/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 13/12/2022. Si siguieran existiendo los guiñoles del Plus, habría un sketch recurrente con Emiliano García-Page y Javier Lambán en plan pareja cómica: Sancho Page y don Lambote o algo así.
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Jorge Dioni: «El setentayochismo ya es la versión farsa del noventayochismo».
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Escribe José Antonio Zarzalejos que «los regímenes democráticos caen a veces desplomados, sin revoluciones y sin urnas constituyentes. Casi de forma subrepticia. Como en 1931». La dictablanda de Berenguer era, se conoce, un régimen democrático. Y este es uno de los conservadores sensatos: cómo tendrán la quijotera los otros. Escribe bien Enric Juliana que «el delirio de ese batallón que escribe como si no hubiese un mañana que España se desintegra, toda esa prosa alfonsina y alucinada, toda esa caspa, salvará al Gobierno de una coyuntura torpe y mal ejecutada. Nunca se puede ir de sobrado, aunque el otoño haya sido benigno».
Miércoles, 14/12/2022. Dice Silvio Berlusconi a los jugadores del Monza, club que preside, durante la cena de Navidad: «Si ganáis a un gran equipo, os mando un autobús con putas al vestuario». Al menos tiene don Silvio la delicadeza de meterlas en un autobús con asientos individualizados, en lugar de amontonarlas en un volquete, como aquel compinche de Granados.
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Me topo por ahí con un artículo de Ana Pollán, supuesta feminista de supuesta izquierda, sobre que «no es oportuna la existencia del colectivo LGTBI. Nada une a las personas que a la fuerza agrupa. Urge su disolución primero y una simplificación de la agenda LGB después. Lo demás es activismo misógino y neoliberal». El adjetivo neoliberal es en las fascistadas algo así como el saborizante que utiliza Bender en un capítulo de Futurama en el que le daba por cocinar, y que le permitía hacer pasar por delicatessen los comistrajos hediondos que perpetraba.
Jueves, 15/12/2022. Javier Gomá: «Acabo de darme cuenta de que el verbo contar se usa para las narraciones y para los números: se cuenta un cuento, se cuenta una cuenta. Como si fuera anterior a la separación entre ciencias y letras».
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Fundan Juan Carlos Girauta, Marcos de Quinto y otra porción de cantamañanas un think tank (más bien un drink tank, como dicen por ahí) contra la «tiranía woke». Woke sería algo así como progre en inglés. La cosa recibe el nombre de Pie en Pared. Una expresión corriente, pero extraña en su significado de detener algo que avanza. ¿Nos referimos a una de esas paredes móviles con pinchos de pirámide egipcia maldita?
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Germán Huici: «Qué bonitos son los huevos fritos». Suscribo.
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César Rendueles: «Más allá de en qué acabe nuestro asalto al capitolio (con toga, loden y fachaleco, porque nuestros hooligans son así) lo que ha quedado claro es que el desmantelamiento del estado paralelo judicial tiene que se uno de los ejes de cualquier proyecto electoral progresista».
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Publica El Confidencial la crónica de un reencuentro secreto de Felipe González, Alfonso Guerra y decenas de sus ministros en un lujoso restaurante madrileño, en conmemoración del cuadragésimo aniversario de la victoria del ochenta y dos. Me parece muy bieno el final de este párrafo:
«La presencia de Guerra tenía el aroma a reconciliación o desagravio. Hace unas semanas, Sánchez organizó un acto en el que capitalizó aquella victoria que ahora cumple 40 años, efeméride fértil para la publicación de libros, biografías y memorias. El presidente se incluyó en una revisión del cartel electoral de la victoria del 82 en la que alguien hizo desaparecer las fábricas humeantes de entonces. La Moncloa quiso contar con Felipe, pero no con su vicepresidente. Si en 20 años a España no la iba a reconocer ni la madre que la parió, en 40, Guerra ni siquiera salió en la foto de tanto moverse».
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Revisando fotos guardadas en el móvil, encuentro una que le hice a una pintada de Villablino: «Más carbón, menos cabrón». Descabronizar España, esa tarea pendiente.
