El Parque de la Prehistoria de Teverga (Asturias) alberga una pequeña reserva de animales prehistóricos vivos: caballos de Przewalski, bisontes europeos y uros de Heck.


El caballo Przewalski es la única subespecie de caballo netamente salvaje del mundo, pues otras como los mustang o los brumby son en realidad caballos domésticos asilvestrados, y su historia es la de los imperios perdidos: dominó Eurasia un día, y es el que poblaba los sueños y rituales rupestres del hombre paleolítico, pero hoy quedan de él apenas mil ejemplares, repartidos principalmente por zoológicos de todos los continentes. En libertad, apenas sobrevive un puñado de comunidades en Asia central. Llegó a bordear la extinción hasta el punto de que en 1967 sólo quedaba en libertad una única manada de 15 ejemplares en Mongolia, pero sobrevivió a ese momento crítico gracias al esfuerzo de algunos naturalistas. Y hoy, dos de esos en torno a mil ejemplares habitan el Parque de la Prehistoria de Teverga (Asturias) merced a un proyecto pensado para complementar la oferta museística de la instalación, una suerte de pinacoteca prehistórica consistente en reproducciones de las cumbres más excelsas del arte paleolítico atlántico: de Altamira a Lascaux y de Chauvet a Tito Bustillo.

Un recinto inaugurado en 2016 alberga, además de esos dos caballos Przewalski, tres bisontes europeos (también en peligro de extinción, con apenas 4000 ejemplares en todo el mundo) y otra de un animal singular, el uro de Heck o neoúro, una recreación del extinto uro que los hermanos alemanes Lutz y Heinz Heck desarrollaron en los años veinte y treinta del siglo pasado a partir de la convicción de que los genes de esta especie, desaparecida en el siglo XVII, no se habían perdido del todo, sino que habían llegado hasta nuestros días ocultos en el ADN de sus descendientes, y sólo había que efectuar algunos cruces entre ejemplares de distintas razas vacunas para que el Bos primigenius aflorase de nuevo. Y no afloró, porque no podía hacerlo, pero el resultado de aquel experimento —un animal grande, robusto, de cuernos largos y pelaje oscuro— sí se asemeja bastante a lo que sabemos de aquel animal que un día pobló los campos europeos. De ellos, el entorno del Parque de la Prehistoria tevergano, situado en las faldas del macizo de Peña Sobia, un valle apenas sin vestigios de actividad humana en el Parque Natural de las Ubiñas, también es una buena representación, y ello permite a los visitantes del Parque de la Prehistoria completar su visita haciéndose una idea cabal de cómo era la Arcadia primigenia que veían, pintaban y habitaban los maestros rupestres.

Una pinacoteca prehistórica
Ubicado en la parroquia de San Salvador de Alesga, a unos cuarenta kilómetros de Oviedo y unos sesenta de Gijón, el Parque de la Prehistoria fue inaugurado en 2007 con el propósito de ofrecer una experiencia total del arte paleolítico, cada vez más inaccesible debido a las necesarias restricciones que desde hace lustros limitan las visitas a las cuevas reales para preservar sus pinturas. Conforman el espacio tres singulares edificios diseñados por el arquitecto Dani Freixes, que los hizo subterráneos e integrados en el paisaje para mejor recrear el embrujo de las cavernas. El primero alberga el área de recepción de visitantes y los otros dos corresponden a la Galería y la Cueva de Cuevas: sendos recorridos didácticos diseñados por un Comité Científico Internacional formado por Javier Fortea, Jean Clottes, Dominique Balfier, Jesús Altuna, Manuel R. González Morales y Marco de la Rasilla y consistente en una serie de textos, dibujos, mapas, fotografías, audiovisuales, facsímiles y, sobre todo, reproducciones de las obras de arte paleolíticas (pinturas, pero también objetos rituales y utensilios prehistóricos) realizadas a tamaño real y con los mismos materiales que las originales por el mismo equipo que se ocupó de la neocueva de Altamira. La selección de obras está pensada para ilustrar las distintas teorías que se manejan sobre cuáles eran las motivaciones de aquellos artistas: artística o de ocio, totémica, relacionada con ritos de fecundidad o con alguna suerte de lenguaje codificado. En la Cueva de Cuevas, una visita de unos veinticinco minutos permite pasar de la Sala de los Polícromos de Tito Bustillo al Panel 4 del Salón Negro de Niaux (Francia), y éste a su vez al Camarín de la cueva de Candamo. Tales réplicas han sido calificadas de «extraordinarias» por Jean Clottes, uno de los grandes maestros de la prehistoria francesa, conocido sobre todo por sus estudios de la cueva de Chauvet.

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