Mirar al retrovisor

La inteligencia artificial: cuestión de tiempo

Joan Santacana desdramatiza el desempleo que puede provocar la 'inteligencia artificial' comparándolo con lo que sucedió con adelantos técnicos anteriores en la historia.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /

Sí: la inteligencia artificial y la algoritmia generativa van a suponer una pérdida importante de puestos de trabajo actuales. Muchos oficios van a desaparecer completamente de nuestro sistema laboral. No es necesario hacer una lista de ellos, porque la mayoría de los trabajadores ya lo vemos con la propia irrupción de Internet. Oficios que parecían destinados a ocupar a millones de personas van a esfumarse. Nadie imaginaba hace un lustro que una maquina pudiera componer música siguiendo un determinado estilo o que pudiera escribir un artículo para un periódico, y sin embargo está ocurriendo. Y aun cuando los algoritmos actuales todavía parecen estúpidos en algunos casos y favorecen situaciones de plagio en trabajos intelectuales, es seguro que mejorarán en poco tiempo.

Todo esto es nuevo, porque la inteligencia artificial es nueva; pero la situación no es tan nueva como parece. Ha ocurrido otras veces en la historia: piénsese en lo que supuso la sustitución del sistema esclavista del mundo antiguo, o los oficios que desaparecieron con la revolución industrial europea. Piénsese también en los trabajos que se perdieron con la aparición del automóvil o del tren, cuando todo dependía de las caballerías. La propia aparición de Internet supuso vaciar bancos y oficinas, con sus intocables contables y escribientes. De hecho, cuando se examina la historia y el estudio se fija en la microhistoria, es fácil darse cuenta de que cada centuria que transcurre se destruye más de la mitad de los oficios existentes. Si yo intento analizar la vida de mis abuelos y la comparo con la mía, me doy cuenta fácilmente de las cosas que han desaparecido en nuestro entorno inmediato. Por ende, si cambia la vida, cambian los trabajos y cambian los productos que fabricamos y consumimos, al tiempo que surgen otros. Mis abuelos, cuando eran jóvenes, no tenían electricidad, ni electrodomésticos, ni coches con motor de explosión, ni aviones, ni antibióticos, ni cine, ni radio, y hacía poco tiempo que se habían comercializado las cerillas. Todos los cambios que aparecieron desde entonces sepultaron oficios centenarios e incluso milenarios. Es lo que Keynes denominó desempleo tecnológico.

Se ha calculado que la inteligencia artificial hará desaparecer un 47% de las actuales profesiones. Sin embargo, nos adaptaremos a los cambios de la misma forma que nuestros abuelos pasaron del trabajo manual al mundo de las máquinas y se adaptaron. De hecho, la revolución industrial, ya sea la del siglo XVIII o la actual, siempre afecta a tres cosas fundamentales: en primer lugar a la energía, con fuentes nuevas o usos diferentes de las existentes; en segundo lugar a las comunicaciones, que tienden a acortarse y a ser instantáneas; y en tercer lugar a los transportes. Todo ello conlleva una situación en la cual la economía tiene unos costes marginales cada vez más bajos, que llegan incluso a ser nulos. Cuando esto ocurre, como a mitad del siglo XIX o en la actualidad, el crecimiento de la riqueza en cada país es extraordinario y, paradójicamente, los salarios se estancan. En el siglo XIX, el sector que se vio más afectado fue el textil y los telares mecánicos y el vapor sustituyeron a los artesanos, a los tejedores manuales y a las hilanderas, que se quedaron sin trabajo. O sea que en toda revolución industrial hay un periodo en que generamos riqueza pero destruimos empleo. El problema, pues, no es el cambio: es la rapidez con la que se efectúan los cambios. El cambio de moneda, de pesetas a euros, costó un cierto tiempo a adaptarnos pero hoy son escasos los ciudadanos que siguen contando en pesetas.  La inadaptación siempre es una cuestión de tiempo. Y mientras tanto, si los cambios son rápidos se genera un alto porcentaje de paro, lo cual proporciona un malestar generalizado que se traduce en unos regímenes políticos inestables, gobernados por aventureros, especuladores y malvados. ¿Este es el futuro que ya ha comenzado?


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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