Crónica

Recuerdos de un tal Blissett

EL CUADERNO recupera un olvidado documento de los movimientos sociales y el activismo artístico de comienzos de siglo, testimonio de la experiencia de la Fundación Luther Blissett de Salamanca, con un nuevo texto introductorio de G. Juncales.

¿Qué importa todo esto ahora?

/ por G. Juncales /

La memoria militante es como la hoja de un árbol. Lo es porque cuando una hoja se suelta del árbol, se seca y se vuelve frágil y quebradiza. La memoria militante se parte en mil trocitos de los que gran parte se pierden y otros muchos se quedan en algún pliegue de la memoria, en alguna caja sin abrir de la última mudanza, en la carpeta Varios de algún disco duro que nadie mira.

Nos pasa que la falta de memoria militante tiene consecuencias. La memoria militante se ve fácilmente suplantada, aún sin querer, por sus hijos: el relato y la narración. El relato da un sentido a los sucesos desligándolos de sus contextos, mientras que la narración se encarga de darle coherencia a los recuerdos. Cuando ambos actúan, la memoria queda como un telón de fondo sobre el que se sustenta un discurso sobre el presente. Por eso la ausencia de memoria militante es la condición de posibilidad de la dispersión política: sin memoria, los discursos políticos vuelan libres. Sin memoria, el discurso militante no se debe a nada.

Generaciones y generaciones de militantes hemos vivido sin memoria, sin nada más que un discurso descontextualizado sobre nuestros antecedentes y antecesoras. Caldo perfecto para las visiones unilaterales, sectarias, disolventes. Cada cofradía asume su relato de espaldas a la de al lado. El militante animalista desconoce las fechas de las huelgas generales, pero sabe cuando sacrificaron a Excalibur. El militante del Frente Obrero no sabe qué fue la Operación Pandora, pero sabe cuándo detuvieron a los brigadistas del PML-RC. Aquí están los dragones. Sin memoria no hay posibilidad de comunidad, de compañerismo o de fraternidad. La fragmentación se hace constelación y la distancia se hace abismo.

No son solo las posiciones políticas de cada espacio las que marcan la fragmentación militante, es la inexistencia de un sustrato cultural común en el que la memoria colectiva haga de cimientos: conocer los estallidos de luchas anteriores, los episodios que marcaron los procesos de organización o desmovilización, los agentes que participaron de cada estallido. Sin esto, somos veletas expuestas a la corriente que impone quien tiene medios para definir una nueva memoria con los restos que retiene. Y esto cuando no la imponen los que simplemente se quedaron solos a pasar el testigo a la siguiente generación: cada último mohicano que se quedó en el local tras la retirada del resto, cada saboteador que fue capaz de expulsar hasta quedarse solo, cada agresor a quién nadie se enfrentó. Situaciones en las que no se parte de cero, sino de varios metros bajo tierra.

¿Qué importa todo esto ahora? Veamos. Lo político es cíclico, más aún para la militancia. O más que cíclico, va a oleadas ―por usar la expresión de Álvaro García Linera―. Cuando alguien está en la cresta, parece que la ola no acabará nunca; cuando uno está en el llano, parece que nunca vendrá otra. Pero la realidad es que las condiciones de la movilización política, la organización popular y la praxis militante oscilan constantemente. Es necesario tener referencias para orientarse, para no perder el sentido. Especialmente cuando la intensidad de las oleadas son tan drásticas como en el movimiento estudiantil: a los ciclos vitales del estudiantado se suman los ciclos de movilización y la suma de ambas ondas a veces colapsa, haciendo que nada sea perceptible, o entra en resonancia, provocando verdaderos temblores. La generación que, tras una década de los noventa marcada por la impotencia política militante, se lanzó a la lucha contra la Ley Orgánica de Universidades de Pilar del Castillo, provocó temblores. La onda de lucha llegó hasta las puertas de las movilizaciones contra la guerra de Iraq en 2003, tras haber acumulado experiencia, contactos y saberes del movimiento antiglobalización. La generación militante que vino después nace con un antifascismo radicalizado tras el asesinato de Carlos Palomino en 2007 y con un movimiento estudiantil renacido contra el Plan Bolonia. Años antes de poder imaginar un 15-M o un 14-N, por no hablar de la errática década en la estamos. Pero esa generación militante nace huérfana de referentes más allá de los tótems que quedaron en cada ciudad: algún centro social, alguna publicación o la vieja guardia de las organizaciones sociales y sindicales. La orfandad es especialmente dura en esas ciudades en las que existe una enorme proporción de militancia estudiantil, como es el caso de Salamanca, Granada, Coimbra o Compostela; por limitarnos al ámbito peninsular. Referentes como el Manual de guerrilla de la comunicación o la mística de Luther Blissett resonaban aún en 2008, si bien ya ensombrecidas por la mitología del insurreccionalismo griego.

El documento que rescatamos aquí es un fragmento de esa memoria militante de la Salamanca de hace ahora veinte años. La misma distancia hay hoy de aquellas militancias de las que se reconvirtieron completamente entre 1982 y 2002. La misma distancia hay hoy de los Tute Bianche que la que había entonces con el mundo del socialismo real: son un recuerdo borroso. Sin embargo, la experiencia de la Fundación Luther Blissett de Salamanca es un recorrido repetido por miles de grupos militantes en los últimos veinte años. Con otras referencias, estilos, estéticas o invocaciones teóricas. Sin hablar de multitudes, hablando del movimiento popular o de indignados. Sin collages sino con un blog, un perfil de Twitter o un canal en YouTube. Lo que hemos compartido es la misma impronta de experimentar las coordenadas ideológicas que se intuyen como correctas, sin más estructura ni organización que la que se forma entre un grupo de conocidos que pasan a ser una asamblea. Rescatar estas experiencias es imprescindible para poder ensanchar una memoria militante que sirva para superar las limitaciones de un modelo de militancia muy problemático, como bien sabemos quienes lo hemos vivido.

Esta es la historia de la Fundación Luther Blissett de Salamanca, un fragmento perdido de nuestra memoria.


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