Laberinto con vistas

Cosmética lingüística

Un artículo de Antonio Monterrubio sobre las trampas lingüísticas con que el sistema camufla sus trapacerías y atrocidades.

/ Laberinto con vistas / Antonio Monterrubio /

El DRAE define eufemismo como «manifestación suave y decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante». Aplaudamos, sin que sirva de precedente, a la Academia. Ha cumplido con su deber de limpiar, fijar y dar esplendor, chocando con los gacetilleros empeñados en embarrar, babear y dar coba. La utilización metódica y sistemática de sinónimos neutros o frases edulcoradas para enmascarar verdades malsanas es un signo distintivo del discurso posmoderno del poder. Una retórica perversa transmuta lo malo en bueno, la precariedad en libertad, el dolor en gozo o la angustia en alegría, en suma la realidad en ficción, inoculando en la sociedad civil la aceptación acrítica de cuanto llegue de arriba. No se limita a cambiar las palabras: inventa un nuevo guion. Es una fórmula acreditada para desactivar la indignación, y en consecuencia la protesta, incluso el deseo de oponerse a la injusticia. El objetivo de este complejo sistema de manipulación psicológica y sociológica es asegurar y hacer invulnerable la hegemonía ideológica con el menor coste posible. La depuración y sofisticación del lenguaje rebaja y anula el poder latente de despertar el ánimo rebelde que contienen los hechos. Quien se atreve a criticar esta superchería es tildado de idealista trasnochado que será barrido por el viento de la historia.

Los ejemplos más conocidos de cosmética lingüística son los procedentes del ámbito castrense. Cualquiera traduce neutralizar por matar, daños colaterales por «masacre de civiles» o fuego amigo por «chapuza asesina de un ejército contra sus propios soldados». Igualmente, a nadie se le escapa que pronunciamiento militar quiere decir «golpe de Estado» y limpieza étnica «genocidio». Hasta ahí el disfraz es tenue. Bajo la rebuscada palabrería se detecta fácilmente la tenebrosa realidad. Solo sirve para que comunicados e informativos mantengan cierto decoro, pero el oyente sabe perfectamente a qué atenerse.

Cuestión muy otra es el uso de tales figuras en relación a temas sociales, políticos o económicos. Aquí el eufemismo se hace performativo, pues se materializa al enunciarse para usurpar el lugar de la verdad escamoteada. Denominar a los pobres de solemnidad colectivos desfavorecidos o personas en riesgo de exclusión parece quitarles la miseria y el hambre de encima. Los residuos sólidos, antes basura, no huelen tan mal. Sobornos y mordidas se antojan más aceptables si se los llama tráfico de influencias. Aunque el carácter de repago que tiene el copago farmacéutico suene fatal, se lleva mucho mejor cuando se habla de ticket moderador. A los nuevos parados les agradará saber que en vez de haber sido fulminantemente despedidos, son objeto de una regulación de plantilla o se los ha desvinculado de la empresa. Que se los ponga en la calle con una palmadita en la espalda no les molestará: es meramente flexibilidad laboral. Todos comprendemos que en momentos de desaceleración, léase «crisis», se impone calmar a los mercados, o sea recortar el gasto público. Entre las medidas a tomar imperiosamente, no faltará la de inyectar liquidez a la banca, es decir, trasvasar dinero de los contribuyentes a bolsillos privados. Ellos responderán solidariamente a tanta generosidad adjudicando activos, esto es embargando las viviendas de quienes no pueden pagarlas.

La Guardia Suiza del Tinglado está convencida de que basta con usar términos en inglés para infundir mágicamente un aire cool a las realidades más sórdidas. Suponen que envolviendo en un glamuroso halo de pseudorromanticismo la precariedad, la frustración, el desarraigo y la miseria estos se vuelven tolerables. Su atrevimiento llega no solo a presentar como normales situaciones tenebrosas, sino que exige a los damnificados sentirse agradecidos a la Fortuna. Todo es tan nuevo, tan maravilloso, tan trendy.

Resulta que hacer la colada en una lavandería a 2 kilómetros de donde vives está rabiosamente de moda. La ignorancia de algún gacetillero lo lleva a llamar coliving la necesidad mileurista de seguir compartiendo piso años después de terminar los estudios. Sin embargo, esa palabra se refiere a algo muy distinto. Extensión del concepto de coworking, se trata de una comunidad intencional de gentes acomodadas y bien pagadas que teletrabajan, y a las que la vida en común facilita los contactos profesionales. Por eso la revista Forbes, que sí sabe de qué habla, saluda en él «la nueva manera de ser productivo y creativo en el Paraíso». No obstante, esa es una apreciación interesada del órgano de los millonarios. Tal hábito nació en Silicon Valley, debido a que el coste de la vivienda se había puesto por las nubes. Era la forma casi única de conseguir un alquiler accesible, hasta para individuos ultracualificados. Además, no deja de ser una solución provisional, atractiva solamente en los años mozos ya que incompatible con una vida de pareja o familiar, e incluso con la simple aspiración a un nido propio. Pero desde luego, nada tiene que ver con un mundo reducido a una habitación alquilada con cama y mesa, y sin más perspectiva de futuro. Lo cierto es que cuando se va tirando a base de minijobs, lo cual por lo visto es un modus vivendi apasionante, es difícil ambicionar otra cosa. Pues eso significa minisalarios y por tanto minivida.