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Como ganar gane Sánchez el año que viene, y parece probable, veo a la regresía y sus brunetes liando una muy gorda.
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Lula da Silva: «Vamos a gobernar para todos, pero tenemos una preferencia moral y ética por el cuidado de aquellos que tuvieron sus derechos suspendidos. Veo mujeres y niños durmiendo en la calle, entre los coches que pasan, y el Estado sin aparecer». Cuánto mejor este discurso que la típica cháchara bienquedista del gobernar para todos por igual; esa ficción boba del interés general.
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Comparte Alfredo González-Ruibal una fotografía de un objeto hallado en una fosa de la guerra civil: una fotografía de dos niños agarrados de la mano, que llevaba en el bolsillo el que probablemente fuera su padre en el momento en que lo fusilaron. Sobrecoge verla: la humedad y los años fueron borrándola, desvaneciendo sus detalles. Los niños retratados se convirtieron en sendas siluetas fantasmales, planas. Dos sombras gris oscuro sobre un fondo gris claro. Pero la silueta, como tal silueta, es marcada, inconfundible. Un niño un poco más alto que el otro, las manos entrelazadas. Qué metáfora poderosa de la memoria. Ella también va olvidando los detalles, pero conserva, prístina, la silueta del dolor, los contornos fantasmales de la injusticia.
Viernes, 16/12/2022. No se está desmoronando el edificio del 78, que no existe como tal, sino el edificio del 39, del que el 78 fue reforma. Es una mera cuestión generacional y de fatiga de los materiales. Lo que venga después no será necesariamente mejor que el pacto de la Transición, contra el que no pretendo cargar. Pero ese fin se está produciendo. La historia contemporánea de España abarca varias etapas de duración variable, pero solo dos eras, demarcadas por sendos grandes cortes profundos: uno es 1837, y el otro 1939. Lo de 1978 fue, en palabras de sus propios protagonistas, incluidos los antifranquistas que se resignaron a la imposibilidad de la ruptura, una reforma. Se fue de la ley a la ley a una monarquía constitucional que —como decía Torcuato Fernández-Miranda— olvidó la guerra, pero no la victoria.
Lo que diferencia a las eras de las etapas es que, si las segundas pueden durar cinco años, veinte o cuarenta, las primeras tienen la longevidad de los hombres. El franquismo se muere a los ochenta y tantos años como la URSS se murió a los setenta y cuatro: cumpliendo la esperanza de vida del país. Por supuesto, en la historia nada se crea ni se destruye, todo viene de alguna parte, siempre hay algo de reforma en la ruptura y viceversa; pero hay momentos más claramente rupturistas que otros, y momentos rotundamente fundantes. Franco lideró uno. Hizo una revolución, aunque fuera la revolución pasiva que dice Villacañas. Arrasó por completo la era anterior, su anverso y su reverso, sus izquierdas y sus derechas, y sobre el solar desnudo edificó una nueva. Suárez no hizo lo propio, sino que modernizó, más que reformar, el edificio. Puso inodoros donde había váteres turcos (los del agujero en el suelo), cambió la cocina de leña por otra de gas, cambió las tuberías sin que el agua dejara de fluir, como él mismo metaforizaba. Pero el chalet era el mismo. Ahora, lo carcome la aluminosis. Podrá durar algunos años todavía, pero ya sentenciado. Un nuevo parteaguas histórico va acercándose. Y ya digo: podrá ser una revolución a mejor, pero también a peor. En nuestras manos está.
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Utilizamos palabras viejas para realidades novísimas que embutimos a puñetazos en los obsoletos troqueles de aquellas. Pasa con golpe de Estado. Nadie está dando uno, pero no en el sentido de «no es tan grave», sino en el de que hoy el poder se disputa de otra manera. Se podía matar de un golpe al Estado cuando era pequeño y delimitable. Cuando es vasto, complejísimo y ni siquiera una unidad de contornos nítidos, sino una región, un tramo, de una megaestructura global, hay que hacer las cosas de otra manera. No se puede dar un golpe de Estado porque no se puede matar de un golpe al Estado y porque no hay realmente Estado al que darle un golpe. Todo es distinto. Y lo que no lo es, lo que permanece, lo hace en el sentido de ser igual a como era en el Renacimiento o la Edad del Bronce. Estamos en otra edad; de otra era que se halla aún en su infancia, y no ha desarrollado todavía la capacidad de nombrar su propio mundo.
