Crónica

La mujer en la Atenas clásica

Israel Llano Arnaldo dedica su crónica histórica mensual a las mujeres de la Grecia clásica, con especial atención a la excepcional Aspasia de Mileto.

La mujer en la Atenas clásica

/una crónica histórica de Israel Llano Arnaldo/

Uno de los episodios más conocidos de la mitología griega es el de la fundación mítica de Atenas. Los habitantes del Ática habían erigido una ciudad y a la hora de decidir a que deidad habría de ser consagrada dudaron entre la diosa de la sabiduría, Atenea, y Poseidón, el amo de los mares. Ambos dioses estaban muy interesados en ser los patrones de la nueva ciudad, y para ganarse el favor de los habitantes, cada uno de ellos les obsequió con un presente. Atenea les regaló un olivo, del que podían aprovechar las exquisitas aceitunas para comer y su leña para calentarse, mientras que Poseidón hizo chocar su tridente contra el suelo y de ahí nació una fuente de agua, pero con la particularidad de que era salada.

A partir de aquí existen dos versiones de cómo el mito se resuelve a favor de Atenea, que se convertirá en protectora de Atenas y a la que dará nombre. En la primera, Zeus, el principal de los dioses griegos, resolvió que el regalo de la sabia Atenea era más útil para los hombres. Pero la segunda habla de que Poseidón y Atenea dejaron que todos los ciudadanos se decidieran por uno de los dos acudiendo al sistema democrático. Los hombres votaron en bloque por Poseidón, mientras que las mujeres hicieron lo mismo por Atenea, ganando esta última por un solo voto de diferencia. El dios de los océanos, enfadado, envió la tempestad y la desgracia a la recién creada ciudad y los hombres, asustados, decidieron entonces que la mujer jamás pudiera volver a votar.

Este ejemplo es tan sólo uno más que refleja la misoginia propia del mundo de la Grecia clásica, que venía dada ya desde el ámbito de su religión, pero que se extendía a prácticamente toda la vida social y familiar. Esta aversión hacia lo femenino se extendía, con matices, a todo el mundo heleno, pero tuvo un carácter especialmente marcado en la principal de sus ciudades, Atenas.

Palas Atenea visitando a Apolo en el Parnaso, de Arnold Houbraken (1703).

Ciudadanía y mujer

Como todo el mundo sabe, de la Atenas clásica hemos heredado la democracia, aunque esta poco tenga que ver con la actual. El camino hacia esa democracia comenzó con las reformas de Solón a finales del siglo VII a. C. y vio su esplendor en el llamado siglo de Pericles, que murió en el 429 a. C. Su principal característica fue la igualdad jurídica y política para los ciudadanos atenienses, cualquiera que fuese su condición económica. Por tanto, a diferencia del resto de sociedades de la época y de la mayoría que vinieron después durante muchos siglos, donde el estatus económico o social asignaba el lugar que le correspondía, en Atenas solo se distinguía entre ciudadanos y no ciudadanos. Los primeros tenían derecho a poseer suelo y propiedades, a participar activamente en la vida política y a beneficiarse de las ganancias económicas que la ciudad generase; pero esa ciudadanía era una minoría, alrededor de una quinta parte de los habitantes de Atenas, ya que estaban excluidos extranjeros, esclavos y, por supuesto, las mujeres.

El principal deber cívico de la mujer ateniense era el matrimonio y dar hijos a la ciudad, además de transmitir la ciudadanía, ya que para considerar a un hombre ciudadano era obligatorio ser hijo de padre y madre atenienses. Desde su propio nacimiento siempre debían estar bajo la custodia de un hombre, normalmente el padre o, en su ausencia, el pariente varón más cercano. Una vez consumado el matrimonio, estaba completamente subyugada al marido y si enviudaba quedaba inmediatamente al cargo de uno de sus hijos varones o, si no los tenía, de sus antiguos tutores. Además, las viudas quedaban bajo protección directa de un arconte (autoridad ateniense) que estaba obligado de salvaguardar su honra.

Era costumbre que el padre de una mujer se desentendiese de ella totalmente, salvo que hubieran planeado un matrimonio apropiado para ella cuando creciera. En ese caso, debía tener preparada una dote que le acompañaría siempre y que tenía como fin el mantenimiento de la esposa una vez consumado el matrimonio. Si la mujer era pobre o poco agraciada, la ley preveía que el Estado podría hacerse cargo de esa dote. Los matrimonios eran concertados en la mayoría de casos por motivos de interés social. Muchas veces los novios sólo se conocían al llegar a la ceremonia y en otras ocasiones eran miembros de una misma familia.