Claro que una sociedad tan preocupada por el bienestar de su juventud le ofrece la impagable oportunidad de probar el job hopping, ese deporte de aventura que es cambiar de trabajo cada poco. Al parecer, representa el no va más de la libertad en el mercado laboral. Solo que en diferido, ya que se hace por obligación. Al cabo de unos años se conoce a la persona indicada para compartir la vida. Si la suerte les sonríe, la feliz pareja se convertirá en sinkies, que lejos de ser una etnia del Himalaya son jóvenes solteros con ingresos y sin hijos. O sea que sus dos nóminas sumadas ni en broma les permiten soñar con casarse y formar una familia. Eso sí, siempre les quedará el nesting, ese fabuloso invento consistente en no salir de casa en todo el fin de semana. Según la sección «Buena Vida» (sic) de El País, esto «rebaja la ansiedad e ilumina la mente».

Puestos en esa tesitura, conviene que sean las jornadas laborales las dedicadas al stooping, la recuperación de muebles viejos en vertederos, el último grito en decoración de interiores, lo más in de la innovación. Y si las cosas van aún mejor en este radiante mundo donde los entretenimientos son tan variados y amenos, se puede alcanzar la cumbre del éxito: el friganismo. Algún medio lo califica de costumbre hipster, lo cual al parecer lo envuelve en un aroma de leyenda. En realidad, en origen se trata de un movimiento anticonsumista que se propone prescindir en lo posible de los circuitos comerciales habituales. Lo practican colectivos con alta conciencia social y ecológica que intentan burlar el férreo marco del Sistema reinante —a años luz del anciano sin techo o la madre sola que hurgan en el contenedor—. De repente, parados, excluidos y mendigos ascienden a pioneros de nuevas formas de existencia. Mientras tanto, ilustres palabreros mercenarios pretenden ignorar la abismal diferencia entre una actividad libre y conscientemente elegida en consonancia con profundas convicciones, y la necesidad ineludible de encontrar algún mendrugo para paliar el hambre o un jersey apolillado con el que abrigarse.

El abuso de los eufemismos sirve fielmente el designio del poder soberano de conferir a la realidad el sentido que a él le conviene. Es asimismo idóneo para controlar el desgaste que provocaría el conocimiento de los hechos. Quienes crean y difunden estos artilugios lingüísticos distinguen perfectamente entre el ficticio traje nuevo del emperador y la verdad de su cuerpo desnudo. Pero los loritos que los repiten y divulgan se los creen, toman el disfraz y el maquillaje por realidad contante y sonante. Es más, ya solo tienen ojos para la apariencia. La labor del conformismo y la parafernalia retórica que adorna ese omnipresente y omnipotente discurso es persuadir. Esto no significa hacer ver al respetable que debe dar su consentimiento a ideas o proyectos mediante una relación razonada de motivos. Es algo muy diferente: despertar la adhesión acrítica de la audiencia sin brindarle la oportunidad de pedir explicaciones, ni siquiera de formular la menor objeción. No se trata de lograr que el sujeto esté racionalmente de acuerdo con lo que se plantea, sino de tomar por asalto su conciencia. Se busca su rendición incondicional, más aún su colaboracionismo servil.

No es que el poder no sea capaz de exponer lógica y metódicamente sus tesis. Dispone de sicarios sobradamente cualificados. Ahora bien, el apelar a la razón tiene un serio problema: puede que alguien tenga mejores bazas que tú y sepa presentarlas de manera convincente. Es mucho riesgo. Al sistema le renta más la práctica de la Blitzkrieg ideológica, ocupando una mayoría tan amplia de mentes que toda respuesta colectiva quede abortada. Ahí es donde su inacabable catálogo de charlatanes, tahúres y trileros tienen su nicho de negocio. El público solo tiene derecho a sentir el influjo de la información, algo que no es flujo ni es formación.


Antonio Monterrubio Prada nació en una aldea de las montañas de Sanabria y ha residido casi siempre en Zamora. Formado en la Universidad de Salamanca, ha dedicado varias décadas a la enseñanza. Recientemente se ha publicado en un volumen la trilogía de La verdad del cuentista (La verdad del cuentista, Almacén de ambigüedades y Laberinto con vistas) en la editorial Semuret.

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Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

1 comments on “Cosmética lingüística

  1. Nicolás López Regalado

    Artículo valioso para abrir mentes y despertar el sentido crítico. Éste, que ha sido anestesiado en un alto porcentaje de la actual población. Ya lo vivimos, en su auge, en especial desde el 2020 hasta el presente, ese abuso de eufemismos ; y todos ellos para dulcificar el contexto en el que nos obligaron vivir: se denominó » Pandemia» en vez de Plandemia y otros del mismo calado…

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