La distopía de Verne

Pedro Luis Menéndez escribe sobre 'París en el siglo XX', una sorprendente ucronía de Julio Verne escrita en 1863 y ambientada a finales del siglo pasado y que constituye una especie de manifiesto antiindustrialista, antimaquinista y, en definitiva, antiburgués.

De rerum natura

La distopía de Verne

/por Pedro Luis Menéndez/

No sé si los adolescentes pantalleros y apantallados de nuestros días siguen leyendo a Julio Verne, pero tengo en el recuerdo mi transición sin vuelta atrás de Enid Blyton a Verne, acompañado por José María de Pereda y Enrique Larreta (cosas de mi padre con su manera peculiar de regalarme libros para avanzar en mis hábitos lectores). No he vuelto a leer ni a Pereda ni a Larreta, ni casi a oír hablar de ellos, y sin embargo a Verne le he seguido sintiendo cerca porque permanecía ahí, también en el cine, en la televisión, en los dibujos animados, en la publicidad, en las adaptaciones infantiles de sus libros o en los sellos de correos. Por todas partes, Verne y sus anticipaciones de futuro siguen acompañándonos, se le cita, se hacen referencias a sus viajes, o a su luna o a sus capitanes.

Por supuesto, mi idea de Julio Verne seguía fiel a los tópicos sobre los que se construyó su fama: las aventuras, las exploraciones, los submarinos, las naves espaciales, y hasta el amor si se quiere (a pesar de su misoginia), en un mundo en el que el progreso técnico facilitaba y engrandecía la vida del ser humano, aun con sus contradicciones, que también aparecían en sus obras ocupando un supuesto lugar menor, porque lo importante era su idea visionaria, la de alguien que supo ver más allá de su tiempo, que adivinó la dirección de un mundo nuevo, el nuestro.

Reconozco que mantuve esta idea más o menos común hasta que descubrí, hace menos de un año, una novela de Verne que es una de las primeras distopías modernas; una novela guardada en una caja fuerte que descubre en 1989 un bisnieto del autor y que se publica por primera vez en Francia en 1994: París en el siglo XX. Escrita en 1863, 131 años antes de su primera edición, fue publicada en España por Planeta en 1995 con traducción de Julia Escobar, al igual que su reedición por RBA en 2007. La última edición en español (la que tengo en mis manos) es la publicada por Akal en 2018 con traducción de Celia Merino (esta edición se complementa con un discurso que Verne pronunció en 1875 con el título Una ciudad ideal: Amiens en el año 2000).

Pero no es en el año 2000 donde sitúa Julio Verne la acción de París en el siglo XX, sino en 1960. La acción comienza exactamente el 13 de agosto de ese año, el día en que se entregaban los premios anuales de la Sociedad General de Crédito Instructivo, un centro inmenso de enseñanza pública. Asisten a la ceremonia quinientas mil personas, en un ambiente que prefigura desde el primer capítulo por dónde avanzará la novela:

No podemos citar la nomenclatura infinita de las ciencias que se enseñaban en aquel cuartel general de la instrucción. Un palmarés de esta época hubiera sorprendido mucho a los antepasados de aquellos jóvenes sabios. La entrega de premios proseguía mientras estallaban los sarcasmos cuando algún pobre diablo de la división de letras, avergonzado al escuchar su nombre, recibía un premio de tema latino o un accésit de traducción griega.

Sí, esa es la dirección de esta novela casi desconocida de Verne:

Hemos de reconocer que el estudio de letras, de lenguas antiguas (comprendido el francés) casi había desaparecido; el latín y el griego eran lenguas no sólo muertas, sino enterradas; todavía subsistían algunas clases de letras, más por guardar las formas, mal organizadas, poco considerables y menos consideradas. Los diccionarios, los vocabularios poéticos, las gramáticas, las selecciones de temas y versiones, los autores clásicos, […] se pudrían tranquilamente en los anaqueles de la antigua casa Hachette.

París en el siglo XX fue rechazada de modo tajante por el editor de Verne, Pierre-Jules Hetzel, el único editor parisino que creyó en él y que le había publicado el primero de sus grandes éxitos, Cinco semanas en globo:

Mi querido Verne, daría cualquier cosa por no tener que escribirle hoy. Ha emprendido una tarea imposible y no ha logrado llevarla a mejor término de quienes lo han precedido en asuntos análogos. Está a gran distancia, por debajo de Cinco semanas en globo. Si la lee dentro de un año va a estar de acuerdo conmigo. Es periodismo menor acerca de un asunto nada feliz. No me esperaba una obra perfecta; ya le dije que sabía que estaba intentando lo imposible, pero esperaba algo mejor.

Así que todo apunta a que el manuscrito quedó en un cajón, olvidado o desechado, aunque no destruido. Y no es un detalle menor el hecho de que Verne lo conservara el resto de su vida, ¿o fue sólo fruto del azar? Imposible saberlo.

Como señala Ramón Cotarelo en el estudio preliminar a la edición de 2018, «por argumento y trama, la obra es muy original pues constituye una especie de manifiesto antiindustrialista, antimaquinista y, en definitiva, antiburgués. Justo lo que desaparecería por entero en su obra posterior. Como si nuestro autor se hubiera pasado al enemigo en la batalla sobre el progreso técnico-científico». De modo que lo que se nos presenta en la novela es un mundo dominado por la ciencia en el que las humanidades están a punto de extinguirse, un mundo en el que el lema de los triunfadores es «trabaje para convertirse en un hombre práctico», y en el que tecnología y educación se ponen al servicio del poder financiero. Todo ello sin que impida a Verne predecir otro invento del futuro, el telégrafo fotográfico (el pantelégrafo de Giovanni Caselli), que «permitía enviar a cualquier parte el facsímil de cualquier escritura, autógrafo o dibujo, y firmar letras de cambio o contratos a 10 mil kilómetros de distancia».

París en el siglo XX no resiste un análisis demasiado riguroso desde el punto de vista técnico (no deja de ser una obra de juventud), pero resulta muy interesante al mostrarnos tal vez a un Julio Verne que pudo haber sido y no fue, o a ese autor que muchos de sus lectores detectaban ya en la lectura entrelíneas de sus obras más populares. Así que dejo para el final algunas de las citas que destaca en la obra Piero Gondolo della Riva, uno de los mayores expertos mundiales en Verne y el mayor coleccionista de sus manuscritos, en su artículo «Acerca de París en el siglo XX, la novela perdida».

«Aunque ya nadie leía, todo el mundo sabía leer».

«No había hijo de artesano ambicioso, de campesino desplazado, que no pretendiera un puesto en la Administración».

«La mayor parte de los innumerables coches que surcaban la calzada de los bulevares lo hacían sin caballos; se movían por una fuerza invisible, mediante un motor de aire dilatado por la combustión del gas».

«Tiendas ricas como palacios donde la luz se expandía en blancas radiaciones, esas vías de comunicación amplias como plazas, esas plazas vastas como llanuras, esos hoteles inmensos…».

«Lo importante no era alimentarse, sino ganar con qué alimentarse».

«Serás mayor de edad a los dieciocho».


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).

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