Los cuadernos pálidos

Los cuadernos pálidos (59)

Del murmullo del mundo registra en esta ocasión Tomás Sánchez Santiago el agua envejecida y aceitosa del Duero en su entrada en Portugal, el trabajoso alzarse de la luna como una galleta triste sobre la vida oculta de la noche o una definición de la compasión.

texto de Tomás Sánchez Santiago ·
fotografías de Luis Marigómez (serie Lenguas)

Compasión: manera de ser lo otro sin salir de uno mismo.


La pareja de ancianos cruza como puede la calzada en cuanto el semáforo cambia al verde. Van a su ritmo, arrastrando mucho los pasos, ella delante empujando el andador y él detrás como guardándole las espaldas. A medio camino, el semáforo vuelve al rojo antes de que ellos alcancen la acera. Algunos coches se impacientan haciendo picotear el claxon y acelerando los motores. Pero ellos, ajenos a todo, absortos en el golfo de la ancianidad ocupado por los desentendimientos, continúan impertérritos avanzando trabajosamente hasta llegar a su destino: la acera de enfrente. Y para entonces el semáforo ha vuelto a cambiar, así que los vehículos han de seguir parados a pesar de que ya alcanzaron su meta los dos ancianos. Esa es su majestad, su manera inconsciente de desafiar el vértigo furioso en que se mueve el mundo en todos los órdenes. Su lentitud extrema y perturbadora no es sino un supremo acto de rebeldía.



Fortaleza, seguridad, convencimiento… Qué conceptos impropios para hablar de un poeta. El terreno que pisa es más bien otro que solo él conoce bien: debilidad, desconcierto, incertidumbre… De ahí sale a menudo lo que luego, en el precipitado crítico, se significa con aquellas otras palabras llenas de rotundidad pero que él desconoce mientras se está entregando al tanteo de su quehacer.


No es que se tenga miedo de vivir; el miedo irreprimible es más bien a saber que se está vivo.


En el desvelo nocturno, resolución de levantarse y tocar el corazón de la noche. Allá vas. El río sigue pasando fervoroso ahí abajo, con la infalible lealtad del agua; los tirantes de hierro de un puente brillan bajo los focos con su musculatura metálica. Nadie por ningún lado. Los trabajadores de la madrugada aún no han salido. Siguen los semáforos con sus guiños imperativos de luces —rojo, verde, rojo— aunque no haya vehículos que lo demanden. En la soledad de la noche de abril es el único lenguaje no atendido que sin embargo persiste, como quien habla solo y se escucha a sí mismo la canción repetida de la vida.



Letreros y carteles públicos que acaban siempre por delatar el pulso invisible de las ciudades. Acostumbro a buscarlos en paredes y escaparates. En mi ciudad veo el que anuncia el I Encuentro Internacional de capellanes y sacerdotes taurinos, ya celebrado (alguien me enseña la fotografía que apareció en la prensa local de un cardenal ensayando en la plaza de toros unos pases con la capa extendida). Todo tan rancio, tan esperpéntico, tan de espaldas a la sensibilidad actual… Poco después encuentro fijado a una pared este otro cartel de factura casera: «Personas pensionistas buscan casa de alquiler o piso entre 350 y 400 euros»; y a continuación, un número de teléfono. Lo leo y vuelve el manotazo de la realidad a desvelar el verdadero rostro de la vida, más allá de esos otros visajes subvencionados.


Viaje silencioso por un territorio donde solo existe la extensión. El cielo de la mañana es una apuesta a favor del vacío. Héctor y yo atravesamos pueblos adormecidos en su nombre. Palomares desventrados, espadañas sin otra misión que ensayar una ascensión hueca. Queda así la mirada mullida contra esta temporalidad y ese espacio hechos insondable acontecimiento detenido. Tierra de Campos infinitamente.


Con los escombros de un poema fallido que quedó a medias —como esos edificios abandonados a su suerte en mitad de la construcción— trato de hacer otro. Un poema encargado. Y lo reoriento con presión y algo de trampa. Hago sitio a palabras cuyo destino no era este precisamente. No suelo hacerlo pero ahora lo he ensayado para salvar decentemente el compromiso. Y el poema, trasladado piedra a piedra, acaba siendo otro. Me recuerda a cuando mi madre deshacía una ropa que ya no nos valía y la convertía en otra cosa útil; de pronto una blusa acababa siendo la funda de un cojín o los últimos vestigios de una camisa se reconocían como trapos de limpieza. Era, todavía, la última hospitalidad de lo inservible. Así yo con este poema. También eso lo aprendí de ella.


