No existen los nativos digitales

Un artículo de Pedro Luis Menéndez sobre una de las falacias modernas.

De rerum natura

No existen los nativos digitales

/por Pedro Luis Menéndez/

Que Internet ha cambiado el mundo en que vivimos es más una perogrullada que una evidencia. Que lo ha hecho para mejor, a pesar de los ejemplos que cada día parecen afirmar lo contrario, también. Pero como cualquier novedad que modifica el rumbo de la sociedad humana, tiende a llenarse de medias verdades o a generar conceptos que no siempre logran ajustar la idea para la que fueron creados. Uno de esos conceptos base es el de la brecha digital, que diferencia entre aquellos que tienen acceso más o menos cómodo a las nuevas tecnologías y los que no.

Sería un buen concepto, con múltiples consecuencias de todo tipo y muy especialmente educativas y económicas, si no hubiera sufrido una desviación y se hubiera contagiado de otra idea que aparece con frecuencia en el mundo de la educación: la brecha entre las personas nacidas antes de la existencia de Internet y las nacidas después. Esta realidad circunstancial ha terminado por producir otro concepto que rueda y rueda (como todo lo redondo, circular y fácil), cuando se trata sólo de una falacia: la del nativo digital.

La idea en que se apoya este aparente nativo no procede desde luego del propio mundo infantil sino del orgulloso mundo de ese adulto que, en bastantes ocasiones, piensa —y así lo transmite a los demás— que la mayoría de sus conocimientos los ha aprendido por sí mismo y no debe nada a nadie. Siento defraudar a ese Robinsón frustrado, pero nuestro aprendizaje se apoya de continuo en la interacción con otros seres humanos. Si lo que se pretende transmitir es que niños y adolescentes aprenden solos o entre iguales, se nos olvida que sólo aprendemos de los mayores, es decir, de los que ya saben (tengan más edad o no).

Entre todo esto tal vez encontramos una o más generaciones emocionadas porque sus infantes interactúan de modo intuitivo con toda una parafernalia de dispositivos diseñados, fabricados y vendidos por mayores, con el afán exacto de que su interacción sea lo más intuitiva posible. En pocas palabras, con darle al botón es suficiente. Ni los jóvenes son nativos digitales ni nosotros fuimos nativos lectores por el hecho de que Gutenberg hubiera inventado la imprenta hace casi seiscientos años. No aprendimos por nosotros mismos a leer: alguien nos enseñó. Que de adultos hayamos olvidado las horas y horas de ardua labor que tuvimos que dedicar a ese aprendizaje es otra cuestión, que puede que esté en la base del escaso agradecimiento que solemos dedicar a nuestros maestros (pero esa es también otra cuestión).

Una de las ventajas de trabajar con adolescentes, con quienes no te une ningún vínculo emocional más allá del debido, es que puedes observarles a una distancia en la que el análisis es mucho menos arbitrario que lo que te permiten los vínculos familiares. Y una de las cuestiones que más me llama la atención en los últimos años es que apenas saben realizar búsquedas fiables en Internet por dos razones muy evidentes: la primera es que para ellos sólo existe el dios Google no más allá de las dos o tres primeras referencias, y la segunda que no tienen elementos de comparación que les valide la fiabilidad de lo encontrado. Dicho de otro modo, que se conforman y se fían de lo primero que encuentran (no sólo ocurre con adolescentes, pero esa es también otra cuestión para otro artículo).

Por supuesto que manejan con absoluta agilidad y precisión su mundo de redes sociales (las que más les gustan son aquellas de las que sus familias ni siquiera conocen su existencia), de videojuegos, de chats y de reproducción de vídeos y música, pero en cuanto se acercan a lo académico se tambalean, entre inseguridades no imaginadas en unos supuestos nativos. Y aquí es donde aparecen los expertos en educación (de los que ya he hablado en otras ocasiones), que nunca han pisado un aula de secundaria, a ofrecer sus recetas mágicas, entre las que se encuentra repetida como un mantra la idea de que no es necesario aprender contenidos de memoria porque estos se encuentran con facilidad y lo que debemos hacer los docentes es enseñarles a relacionar y a analizar. ¿Cómo es posible que los tales expertos no se paren a pensar que sólo podemos relacionar aquello que ya sabemos porque está en nuestra memoria, y que el ejercicio memorístico va mucho más allá —si se hace bien— de un aprendizaje rutinario?

Extraigo de Internet títulos de artículos sobre el asunto: «8 trucos para que los niños no estudien de memoria», «Estudiar razonando vs estudiar de memoria», «Diferencias entre estudiar de memoria y aprender», «La gran locura de estudiar por obligación, de memoria y sin ilusión»; y sobre todo, el comienzo de uno de los artículos: «Estudiar de memoria está pasado de moda». En un artículo sobre tipos de exámenes se hace referencia a un doctor en pedagogía catalán, Jordi Viladrosa, quien se pregunta: «¿Tiene sentido en la Facultad de Derecho elaborar un examen en el que los alumnos demuestren que han memorizado el Código Penal o es mejor exponer un caso en el que demuestren que son capaces de aplicar las leyes para resolverlo?». Y digo yo, ¿cómo alguien puede ser capaz de aplicar la ley si no se la sabe, si no la ha aprendido antes?

Estoy convencido de que en los próximos años veremos aumentar y aumentar el número de terraplanistas, de antivacunas o de quienes no creen que el hombre ha llegado a la Luna, sencillamente porque cualquier teoría de la conspiración es más atractiva que la vida plana de la mayoría de los seres humanos. Si algún lector ha llegado a este punto y le parece que exagero, le pido que consulte la página The Flat Earth Society y lea esta entrevista en la que John Davis dice así como quien no quiere la cosa: «Soy ingeniero informático y afirmo que la tierra es plana». Después de hacerlo, pregúntese cómo cualquier adolescente sin conocimientos distingue esto que acaba de leer del auténtico conocimiento científico, que —entre otras cosas— también es variable históricamente.


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).

1 comments on “No existen los nativos digitales

  1. Cuanta razón tiene Ud!, además de sentido común y conocimiento. Recordaremos que a la pérdida de la memoria la llamamos demencia?

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