Mirar al retrovisor

Aprender a matar

«Las guerras comerciales nunca se ganan, pero alimentan el pensamiento profundo, bárbaro, irracional que permite, al final, desencadenar el conflicto con todos los argumentos para convencer a los tuyos». Un artículo de Joan Santacana.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /

A inicios de esta década, la economía china, que hace tan solo dos décadas parecía claramente subdesarrollada, amenazaba con sobrepasar a la economía norteamericana, de modo que el dominio del dólar sobre el sistema monetario mundial empezó a estar en tela de juicio. Hoy emergen además otras economías, que en pocas décadas igualarán todas juntas a lo que hemos llamado Occidente.

Quizás por ello, hacia 2020, Estados Unidos inició una política comercial de restringir la venta de determinados productos y equipos a la China porque podían ser utilizados para la industria militar. De hecho, cualquier producto es susceptible de ser usado para la industria militar. En respuesta a la política restrictiva norteamericana, el gobierno chino ha prohibido exportar algunos minerales, tales como el germanio o el galio, imprescindibles para la producción de microchips. Obviamente, en toda esta guerra comercial, no se consigue frenar la compra, ya que lo prohibido de comerciar directamente se obtiene mediante la compra a terceros; pero el coste se eleva notablemente. Naturalmente, la forma de protegerse no es mediante guerras comerciales, sino reforzando la investigación y de esta forma ir por delante de tu adversario en todo tipo de producciones tecnológicas, ya sean de uso militar o civil.

Algo semejante ocurrió en los años previos a la primera guerra mundial, cuando la economía alemana estaba creciendo a un ritmo que amenazaba en sobrepasar a la economía británica, hasta aquel momento hegemónica. Aquel enfrentamiento saltó de los estrictos círculos económicos a la prensa y desde ella a la opinión pública, de modo que la rivalidad entre ambas masas sociales se incrementó y se crispó enormemente y arrastró en la espiral de odio a todos los aliados de ambos bandos. Por lo tanto, antes de que estallara la guerra en 1914, las respectivas opiniones públicas ya estaban en guerra. Solo faltaba la cerilla. Sigmund Freud, que por aquel entonces vivía en Viena, la capital del Imperio austrohúngaro, estaba firmemente convencido, y así lo escribió, de que existía una especie de psicología colectiva capaz de superar y anular el pensamiento lógico individual. Aun cuando las personas tenemos desarrollado un pensamiento lógico, lo que él llamaba subconsciente estaba sujeto al «bombardeo» constante de pasiones y emociones que eran capaces de anular todo pensamiento racional. En realidad, Freud decía que la guerra siempre permite, tanto a los individuos como a los Estados, ignorar cualquier restricción o escrúpulo civilizado y permitir barbaridades que la razón jamás hubiera permitido. Y tuvo razón. Hoy, que gracias a la neurociencia ya sabemos algo más del cerebro, conocemos suficientemente bien cómo actúa la razón frente a la emoción y por ende, cuánta razón tenía el sabio vienés en este tema.

Las guerras comerciales nunca se ganan, pero alimentan el pensamiento profundo, bárbaro, irracional que permite, al final, desencadenar el conflicto con todos los argumentos para convencer a los tuyos. Las armas deciden el resto. Por ello, soy del parecer de que, en un mundo que se está convirtiendo en global, declarar guerras comerciales, para la mayoría de nosotros, solo sirve para que se nos encarezcan los productos, complicar las cadenas de suministros, que haya problemas de abastecimiento y que se beneficien los mercaderes de sangre, los eternos intermediarios, y por ende se nos prepare para odiar, paso previo a matar.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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