Lo normal era que la novia se casase con unos catorce años, apenas la menstruación hubiera hecho aparición, y que lo hiciera con un hombre de unos treinta años. La elevada edad del marido, unida la baja esperanza de vida de la época, provocaba que en un porcentaje de casos elevado la esposa, contrajese un segundo matrimonio una vez enviudada con el fin de seguir dando hijos a Atenas.

Mientras que los hombres dedicaban su vida a la vida política e intelectual, a acudir al gimnasio o dedicarse al entrenamiento militar, la mujer vivía recluida en su casa. El principal cometido de las atenienses era la de ocuparse del oikos organizando el suministro, encargándose de distribuir la labor de los esclavos, en caso de tenerlos, siendo su máximo entretenimiento el de tejer e hilar. Cocinar también era un aspecto exclusivo femenino, tanto en el ámbito doméstico como cuando los hombres se iban a la guerra. Se sabe que varias decenas de mujeres atenienses acompañaban a los soldados que tomaban una plaza con el único fin de prepararles la comida mientras permaneciesen en ella. Las atenienses pobres, además de cargar con su propia casa, a veces se empleaban como tejedoras o lavanderas y también como nodrizas o parteras.

Eran educadas para el silencio, la sumisión y la abstinencia del placer y su única instrucción era el adiestramiento en las labores domésticas que recibían de sus madres. Mientras los hombres adolescentes aprendían conocimientos científicos y artísticos o desarrollaban su estado físico a través del ejercicio, las adolescentes ya estaban casadas y teniendo hijos.

La única actividad pública donde intervenía la mujer era el culto, aunque este se encontraba bajo la dirección del Estado, no de mujeres religiosas. Por ejemplo, la presencia de mujeres en algunas procesiones junto a hombres era común, la sacerdotisa de Atenea Polias tenía cierta relevancia, siendo escuchada, y existían algunos ritos exclusivamente femeninos. Pero más allá de algunas escasas labores religiosas, la actividad pública de las atenienses era inexistente.

Minerva y Aracne, por René-Antoine Houasse (1706).

La bella palidez

El aislamiento era la característica esencial de la existencia femenina. Las mujeres libres de Atenas sólo eran vistas habitualmente por los familiares más directos, siendo apartados de todo tipo de socialización y del espacio vida público, aspectos fundamentales de la vida masculina. En la casa la mujer tenía una habitación propia para ella, alejada de los lugares propios de intercambio social como los comedores o las salas habilitadas para las negociaciones familiares.

En cuanto a la estética, debían vestir de una forma simple, de manera que no llamasen la atención, y los vestidos para las esposas debían acomodarse a estilos sencillos elaborados en lana o lino, normalmente en color blanco.

Eran habituales los cosméticos, buscando los tonos blanquecinos para parecerse a las damas de alto estatus, a las que nunca les daba el sol al estar recluidas siempre en el Oikos, cuya característica física era la palidez, que suponía el principal signo de belleza en Atenas. Las atenienses se depilaban el cuerpo, incluido el vello púbico, que se quitaban chamuscándolo en muchas ocasiones. Los peinados y las joyas sí que podían llegar a ser complejos, usando incluso bucles postizos.

El comportamiento sexual en Atenas estaba regulado por leyes, la mayoría establecidas por Solón, que era homosexual. Entre ellas, destacan las diferencias en el delito de adulterio entre ambos sexos. El hombre podía ser adúltero por violación o por seducción, siendo más grave este último, ya que conllevaba implícito la dedicación de cierto tiempo al cortejo y al hecho de que el infractor accedía a un bien de otro ateniense, y en este caso el marido agraviado tenía el derecho a matar al adúltero, aunque no la obligación. En cambio, la pena por violación tan sólo era económica. En cualquier caso, el marido de una mujer seducida o violada podía divorciarse de ella sin ninguna contraprestación. Hablamos, por supuesto, de que el delito de adulterio masculino sólo aplicaba cuando ocurría con una otra ateniense, ya que yacer con esclavas o prostitutas era socialmente aceptado. Sin embargo, si era la esposa la que era infiel con cualquier otro hombre, cualquiera que fuera su origen, podía conllevar su venta como esclava.

Por ley también se establecía que un hombre debía yacer al menos tres veces al mes con su esposa hasta lograr descendencia. Una vez cumplido el trámite, lo más normal era que ni siquiera se llegase a esa cantidad, lo que demuestra que la función del matrimonio era meramente de procreación, alejándose de cualquier vínculo afectivo entre la pareja.

En busca de alternativas sexuales a la escasez de encuentros con sus maridos, llama la atención que la masturbación femenina era un hecho socialmente aceptado. Son numerosas las piezas cerámicas que encontramos en la cultura material que muestran la diversidad de instrumentos fálicos usados por mujeres en busca del desahogo sexual.

Sin embargo, el lesbianismo, a diferencia de en otras polis griegas, no parece haber encontrado en Atenas la aceptación de las propias mujeres. Seguramente sea debido al enclaustramiento y al propio entorno social que les impedía relacionarse con normalidad con otras mujeres, más allá de las familiares más cercanas, lo que creaba una mentalidad de rechazo hacia otras mujeres.

En cuanto a la prostitución, era una profesión que era ejercida no sólo por esclavas, sino también por atenienses. No obstante, el abismo social entre las damas respetables y las prostitutas era enorme. Por ejemplo, sí practicaban el lesbianismo, además de un variado repertorio sexual. Como profesión institucionalizada, estaban obligadas al pago de un impuesto especial y a inscribirse en un registro especial.

Aspasia de Mileto.

La excepcional Aspasia

En la cúspide del oficio de prostituta se encontraban las hetairai. Eran conocidas por su excepcional belleza, pero también porque cultivaban el conocimiento intelectual y las artes. Por ello, su atractivo no era exclusivamente sexual, sino que los hombres se sentían más atraídos por unas mujeres que les proporcionaban un entretenimiento que sus propias esposas eran incapaces de darles por su nula formación educativa. Estas peculiaridades harían de una de estas hetairai la mujer más admirable de su tiempo: Aspasia de Mileto.

Las mujeres de la polis griega de Mileto, en la actual costa de Turquía, no estaban sometidas a los férreos convencionalismos femeninos de Atenas. Por ello Aspasia pudo recibir una educación en filosofía y poesía, por lo que suponemos que pertenecía a una familia de buena posición. Más allá de eso, sabemos muy poco de su niñez y de su vida a partir de la muerte del que sería su marido, Pericles, que se enamoraría perdidamente de sus inteligencia y belleza.

Una vez desposados, Aspasia no se recluyó en su hogar al estilo de la dama ateniense, sino que frecuentó con filósofos como Anaxágoras o Sócrates. Dio clases de retórica y era escuchada con atención por gran parte del círculo próximo del gran strategos. A pesar de su condición de extranjera en Atenas, fue una mujer adelantada a su tiempo que destacó por intentar ser y parecer libre.

Esa libertad hizo que fuera atacada por los numerosos enemigos de Pericles, que la acusaron de provocar, influyendo negativamente en su marido, la guerra del Peloponeso, que sería el comienzo de la decadencia de Atenas como principal polis griega.

En este sentido, el más importante percance fue el que la llevó a ser juzgada por mil quinientos  hombres por blasfemia hacia los dioses, el mismo delito que años después haría a Sócrates a tomar la cicuta. Se dice que Pericles suplicó entre lágrimas por la inocencia de Aspasia; de una mujer, algo totalmente insólito. Y consiguió su objetivo.

Pero Aspasia fue la excepción de su tiempo y de su lugar. La Atenas de Pericles sembró la semilla, que luego heredaría Roma, de la que nacerían muchos de los valores occidentales de hoy en día, y entre ellos, el de una sociedad extremadamente patriarcal, donde la mujer era reducida a poco más que un útero para dar hijos a la polis. El camino hacia la igualdad, como hemos visto, está siendo muy largo.


Israel Llano Arnaldo (Oviedo, 1979) estudió la diplomatura de relaciones laborales en la Universidad de Oviedo y ha desarrollado su carrera profesional vinculado casi siempre a la logística comercial. Su gran pasión son sin embargo la geografía y la historia, disciplinas de las que está a punto de graduarse por la UNED. En relación con este campo, ha escrito varios estudios y artículos de divulgación histórica para diversas publicaciones digitales. Es autor de un blog titulado Esto no es una chapa, donde intenta hacer llegar de forma amena al gran público los grandes acontecimientos de la historia del hombre.

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