Como un convite de menudencias blancas, ha aparecido un manto lechoso de margaritas en la ladera del jardín público. Las hemos visto brotar de repente, de hoy para mañana, como si fuesen el producto unánime de una misteriosa decisión. Está claro: Proserpina ha decidido subir un año más a la tierra.



El anuncio de una joyería en la prensa nacional: «¿Desea vender sus joyas o relojes? Solo primeras marcas». A lo que se ve, la menesterosidad no es asunto exclusivo de los pobres y alcanza también a los que creían ser poderosos, avisados así sin recato por si necesitan deshacerse de su munición de clase. Aquel Monte de Piedad donde se iba a empeñar cualquier cosa a cambio de dinero tiene también su división jerárquica. En la cola de los ricos alguien mal afeitado irá a vender sus joyas vestido con un smoking raído para que nadie lo confunda con un pobre de verdad, «de solemnidad», como se dice todavía.


Con el mismo trazo inapelable de los rayos, el ave ha irrumpido desde el cielo contra el río. Lo súbito abre vértices en el agua. Así llega el poema, despacho de un fulgor inesperado que se abre paso sin avisar en la carne adormecida del lenguaje.


Trabajosa, la luna se va alzando como una galleta triste sobre la vida oculta de la noche.



En Miranda do Douro el río es ya un animal silencioso que sortea con prevención y sin escándalo oscuros roquedales. Por el cielo, la muda majestad de buitres y alimoches hace su ronda. Es como si el agua, de pronto envejecida y aceitosa, ya no tuviera fuerzas y presentase esa conformidad de última hora que la predispone a entregarse cansada a la desembocadura. Apoteosis de la mansedumbre. La vida misma…


DEFINICIONES INEXACTAS

Es rozar a contrapelo las palabras con las uñas hasta sentir un erizamiento. Es medir lo invisible. Es mover las manos en la oscuridad con los ojos muy abiertos. Es salir a las afueras del lenguaje para sentirse del todo un huésped. Poesía: territorio de lo contrario.


Carteles públicos dispersos por Manzaneda de Torío invitando a tomar, sin más, libros estratégicamente colocados en bancos, en el alféizar de una ventana enrejada, en el asiento de la parada del autobús… Es una iniciativa de la asociación cultural Villa de Machanena «para que los puedas coger, leer, llevar a tu casa, compartir… Ellos te ayudan a reducir dolencias, males de amores, soledad, a viajar sin moverte de casa». Eso dice el cartel, lleno de última verdad, que estoy leyendo. Echo mano a una edición de Rayuela de la editorial Edhasa, mítica para mí, con esa fotografía de Cortázar en la cubierta fumando mientras nos mira. Tuve esa misma edición conmigo hace muchos años pero se había escapado por su cuenta de mi biblioteca. Me puso contento encontrarla también ahí, en un pequeño pueblo leonés, a la intemperie para que cualquiera se llevase a casa el libro. Cómo le habría gustado saberlo al propio Cortázar. «¿Puedo cogerlo, entonces?», le digo a un paisano que está observando la escena. Y él se encoge de hombros, lanza el mentón hacia donde están los libros y dice por toda respuesta: «Ahí se van a joder». Lo consideré razón suficiente y me llevé el ejemplar.



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Tomás Sánchez Santiago nació en Zamora en 1957. Sus últimos libros de poesía son El que desordena (2006) y Pérdida del ahí (2016). En prosa es autor de las novelas Calle Feria (2006) y Años de mayor cuantía (2018). En 2019 ha aparecido su escritura de diarios y anotaciones reunida en El murmullo del mundo. Es coautor, junto a la fotógrafa Encarna Mozas, de Interior Acuario (2016), y miembro del Seminario Permanente Claudio Rodríguez, con sede en Zamora.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

1 comments on “Los cuadernos pálidos (59)

  1. Mauro Perez

    Un placer de los de antes, leer estos poemas en un patio de Girón, con una brisa mayera deliciosa, después de unas chuletillas en barbacoa, gloria bendita para el cuerpo y el alma.

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