Mirar al retrovisor

La guerra de Hamás, la guerra de Israel

Joan Santacana escribe sobre la terrible nueva guerra israelo-palestina y la deshumanización del enemigo que se da en ambos bandos.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /

Dos veces en mi vida he visitado el Próximo Oriente, especialmente Siria y Jordania; y otras dos he visitado Israel. Nunca estuve en Gaza, ni creo que estuviera allí ningún amigo mío, ni judío, ni palestino, porque Gaza es un gran campo de concentración, sin Estado, sin producción, sin recursos, sin esperanzas para los más de dos millones de seres humanos que allí se hacinan, la inmensa mayoría niños y jóvenes. ¿Qué pretendían los grupos armados que, el 7 de octubre, penetraron en territorio israelí? ¿Qué objetivo tenían, si es que tenían alguno? ¿Por qué entraron solo a matar? Porque no hay duda: iban a matar. No tenían un plan militar de acción, más allá de destruir a un enemigo al que odian tan visceralmente que no los consideran humanos. Matar israelíes es como matar ratas: no te fijas en si son grandes o pequeñas, viejos o jóvenes, machos o hembras. Y consiguieron realizar la mayor matanza de judíos desde el Holocausto: 1400 personas. Después, regresaron a sus bases, a sus túneles y madrigueras, con un botín de cautivos, y a esperar. La Estrella de David, que despertó aturdida por la matanza, se puso en marcha: era previsible. Y empezaron a matar a su vez. También quieren exterminar a los gazatíes, aun cuando no lo digan. Para ellos, se trata de bandas de asesinos sedientos de sangre. La incursión sobre territorio de Israel les ha recordado algo que todo israelí sabe: ellos solo pueden perder la guerra una vez, porque, si esa derrota se produjera, serían exterminados de la faz del Próximo Oriente. Por ello, la matanza de palestinos inicia ahora su cuenta particular: 1500, 2000, 2500, 3000, 5000… ¿Cuántos más? Nadie lo sabe.

¿Qué ha conseguido Hamás? Por de pronto, detener los posibles acuerdos entre el Estado de Israel y algunos Estados árabes. Esto era importante para los que viven en Gaza, que encuentran aquí su forma de decir: «¡Oíd: estamos aquí! ¡Hacéis la paz y nos olvidáis, encerrados entre alambradas!». Había que impedir este idilio de paz entre algunas capitales árabes y Tel Aviv, y también decir a los israelíes que nunca estarán tranquilos; que jamás podrán dormir sin un arma debajo de la almohada; que jamás podrán ir de compras o a una fiesta sin metralletas alrededor; en una palabra, que jamás tendrán paz. Pero el ataque tenía probablemente otra misión: satisfacer la sed de venganza y, al mismo tiempo, ganar adeptos entre los miles de niños y jóvenes que malviven en Gaza y el resto de Palestina, pues de niños se trata. Y además, disponer de rehenes para intercambiarlos por los miles de prisioneros que se pudren en las cárceles israelíes. Por eso volvieron a sus bases después de la incursión y de la matanza, a esperar la venganza israelí que saben que vendrá y que matará a algunos de los suyos, pero quizás no a ellos. Podrán exhibir imágenes de niños palestinos destripados, mujeres reventadas por los cohetes, ancianos desorientados en medio de las ruinas humeantes de lo que fueron sus casas, y con ello conmover a los ciudadanos del mundo; hacerles ver lo sucia que es la guerra que les hacen los israelíes. Tarde o temprano, el bombardeo cesará y llegará la ayuda en forma de camiones de comida, medicamentos, cemento para volver a construir escuelas, y quizás también búnkeres. Mientras tanto, en Israel mucha gente se pregunta: ¿por qué cuando matan a mil quinientos judíos nadie lo lamenta en Europa? En las Torres Gemelas de Nueva York murieron tres mil, y el mundo occidental lloró, ¿por qué no nos lloran a nosotros? No hay manifestaciones multitudinarias contra los asesinos, y los israelíes creen que, si no exterminan ellos a Hamas, nadie lo hará por ellos.

