la visión de la vida social como una competición donde o aplastas, o eres aplastado. Vivimos en un estado de excepción moral donde lo que deberían ser comportamientos minoritarios y colectivamente reprobados acaba en pura normalidad estadística. Sujetos cuyas tendencias sociópatas o psicópatas son más que evidentes tras sus máscaras impostadas se transmutan en modelos a imitar y hasta en líderes de masas. En una cultura donde lo único que importa es la imagen que se proyecta, el pequeño detalle de que no tenga nada que ver con la realidad es anecdótico.

La manipulación es uno de los valores fuertes de nuestra época. Pasan por cualidades positivas la habilidad para mentir, retorcer los hechos dándoles la vuelta como a un calcetín o dejar el mimetismo del camaleón a la altura del betún. Retocar la verdad, desfigurarla o inventar una ficticia son actos no ya legales, sino legítimos, ni siquiera éticamente discutibles, mientras conduzcan al fin perseguido. En este ambiente malsano de patología social, las personalidades perversas hacen su agosto. Ante el Imperio de la Falsedad que se impone por doquier, hay quien se consuela con la famosa frase de Lincoln «se puede engañar a todos en alguna ocasión, incluso se puede engañar a muchos durante algún tiempo, pero no se puede engañar siempre a todo el mundo». Sin embargo, este enunciado peca de optimista. Siempre es mucho tiempo, aunque sí que se puede tener embaucada a una mayoría lo bastante amplia a lo largo de un periodo considerablemente extenso. Para lograrlo, la hipocresía y la mistificación son herramientas insustituibles.

Maquiavelo, que conocía bien el percal, afirma en el capítulo 18 de El príncipe: «No le es necesario a un príncipe tener todas la cualidades antes nombradas, sino parecer tenerlas. Incluso me atrevería a decir que si las tiene y las observa siempre a rajatabla, le acarrearán disgustos». Las virtudes de las que habla y que el príncipe debe aparentar, las tenga o no, son ser compasivo, fiel, humano, íntegro o religioso. Podemos identificar a no pocos personajes públicos que alardean de poseer tales credenciales sin que esa pretensión quede mermada por su flagrante discordancia con los hechos. Y es que «los hombres […] juzgan más con los ojos […] pues todos pueden ver […] pero comprender muy pocos. Todo el mundo ve muy bien lo que pareces, pero pocos tienen el sentimiento de lo que eres, y esos pocos no osan contradecir la opinión de la mayoría, que tiene de su parte la majestad del Estado […]». El autor florentino dominaba a la perfección los resortes de la política politiquera de ayer y de hoy. Sus observaciones son pertinentes tanto para su propio tiempo como para nuestra atribulada era posmoderna.

Cae de su peso que si necios expendedores de idioteces, humo y barbaridades al modo de Trump y sus sosias provincianos arrastran multitudes, no se debe solo al dominio de las técnicas de cosmética por sus bien pagados asesores. Han de contar también con la existencia de un numeroso público sumamente receptivo al que serviría de banda sonora una canción de 1967. «What’s the ugliest/ Part of your body?/ Some say your nose/ Some say your toes/ But I think it’s/ Your mind» (Frank Zappa: ¿Cuál es la parte más fea de tu cuerpo?).

En nuestro biotopo globalizado, las reflexiones de ese profundo conocedor de los entresijos del Poder que fue Maquiavelo desbordan ampliamente el reducido marco de los juegos políticos. Su aplicación se extiende a la totalidad de la vida social. Vivimos inmersos en un auténtico Ballo in maschera, aunque sin la música de Verdi. Por el contrario, nos hallamos en una megadiscoteca desprovista de toda lírica, bañada en el más vulgar prosaísmo. En la magistral Fanny y Alexander de Bergman, el semidiabólico obispo confiesa a su esposa: «Tú dijiste un día que cambiabas de máscaras sin cesar hasta llegar a ya no saber quién eras. Yo no tengo más que una sola máscara. Pero está pegada a mi carne». Interesante tipología de la hipocresía ambiente. Hay quienes mudan continuamente de manera que ya no recuerdan su verdadero rostro, si es que tal cosa existió alguna vez, y los que definitivamente se han convertido en otro. No es que hayan vendido su alma al diablo. Se han limitado a abandonarla en el contenedor amarillo al lado de los múltiples envases que hacen más llevadera su miseria moral cotidiana.

Igual que aquel dandi decadente seguía perpetuamente joven y hermoso en tanto que su retrato se desgastaba y envejecía, acumulando todos los estigmas de su maldad, muchos entierran el teratoma de su conciencia bajo el césped del elegante chalé. Pero mantener a la ética en coma inducido de por vida es menos fácil de lo que parece, y su despertar puede ser terrible. Cuando el efebo intenta destruir su horroroso retrato, el cuadro se venga y la belleza volverá al lienzo, mientras la maldad, la ignominia y la fealdad de sus actos retornarán a su cuerpo. «[…] encontraron, colgado en la pared […] un espléndido retrato […] en toda la maravilla de su exquisita juventud y de su belleza. Tendido sobre el suelo había un hombre muerto […]. Estaba ajado, lleno de arrugas y su cara era repugnante. Hasta que examinaron los anillos que llevaba no reconocieron quién era» (Oscar Wilde: El retrato de Dorian Gray).


Antonio Monterrubio Prada nació en una aldea de las montañas de Sanabria y ha residido casi siempre en Zamora. Formado en la Universidad de Salamanca, ha dedicado varias décadas a la enseñanza.

0 comments on “Técnicas de maquillaje

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo