Estudios literarios

Textos de la esperanza

En tiempos tenebrosos, el género distópico no destapa las argucias del poder ni informa de los mecanismos del sometimiento a los avisados ciudadanos. Al sistema le da igual que lo denuncien y la desenmascaren, mientras no se propongan alternativas ilusionantes a su existencia. Fran Liñeira explora en este artículo las fantasías esperanzadoras; la persistente posibilidad de la utopía.

/ por Fran Liñeira /

El inicio de El Ministerio del Futuro (Kim Stanley Robinson, 2021) nos sitúa durante una ola de calor en Bharat. Veinte millones de muertos. Personas cociéndose en lagos en cuyas orillas no cabe un alfiler. Bandas que roban aparatos de aire acondicionado. Ciudadanos incapaces de reaccionar mientras mueren bebés de pura hipertermia. Gobiernos disfuncionales, lucha armada de clases, terror y trauma masivos. La novela se ubica en 2025. No es impensable.

Perry Anderson, Margaret Thatcher, Francis Fukuyama, Mark Fisher, está en boca de todos: there is no alternative. No hay alternativa al abismo. Imaginamos antes vencer a la muerte que al capitalismo. La historia se termina. Hasta Bo Burnham, con lo que ha sido, canta en Inside (2021) sobre la emoción callada que provoca comprender que estamos ante el final de todo. Dice: «Llevamos veinte mil años, quedan como siete». En Hadestown (Anaïs Mitchell, 2006), Orfeo y Eurídice se desencuentran trágicamente en un lugar en el que ya no hay estaciones debido a la avaricia del Amo de la Mina.

La valoración no es positiva. Se podría decir incluso que estamos mal. Europa se rearma mientras sus sociedades se sostienen gracias a estimulantes y narcóticos en una carrera sisífica para llegar al final del día y pedir a quien sea por favor, por favor, que mañana no llegue, o que llegue diferente. El necrocapitalismo avanza con sus corceles esqueléticos por la Gran Vía. Estamos a un invierno malo de racionamientos y de cosechas arrasadas. Ya hemos sufrido la primera pandemia (qué terrible determinante: primera). Hambre, peste, guerra, muerte. Vivimos tiempos distópicos, oímos por doquier. El mundo es una mierda. No hay futuro, y el que puede haber será terrible, será peor.

(Perdónese el sombrío inicio in medias res. Les prometo que las palabras me saltan de la punta de los dedos como chispas; que el ansia de esperanza me ensancha la mandíbula).

La sugerente tesis de Martorell de Contra la distopía (2021) es que el género distópico, en el que encajan estos párrafos, no destapa las argucias del poder ni informa de los mecanismos del sometimiento a los avisados ciudadanos. Al contrario: el profesor razona que las distopías obstaculizan, distorsionan o desprestigian las posibilidades de cambio. Piensen en cómo se han sentido al leerlos. ¿Es una emoción paralizante o incitadora? Vale la pena reproducir las palabras del profesor Martorell en la introducción del texto: «A la totalidad imprecisa que llamamos sistema le da igual que la denuncien y la desenmascaren. Ni se inmuta. Mientras no existan alternativas ilusionantes susceptibles de engendrar deseos de un ordenamiento social nuevo, dormirán a pierna suelta, conocedora de que los adversarios, a lo sumo, resisten» (16). La distopía amplificaría, según Martorell, la desconfianza y el desaliento. Hay que leer más a Martorell. Con atención. Particularmente, aquellos que queramos superar el tipo podrido del progresismo eremita, individualista y canallita que ya no sirve, si acaso sirvió alguna vez, para dirigirnos hacia un horizonte mejor.

Martorell no es el único que hace una valoración del estilo. El ahora diputado Francisco Sierra, en su brillante Marxismo y comunicación (2020), señala también que «nuestra contemporaneidad […] viene marcada por lógicas espectrales» (202) Todo tremendamente terrorífico y terrible.

Cambiemos de tercio antes de que nos dé algo. En noviembre de 2014, es decir, hace diez años, es decir, hace una vida, la National Book Foundation le entrega una medalla a Ursula K. Le Guin. Ella fue una de las claves del campo literario global de la fantasía y la ciencia ficción, una de las mejores escritoras del globo en el siglo XX y una de las pocas sabias que en este mundo han sido, que diría Fray Luis. Una medalla más, una medalla menos, da igual, pero ese día pronunció un discurso que merece, quizá lo-fi beats mediante, estructurar toda la práctica cultural del futuro inmediato:

«Vienen tiempos duros, en los que querremos las voces de los escritores que puedan ver alternativas a cómo vivimos ahora, que puedan ver a través de nuestra sociedad muerta de miedo y sus tecnologías obsesivas otras formas de ser, e incluso que imagen las bases reales para la esperanza. Necesitaremos escritores que puedan recordar la libertad (poetas, visionarios): realistas de una realidad más amplia. […] Vivimos en el capitalismo, y su poder parece inescapable. También lo parecía el derecho divino. Cualquier poder humano puede ser resistido y cambiado por seres humanos. La resistencia y el cambio empiezan a menudo en el arte, y muy a menudo, en nuestro arte, el arte de las palabras».

El día después de la revolución (un título, precisamente, de Le Guin) hay que ponerse a trabajar. Los cien días anteriores hay que ponerse a imaginar. Hay futuro, y no estamos ante el final de nada. La desesperanza, para quien pueda permitírsela. Argüiré aquí estamos viendo, a la callada, la popularización y expansión de un modo literario, el de la fantasía, cuya función principal, parafraseando a Kath Filmer, es la articulación de la esperanza. Claro: primero hay que imaginar. La irrealidad nos permite soltar amarras con las limitaciones de la carne, de las sociedades, de las expectativas. Los mundos imaginarios nos permiten sentir nostalgia de lo que nunca será. Soñando podemos actuar. Suena, quizá, cursi: no dejemos que suene cursi.

El modo fantástico, en cualquiera de sus formas, nos susurra algo al oído mientras vemos desfilar extrañas razas, dragones, mundos perdidos, ruinas y cosas imposibles. Nos susurra: el mundo no es como ha sido siempre. El mundo puede ser distinto a como es. La historia puede salvar al futuro. La nostalgia puede alumbrar una utopía. Las antiguas fuerzas y las fuerzas nuevas se confabulan para salvarnos.

No es extraño encontrar valoraciones del período romántico que destacan sus vínculos con un nacionalismo incipiente, o la insatisfacción, o la crisis entre sujeto, deseo y mundo. No será raro, a futuro, encontrar valoraciones sobre los mundos imaginarios, sobre Tolkien, Jordan, Jemisin, Le Guin, Pratchett, Gaiman, Sanderson, Kuang, que destaquen la función ética de sus textos; su intento de indagar en la relación de la historia con un mundo global, multicultural e hiperconectado; y su exploración, cada vez más matizada, del Otro, del Yo, del Nosotros.

Esto no quiere decir que toda fantasía sea subversiva, ni que se proponga un retorno primitivista a Hobbiton. Podemos señalar, como ejemplo poco deseable, la terrible fascinación por la masculinidad del Punisher polaco, el brujo Gerald de Rivia, que encontramos en las novelas de Sapkowski. Como dice el superlativo China Miéville, no: nadie que conozca mínimamente el género se tomaría en serio la idea de que la fantasía es progresista o subversiva por naturaleza. Los géneros fantásticos, dice el admirado China, son buenos para pensar con ellos. Lo importante es conocer que la realidad es, también, una grotesca, ridícula, maleable forma de fantasía. Marx, acosado por espectros y vampiros, lo sabía. Pregúntenle a Jameson. Pregúntenle a Baudrillard.

Amigos, amigas, amigues, vengo con esperanza. Puede haberla, todavía. Hay tres dimensiones desde las que la literatura fantástica nos puede ayudar a pensar otro mañana. Yo propongo y ustedes, avisados lectores, disponen.

La primera es cómo configura su relación con el pasado. En pocas palabras: los personajes se relacionan con el pasado yendo, a partir de él, de la descreencia a la creencia; del desconocimiento al saber; de la impotencia al poder. En los textos fantásticos, y en concreto en los de mundos imaginarios, la trama suele desarrollarse en torno a personajes que buscan información en el pasado como clave para entender el presente y construir el futuro. Esta búsqueda está relacionada tanto con el conocimiento como con la capacidad de los personajes de incidir en la realidad inmediata.

En Tigana (1990), de Guy Gavriel Kay, delicadísima novela sobre patria y nostalgia, el nombre de un país arrasado por un imperio ha sido ocultado por magia oscura. Solo sus exiliados lo recuerdan, solo para ellos tiene sentido su nombre, Tigana. Los miembros de un pueblo que sufre un genocidio deben sufrir todavía la ignominia de la desinformación. Escribe: «Avalle de las Torres se llamaba ahora Stevania. La venganza del rey de Ygrath iba más allá de la mera ocupación, del incendio, la desolación y la muerte. Abarcaba también a los nombres y a la propia memoria, fábrica de la identidad personal».

Quizá pronto Tigana sea Ucrania. O Palestina.

Naomi Novik toma, en su trilogía de la Escolomancia (2020-2023), la idea de Aquellos que marchan de Omelas, de Le Guin, y desarrolla: ¿qué pasa cuando nuestras instituciones requieren el sufrimiento de otros para existir? ¿Cómo reaccionamos cuando las transgresiones de nuestros padres han provocado que estemos seguros y a salvo? Su respuesta, como la de Rebeca Kuang en Babel (2022), es que la opresión genera las violencias que eventualmente destruyen a los que oprimen. Esta última novela, por cierto, ambientada en un Oxford mágico que utiliza a los alumnos extranjeros para dar poder al Imperio, se subtitula o la necesidad de la violencia. La búsqueda del pasado plantea esperanza para el futuro, pero también acción en el presente. Y, en ocasiones, esa acción implica alejarse de la ética burguesa. Cuidado con la ética burguesa. Está flaqueando. Mariana Enríquez, en la muy lovecraftiana Nuestra parte de noche (2019), escribe, en boca de un padre, sobre el legado envenenado que deja a su niño: «le dijo tenés algo mío, te dejé algo mío, ojalá no sea maldito, no sé si puedo dejarte algo que no esté sucio, que no sea oscuro, nuestra parte de noche».

La dramatización de las contradicciones que hay en nuestra relación con el pasado: este es uno de los grandes temas de los textos fantásticos. Pensemos con él. Tenemos miedo de los dragones, dice Le Guin, porque tenemos miedo de la libertad. Tenemos miedo de la memoria, digo yo, porque tenemos miedo de la esperanza.

La segunda idea con la que pensar a partir de la fantasía es la de eucatastrophe: el giro en los últimos compases de una trama que hace que la historia termine bien. Todo parece perdido y, de pronto, Luke, ese guerrillero terrorista, destruye el orgulloso monumento de los Estados Unidos Galácticos; Frodo fracasa, pero su compasión, encarnada en Sméagol, provoca una victoria pírrica ante el mal; cuando parecía que los Niños Elegidos ya habían concluido su aventura, una torre derrumba las barreras entre el mundo digital y el mundo real y los demonios entran. Estos niños prevalecen ante los malvados del mundo digital gracias a que se alían con las fuerzas del bien que allí también habitan, claro que sí. Trabajemos esta última alegoría, y pensemos en móviles y escuelas.

A mí no me miren: lo de que todo acaba bien lo dijo Tolkien. De fantasía sabía un rato, y de muchas otras cosas.

No solo encontramos catarsis en la fantasía, no solo purificación de las pasiones violentas. La fantasía no solo nos presenta pueblos dormidos en los que las barreras entre humanos, ordenadores y animales se derrumban (Digimon, 1999), o aldeas sagradas en comunión con la naturaleza (The Legend of Zelda: Minish Cap, 2004). La fantasía, además, y sobre todo la épica, con esos tochacos tremendos, nos plantea mundos enrevesados y detallados; tan incognoscibles, en última instancia, como nuestro propio mundo. Como el nuestro, sus mundos están tensionados por dinámicas de conquista, de malevolencia, de sexismo, de separación entre lo útil y lo bueno. Como en nuestro mundo, sus tierras son hogares para muchas especies y etnias de coloridos nombres y costumbres. Los personajes sienten, como en nuestra realidad, el peso de la historia y de la voluntad del mal para corromper lo bueno. Y, aun así, con toda esperanza perdida, sin convencimiento, con personajes rotos y trágicos, todo acaba bien.

Como en el nuestro.

Últimamente, y gracias al medio videojueguil (aunque los TTRPG y Dungeons and Dragons lo precognizaban), la fantasía épica ha añadido un elemento interesantísimo: la elección. Hollow Knight (2017) tiene cinco finales distintos. Elden Ring (2022), seis. En algunos el mundo ficticio es restaurado; en otros, esa tierra se destruye. La eucatastrophe es opcional. Quizá estemos asimilando, colectiva, cultural y lentamente, que tenemos agencia; que el final feliz no es algo que vaya a venirnos dado, que tenemos que escoger salvarnos.

La tercera dimensión con la que podemos pensar junto a la fantasía es mucho más directa y, al tiempo, sutil: su didactismo. Es algo lógico, dado que entre sus textos de origen encontramos la novela de caballería y la de aventuras. ¿Quién puede negar que, en el viaje a otros mundos, traemos lecciones de vuelta? ¿Quién puede negar que, viendo a héroes y heroínas, deseamos emularlos? Y ¿quién puede negar que muchas historias son escuelas de lo bueno y lo malo? Pregúntenle a Brecht, con aquello de que la estética revolucionaria comprendía medios, expresión y contenido. ¿Qué naturalizamos cuando narramos mundos imaginados?

La imperfecta pero atrevida película Wish (2023), de Disney, advierte de forma clara sobre los líderes narcisistas que se arrogan la capacidad de elegir sobre los deseos de los demás. En The Wheel of Time (1990-2014), la saga épica de Robert Jordan, los protagonistas, en una estructura de novela de iniciación, entran en la adultez y se les van planteando dilemas éticos (sobre los roles de género o la multiculturalidad) que resuelven, cada uno desde su carácter. Queda al arbitrio de lectores y lectoras juzgarlos y contrastarlos. En Un mago de Terramar (Ursula K. Le Guin, 1968), Ged, el protagonista, se enfrenta a su sombra y vence cuando la asume como propia. En esa misma saga, se habla de cómo nombrar algo es controlarlo. Lo llamaríamos, en otros términos, dominar el relato o controlar el marco. La compasión de Frodo es la que salva Arda, no solo su lucha: esa es la lección. Harry Potter nos enseña que hay seres humanos fundamentalmente superiores a otros y que hay razas en cuyo ADN está la servidumbre.

Las enseñanzas no tienen por qué ser buenas.

Esta capacidad didáctica trabaja a varios niveles y con distintos grados de sutileza. El mundo de Dark Souls (2011) es un repositorio de objetos que tienen historias escondidas, aunque solo podamos relacionarnos con él a través de la violencia. Canción de hielo y fuego (1996-¿?) nos acostumbra a la escala de grises que es la moral humana, y da lecciones de buen gobierno. Los monstruos y los elfos de The Witcher (1990-2013) sufren una persecución terrible y el protagonista debe ejercer de mediador entre humanos y criaturas sobrenaturales. A puro espadazo. No es perfecta. Legends and Lattes (2023), por contra, nos habla de cómo, tras mucho batallar, la protagonista solo busca aposentarse y abrir una cafetería. Este salvemos la hostelería, que defiende, en no poca medida, la iniciativa empresarial individual, nos enseña mucho sobre el anhelo de perderse en la multitud, en la rutina, en lo mundano, y de dejar de vivir períodos históricos y excepcionales.

En Frieren (2023), una exploración delicada de la fragilidad del tiempo y la memoria, la protagonista, funcionalmente inmortal, retraza los caminos de sus antiguas aventuras con compañeros nuevos. La lección —equivalente a los tópicos clásicos primum vivere; tempus fugit; o et in Arcadia ego— cobra viveza cuando se narrativiza. No es ya un relato de tesis, en el que un personaje resume la moraleja al final, sino una investigación en la que la postura ante el tema queda matizada por el perspectivismo y la interpretación de los videntes. De igual modo, la exploración de God of War (2018) y su secuela de la paternidad y la masculinidad no es explícita, pero sin duda es prevalente, y se puede debatir que ha hecho más por alejar a los jóvenes que lo juegan de estereotipos tóxicos que muchas campañas bienintencionadas. Entre otras cosas porque el medio permite, efectivamente, caminar en el mundo imaginado en las botas de Kratos, el protagonista. Todo texto es un campo de tensiones ideológico, y no por ser más imaginarios que el resto estos son una excepción.

La fantasía conecta con los Bildungsroman, claro, las novelas de iniciación, y con la picaresca o la novela de caballerías, por motivos evidentes. Así como el guzmanillo, el Lazarillo o el Buscón nos divierten con sus requiebros, lo hace el Locke Lamora de Scott Lynch, que quiere ser más rico y listo que todo el resto (2006). También reciben influencia de los espejos de príncipes, manuales de instrucciones medievales con función ejemplarizante y consejos para el buen comportamiento de reyes, príncipes o nobles. La fantasía medievalista tiene una querencia particular por esta influencia. Traspié, el bastardo protagonista de Aprendiz de asesino (Robin Hobb, 1995), recibe lecciones de sus mentores:«a los hombres les gusta eso en un líder, que se exija lo mismo que exige a sus hombres […] Así gobernaba Hidalgo. Con el ejemplo y la gracia de sus palabras. Así debería gobernar cualquier príncipe de verdad». Mientras él las recibe, nosotras las recibimos.

Los Caballeros Radiantes del Archivo de las tormentas (2010-¿?) de Sanderson son hombres y mujeres rotos que siguen Ideales, que les ayudan psicológicamente y suponen lecciones que, en la ficción, pretenden validez universal: «Vida antes que muerte. Fuerza antes que debilidad. Camino antes que destino. Protegeré a los que no se pueden proteger a sí mismos. Protegeré hasta a los que odie, mientras sea lo correcto. Recordaré a los que han sido olvidados. Uniré en lugar de dividir». Verdades, si se quiere, debatibles y contingentes, sí, sí, pero ideales con indudable intención pedagógica.

También en la tradición española. El inicio de la gloriosa novela Olvidado Rey Gudú (de la añorada Ana María Matute, 1997) nos muestra al joven Lisio, sediento de venganza, pronunciando juramentos. La narradora nos avanza entonces que «en breve podría contemplar cuán frágil es la humana naturaleza, cuán frágiles los humanos juramentos y cuán indefensa una espada de niño —aún con tan larga frase como larga hoja—, en soledad contra el egoísmo y la ceguera que cubre la tierra».

Y no solo, ya por último, trata la cosa de grandes dilemas éticos, sino que estos se combinan con reflexiones más contingentes. Sanderson (Yumi y el pintor de pesadillas, 2023) habla, por supuesto que sí, de cómo unos jóvenes se convierten en héroes para sus respectivas colectividades (su narrador llega a afirmar que «la esperanza es algo grandioso, y tener héroes resulta esencial para la aspiración humana. Es en parte por lo que cuento estas historias»), pero también plantea como antagonista a una máquina que captura espíritus imitando los trabajos de los artistas. Al final (claro, feliz), los héroes consiguen una victoria y: «Uno tras otro, los que habían estado embelesados por los movimientos precisos del aparato se volvieron hacia ella con asombro, regocijándose por su creatividad orgánica. Uno tras otro, liberados de su sometimiento por algo más hermoso. Con más significado».

La fantasía te previene, inteligencia artificial: el arte es una actividad humana. Cuando seas humana, hablamos.

El pasado como llave del futuro, los finales felices como inevitabilidad, las enseñanzas nobles como patrimonio de todos. No es, en opinión del humilde juntaletras, poca cosa.  Por eso cuesta entender que se haya argumentado que el modo fantástico sea una fuerza del mal, básicamente precursora del fascismo. Se ha equiparado perezosamente a la ciencia ficción, su hermana siamesa, con el progreso y la utopía y a la fantasía con el conservadurismo y la nostalgia, como si echar de menos fuera algo necesariamente malo. Hemos dicho en otra ocasión que la capacidad más escondida de la nostalgia es la revelación de las utopías.

Y sí, como en cualquier modo literario, hay tendencias que se adivinan en la fantasía que también deberían preocuparnos. Se busca, en muchas ocasiones, un cirujano de hierro que solucione los problemas por la fuerza; existe un desdén marcado por la democracia y muchas veces la oposición masa/élite se resuelve a favor de la élite. La violencia y las conspiraciones siguen siendo la manera principal de resolver conflictos. Es un campo de imaginaria, tremenda, sutil maldad. Pero también de esperanza. También de alegría. También de maravilla. La maravilla ante el mundo, el que hay, el que hubo, el que habrá y también el que nunca habrá.

Miren, la razón importa, pero la imaginación importa más. La esperanza importa más. Baldur, en American Gods (2001), traerá un nuevo orden a este mundo tras las batallas de los antiguos dioses. En Buena caza (Ken Liu, 2012), las antiguas criaturas se funden con la tecnología para crear algo nuevo y extraño. Kaladin, en El Archivo de las Tormentas (Sanderson) es consciente de que el dios Honor ha muerto, pero, por su recuerdo, está dispuesto a sacrificarse para salvar a un hombre amable. Essun, en The Broken Earth (Jemisin, 2015), recoge los fragmentos de su identidad traumatizada para intentar salvar, una y otra vez, a quienes la temen. Los niños de Rocavarancolia (Cotrina, 2009) crecen, y creciendo se vuelven espantos, pero aun así toman un reino en ruinas e intentan levantar otro más justo, con monstruos y todo. Hay un modo narrativo que mira al porvenir, y lo hace desde el único lugar desde el que llegará: la imaginación. La fantasía, en fin, nos habla todo del impulso, terrible y magnífico, de la esperanza.


Fran Liñeira (Compostela, 1992) es investigador, escritor y docente. Estudió una serie de cosas, la mayoría nutritivas, otras no tanto. Lee con interés a muertos y muertas, pero no desprecia a los vivos. Ha publicado artículos en torno a la crítica cultural y la literatura especulativa en Contrapunto o Amberes. Actualmente prepara una tesis sobre fantasía, mitología e ideología en La Rueda del Tiempo.

0 comments on “Textos de la esperanza

Deja un comentario

Descubre más desde El Cuaderno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo