Narrativa

Julio Ramón Ribeyro, o la palabra de quienes no tienen voz

Manuel F. Labrada reseña una antología de cuentos de un maestro del género, que escribía que el cuento debe tener una hechura que permita al lector volver a contarlo otra vez; quedarse para siempre en el recuerdo de sus lectores.

/ una reseña de Manuel F. Labrada /

Hay autores que reseñamos porque sus libros son novedad y merece la pena leerlos y difundirlos; otros, por el contrario, ya los conocemos de sobra y apenas necesitan noticia, pero su poder de seducción nos reclama a cada instante decir algo sobre ellos. Cualquier nueva edición de sus textos se convierte entonces en el pretexto válido para testimoniar nuestra devoción. Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) es una de las grandes figuras de la literatura en lengua española de nuestro tiempo; uno de esos escasísimos autores que provocan la adhesión incondicional de los lectores, que convierten sus libros en verdaderos objetos de culto. Además de algunas novelas y otros textos literarios (ensayos, diarios, teatro…), el escritor peruano nos legó un conjunto de cuentos que figuran entre las obras maestras del género, y que aparecieron reunidos en los cuatro volúmenes que integran La palabra del mudo (1973-1992). La antología que ha editado recientemente Debolsillo (2022) recoge quince relatos muy diversos, antecedidos por una valiosa introducción donde el autor expone, entre otras cosas, una brevísima poética del relato, resumida en diez principios básicos. Nunca escucharemos una lección de narrativa breve expresada con mayor acierto y menor petulancia. Escribe Ribeyro que el cuento debe tener una hechura que permita al lector volver a contarlo a su vez. Parece que los suyos no solo cumplen con dicha regla, sino que además se quedan a vivir para siempre en el recuerdo de sus lectores.

No parece necesario insistir en que todos los cuentos recogidos en la antología son magníficos. Tampoco en que los preceptos señalados por Ribeyro en su introducción se reflejan fielmente en cada uno de ellos. Solo por eso este libro merecería ser considerado un manual de narrativa. Afirma Ribeyro que los cuentos inventados deben parecer reales, y los reales, inventados. O dicho de otra manera: a la realidad conviene trascenderla; y a la imaginación, atarla corta para que no nos haga perder contacto con el mundo en que vivimos. Tal es su poética, y quizás por ello los cuentos referidos a su infancia aparecen imbuidos de un aura poética y fantástica que los hace fascinantes («Por las azoteas», «El ropero, los viejos y la muerte»), mientras que los relatos imaginados denuncian con tanta fuerza y realismo la vida de los miserables y oprimidos. En esta segunda categoría, la que devuelve la voz a los que no la tuvieron nunca, podríamos situar uno de sus textos más extensos, «Al pie del acantilado», que es también uno de los más bellos y emocionantes, protagonizado por una inolvidable galería de perdedores, siempre dispuestos a continuar luchando. La presencia de niños, en este y en algún otro relato de Ribeyro, confiere a las historias un plus de dramatismo. ¿Cómo olvidar los dos protagonistas infantiles de ese cuento, tan perfecto como terrible («Los gallinazos sin plumas»), que abre la colección? Detrás de su aparente sencillez se esconde una cuidadosa e inteligente planificación de la trama. También el mundo marginal de las bandas y las peleas callejeras, con su ferocidad y su extraviado sentido del honor, es invitado a formar parte de esta galería de humanidades mudas. De ello da cuenta «El próximo mes me nivelo», un relato duro pero contado sin dureza, dotado de una ternura comprensiva que nos impide despreciar a ninguno de sus protagonistas, tan violentos como patéticos y desgraciados. El autor denuncia pero también comprende. Prefiere que compadezcamos a que odiemos, pues solo desde esa perspectiva es posible, quizás, hallar una solución.

El universo de las clases medias, de sus grandes miserias y pequeñas ambiciones, también ocupa un lugar importante en la narrativa de Ribeyro. Se trata de relatos generalmente divertidos e ingeniosos, que gustan de hacer blanco en los oropeles de las falsas apariencias y la impostura, tanto las que afectan a las clases altas («El banquete») como las que padecen las más modestas («Explicaciones a un cabo de servicio»). Un mundo urbano en el que los funcionarios de poco rango o venidos a menos («Espumante en el sótano») se codean con los seres solitarios que se agarran a un clavo ardiendo para poder sobrevivir («Una aventura nocturna»). Pero también es el cerrado universo de esos perdedores de toda la vida en quienes la derrota es ya una segunda naturaleza que no son capaces de quitarse de encima ni siquiera en las condiciones más favorables («El profesor suplente»). En el relato que cierra la antología, «Alienación», se nos narra la lamentable metamorfosis de un joven peruano que, acomplejado por el ambiente que respira, renuncia a su identidad nacional para terminar convertido en un falso gringo de pacotilla. Para retratar a todos estos tipos humanos, aparentemente perdidos y sin remedio, Ribeyro se vale de una dosis justa de ironía, siempre atemperada por un humor benévolo y muy comprensivo.

Para finalizar señalaré un reducido grupo de cuentos que parecen estar más alejados de la realidad, y que en ocasiones adquieren un carácter casi «borgiano». Es el caso de «Ridder y el pisapapeles», un exquisito relato fantástico que da cuenta de la visita efectuada por el narrador a un viejo escritor europeo dotado de una clarividencia sorprendente. «La insignia» es otro texto divertido y muy imaginativo, que parece una puesta al día del famoso cuento «El traje nuevo del emperador» de Andersen. El imparable éxito que se nos describe en sus páginas (a causa de un malentendido) es como esa bola de nieve que empieza a rodar cuesta abajo y ya no hay quien la pare. El tema de las apariencias sin contenido, que en anteriores relatos servía como vehículo para la crítica social, es llevado ahora a un terreno puramente especulativo; quizás porque el arte de Ribeyro no se complace tan solo en la denuncia y el recuerdo emocionado, sino también en el ejercicio de la imaginación y el juego literario.


Extractos

«Desde esa vez, sin que yo ni mis hijos le dijéramos nada, comenzó a trabajar para nuestra finca. Primero compuso la cerradura de las puertas, después afiló los anzuelos, después construyó, con unas hojas de palmera, un viaducto que traía hasta mi casa el agua de las filtraciones. Su costal no parecía tener fondo porque de él sacaba las herramientas más raras y las que no tenía las fabricaba con las porquerías del muladar. Todo lo que estuvo malogrado lo compuso y de todo objeto roto inventó un objeto nuevo. Nuestra morada se fue enriqueciendo, se fue llenando de pequeñas y grandes cosas, de cosas que servían o de cosas que eran bonitas, gracias a este hombre que tenía la manía de cambiarlo todo. Y por este trabajo nunca pidió nada: se contentaba con una troncha de pescado y con que lo dejáramos en paz».

«La mujer corrió el cerrojo, hizo una atenta reverencia y le volvió la espalda. Arístides, sin soltar el macetero, vio cómo se alejaba cansadamente, apagando las luces, recogiendo las copas, hasta desaparecer por la puerta del fondo. Cuando todo quedó oscuro y en silencio, Arístides alzó el macetero por encima de su cabeza y lo estrelló contra el suelo. El ruido de la terracota haciéndose trizas lo hizo volver en sí: en cada añico reconoció un pedazo de su ilusión rota. Y tuvo la sensación de una vergüenza atroz, como si un perro lo hubiera orinado».


La palabra del mudo
Julio Ramón Ribeyro
Debolsillo, 2022
160 páginas
12,95 €

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Manuel Fernández Labrada es doctor en filología hispánica. Ha colaborado con la Universidad de Granada en el estudio y edición del Teatro completo de Mira de Amescua. Es autor de diversos trabajos de investigación sobre literatura española del Siglo de Oro. Entre sus últimos libros de narrativa publicados figuran: Elrefugio (2014), La mano de nieve (2015), Ciervos en África (Trea, 2018) y Al brillar un relámpago escribimos (Trea, 2022). También escribe en su blog de literatura, Saltus Altus (http://saltusaltus.com).

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