¿Qué harán los ejércitos de tierra, mar y aire israelíes, el Tsahal? En primer lugar, triturar con rabia el territorio del que partió la agresión. Cambiar la estrategia: esta vez no pueden cambiar rehenes por prisioneros. Saben que si lo hacen —como lo han hecho alguna vez en el pasado—, se repetirá un episodio semejante a este. La idea de los dirigentes israelíes es probablemente borrarles, esta vez sí, del mapa. Pueden hacerlo, aunque saben que esta vez morirán muchos más soldados, porque no es igual una guerra convencional que una guerra en la que no se sabe quién es el enemigo. Puede ser un niño al que le has dado un caramelo, un anciano que parece dormitar en medio de las ruinas, una mujer desesperada. Cualquiera puede ser un soldado capaz de matar. Si el Tsahal los extermina, el único problema son las imágenes que lleguen a Occidente. Lo demás no importa. ¿Se atreverán a hacerlo? ¿Entrarán a sangre y fuego? Y luego ¿qué? ¿Se quedarán para sufrir un largo desgaste? ¿Tendrán un ejército de ocupación movilizado durante un largo tiempo, con lo que ello significa para la economía del país? ¿Se contentarán con destruir desde el aire? Sea como sea, regará con sangre una vez más esta estrecha franja de tierra sin valor económico alguno, patria de desesperados apátridas.

Esta tierra ha sido regada tantas veces de sangre humana que no importa una vez más. Cuando, en el verano de 587, el monarca Nabucodonosor tomó Jerusalén, la capital del reino de Judá, su monarca, Sedecías, presenció la cruel ejecución de todos sus hijos, y después sus ojos fueron cegados mediante un hierro al rojo vivo, tras lo cual se le mantuvo en vida en una mazmorra babilónica, para que presenciara la ejecución sádica de sus hijos. La capital judía fue arrasada, y su población, deportada cruelmente. Muchos años después, en el año 70 después de Cristo, Tito, futuro emperador romano, volvió a atacar Jerusalén con tres legiones. Esta vez, el asedio fue más duro si cabe. Los sitiados sabían que no habría piedad. Aquella guerra, y aquel asedio, culminó según Flavio Josefo, que fue testigo de los hechos, con más de un millón de muertos y más de cien mil judíos esclavizados. Los historiadores discuten hoy la cifra de muertos y la estiman entre seiscientos mil y un millón, solamente. Pero esta guerra judeorromana no fue la única: tan solo la primera. Es decir, ejemplos históricos de carnicerías en el actual Israel no faltan. Cuando se visita el país, estas historias están presentes en sus museos, como en el Museo Torre de David, junto a la puerta de Jaffa, construida y destruida por romanos, cristianos, musulmanes, mamelucos y otomanos. También en todas y cada una de las piedras venerables de sus muros, la epigrafía milenaria y los relatos del pasado. Los israelíes saben que, desde entonces, los judíos no tuvieron tierra propia, y no la recuperaron hasta después de la segunda guerra mundial, cuando se funda el actual Estado, origen de todo el problema actual.

Como se puede ver en este escueto relato, ¡este problema no lo arregla ni Dios!


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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2 comments on “La guerra de Hamás, la guerra de Israel

  1. Miguel de la Guardia

    Muchas gracias por tu columna. Nunca he estado ni en Israel ni en Palestina y, de hecho, he tenido numerosos estudiantes de varios países islámicos pero ninguno judío. Confieso que conozco el tema solo de oídas pero me duele la guerra como duele siempre la sinrazón de personas matando a otras personas. Y me duelen todos los muertos, no solo los de un bando. Solo quisiera añadir un argumento a tu relato de la franja de Gaza como campo de concentración. Me temo que el interés en mantener ese reducto ( incomprensible que lo hayan levantado gentes que padecieron los campos de concentración no hace tanto) habría que buscarlo en la posibilidad que ofrece de encontrar mano de obra barata y por eso no entiendo que se mantenga ese reducto artificial por parte de la UE y los USA a base de ayuda humanitaria en lugar de buscar una solución permanente y viable para las dos comunidades que comparten el mismo espacio. Probablemente soy muy inocente y creo demasiado en la bondad de la naturaleza humana.
    Lo dicho, gracias por levantar tu voz en favor de todos los que sufren.

  2. guillermoquintsalonso

    No parece existir otra solución que el que unos maten a los otros o bien que lleguen a un acuerdo porque no habrá vencedores. Ahora bien, es tanto el odio acumulado que el acuerdo negociado para ganar el derecho a ser un país y tener un Estado que no requiera vivir subvencionado, parece imposible. Guillermo

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