Escuchar y no callar

Anuncia, que algo queda

Miguel de la Guardia escribe sobre la añagaza política de hacer un anuncio sin vocación sincera de cumplirlo.

/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /

La nueva política y la última generación de políticos han dado a luz un subproducto mediático que es el anuncio de buenas nuevas. Se trata de sustituir la antigua práctica de globos sonda, advirtiendo de medidas que podrían tomarse si ocurriera tal o cual cosa, por el repetitivo anuncio de acontecimientos que, en muchas ocasiones, ni proceden ni dependen de quien los hace. El perverso mecanismo consiste en atribuirse el mérito de lo que se anuncia. Además, la repetición de las mismas buenas noticias una y otra vez tiene el propósito de hacer creer a los ciudadanos que algo bueno va a pasarles o, peor aún, está pasándoles continuamente. Sirva como botón de muestra el reiterado anuncio por el presidente del Gobierno de la vacunación de las diferentes cohortes de edad cuando eso no dependía de él ni del ministerio sino de las comunidades autónomas que las administran y de la Unión Europea que las adquiere, y eso que en este tema debo reconocer que nuestro país, con todas las limitaciones, ha estado a la altura de las circunstancias y la vacunación con criterios de prioridad basados en la edad y la exposición de los vacunados ha sido bastante ejemplar.

La desvergüenza ha llegado a anunciar el fin de la pandemia y la gloriosa victoria sobre el virus de la sociedad española con su invicto caudillo y sus corifeos al frente o a anunciar, como si fuera una novedad, ante los presidentes autonómicos que van a administrar un porcentaje de los fondos europeos en cuya planificación no se les dio vela y de cuya llegada y objetivos solo hay informaciones confusas.

Un político valenciano se vanagloriaba de decir y prometer lo que quisiera a su audiencia, aunque fuera la playa a una ciudad del interior, que se lo creerían, y ese parece ser el rumbo que han tomado nuestros representantes. Como decía mi padre, «prometer no empobrece, dar es lo que aniquila», y a ello habría que añadir que el que promete dos veces piensa que ha dado más.

La acción de gobierno, en mi opinión, se debe basar en la identificación de las necesidades de la sociedad, la exploración de diferentes alternativas, sopesando pros y contras de cada una, la consulta de todos los sectores involucrados en el problema, la modelización matemática de los efectos de las diferentes decisiones a tomar sobre las personas e instituciones, sin olvidar una valoración de costes y beneficios, y la explicación razonada y completa a la ciudadanía. En este proceso es importante dejar de lado a corifeos e individuos rastacueros, aduladores malintencionados que siempre buscarán su propio beneficio por encima del bien común y, frente a lo que algunos pudieran pensar, es conveniente pulsar la opinión de los adversarios políticos, escuchar sus razonamientos, críticas y sugerencias, distinguiendo la crítica sistemática y las trabas que puedan plantear de forma interesada a medidas razonables, pero evaluando los posibles efectos adversos que pudieran tener las propias iniciativas. Nada fácil esta tarea, en la que la autocrítica juega un papel primordial, y diametralmente alejada de toda improvisación o anuncio infundado.

Otra mala práctica consiste en anunciar, e incluso aprobar, medidas sociales con una financiación abultada para después dejar sin ejecutar la mayor parte del presupuesto por trabas burocráticas o simple incompetencia de los gestores. En este punto sugiero a la oposición, en cualquiera de las numerosas instancias políticas de nuestro país, que aproveche las sesiones de control a los ejecutivos para solicitar datos sobre la ejecución de lo presupuestado y poner de manifiesto la falta de rigor y seriedad en el caso de que no se haya cumplido con lo aprobado.

Cuando contemplo las imágenes de nuestros abultados consejos de ministros o gobiernos autonómicos, no dejo nunca de sorprenderme de que tantas personas, generosamente subvencionadas con fondos públicos, sean incapaces de generar propuestas sólidas y razonadas para impulsar el bien común. ¿Habrá que esperar a unas nuevas elecciones para que surjan nuevas candidaturas y personas con ánimo de servicio público?


Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.

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