Sábado, 17/12/2022. Juan Ponte: «Hay que dejar de poner en valor la expresión poner en valor. Es urgente».
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Leo —es la cita que abrirá el a todas luces estupendo Fables of development: capitalism and social imaginaries in Spain (1950-1967), libro de próxima publicación de Ana Fernández-Cebrián, que tengo muchas ganas de poder leer— que en 1973 había un póster anónimo pegado a la pareda de la iglesia de Sástago (Zaragoza) que decía: «Llaman milagro al desarrollo, pero el milagro está en el reparto».
Domingo, 18/12/2022. Guste más o menos, qué talentazo tiene José Mota. No hay nada que envejezca peor que el humor, pero él ha ido sabiendo sobrevivir a cada época, adaptándose a cada una de las nuevas sin perder su identidad. Juan Muñoz, en cambio, cayó a la primera transformación del gusto social.
Lunes, 19/12/2022. Leo que dice la pseudohistoriadora María Elvira Roca Barea —que mucho gusta a, y mucho recomendó, Josep Borrell, entre otros— que «Francia tuvo muchos y notables ilustrados, pero no tuvo imperio, porque puso su admiración en un modelo de hombre que es poco partidario de dormir al raso». El terraplanismo histórico. Francia no tuvo imperio. Napoleón, Fachoda, Ho Chi Minh, la resistencia argelina, fueron una ensoñación, no existieron, hubo una formidable conspiración mundial para hacernos creer que existieron.
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Hace Giaime Pala esta reflexión, que me parece acertada, sobre por qué Maradona fue mejor futbolista que Messi:
«Creo que Messi ha sido el mejor finalizador de la historia, pero Maradona era un jugador que cubría toda la cancha con la misma eficacia, hacía jugar al equipo, lo mejoraba y se lo llevaba al hombro cuando tocaba. Su carisma era inmenso. Desde luego, como Maradona le reconoció a Kusturica, si él no hubiese tomado cocaína habría sido mejor jugador. Pero, y sobre todo, hubiese sido muchísimo mejor con los parámetros arbitrales de hoy. En su época, no se protegía a jugadores como él. Y a él, en particular, lo machacaban vivo. Siendo chiquillo, vi tropecientos partidos de la liga italiana en los que defensas de provincia le pegaban con la misma violencia que caracterizaba a los matones del cártel de Medellín (sin que fueran expulsados). No sé cómo podía aguantar aquello. La NBA acabó con la tolerancia de las defensas violentas para proteger a sus Jordans de los Pistons de turno. La FIFA tardó veinte años más. [Por otro lado,] Maradona era desregulado y populista. Era un hijo del fútbol de calle y del proletariado porteño. Uno que, en la jungla de los años ochenta, no podía aguantar su éxito monstruoso porque no tuvo quien le protegiera de sí mismo. Estaba destinado a la autodestrucción. Sobre él se puede hacer literatura y cine. Sobre Messi, no, porque es un hijo de La Masia del Barça. Me parece que hasta en una autodestrucción como la suya hay un punto de grandeza».
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Está bien retirarse de la política transcurrido un tiempo prudencial; no eternizarse en el cargo. No estoy seguro de que esté tan bien pregonar a los cuatro vientos que te vas o hacer spots con ello, como hace ahora Teresa Rodríguez. Me parece un paradójico caer en lo que en teoría se evita: el personalismo. Siempre tengo la sensación de que me están diciendo: «¡Miradme, soy maravilloso, y aun así me voy!». Y, para eso, prefiero al que se tira veinte años en el cargo, pero lo desempeña con honradez y sin darse ninguna importancia, y cuando se va no hace ruido.
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Tiempo de discursos crudiveganos contra cruzadas caníbales. Mal negocio.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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